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ArribaAbajoCapítulo III

Los corregidores


Creación del partido del Maule.- Sus primeros corregidores: Diego de Rojas y don Juan Álvarez de Luna.- Sublevación indígena de 1600.- Nómina de los corregidores de 1600 a 1665.- Los fuertes del partido.- El gran levantamiento de 1655 a 1665.- El corregidor don Ambrosio de Urra Beaumont.- Se trata de fundar una villa o ciudad en la ribera norte del Maule.- El corregidor don Luis de las Cuevas y Morales y sus sucesores hasta 1742.

Las leyes de Indias autorizaban a los Gobernadores para crear partidos, es decir, una división administrativa a cuya cabeza se colocaba un corregidor.

La causa que determinó la creación de tales corregimientos, fue la administración de los pueblos indígenas.

Desde que se establecieron las encomiendas se nombraron estos funcionarios, cuyas atribuciones eran de orden administrativo y judicial.

Se llamaba corregidor, justicia mayor y capitán de guerra, lo que demuestra que tenían el poder civil, judicial y militar de la comarca puesta a sus órdenes. Les seguían los llamados tenientes de corregidores, empleados que lo representaban en los diversos parajes del partido.

La legislación española, minuciosa y escrupulosa, que se esforzó por evitar la perpetuación en el poder de los funcionarios, dispuso que estos corregidores de partido no durasen más de dos años en el desempeño de sus funciones.

El atraso general de la colonia se manifestaba en las actividades de estos funcionarios. En el escaso período de dos años, muy poca cosa podían realizar en beneficio de los colonos. Elegidos casi siempre entre los vecinos principales del partido, algunas familias llegaron a entronizarse, por largos períodos, en el poder, lo que dio origen a abusos y atropellos, que casi siempre quedaron en la impunidad.

Estos cargos eran deseados y ambicionados por los colonos, ya que les daban preeminencia y poder, y una vez dejado el mando, el derecho de usar el honroso título de maestre de campo o general.

Antes de hacerse cargo del puesto prestaban el siguiente juramento ante el Cabildo de Santiago:

«Por una señal de la cruz, que hizo con los dedos de la mano derecha, so cargo del cual le encargo y él prometió de usar bien y fiel y diligentemente de todo lo referido en la dicha provisión, y de cada una cosa y parte de ella, sin excepción de partes y a la fuerza. Sí juro. Amén».



El corregidor gobernaba con poder absoluto a sus subordinados. Si los encomenderos fueron despóticos y los terratenientes crueles venales, ambiciosos e insaciables fueron los corregidores. Necesitaban una cierta cultura, pues tenían que saber leer y escribir, rudimentos de las prácticas gubernativas y algunas nociones de derecho, pues fallaban en primera instancia las causas civiles y criminales.

Muy ambicionado era el cargo de corregidor, no sólo por el poder que envolvía, sino por el lustre que daba a quien lo servía.

Estaban sujetos al juicio de residencia. Se consideraba un buen mandatario aquel que no había abandonado sus funciones saliendo del partido, que no había entrado a domicilio de mujer soltera, viuda o casada so pretexto de hacer justicia, que no había comerciado con los extranjeros ni se había mostrado negligente en castigar a los ladrones, vagabundos, amancebados y gente maleante.

* * *

Don García Oñez de Loyola, Gobernador del Reino, nombró en 3 de marzo de 1593, al capitán Diego de Rojas, corregidor y alcalde de minas de la ribera del Maule.

Era éste un viejo militar. Había servido veinticuatro años en la guerra de Arauco, y era justo que en premio de tan prolongados servicios, se le designase para este cargo. Además reunía a sus prolongadas andanzas, su «hidalguía notoria».

La jurisdicción de Rojas según el propio nombramiento, comprendía los pueblos indígenas de Cauquenes, Chanco, Pungal, Purales, Pocoa, Vichuquén, Loncomilla, Putagán, Duao, Lora, Huenchullami, Gualemos, Lontué, Peteroa, Peuquén, Mataquito y Gonza. Partiendo de los puntos señalados, se pueden ver cuáles eran los límites de este naciente corregimiento. Por el norte, el río Nilahue y cerros de Teno, y por el sur, el estero de Rayas y el río Perquilauquén. Era una región vastísima que hoy día incluye dos provincias, divididas por el caudaloso Maule. Recorrida por malos caminos, fue casi imposible ejercer una buena y verdadera administración en los años que siguieron, hasta mediados del siglo XVIII, época en que se fundaron diversas ciudades y se dividió su jurisdicción.

Antes de la creación del partido del Maule, sus pueblos estaban bajo la jurisdicción del Protector General de Indígenas, que residía en Santiago. Tan larga distancia imposibilitaba en absoluto ejercer las funciones administrativas, razón que se tuvo para su creación.

Diego de Rojas era, pues, el primer funcionario público de esa región, el primero que inició la aplicación de las leyes, y al cual le cupo la honra de someter a un régimen jurídico una extensa región del territorio de nuestro país.

No se sabe el nombre del sucesor o sucesores de este viejo luchador. Su gobierno debió terminar por 1595, y hasta 1602, no se registra el nombre de corregidor alguno. Nos explicamos esto, por los acontecimientos militares de aquellos años, que culminaron en la gran sublevación de 1600, y por haber desaparecido las actas del Cabildo de Santiago correspondientes a aquella época; fuente preciosa de información histórica.

En noviembre de 1598, el ejército era completamente derrotado en Curalava, acción en que perecieron los más señalados capitanes, entre ellos el Gobernador del Reino, Oñez de Loyola, que cinco años atrás había firmado el decreto creando el partido del Maule. Esta fecha tiene una trascendental importancia para la vida del Corregimiento. El empuje araucano, en el corto espacio de dos años, alentado por sus victorias, había derribado todas las ciudades y fuertes del sur del país, llegando hasta el Maule, donde, según las propias palabras del Gobernador Alonso de Ribera, «no había camino seguro ni estancia poblada».

