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Historia (Santiago)

versión On-line ISSN 0717-7194

Historia (Santiago) v.33  Santiago  2000

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942000003300005 

Paz Larraín Mira1

MUJERES TRAS LA HUELLA DE LOS SOLDADOS1

Abstract

Women in the War of the Pacific in more than one way. Some were "cantineras"; others stayed at home but helped according to their possibilities, and finally there were the camp followers, which are te object of this study. Most of them followed their husbands or friends, but there were also single women who simply wished to go to the battlefront and embarked in large numbers together with the troops. However, the problems created by so many females in the camps became evident after a few months, and the Governmentt issued several decreed forbidding women to travel in military transports. These orders were repeatedly flaunted with the help of the soldiers who even lent them their spare uniforms as a disguise. This explains the great number of women who returned together with the Chilean army in 1884, at the end of the war.

I. Introducción

Dentro de la historiografía chilena de la Guerra del Pacífico en la que destaca la obra de Gonzalo Bulnes2, el papel desempeñado por la mujer es ignorado y por ello el objetivo de este trabajo es lograr conocer y demostrar cuál fue el rol de la mujer en la contienda.

Luego de una larga investigación, creo que es posible sostener la hipótesis de que a diferencia de lo que suele pensarse, la mujer chilena participó activamente en la Guerra del Pacífico y tuvo un rol importante como compañera, esposa, enfermera y dispensadora de beneficencia, aparte de haber tomado las armas en casos puntuales.

Hubo tres grupos o condiciones entre las mujeres que se destacaron durante la contienda. Primero están las más conocidas, las cantineras, aquellas mujeres que recién comenzada la movilización corrieron a alistarse en los regimientos impulsadas por su patriotismo como por el deseo de ayudar a las víctimas de las batallas. Estas mujeres vestían el mismo uniforme que los soldados de su batallón, ayudaban durante los combates repartiendo agua y municiones, socorriendo y aliviando a los heridos e incluso empuñando el fusil y luchando en caso de necesidad. Las cantineras muchas veces fueron verdaderas madres de los soldados, como protectoras, enfermeras y confidentes. Ellas han registrado sus nombres en la historia, nadie puede olvidar a Irene Morales que, viuda dos veces, residiendo en Antofagasta al momento que fue recuperada por Chile en febrero de 1879, siguió al ejército chileno en todas las campañas.

El segundo estaba compuesto por aquellos miles de mujeres que permanecieron en sus hogares y cumplieron una labor, en la mayoría de los casos anónima, pero no por ello menos significativa. Ellas cooperaron, en la medida de sus posibilidades, en la confección de uniformes, ropa interior, pañuelos; otras fabricaron sábanas, vendajes, apósitos e implementos hospitalarios; fueron muchas las mujeres que bordaron banderas, estandartes y gallardetes; otras las que engalanaron las calles con arcos de triunfo y flores para el paso de los soldados que regresaban victoriosos, y todas en conjunto oraron por el triunfo de las fuerzas chilenas.

Sin embargo hubo dos rubros o actividades donde el papel de la mujer de la ciudad tuvo un significado especial. Uno de ellos el trabajo hospitalario y el segundo la labor desplegada en la ayuda a los desamparados de la guerra. En el primero la dedicación principalmente fue hacer hilas y otras vituallas para los heridos y ayudar a los que regresaban al país y debían permanecer en los hospitales en un momento en que la cantidad de nosocomios no eran suficientes para atender a tantos enfermos. El segundo rubro se refiere a las varias sociedades de beneficencia que tan eficientemente cooperaron auxiliando a las viudas y huérfanos que dejó la guerra.

El texto que sigue a continuación trata de las mujeres que fueron tras la huella de los soldados, las comúnmente llamadas "camaradas": quiénes fueron, por qué y cómo partieron al Norte, de las razones esgrimidas por las autoridades de gobierno para prohibir el embarque y cómo ellas burlaban dichas prohibiciones con la complicidad de los propios soldados.

2. El embarque de las mujeres hacia Antofagasta

En los siglos anteriores, cuando los ejércitos no contaban con la logística, intendencia y demás servicios actuales, fue costumbre que las mujeres los siguieran cuando se encontraban en campañas militares. Esto se vio en todas partes del mundo y ejemplo de ello lo tenemos en las rabonas de los ejércitos peruano y boliviano, en Flandes, México, Argentina o Colombia.

El ejército expedicionario chileno no fue una excepción respecto a esto, siendo común que las mujeres siguieran a los soldados hacia Antofagasta desde los comienzos de la Guerra del Pacífico.

Efectivamente, las mujeres empezaron a llegar a Valparaíso desde distintos puntos del país para embarcarse hacia el Norte. Un ejemplo de ello fue el Batallón 3° de Línea, quien partió en tren desde Angol hacia Valparaíso deteniéndose en su trayecto en Talca y en Rancagua. Frente a esto, los corresponsales de El Ferrocarril comunicaron a Santiago: "Talca, 13 de Febrero. Desde las primeras horas de la mañana una gran concurrencia invadía toda la estación ansiosa de presenciar el embarque de las 3 compañías del 3º de Línea que iba a Valparaíso. Esa fuerza compuesta de 11 oficiales, 280 hombres de tropa y como 100 mujeres, ocupaba un tren especial"3.

El corresponsal en Talca, describía la partida de los que iban a Santiago a enrolarse en el regimiento de Artillería de Línea de la capital: "durante el tiempo que duró la despedida, fuimos testigos de escenas bastante tristes y conmovedoras que desgarraban el corazón: en una parte padres despidiéndose de sus hijos, hermanas de sus hermanos, esposas de sus esposos, etc. También iban 2 carros completamente llenos de mujeres en número como de 200"4.

En Concepción se formó un batallón para ir a la guerra y se aseveraba que por ello "la ciudad ha perdido de 800 a 900 habitantes, porque mujeres fueron muchas a compartir con el soldado los azares de la campaña"5.

El embarque del Batallón 2° de Línea, enviado a Antofagasta, suscitó tal interés que El Mercurio le dedicó dos artículos diferentes el mismo día. Uno de ellos relató cómo fue el despacho de las tropas propiamente tal, presidido por el Ministro de Guerra y el Comandante General de Armas, y que el embarco se efectuó en tres lanchas y un lanchón hasta llegar a bordo del Rimac. "El vapor Rimac salió más tarde con la tropa y las mujeres de los soldados. Las rabonas, o sea las camaradas, como los militares llaman a sus mujeres, fueron embarcadas una hora antes que la tropa. Dos lanchas salieron cargadas con 100 mujeres, pero creemos que con más chiquillos que mujeres"6.

En el otro artículo se testimoniaron las peripecias que tuvieron que hacer las mujeres para acomodarse en el Rimac: "las mujeres de la tropa fueron alojadas en el piso superior del vapor, en cubierta, bajo una gran carpa. Tuvimos la curiosidad de visitar ese alojamiento; una visita de esta naturaleza y a tal local no carece de curiosidad, por de pronto, la primera impresión de tal museo ambulante es de una novedad encantadora. Ahí estaban 80 y tantas mujeres, revueltas con tortillas, barrilitos, tremendas pañoladas de humitas, arrollados y otras municiones de guerra; todo esto amenizado con chiquillos que gritan, párvulos que riñen y muchachos que devoran. ¿Van ustedes contentas? les preguntamos a estas Cornelias a la rústica, ¡pues noria! (sic) nos respondió una amazona de rompe y rasga, nosotras somos soldados y a la guerra vamos. Y ustedes agregó una (in)oportuna interruptora, ustedes que no vienen más que a curiosear, ¿porque no nos dejan un vientecito? Pero chica, que papel haría un pobre 2º entre doscientas interesadas? Sabemos que se habían puesto en lista los nombres de 120 camaradas; pero como a última hora se les dijera que sus compañeros podrían dejarles mesada, algunas desistieron del viaje, y sólo partieron una 80 y tantas"7.

Días después, el corresponsal de El Mercurio informaba sobre la partida de otro barco hacia el Norte: "El contingente que llevará hoy el Limarí a Antofagasta en derechura, se compone como de 500 hombres y 100 mujeres, además de 120 caballos de los Cazadores que salieron en el Santa Lucía. El Jueves estará el Limarí en Antofagasta"8.

Pero no a todas las mujeres les agradaba partir a la guerra. Los Tiempos, en un número de marzo de 1880, informó que "en la subdelegación de Santa Bárbara se ha ahorcado una infeliz mujer. Dicen que el motivo de este suicidio ha sido el rumor que propaló un individuo que todas las mujeres que vivían en relaciones ilícitas iban a ser enviadas a la guerra para fabricar pan para el ejército"9.