La tierra de Arauco se había conmovido intensamente y contagiados a todos los indígenas del Reino. Los indios del Maule, que se habían hecho notar por su sumisión y su ánimo pacífico, no pudieron esta vez resistirse. La flecha de la guerra no fue la tradicional «sino la cabeza del español, que fue llevada de reducción en reducción, en señal de lo sangriento de la guerra que se preparaba contra el invasor».

La ola de la masa indígena arrasó, en sus jornadas victoriosa, las casas de los encomenderos y de las estancias, y los fuertes de Putagán y Duao, o Talca12, construida en 1584 por orden de don Alonso de Sotomayor. En este último, que servía de estación militar y parroquia, mataron a sus habitantes, entre ellos a fray Juan Muñoz y a fray Cristóbal de Buisa, celosos misioneros, como asimismo al capitán Alonso Salas, que se defendió heroicamente. Los que sobrevivieron fueron hechos prisioneros.

Victoriosos los indígenas, se apoderaron de los vasos sagrados, que les sirvieron para sus libaciones en celebración del triunfo, y de los ornamentos sacerdotales, cuyas casullas fueron obsequiadas a los toquis, quienes en grotesca figura la lucían en los combates.

La región de Cauquenes, favorecida por el fuerte de Quella construido cerca del cerro de este nombre, en el mismo año que los anteriores, se libró en parte de los excesos de los indígenas. Los encomenderos y terratenientes que pudieron se fugaron allí. El resto, en precipitada fuga, emprendió marcha hacía Santiago o Concepción.

El miedo y la inquietud se apoderó de la parte que quedaba al sur del Maule. Centenares de refugiados de las destruidas ciudades buscaron amparo tras el Maule; allí se establecieron por varios años, en miserables chozas y tolderías esperando mejor suerte.

* * *

Don Alonso García Ramón, nuevo Gobernador del Reino, entró a la devastada región del Maule hacia fines de 1600. Allí encontró a los caciques Paillamacu y Pelantaru, que habían llegado en sus correrías hasta la ribera misma del Maule.

«Aquí tuvo el Gobernador mucho que hacer para desembarazar aquellos territorios, mas al fin lo consiguió» -dice un cronista de aquellos años.



En tan empeñosa tarea le prestaron importante ayuda los más aguerridos militares, distinguiéndose entre ellos el capitán don Álvaro Núñez de Pineda y Bascuñán.

La región del Maule volvió poco a poco a su estado normal. Los terratenientes volvieron a sus abandonadas estancias y los encomenderos a someter a sus yanaconas.

Entre los muchos emigrados de las destruidas ciudades se radicó en la ribera norte del Maule, venido de Angol, el capitán don Juan Álvarez de Luna, llamado el Mozo, hijo del conquistador de ese mismo nombre. Se le hizo merced en las tierras de San Francisco de Panqueco, Pencahue, Guillanmávida, Panco y Rauquén, situadas todas al norte del Maule.

Su prestigio lo llamó a ocupar el puesto de corregidor en los años de 1602 a 1604, en una época difícil por la mucha gente que allí había buscado refugio, y que andaba con sus manadas de animales e indios de servicio. Todo esto daba origen a contiendas, en que muchas veces el robo y el crimen perturbaron la tranquilidad de los pobladores13.

En estos años el Gobernador del Reino, don Alonso de Ribera, inició una verdadera obra de reconstrucción. Mandó reparar los fuertes de Putagán y Duao, poniendo en ellos una regular guarnición.

Esa región del Maule no había atraído la atención de los pobladores, ni de los gobernantes del Reino, los cuales la consideraban hasta entonces como una región destinada al confinamiento de los delincuentes. Fue reconocida por el Gobernador Ribera como una buena fuente de recursos, para el ejército de la frontera. Los ricos campos que allí existían se prestaban admirablemente para la crianza de ganados, indispensables para el mantenimiento de las tropas.

Resolviendo establecer una estancia para la crianza de ganados, fue elegida la región de Catentoa, situada entre los ríos Achibueno y Longaví, al lado de las tierras que poseía don Jerónimo de Molina y que después fueron de Diego Flores de León. Se construyeron casas para sus cuidadores y un fuerte para su defensa, que se llamó el fuerte de Catentoa, donde se puso una regular guarnición, que quedó bajo el mando del administrador. Un año más tarde esta tentativa del Gobernador daba sus frutos: ocho mil cabezas de ganado ovejuno pastaban en sus predios. En tiempos posteriores sus potreros estaban cubiertos por más de seis mil vacas de crianza.

* * *

El partido del Maule, como frontera de guerra, sufrió todas las vicisitudes de la guerra de Arauco, aunque un poco atenuadas por no estar en ella localizada la lucha. Defendida por los fuertes de Putagán, Catentoa, Duao y Fuerte Viejo, construido a las inmediaciones del río Castillo, principió a desarrollar sus actividades agrícolas e industriales, administrativas y políticas.

El establecimiento de un gran número de estancieros, la llegada de los frailes Agustinos a la ribera del Maule, de los jesuitas a Longaví, las guarniciones de los fuertes, la multiplicación de las encomiendas y el intenso cultivo del suelo, dieron nueva vida a la región.

La vida ciudadana necesitaba amparo, ante las continuas incursiones que hacían los indios al territorio conquistado. Los corregidores que sucedieron a Álvarez de Luna, Bartolomé Jiménez Fontesauz (1604-1605 y Martín Muñoz (1605-1606), se preocuparon activamente de darle una seguridad positiva a la comarca. Por carta fechada en la ribera del Maule, a 23 días del mes de diciembre de 1606, Muñoz se dirigió al Cabildo de Santiago pidiendo los medios necesarios para impedir una alteración de los indios de aquel distrito. El Cabildo resolvió mandar veinte soldados, todos bien provistos de armas y caballos, pólvora, mecha y balas.