Para tratar de detener la gran afluencia de mujeres a Valparaíso, que llegaban por ferrocarril procedente de distintos puntos del país, el gobierno tomó medidas. Hasta entonces se otorgaba pasajes gratis en los trenes a los soldados y sus mujeres desde el lugar que provenían hasta la ciudad donde se instruían como reservas del ejército. Esto llevó a que se abusase impunemente de estos medios de transporte, por lo que se ordenó "que en adelante los jefes de los cuerpos existentes en esta capital pasen a esta comandancia general una lista de las mujeres de los individuos de tropa de los suyos que se hallen en el caso de obtener pasaje libre para volver a sus casas. A las mujeres que pertenezcan a los contingentes de tropas que se envíen a Valparaíso con objeto de embarcarse al litoral del Norte no se les dará pasajes para aquel puerto, a no ser que tengan allí su domicilio. El señor Ministro de Guerra, teniendo presente esto último y consultando el bienestar de las pobres mujeres, que de puntos y lugares apartados, vienen siguiendo a sus deudos (o no deudos) de quien muy bien pueden despedirse en sus hogares, ha expedido con fecha 14 del corriente la siguiente orden que se ha circulado para todas las provincias"10.

3. Decreto del gobierno del 14 de junio de 1879 prohibiendo
que la mujer acompañe al ejército de campaña

No obstante, poco tiempo después se empezó a notar cierta incomodidad entre las autoridades por el alto número de mujeres instaladas en Antofagasta. La primera reacción procedió del capellán Ruperto Marchant Pereira, quien, en marzo de 1879, escribía: "Florencio11 se está portando como un héroe: ayer emprendió una verdadera cruzada en los cuarteles, perorando a la tropa a fin de que concurrieran a la misión. A indicación suya se ha mandado echar fuera a todas las mujeres que estaban allí revueltas con los soldados y se ha prohibido bajo prisión el bañarse desnudo, lo que era aquí moneda corriente a pesar de hallarse en el mismo punto, y a descubierto el baño de hombres y mujeres"12.

Se empezó a advertir entonces a las mujeres los inconvenientes de acompañar a sus hombres. El corresponsal de El Ferrocarril hacía ver la necesidad de que el gobierno tomara medidas para evitar que las mujeres fueran al Norte: "De Caldera a las 4 PM. Sírvase comunicar por telégrafo al gobierno que con la tropa no vengan mujeres. Se aumenta el consumo y tienen mucho que sufrir"13.

Unos días después un periodista relataba: "las pobres camaradas cantineras han quedado en este puerto abandonadas y llorando como Magdalena. Ningún soldado ha llevado la suya o las suyas y cuanto han podido dejarles algunas escasas asignaciones mensuales para que no se mueran de hambre en esta desolada costa. Por eso las pobres se lamentaban y quejaban a sus jefes. "Que mi capitán" arriba, que "mi teniente" abajo, pero no ha habido escapatoria. Todas han tenido que quedarse aquí y bueno será que esta lección sirva de escarmiento a las infelices que por seguir a sus maridos o a sus dragoneantes no hacen caso de las advertencias y de las prohibiciones y se vienen de guerra en los vapores"14.

Más tarde, en junio del mismo año, el General en Jefe del Ejército del Norte fue notificado por el Ministro de Guerra y Marina, Basilio Urrutia, sobre la propagación de enfermedades venéreas en el ejército y la necesidad de solucionar este problema a la brevedad posible. Por ello establecía la urgente necesidad de que las mujeres de cada batallón fueran examinadas por los médicos para evitar la propagación de estas enfermedades: "El presidente de la Comisión Sanitaria del Ejército en Campaña me dice lo que sigue: Tiene conocimiento esta Comisión de que las enfermedades venéreas se han propagado en el Ejército del Norte de una manera lamentable y cree de absoluta necesidad para contener su desarrollo progresivo y los males consiguientes, que Ud. se sirva ordenar al Cuerpo Sanitario que allí reside o a quien corresponda, que semanalmente examinen las mujeres del batallón para averiguar si se encuentran infectadas y ordenar su retención y aislamiento hasta que no se encuentren curadas. Algunas otras medidas de localidad tal vez podrían tomarse sobre este mismo asunto, como ser la de transportar a las mujeres que, según indicaciones, hayan transmitido con más frecuencia las enfermedades venéreas. Para ello serían del resorte de las autoridades locales, a las cuales sería conveniente indicarles que tomen algunas medidas a fin de evitar las desastrosas consecuencias de la propagación de estas enfermedades en el ejército. Lo transcribo a Ud. para su conocimiento, juzgando, por mi parte, de suma importancia se hagan observar las disposiciones de la ordenanza del ejército en esta materia, para que no se hagan enganches de personas enfermas, ni se embarquen tropas para el Norte sin previo reconocimiento de su estado sanitario. Cualquier principio de enfermedad venérea tiene, por necesidad, que tomar un desarrollo considerable con el temperamento del Norte, y, según todos los informes que tengo, ese mal ha sido inoculado desde aquí. Me permito, pues recomendar a Ud. el que se tomen desde luego todas las medidas preventivas que aconseja la prudencia para evitar el desarrollo de un mal que puede tomar proporciones considerables"15.