Otro hecho de gran importancia para la vida de aquellos labriegos fue la organización de las milicias del partido. Ello vino a darle más seguridad a sus habitantes, que tuvieron en cierta forma la defensa en sus manos; le cupo tal honra al general don Cristóbal de Amaya y Platas, español natural de Ronda, de la casa de los Monteros de Amaya, que había venido a Indias a su costa.

Peleó en Arauco desde soldado, doblegado bajo el peso del arcabuz, y fue en dos ocasiones corregidor, de 1642 a 1644, y de 1646 a 1648.

El día 5 de noviembre de 1649 se presentó al Cabildo de Santiago don Cristóbal de Amaya con un título de capitán de caballos de una compañía que tenía que formar en el partido del Maule. El Cabildo lo recibió como mandaba el despacho del Gobernador, y ordenó extenderle los certificados y testimonios necesarios para su cumplimiento.

Desde este año de 1649, principian los vecinos principales a tomar parte en la oficialidad de las milicias, puesto que fueron codiciados y apetecidos por los jóvenes, que no teniendo ocasión de servir en las campañas de Arauco, o no queriendo abandonar sus trabajos, prestan servicios militares en esta forma. Esta vieja milicia, con los años, se incrementó notablemente, llegando a ser la más numerosa y disciplinada del Reino. Se decía: «es gente de suyo belicosa y robusta, bien montada y armada». Viejas tradiciones debieron darle tal carácter adquirido en las campañas de 1655 a 1665.

Los sucesores de Martín Muñoz fueron los siguientes:

Don Pedro Mier y Arce1607-09
Don Martín Zamora1609-11
Don García de Torre1611-13
Don Álvaro Rodríguez 1613-15
Don Gregorio Sánchez 1615-17
Don Cristóbal Quiñones y Sánchez1617-19
Don Diego Girón1619
Don Francisco Hermosilla1619
Don Juan Fz. Gallardo1619-20
Don Fernando Mier y Arace1620-22
Don Gaspar de Soto1622-25
Don Luis de Toledo Navarrete1625
Don Agustín de Aranda Gatica1625-26
Don Francisco Reinoso1626-27
Don Gaspar Verdugo1627-28
Don Alonso del Pozo1628-29
Don Gil de Vilches y Aragón1630-32
Don Agustín Ramírez1632-35
Don Miguel de la Jara1635-38
Don Andrés García de Neyra1638-40
Don Rodrigo Verdugo de Sarria1640-42
Don Cristóbal de Amaya y Platas1642-44
Don Juan de Villaseca Pinzón1644-46
Don Cristóbal de Amaya1646-48
Don Pedro Mier y Arce1648-49
Don Diego Xaque1650-51
Don Bartolomé Carrasco Ortega1651-53
Don Juan Malo de Molina141653
Don Esteban Cid Maldonado1653-55
Don Ambrosio de Urra Beaumont1655-57

* * *

El esfuerzo desarrollado en medio siglo de trabajo iba a ser nuevamente sepultado por la ferocidad de las huestes araucanas.

Se levantó esta llamarada en la reducción de Tomeco, en febrero de 1655, cundiendo prontamente entre todos los indios, ya fueran de encomiendas o de los cimentados en las estancias.

En un mismo momento se echaron sobre los establecimientos y estancias del territorio comprendido entre los ríos Maule y Bío-Bío, y atacaron las plazas situadas en su país interior, cautivando más de trescientas personas españolas, saquearon trescientas noventa y seis estancias, quitaron cuatrocientas mil cabeza de ganado vacuno, caballar y cabrío. Ascendió la pérdida de los vecinos y del Rey a ocho millones de pesos, según escribe un historiador.

La invasión irrumpió en el partido de improviso, encontrando a sus habitantes preocupados de sus tareas agrícolas. No tuvieron en el primer momento ocasión de defenderse. El capitán don Francisco de Gaete y Mier de Arce, relata de esta manera la entrada y fechorías de los indios en la región:

«Hallándose mis padres, abuelos y tíos en la frontera y plaza de Armas de Concepción, por entonces entró el enemigo sin ser sentido hasta la ribera del Maule y maloqueó todas las estancias de la cordillera al mar, entre ellas la de mi padre, que quemó y abrazó; yo tenía entonces ocho años, y dos hermanos menores estaban conmigo, a uno lo mató con crueldad el indio; yo y mi otro hermano fuimos cautivos con toda la gente que tenía la estancia, dejándola convertida en cenizas y desierta. Padecimos un cautiverio de dos años, la cruel calamidad que los indios dan a los cristianos; y a fuerza de diligencias y grandes rescates que mi padre y mi abuelo el Maestre de Campo General don Fernando de Mier y Arce dieron, salimos de tan trabajosa existencia».



La suerte corrida por la familia Gaete fue la general; raras fueron las que se escaparon del cautiverio, de la muerte o del saqueo; todos tuvieron que llorar alguna muerte y lamentar sus pobrezas, a que la mano del aborigen las había reducido.

Los fuertes de Putagán, Unihue, Quella, Catentoa, Peteroa, cayeron como débiles construcciones ante el indomable empuje de los descendientes de Lautaro y Caupolicán. Las milicias del partido, formadas pocos años atrás a iniciativas del viejo veterano don Cristóbal de Amaya, salieron a su encuentro; desde los viejos estancieros, antiguos veteranos de Arauco, hasta los más jóvenes, tomaron las armas. A su cabeza se colocó el corregidor don Esteban Cid Maldonado, y le siguieron en su caballeresca ruta los más esforzados capitanes, como don Pedro Fernández de Villalobos, que aun conservaba en su ancianidad las energías de joven soldado; Diego Xaque, quien se distinguió en la defensa del fuerte de Catentoa, a cuyo lado pelearon sus sobrinos Rafael Antonio de Opazo y Amaya, Juan de Leiva y Sepúlveda, José de Maturana, Andrés García de Neyra, etc., toda una pléyade de soldados labriegos, valerosos e infatigables en la lucha y en el trabajo.