En respuesta a esta notificación se publicó oficialmente el 14 de junio de 1879 la primera prohibición por parte del gobierno para que no fuesen mujeres acompañando al ejército: "El buen servicio público exige que al emprender su marcha los contingentes de tropa de las provincias y departamentos de la República, con destino al Ejército Expedicionario del Norte, no sean acompañados por mujeres, porque, además del mayor gasto que éstas originan en los transportes, entorpecen los movimientos de la tropa y la rápida ejecución de las órdenes superiores. Dios guarde a Ud. Basilio Urrutia. Circulado por el Ministro de Guerra a las comandancias Generales de Armas de la República"16.

Los problemas de que fueran las mujeres tras el ejército también fue notado por los extranjeros. Tal es el caso del marino norteamericano Theodorus Mason, quien hablando sobre la organización del ejército chileno, manifestó que "en momentos de paz, los soldados vivían de su paga, estando la comida y el lavado de la ropa a cargo de sus propias mujeres, que siempre acompañaban a la tropa, hasta que los inconvenientes de este sistema se hicieron evidentes en Antofagasta y determinaron la organización de un comisariato regular"17.

4. Establecimiento de normas sanitarias

Investigando las posibles causas de los problemas sanitarios que afectaban a los soldados en campaña, se llegó a la conclusión que el gobierno preocupado de reunir y organizar sus unidades no prestó mayor atención al estado sanitario del personal, el cual "no contó con examen médico alguno, llegando al Norte individuos aquejados de toda clase de enfermedades y achaques, cuyos males pronto encontraron campo propicio en aquel duro clima"18.

Solo con fecha 30 de junio de 1879, el gobierno, a instancias reiteradas del General en Jefe, hizo presente "que los Jefes de los Cuerpos de Reserva y demás que se organicen y ordenen el examen de los individuos y alisten sólo a los robustos y de buena salud"19. Era necesario que los soldados enganchados y enviados al Norte estuviesen completamente sanos porque, por una parte, el clima favorecía el recrudecimiento de las enfermedades sociales20 en algunos individuos, y por otra, existía una gran "falta de atención médica durante el período de operaciones"21 y, finalmente, también por el hecho de que hubiese tantas mujeres acompañando a soldados sin haberse previamente sometido a algún tipo de examen médico22.

Se vio entonces la necesidad que los médicos del ejército tuvieran un exacto conocimiento de "las afecciones herpéticas, fiebres eruptivas, afecciones tifoideas, fiebres sinocales, afecciones sifilíticas y venéreas, neumonías y afecciones orgánicas del corazón"23, porque eran muy frecuentes entre los individuos de tropa.

Las principales dolencias que se desarrollaban entre los soldados en el Norte eran las tercianas, catarro bronquial, reumatismo, fiebre tifoidea, disentería y paperas, siendo las enfermedades venéreas las que cobraban más víctimas24.

Los primeros controles sanitarios se practicaron después de la batalla de Tacna cuando la Comandancia General de Armas dictó órdenes "de medidas preventivas como ser la prohibición de venta de licores, el cierre de despachos, cafés y prostíbulos a cierta hora"25.

Por otra parte se empezó entonces a examinar a las mujeres que estaban en los campamentos militares. El médico Guillermo Castro informó que él, en Tacna, otorgó "certificado de sanidad a dos mujeres"26. Lucio Venegas en su obra Sancho en la guerra relata que en Pisco se presen-tó "el Jefe a Sancho" y le ordenó "que reuniera las rameras del campamento... una vez juntas, como un mansísimo rebaño, el pastor-teniente debía conducirlas a una ambulancia para que las examinara un Galeno entendido"27.

Ante todos estos problemas de salud las autoridades procedieron entonces con severas medidas "y merced al celo desplegado, el estado sanitario cambió rápidamente, a tal punto que las salas especiales del hospital quedaron poco a poco desiertas"28.