Las jornadas y padecimientos que tuvieron que pasar estos defensores fueron indecibles. La relación que nos hace un contemporáneo de ellas, don Santiago de Medina, en 1699, en palabras sencillas y llenas de sinceridad, nos hacen ver sus acciones y sus servicios, no sólo de militares a la fuerza, sino de valerosos caballeros, generosos y desprendidos.

«La gente maulina, los maulinos, señor, en la ocasión del alzamiento y conspiración general que tuvieron los indios de este reino el año 1655, hicieron raya y plazas de armas en el partido, resistiendo la pujanza de los enemigos, muy a costa de sus vidas, de su sangre y de sus haciendas, exponiéndose a los mayores peligros, que por entonces se ofrecieron, librando mucha gente de la invasión y cautiverio, las cuales eran de los partidos de Itata y Chillán, que estaban indefensos, unos en torreones y otros en montañas, los maulinos los trajeron a su costa, los convoyaron hasta pasar el río Maule».



La región de Maule, principalmente la del norte de este río fue, como ya lo hemos dicho, el refugio de los vecinos de las regiones desbastadas por los indios; largas caravanas de miserables atacados por la peste se instalaron tras el Maule; una especie de gran campamento de tres mil almas, con las más tristes características de la miseria, se instaló al norte de este río, frente al fuerte de Duao o San Miguel Arcángel. Una mano generosa puso sus haciendas de ganado vacuno y ovejuno, salvadas de las manos de los indios, al servicio de los refugiados, y gracias a esta donación desinteresada se salvaron muchas existencias del aniquilamiento y del hambre, pues la caridad era imponente en una región devastada, herida y atacada por la peste, donde cada cual lloraba a un pariente o lamentaba su desgracia. Tan generoso donante fue el capitán don Jerónimo Flores de León, dueño de la gran estancia de Catentoa.

El Cabildo de Santiago resolvió mandarles auxilios, y así lo acordó en sesión de 30 de abril de 1655. Los vecinos principales se apresuraron a seguir el ejemplo de Flores de León y encomendaron al general don Martín Ruiz de Gamboa para que se hiciera cargo de los socorros que se reunieran para ser enviados a la región del Maule.

* * *

Al corregidor don Esteban Cid Maldonado, nacido en 1605, hijo del capitán gallego don Esteban Cid Maldonado, que recibió 143 heridas en las guerras de Arauco, fue el que le tocó en el primer momento tomar las medidas necesarias para salvar a los habitantes, reunir el mayor número de milicianos y hombres capaces de cargar armas para la defensa y auxilio de los refugiados de la ciudad de Chillán y del corregimiento de Itata, hasta dejarlos sanos y salvos al norte del Maule. A fines de agosto de 1655 cumplía su mandato de corregidor y entregaba el mando a don Ambrosio de Urra y Beaumont, nombrado por decreto de 16 de agosto.

Nacido en Navarra, había pasado joven a las indias. En Chile fue capitán de Arauco, donde desempeñó delicados puestos, Gobernador de Chiloé y cabo del fuerte de Boroa en 1648; sargento mayor y Cabo del fuerte de Nacimiento, por compra que hizo de tal oficio al inescrupuloso Gobernador Acuña y Cabrera, en la cantidad de tres mil pesos. Este también le nombró Maestre de Campo General, puesto del que pronto le despojó para dárselo a su nefasto cuñado Juan de Salazar.

Urra y Beaumont se encontró en los acontecimientos populares que ocurrieron en Concepción, en febrero de 1655 encaminados a derribar al Gobernador Acuña, pues se le acusaba y con sobrada razón, de ser por su ineptitud y crímenes el causante del estado calamitoso en que se encontraba el Reino, con el levantamiento general de los indígenas.

En esta ciudad se habían refugiado los principales vecinos de las ciudades amagadas por la sublevación. Allí se encontraba gran número de vecinos del partido de Maule, principalmente los de las regiones del Chanco, Loanco, Reloca Cauquenes, que habían alcanzado a refugiarse en esa plaza. Otros, aunque vecinos de esa ciudad, eran dueños de ricas tierras y señores de encomiendas.

«Miraban -dice un historiador- destruidas sus estancias y desamparados todos sus territorios, lloraban el cautiverio más de mil personas, y oían los inconsolables lamentos de las mujeres y niños que pedían sin consuelo por sus padres y por sus maridos difuntos».



La agitación en contra de Acuña se hacía día a día más intensa y alarmante entre los refugiados, víctima de su ineptitud. Encabezaba este movimiento lo más granado y distinguido de los militares del real ejército, como así mismo los vecinos principales e influyentes de Concepción y del partido del Maule. Entre estos últimos debemos citar a don Francisco Gaete y Agurto, dueño de las ricas tierras de Villavicencio, uno de los más afectados por el alzamiento; y a quien los indios le habían incendiado su estancia, matado un hijo pequeñuelo y llevado cautiva el resto de su familia. Se le unían en sus vehementes deseos el vecino de las tierras de Perquilauquén, don Juan Bravo de Villalva, don José Cerdán, vecino de Concepción y otros.

Los maulinos, que encabezaban este movimiento, se alzaron un día a son de cajas y de gritos: «Viva el Rey y muera el mal Gobierno». Acuña emprendió precipitada fuga, rodeado de sus secuaces y paniaguados; entre ellos iba don Ambrosio de Urra y Beaumont, que pronto como premio de su lealtad a toda prueba, iba a ser nombrado Corregidor del Maule. Se embarcaron con rumbo a Valparaíso.

Los sublevados, dueños de la situación, encabezados por don Francisco Gaete, que era a la sazón corregidor de la ciudad, se dirigieron a la casa de don Francisco de la Fuente Villalobos, octogenario militar de grandes méritos, y le exigieron se hiciera cargo del gobierno del Reino.