5. Autorizaciones especiales a ciertas mujeres
para que acompañen al ejército

Sin embargo, hubo algunas mujeres que hicieron ver al Jefe del Estado Mayor del Ejército que su presencia entre la fuerza expedicionaria podría ser de utilidad. Ante esto, el General Erasmo Escala considerando valedera la petición femenina por cuanto efectivamente podrían ser un aporte como enfermeras, cantineras o vivanderas, escribió al Ministro de Guerra: "Antofagasta, 7 de julio de 1879, Sr. Ministro: En oficio de hoy, Nº 319, el comandante del regimiento 2º de Línea, me dice lo que sigue: Con motivo de la orden que se nos ha comunicado a los jefes de cuerpos para procurar, por todos los medios que convenga, hacer que las mujeres de la tropa, regresen a Valparaíso, algunas de éstas, de reconocida juiciosidad y buenas costumbres, han solicitado se les permita seguir al ejército en clase de cantineras o vivanderas, prestando al mismo tiempo sus servicios en la enfermería particular del regimiento. Como hasta el presente no ha sido costumbre de nuestro ejército el uso de la cantinera ni menos el servicio de las mujeres en las enfermerías, porque siempre hemos carecido de estos importantes recursos para el ejército, y teniendo en vista que el cuidado diario de los enfermos está encomendado a los mismos soldados, con perjuicio del servicio, me permito indicar a Ud. lo conveniente que sería acordar el permiso de llevar en cada cuerpo un número limitado de mujeres vivanderas que contrajeran el compromiso de asistir y cuidar los enfermos de su regimiento acordándoles a éstas alguna remuneración por sus servicios, el sueldo y rancho que corresponde a una de las plazas de soldado de la dotación de cada cuerpo. A este respecto, debo agregar a Ud. que en el regimiento de mi mando se ha dado de alta al soldado Narciso Morgado, voluntario de La Serena, que ha venido con su mujer bajo la condición de que ésta siga al ejército en clase de vivandera y que en ése carácter pasó una revista de Comisario en dicha ciudad, recibiendo tres pesos a cuenta de sus haberes. Lo transcribo a Ud. para su conocimiento, a fin de que, en vista de lo expuesto, en la nota inserta, se sirva resolver lo que estime por conveniente, o recabar del Supremo Gobierno lo que Ud. encuentre más arreglado a justicia"29.

La respuesta provino del Jefe de la Comisión Sanitaria, doctor Wenceslao Díaz Gallegos con fecha 1 de agosto de 1879, quien, en líneas generales, estuvo en desacuerdo con el hecho de permitir llevar mujeres en el ejército. Sin embargo, en última instancia, aceptó la posibilidad de que en cada unidad hubiera solo dos mujeres como ayudantes de enfermería, aunque hizo hincapié que fueran de "moralidad reconocida". El doctor Díaz Gallegos afirmó que "ha tomado en consideración la consulta expresada en la nota que precede: 1º que no conviene en punto de vista general la presencia de las mujeres en los ejércitos en campaña, por las perturbaciones que ocasionan entre los soldados y embarazo en las marchas de los ejércitos. 2º que la ayuda que pueden prestar al ejército dichas mujeres debe estar reemplazada, como lo está en los ejércitos regulares, por los servicios de las comisarías y de los cuerpos sanitarios. 3º que este servicio se encuentra perfectamente arreglado en las disposiciones adoptadas para nuestro ejército, en el cual cada regimiento lleva dos enfermeros porta-sacos, además de los tres facultativos designados para los cuerpos del ejército y el servicio de las ambulancias, que lleva todo lo necesario en sus tres ramos de cirugía, farmacia y administración. 4º que la presencia de mujeres en nuestro ejército del Norte, además de ser un embarazo, debe constituir una disminución efectiva de la alimentación y del agua de los soldados, que naturalmente tendrían que compartir con ellas la ración recibida, a no ser que la Comisaría consultara esas raciones, lo que aumentaría los gastos. 5º que sólo para ayuda de los enfermeros y de los preparadores del rancho puedan permitirse en cada regimiento dos mujeres, de moralidad reconocida, para que marchen con el ejército, y cuyas raciones de agua y alimento deberán ser consultadas por las comisarías respectivas"30.

A su vez el Jefe de Intendencia en Valparaíso, Francisco Echaurren, en nota al Ministro de Guerra, le participaba que correspondía a él resolver lo que estimara más conveniente sobre la presencia femenina en el ejército en campaña, tomando en cuenta la opinión del doctor Díaz Gallegos: "Valparaíso 2 de agosto de 1879. Señor Ministro: Para informar a Ud. sobre la nota que precede del señor General en Jefe, fecha 7 de julio, Nº 340, ha creído prudente escuchar la opinión de la Comisión Sanitaria del ejército, desde que a ella tengo confiado el cuidado y atención de lo que se rosa (sic) con su servicio sanitario. En consecuencia, verá Ud. por el informe de la expresada comisión, que no es posible aceptar la presencia de mujeres en el ejército en campaña, por la perturbación y costo que traería semejante práctica, que es preciso desaparezca de una vez de nuestro ejército, adhiriéndome en todas sus partes al informe de la Comisión. Sin embargo, Ud. resolverá lo que estime más conveniente sobre el particular"31.