Don Juan Fernández de Rebolledo, nombrado pocos días antes gobernador de Armas, sabedor del nombramiento de Fuente Villalobos, no pudo resistir y «se dio por desairado y manifestó su disgusto tirando el bastón».

Calmada la situación y vuelto a su mando Acuña y Cabrera, la suerte de los cabecillas fue triste. La Real Audiencia, ante la cual había recurrido Acuña en grado de queja, mandó que se presentasen en Lima; don Juan Bravo volvió a Concepción donde terminó sus días, más no así don Francisco de Gaete, que después de permanecer largos años en las cárceles de Lima, le sorprendió la muerte en uno de sus calabozos, ignorado, olvidado y confundido, en medio de criminales y tratado como tal.

Desde el primer momento se preocupó Urra de la defensa del Maule y de la suerte de los emigrados. Encerradas las fuerzas militares en Concepción, habían dejado entregado a sus propios recursos al corregimiento, el cual sólo podía recibir ayuda de Santiago.

El Gobernador Acuña y Cabrera, como hemos dicho, se embarcó en febrero para Santiago, acompañado de sus más ardientes partidarios; entre ellos venía don Ambrosio de Urra, que había ocupado altos puestos militares. Sus conocimientos militares eran de suma importancia para la defensa del Maule, donde se necesitaba un funcionario que no sólo cargase con las responsabilidades del momento, sino que organizase la defensa de esa frontera, limpiándola de las bandas de indios que en sus continuas excursiones iban poco a poco aniquilando la vida de esa comarca.

La primera idea del gobernador fue formar un ejército con el propósito de marchar al sur cuando llegase una época oportuna. Mandó pregonar en Santiago, en el mes de septiembre, un banco por el cual ordenaba a todos los vecinos, ya fuesen éstos feudatarios, capitanes del número o reformados, para que fuesen a la ribera del Maule; el bando citado decía:

«Y allí estén dispuestos a entrar a tierras adentro al castigo del enemigo rebelde».



Este bando fue considerado por el Cabildo de Santiago en sesión de 12 de septiembre como imposible de llevar a la práctica, porque dejaría a la ciudad desierta, ya que la mayoría de sus habitantes eran militares.

Un mes después salía de la capital Acuña y Cabrera en dirección a la ciudad de Concepción, donde entregó el mando al nuevo Gobernador, el almirante Portel Casanate, que había llegado con socorros del Perú.

Las operaciones militares para la pacificación del Reino se hicieron más intensas con este esfuerzo. Reducidos los indios, en parte, más allá del Bío-Bío, emprendió el Gobernador, a fines de marzo del año siguiente (1656), acompañado de seiscientos soldados, marcha a Santiago, entrando al corregimiento del Maule que se encontraba en desolada situación.

Aquí se detuvo un corto tiempo dando las órdenes necesarias para el buen Gobierno. Dispuso se poblasen de ganado caballar las tierras de las Cañas, situadas en la ribera del Maule, y las de Unihue, donde construyó un fuerte, que puso a cargo del capitán Luis de Lara, con treinta hombres. Aquí despidió a su ejército dándole orden de volverse por el partido de Chillán y bajar a Concepción (13 de marzo de 1656). Él siguió su viaje a Santiago.

En esta ciudad la juventud que se había resistido abiertamente a seguir hasta la ribera del Maule a Acuña y Cabrera, se ofreció voluntariamente. De todos los corregimientos del Reino se presentaron los vecinos principales: del Maule, Andrés García de Neyra, Francisco Zárate, Juan Carvajal y Pedro de Elguea, los cuales «todos estaban propuestos, decían, servir a S. M. en la jornada que se proponía, con mucha voluntad y a costa de su hacienda».

Salieron de la capital (septiembre de 1656) y caminaron sin sobresalto hasta que atravesaron el caudaloso Maule, entrando al país de guerra. Desde allí se aumentaron las precauciones que debían tenerse en territorio enemigo y no estuvieron de más. Un escuadrón de rebeldes les sorprendió una noche en el partido de Cauquenes pero halló prevenido al Gobernador y nada lograron los rebeldes.

La dominación efectiva de los españoles se circunscribió en estos años a las riberas del Maule y las inmediaciones de Concepción. Todo el resto del país estaba constantemente amagado por las excursiones que continuamente hacían los indígenas a maloquear las estancias.

El 15 de marzo de 1657, los pehuenches y los puelches se dejaron caer a los valles del Maule y maloquearon las estancias de Catalina Vilches, la de los capitanes Juan Vilches, Francisco García, Cristóbal Muñoz, las de Salas, de Cerda y las de Perque de los jesuitas. Cautivaron trescientas personas que estaban indefensas y muy seguras en sus estancias; se escaparon solamente Luis Jacinto de la Vega, su hermano el jesuita Agustín de la Vega, el cura Cristóbal de Segura, salvados en un estero donde se metieron, y Jerónimo de Montemayor, por haber ido a Talca. Éstos llegaron con la noticia al asiento de Talca, donde se encontraba el corregidor Urra. Viendo éste la poca gente con que contaba, resolvió no seguir al enemigo. Tal calamidad hizo que se enviaran cien hombres para reforzar las guarniciones de los fuertes de la región. El Cabildo de Santiago, en sesión de 26 de este mes, acordó mandar auxilio a los vecinos, al que contribuyeron los principales residentes de esta ciudad como los vecinos del partido que residían en Santiago, Andrés García de Neyra donó veinte pesos para ese objeto.

La situación desesperada de los estancieros llegaba a su fin con las continuas excursiones de los bárbaros. Una nueva invasión hicieron en mayo de 1657; maloquearon esta vez todas las estancias hasta el Maule, mataron a don Diego Fernández Gallardo y Montecinos Navarrete, de los encomenderos de Cauquenes, Putagán, y se llevaron más de doscientos cautivos.

* * *

La suerte adversa corrida por las armas reales, el grave aspecto que tomaba la continuación del alzamiento general, las desgracias causadas por el terremoto del día 15 de marzo de 1657, hicieron temer a los oidores de la Real Audiencia por la suerte del Reino. Por auto de 26 de marzo acordaron pedir al Cabildo de Santiago se pronunciara si convendría cercar la ciudad y hacer una población en Duao, en las riberas del Maule.

La corporación se reunió el 2 de abril, por iniciativa propia, sin tomar en cuenta el auto de la Real Audiencia, acto que motivó la queja de ese Tribunal. Sus miembros propusieron que para la defensa de la ciudad de Santiago se fundase una ciudad en la ribera del Maule, «donde se pueden recoger y amparar las personas que hay en la ciudad de Concepción, las de la despoblada de San Bartolomé de Gamboa y otras partes y las que de esta ciudad se pudiese llevar».

Después de discutirse largamente este asunto, acordaron los cabildantes reunirse al día siguiente, lo cual hicieron, y siguieron tratando del mismo asunto. Entre ellos el que más alegó por que se fundase una ciudad o villa en la ribera del Maule, en el sitio de Duao, fue don Antonio de Jara-Quemada, señor de la encomienda de Purapel, situada al lado sur del Maule. Su situación de vecino feudatario en esa región le hacía tener interés en la erección de la nueva villa que se proyectaba fundar. Expresó que con esta ciudad se daría asilo seguro a los estancieros del corregimiento y a los vecinos de Chillán, pues sería una defensa para la capital del Reino, la que tendría siempre jurisdicción sobre la nueva villa.

Andrés García de Neyra, también vecino del Maule, señor de Huenchullami, miembro residente del Cabildo, apoyó abiertamente la proposición de Jara-Quemada. La otra parte del Cabildo propuso que no se fundase ciudad, sino que se fortificase la ribera del Maule y se pusiese en ella a doscientos hombres.

En sesión de 12 de abril, se dio cuenta de la queja de la Real Audiencia, se citó a los regidores bajo pena de multa de cuatro patacones para sesión al día siguiente. Éstos se reunieron y tomaron acuerdo sobre las proposiciones que encerraba el auto de la Audiencia. Se acordó no cercar la ciudad, y el segundo punto, o sea el relacionado con la fundación de una villa, dio origen a largos debates, en los cuales abogó como en las sesiones anteriores don Antonio de Jara-Quemada por la fundación. El resto del Cabildo se empeñó en que solamente se colocaran doscientos hombres de guarnición «con que se aseguraran los potreros, siembras y otras facciones y utilidad para el avío del ejército».

Celosos de sus fueros, no querían estos señores que al lado de su jurisdicción se levantara otra, como asimismo se creara un gran número de nuevos vecinos de casa y solar.

La Real Audiencia, por su parte, se empeñó no sólo en fundar una ciudad, sino que en limitar la conquista del Reino hasta las márgenes del Maule. El fiscal de este tribunal don Alonso de Solórzano y Velasco, hizo una presentación al Rey en este sentido, pidiendo la fundación de una ciudad en Quivolgo, y la construcción de tres fuertes. Aconsejaba la subdivisión del suelo, para darle cabida a los refugiados de Chillán y Concepción, en caso de retrotraerse la conquista a los límites señalados.

Los esfuerzos hechos por el Gobernador Pórter, que había entrado al partido en septiembre de 1656 y disuelto a los rebeldes, hizo desistir tanto al Cabildo como a la Real Audiencia de sus propósitos. El proyecto de la audiencia era casi imposible de realizar, porque había importado arrastrar a la miseria a las familias que hubieran tenido que abandonar sus estancias y solares con el nuevo despueble que se proponía de Concepción y Chillán, para retirarse a las riberas del Maule.

* * *

En 15 de julio de 1657, don Pedro Pórter Casanate, estando en Concepción, nombró nuevo corregidor del partido del Maule a don Luis de las Cuevas y Morales.

Había nacido en Santiago y era hijo de don Diego de Morales y Córdova y de doña Beatriz de las Cuevas y Balcázar, encomendera del pueblo de indios de Loncomilla. Habiendo heredado esta encomienda, pasó a ser uno de los principales vecinos del partido, Militar por largos años en las campañas de Arauco, se había hecho merecedor a un más señalado título. Su nombramiento de corregidor fue justo y así lo reconocieron las autoridades, al dispensarlo del pago de las media-anata, atento como dijo el fiscal Solórzano, «a sus grandes méritos».

Como hemos visto, la vida en el corregimiento era insegura, las continuas incursiones de los indios tenían devastada y desolada toda esa región. Las estancias destruidas y la agricultura abandonada habían obligado a la gran mayoría de los habitantes a buscar refugio detrás del Maule, principiando muchos a establecerse en tierras que se les concedieron en el partido de Colchagua.

Cuevas y Morales entró en estas circunstancias al corregimiento. La región donde estaba situado su repartimiento, defendida por varios fuertes, era la única que se conservaba con alguna vida, industrial y agrícola.

En noviembre de 1657 se trasladó a Santiago para prestar el juramento de estilo. Antes de abandonar su puesto dejó a cargo de las tropas situadas en la ribera del Maule al capitán don Dionisio de Arraño.

A los pocos días de llegado a Santiago recibió Cuevas carta de Arraño, en la cual le daba noticias de que «los indios enemigos maloquearon veintisiete estancias de la otra parte del Maule, dieron muerte y cautivaron a trescientas personas».

La comunicación del capitán Arraño nos da una idea de lo que era la vida en esos campos, los sacrificios que sobrellevaban los pobladores, los peligros que constantemente corrían sus vidas, y los esfuerzos que tuvieron que desarrollar para incorporar toda esa región a la vida normal del país.