Por esta razón se explica lo publicado en El Mercurio del 24 de enero de 1880 respecto a que ciertas mujeres tenían autorización para trasladarse al Norte: "...camaradas que estaban en lista se fueron con el Batallón Aconcagua. Fue necesario rechazar a muchas, que se quedaron en tierra llorando la lágrima viva. ¡Infelices! Y para esto vienen de tan lejos, cargadas con todos sus cachibaches"32.

De estas mujeres que se trasladaban al Norte, no todas seguían a los hombres al campo de batalla. Algunas, como la madre de Marcos Ibarra, lo hizo para estar cerca de su hijo durante la ocupación de Lima, por lo cual solicitó enganche voluntario: "Mi madre arrendaba una casa (en Lima) con varias piesas (sic) y subarrendaba piesa (sic) a mujeres de los soldados. Mi madre, Tomasa Díaz de Ibarra, también le lavaba las ropas a los oficiales de la 6º compañía"33.

6. Medidas que la autoridad militar adoptó para
que las camaradas retornaran a Chile

Para solucionar el problema que suscitaba la presencia femenina en el ejército chileno durante la campaña, el Gobierno decidió otorgar pasajes gratis a todas aquellas mujeres que deseasen regresar a Valparaíso. La orden general de 22 de agosto de 1879 incluía el siguiente párrafo ilustrativo: "Las mujeres de los soldados que deseen irse a Valparaíso se presentarán al Estado Mayor para darle su pasaje en los transportes que salen al sur"34. Meses después, desde Santiago, se insistía al Jefe del Estado Mayor del Ejército en la gratuidad del servicio de transporte: "Santiago 16 de diciembre de 1879: Queda Ud., autorizado para dar pasaje gratuito hasta Valparaíso y demás puertos intermedios en los transportes del Estado a las mujeres de los individuos de tropa del Ejército Expedicionario en el Perú, que lo soliciten, siempre que esa medida pueda llevarse a efecto sin perjuicio del buen servicio de ese mismo ejército. Lo que digo a Ud. en contestación de su oficio número 14 de fecha 10 del corriente. Dios guarde a Ud. Juan Antonio Gandarillas. Al General en Jefe del Ejército del Norte"35.

En su diario de campaña, Justo Abel Rosales consigna que en los distintos regimientos acantonados en Antofagasta se dio a conocer la orden de que las mujeres volvieran a Chile, lo que provocó al parecer gran hilaridad entre los soldados: "En la mañana hubo ejercicios por compañías. Antes que salieran éstas, se ordenó por el ayudante Narváez que los que tuvieran mujeres las mandaran al sur, pues no se permitiría llevar una sola para el norte. Al comunicar los sargentos de semana esta orden a las compañías, los soldados formaron gran algazara, y desde el cuerpo de guardia en que yo estaba, sentí el estruendo de las risotadas en todas las cuadras"36.

El mismo Rosales testimonió que las mujeres no querían regresar a Valparaíso: "Hoy llegó transporte del norte y siguió para el sur. Se pidió las listas de las mujeres de soldados para mandarlas a Chile. En mi compañía hay 7; pero ninguna quiso moverse. Tienen la fidelidad de los quiltros que aquí gustan criar los soldados, y los cuales por nada salen del cuartel sino cuando sale el batallón"37.

Sin embargo algunas, aunque pocas, regresaron. Así informó El Mercurio, diciendo que "El Paquete del Maule llegó anoche de Iquique trayendo a su bordo 3 soldados enfermos en comisión y 163 soldados enfermos y licenciados. De Antofagasta trajo también 7 oficiales, 20 soldados y mujeres"38.

La autoridad militar ordenó hacer una lista en los diferentes regimientos de las mujeres que acompañaban a los soldados. Ahumada Moreno incluye el siguiente documento: "Copio el siguiente oficio que es una de las curiosidades encontradas entre los papeles del Regimiento Rimac: "Cañete 11 de diciembre de 1880. Señor Coronel Jefe del Estado Mayor del Ejército del Norte. De conformidad con lo ordenado por el Estado Mayor General de los ejércitos, tengo el honor de adjuntar al presente oficio las relaciones de mujeres de soldados pertenecientes a los escuadrones de esta brigada, faltando la relación correspondiente a la compañía de administración cuya razón será remitida a ese despacho. Dios guarde a Ud. P. J. Sevilla"39.