El Cabildo de Santiago se reunió el día 28 de noviembre, a indicación del vecino de Purapel don Antonio de Jara-Quemada, pero como en las sesiones anteriores no resolvió nada, pues se engolfo en una discusión de materias internas.

Intranquila la Real Audiencia porque el Cabildo no se preocupaba de estos asuntos, mandó a su secretario, don Bartolomé Maldonado, a que le dijese que «mañana las tres de la tarde, fuesen a la Real Audiencia y llevasen conferidos y resueltos por sus votos la forma que podía tener en socorrer a Maule y poner la defensa necesaria en la ciudad».

Se acordó reunirse el día 29, cosa que no se hizo, y sólo vino a hacerlo el día 11 del mes siguiente, no tratando en absoluto esta materia.

Las fuerzas de Concepción gastaban sus energías y elementos en tratar de dominar más allá del Bío-Bío. En Santiago los vecinos principales sólo pensaban en salvar sus haciendas, sin tomar ninguna medida, pues éstas le importaban un servicio personal en el ejército o una cooperación pecuniaria obligatoria. Entre estas alternativas se desarrollaba la vida colonial.

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El sucesor del general don Luis de las Cuevas y Morales, fue don Luis González de Medina, que recibió nombramiento en 3 de marzo de 1659.

Se había distinguido en las campañas de Arauco, alcanzando todos los grados a que se hacían acreedores los militares que se señalaban por su valor. Unía al brillo de sus hechos de armas una gran riqueza. Había casado con doña Juana de Maturana y García de Valles, hija del capitán Juan B. de Maturana, que quedó ciego en las campañas de Arauco, y de doña Agustina García de Valles.

La suerte de las armas reales en esta época era bastante adversa. El mestizo Alejo, pasado a los araucanos, los había hecho alcanzar clamorosos triunfos, hasta amenazar a Concepción.

Uno de sus tenientes, el toqui Inaqueupu, «llevó todo el horror de las hostilidades sobre ambas riberas del río Maule, envió a Cadillana, con cien indios a que saqueasen las dehesas del rey y tomasen la remonta del ejército. Éste sorprendió al capitán Sebastián Pavón en la Casa Fuerte de Unihue. Quitó la vida a este capitán en desafío, atravesándole la garganta con su lanza y allanó aquel puesto. De allí pasó a la estancia de Las Cañas, y robó una manada de caballos, pero el famoso Luis de Lara (que desde 1657, se encontraba en este fuerte) lo siguió y le quitó la presa y dio muerte a treinta indios de aquella partida.

Entonces salió Inequeapu, y entró en el partido de Cauquenes hasta el territorio de Chanco. El Gobernador destacó contra él al capitán Domingo Mier, pero Inequeapu le puso en vergonzosa fuga, y regresó desairado a la ciudad de Concepción (abril de 1660). Salió el capitán Juan de Barrera y no tuvo mejor fortuna, fue derrotado y le hicieron los rebeldes muchos prisioneros. Inequeapu se retiró por el territorio de Maule y entró a la Cordillera por la obra de aquel río, llevando muchos despojos, prisioneros y caballos».



La lucha que sostenía el partido duraba ya más de cinco años.

Desde 1660 se nota un gran descenso en las actividades indígenas y un fuerte restablecimiento del poderío español. Sin embargo, la verdadera paz distaba aún de ser una realidad. Animados de un poderoso espíritu de lucha, resueltos a defender sus vidas y sus intereses, se congregaron los más valientes y atrevidos militares en torno de sus hogares; ya que la vida se hacía imposible, antes de sucumbir, resolvieron mantener su situación de dominadores y hacer vigoroso frente a los indios.

Una pléyade de capitanes y de tenientes tuvo a su cargo en estos años el mando de las milicias del partido: Francisco Sánchez de Obregón, Marcos de Herrera Cetina, Juan de Acevedo, Juan de Albornoz, Antonio González Lievana, Gaspar de Vergara, Diego Gormaz, Rafael de Opazo, José de Maturana y Valles, Antonio de Opazo y Amaya, Francisco de Aravena y Villalobos, Francisco Muñoz de Ayala, fueron los nombres de los capitanes y tenientes que se distinguieron y obtuvieron nombramiento del gobernador del Reino para el mando de las milicias, en esta aciaga época de 1655 a 1665.

Muchos de ellos tomaron parte activa en las campañas del sur al mando del capitán Juan de Vilches, en una compañía de 70 hombres, que actuó destacadamente desde enero de 1658 hasta la pacificación.

A este grupo de valientes capitanes debemos agregar el de los generosos donantes estancieros, que a pedido de la autoridad dieron hacia fines del año 1665, ganado para alimentación del ejército de las fronteras de Arauco.

Se comisionó al corregidor de Santiago, don Melchor de Carvajal y Saravia, y al alcalde ordinario de primer voto don José de Guzmán Coronado y Miranda Aguirre, para sacar de los diversos partidos seis mil cuatrocientas cabezas de ganado «mitad machos y mitad hembras». Esta comisión recibió de los habitantes principales del Maule, la cantidad de mil ciento ochenta y siete cabezas, según lista firmada y fechada el 11 de septiembre de 1665. Documento importante éste, donde se pueden ver cuáles eran los vecinos más acaudalados de aquellos años, calcular su fortuna y su calidad, ya que se señala el número de cabezas que donó cada uno, agregándole al nombre el don al que lo tenía. Éstos ascendían a cuarenta y siete, número que deja ver el estado a que estaba reducida la fortuna privada por la continua guerra de diez años.