7. Reacciones a las prohibiciones existentes

A pesar de todas las prohibiciones existentes para que las mujeres viajasen al Norte, a menudo estas no eran acatadas. Muchas veces eran los mismos soldados quienes se convertían en cómplices de la falta a la disciplina. Un testigo relató la partida del Regimiento Lautaro desde Valparaíso, en noviembre de 1879: "Se comenzaba en esos momentos el embarque en las lanchas, y me divertían mucho las peripecias que se sucedían, especialmente para impedir que se embarcaran las mujeres. Un gran número de ellas quería a toda costa hacerlo, no obstante las estrictas órdenes prohibiéndolo, y se valían de variadas estratagemas para conseguirlo, siendo lo más común vestirse de soldado. Algunas lo consiguieron y solo fueron descubiertas durante o después del viaje. Recuerdo que a una la descubrió un sargento muy severo, pero al intentar hacerla salir de la lancha, unos soldados fingieron haber perdido el equilibrio y cayeron con el sargento al fondo. Otros soldados aprovecharon el momento para ocultar a la dama, y consiguieron embarcarla mediante esa jugarreta"40.

Al parecer, el disfrazarse de soldado rindió sus frutos, ya que los periódicos relataban cómo las mujeres burlaban la vigilancia y se embarcaban en los vapores; pero aún existía el peligro de que una vez descubiertas podían ser desembarcadas en puertos intermedios. Así, en enero de 1880, El Mercurio relató el embarque de 800 hombres en el Copiapó, siendo "de ellos 600 del Aconcagua, que es un bonito batallón, 150 de artillería y el resto soldados sueltos o enganchados para diversos cuerpos. Que tengan un viaje feliz y que luego aprovechen su tiempo en la instrucción militar, sobre todo el Aconcagua, que está llamando a sostener su buen nombre y la bandera histórica y gloriosa que se le ha confiado. Soldadas también han ido en el Copiapó, según lo hemos sabido por una persona que estuvo a bordo hasta muy tarde. Se cree que no vayan al menos de veinte mujeres o camaradas. –Pero cómo! se dirá, estando absolutamente prohibido? –De la manera más sencilla del mundo. Llegan a bordo como que van a despedirse de sus camaradas, maridos o parientes, se mezclan entre la apiñada tropa, se calan el uniforme militar de repuesto que lleva el soldado, se tiran al suelo envueltas en una manta o ponchón, y enseguida vaya usted a averiguar por la cara cuál es hombre y cuál mujer entre tanto guainita como va de soldado. Para mayor comodidad de las soldadas, hoy los quepis o gorras de brin tienen unas mangas para cubrir la nuca y el pescuezo en el desierto, siendo como mandados hacer para que ellas puedan esconder perfectamente su apéndice anti-militar, la mata de pelo. Y como hay algunas diablas que hasta se pintan su bigotito, lo que no es extraño atendida la afición que la mujer tiene que pintarse, resulta que ni el demonio sería capaz de dar con ellas. Así es como se van en todos los transportes, por más cuidado que se pone a bordo para no llevar faldas. Así es como también suelen quedar algunas abandonadas, cuando las descubren, en los puertos intermedios en que acontece tocar, pasando las penas del tacho antes de regresar al sur. Pero ellas todo lo componen con sus lágrimas, y no parece sino que con lágrimas se alimentasen, porque al menor contratiempo, vamos llorando la lágrima viva y vamos comiéndola para que no se pierda"41.

Meses después, El Mercurio informaba sobre la insistencia femenina para trasladarse a los puertos del Norte: "Dos mujeres más, disfrazadas de soldados, se embarcaron con los Zapadores. Una de ellas, joven de 14 o 15 años a lo sumo y no mal parecida, se quitó el vestido en el malecón y se metió los pantalones que le pasaron los soldados, luego las demás prendas militares y por último se le iba a cortar el pelo, operación que no se hizo por falta de cuchillo. Creemos más bien que nadie se atrevió a facilitarlo por escrúpulo de conciencia. Pero ella estaba resuelta a todo, porque allí mismo dijo, y parecía decirlo de corazón, que quería ir a padecer por su patria. Otra debe ser sin duda la madre del cordero, o el padre de la cordera, por lo que habría sido más propio dijese como dice Rouget en situación idéntica la cantinera de la "Marsellesa": "Hasta el fin del mundo iré si hasta el fin del mundo vais". Sea como quiera, es lo cierto que aquella varonil muchacha, una vez convertida en "soldada", ya no pensó ni en su madre que quedó en el malecón hecha una Magdalena y dando cada grito que partía el alma. –Y ustedes ¿por qué lloran también? preguntamos a otras camaradas que estaban cargadas de chiquillos.– Por qué ha de ser, porque no nos dejan ir con ellos, y sabe Dios si los volvamos a ver! Mientras tanto los soldados no se preocupaban más que de echar vivas a Chile"42.