Fernando Martín, ocho cabezas; los Galdames, 60; Francisco de Aravena, 21; doña Ana Varas, 14; Pedro Álvarez, 17; Doña Mencía de Mier y Arce, 50; Juan de Vilches, 21; doña Catalina de Vilches, 21; Tomás Calderón, 32; Juan de Sepúlveda, 14; don Fernando Bravo, 22; Gaspar Salvador, 22; Don Jerónimo de Loyola, 11; capitán Andrés García de Neyra, 62; Cristóbal de Amaya, el Mozo, 13; los Rojas, 32; Diego Díaz del Valle, 20; Diego de Castro, 11; Juan de Torres, 21; Don Antonio de Torres, 13; Don Francisco Zárate, 32; Juanes Oyarzún, hijos y yernos, 18; Doña Juana Verdugo, 20; don Pedro de Valenzuela y Aranda Valdivia, 20; Alonso Cordero, 46; Fernando de Mier, 31; Gaspar de la Fuente, 21; los Bastidas, 11; los Opazos, 22; don Juan de Albornoz, 19; los Salas, 41; Domingo Amigo, 31; Marcos de Herrera, 13; Alonso de Candia, 31; Miguel de Candia, 11; Fabiano Martínez, 32; don Pedro de la Barra, 37; Juan Fernández Rafael, 11; Francisco Hernández, 11; Gaspar de Vergara, 11; Gaspar de Aguilera, 11; Enríquez, 26; Pedro López, 21; Antonio Gómez, 13; Juan Márquez de Estrada, 60.

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Los sucesores del corregidor Medina hasta la pacificación del Maule fueron Fernando Ortiz de Valderrama, que ocupa el mando de 1662 al 63, y Juan de Leiva y Sepúlveda, que lo fue del 63 al año de 1665.

Diez años de lucha, habían dejado completamente aniquilado al corregimiento que ya llevaba setenta años de existencia. A todos los contratiempos se sobre puso el esfuerzo de los colonos valientes y abnegados, mitad soldados y mitad labriegos, que tan pronto estaban cavando la tierra, como tenían en sus manos la espada o el arcabuz.

Las heridas abiertas por la muerte y destrucción no se cerraron tan luego. El seno de las familias coloniales, presenta un cuadro tétrico y triste; viudas, huérfanos, hijas cautivas y deshonradas por la ferocidad del indio.

Un nuevo esfuerzo animó la agricultura y todas las demás actividades destruidas. Los estancieros, que en medio de estas refriegas habían salvado sus vidas y podido llevar algunos bienes más allá del Maule, principian lenta y temerosamente a ocupar sus antiguas posesiones, volviendo a dar vida a esas tierras tan ingratas, no por la falta de fecundidad, sino por los horrores de la lucha guerrera.

La guerra contra los indios se trasladó definitivamente más allá del Bío-Bío. Sin embargo las milicias del Maule, tropas veteranas formadas en medio de las calamidades más crudas de diez años de lucha, prestaron importantes servicios a las tropas de línea. Así en el año 1687, salieron cincuenta milicianos al mando de un capitán para Valparaíso, amagado por los piratas, donde se portaron valientemente, y permanecieron tres meses, por la no concurrencia de las milicias de los partidos, y sin sufrir la menor deserción.

A tales servicios podían perfectamente dedicarse estos veteranos, ya que desde cerca de más de diez años el partido se encontraba libre de todo temor. Así lo hizo notar el Gobernador en carta de 30 de octubre de 1676, dirigida al Rey, en la cual le propuso se desalojase el fuerte de Duao, por no necesitarse ya para la sujeción de los indios, y que sus pertrechos y hombres pasasen a servir a la frontera del Bío-Bío. El Monarca aprobó el proyecto del gobernador por real cédula fechada el 4 de febrero de 1678.

Esta fecha es la inicial de la era de la paz en esa comarca.

En el año 1695, el día 9 de diciembre, llegó la noticia al Maule de la derrota y muerte del capitán Antonio de Soto Pedreros15, a manos de los indios, a orillas del río Quepe, al oriente de Boroa.

«Llegada de la nueva -dice un original documento de la época-, en veinticuatro horas, se juntaron ciento veinte hombres, partieron en socorro de los que se encontraban sitiados en Negrete, donde estuvieron más de dos meses».



Con este hecho de armas se cierran las actividades militares de los maulinos durante el siglo XVII.

Se inicia entonces una verdadera época de paz y de trabajo. La vida colonial se desarrolla en una completa calma; ya no se escucha el tronar del arcabuz, ni el chivateo del indio, ahora todo es paz y mansedumbre. Sobre los fértiles campos de verdura de Perquilauquén, Catentoa, Pilocoyán, Loncomilla, pastan miles de animales; y los rayos del sol hacer germinar las siembras y endulzar los frutos de la parra.

En el período comprendido entre 1665 y 1677, o sea, la época que podemos llamar de la reconstrucción, se opera la formación definitiva de las familias colonizadoras, la multiplicación del cultivo y la división del suelo, y por último se realizan los deseos de reunirse en pueblos y ciudades.

El gobierno político y militar del partido estuvo durante este período en las manos de los siguientes Corregidores:

Alonso García de la Peña1668-70
Pedro de Valenzuela1670-72
Pedro Fernández Albuerna 1672-74
Juan de Esparza1674-76
Fernando Bravo1676-79
Francisco Canales de la Cerda 1679-81
Jerónimo Cortés Monroy1680-82
Antonio Mendoza1690-92
Juan Girón1693-95
Juan de Mendoza1695-97
Francisco Mardones1697-98
Antonio Garcés1698-99
Nicolás Hernández1699-70
Pedro Rodríguez1700-02
Francisco Hermosilla1700
Juan de Obregón1702-03
Ignacio Besoaín1703-05
Juan de Dios Solar1705-09
Antonio de Opazo y Villalobos1708-10
Pedro Prado1711-13
Antonio Garcés1715-21
Juan de Molina Parraguez1721-24
Antonio Corvalán1724
Cristóbal Messías1729
Pedro Matus Bermúdez1729-30
Diego García de Torres 1730
Pedro Prado 1731
Juan Rodríguez de Ovalle1731-32
Pedro Donoso Pajuelo 1732-35
Francisco Tagle Bracho 1735-37
Manuel de Olaso1740-42