Esta treta de disfrazarse de soldado siguió llamando la atención de los periodistas quienes volvían a reseñar cada vez que lo descubrían: "Dos mujeres disfrazadas de soldados y metidas entre los reclutas vimos embarcar ayer. Una de ellas era mujer del pueblo y tendría más de 50 años; la otra, por su aspecto, por su cutis fino y perfectamente conservado, por sus maneras y hasta por el recato con que iba, tratando de evitar las miradas de los curiosos, todo, en fin; demostraba que era una persona decente. ¿Pero cómo perteneciendo a esa clase y siendo lo que se llama una buena moza, iba entre los reclutas y disfrazada de soldado? He ahí el misterio. En vano tratamos nosotros de sondearlo con vivo interés. Todo lo que pudimos notar fue un soldadito como de 15 años que marchaba a pocos pasos de ella y que, como suele decirse, era su vivo retrato. Tal vez aquella madre no ha tenido resignación suficiente para dejar ir solo a su hijo y ha preferido acompañarlo a la guerra"43.

El Mercurio reprodujo un artículo publicado en La Época de Madrid sobre la aspiración de las mujeres de inscribirse en las listas electorales. El periodista español vaticinaba los resultados desastrosos que tendría la participación de la mujer en distintos aspectos que eran netamente masculinos y por ello relacionaba la situación que se crearía con el hecho de que más tarde las mujeres pidieran ser soldados; aquí es donde empezarían los verdaderos problemas. No hay duda que El Mercurio reprodujo este artículo para que las mujeres chilenas tomaran conciencia y no continuaran viajando al Norte: "Supongamos una legión femenina dispuesta a entrar en batalla, hallándose en situación interesante. ¿Qué efectos produciría el primer cañonazo, ese estrépito terrible que impresiona aún a los corazones masculinos mejor templados? Si la emoción adelantara esa crisis maternal, tan ocasionada a contingencias; si un batallón, si una compañía, si una decena siquiera de soldados hembras se vieran de pronto acometidas por dolores de parto ¿ha pensado la redentora de la mujer en el aspecto que ofrecería un campo de batalla en que los cirujanos se codearan con los comadrones, y en que de pronto la fuerza efectiva se aumentará con algunos pequeños seres berreando al recibir el bautismo del fuego? Dejemos pues al sexo femenino fuera de la vida de cuarteles y campamentos. Lo cómico está muy cerca de la trágico y pues la acción femenina es civilizadora y pacífica, eso les basta para influir provechosamente sobre los destinos del mundo. Que sean las mujeres electores y abogados y médicos, pero si por consecuencia han de ser también soldados veamos que sigan como hasta aquí siendo el consuelo y el encanto de la vida"44.

Pero, a pesar de todo, las mujeres continuaron burlando las prohibiciones. Benavides Santos relataba que en diciembre 1880 su regimiento se embarcó en Arica con destino a Lima: "Antes de embarcarnos se dio orden estricta de no permitir a ninguna "camarada" a bordo y se recomendó mucha vigilancia para que no fuera infringida. No obstante, cuando desembarcó aparecieron varias. Yo fui culpable de que una de ellas transgrediera la prohibición. Estando en los botes esperando turno para embarcarnos, veo que un soldado es izado desde el barco con un cable. Creí que no quería esperar por estar mareado e hice que no veía. ¡Era una mujer vestida de soldado! Después lo supe. A otra se la descubrió por una intencionada exclamación de un soldado. Ya había conseguido embarcarse la abnegada y amorosa mujer, con su traje habitual y capote y kepí de soldado, y estaba acurrucada a la vera de su amigo, cuando se le ocurrió acomodarse mejor y estiró las piernas. ¡En mala hora lo hizo!"45.

8. Lo cotidiano de la presencia femenina
en el ejército en campaña

Para los testigos del conflicto bélico que escribieron sobre los acontecimientos, fue algo común la presencia femenina tanto en los campamentos como en los campos de batalla. Así por ejemplo el inglés William Acland afirmó que: "un considerable grupo de mujeres marchaba detrás del ejército, para cocinar y lavar, pero los oficiales me dijeron que su presencia causaba disputas y disturbios, y que no las hubieran aceptado de ser posible su exclusión"46.

Benjamín Vicuña Mackenna relató que después de la toma de Pisagua, el ejército aliado arrancó hacia el interior de la Pampa del Tamarugal y en "la vecindad de Santa Catalina donde amanecieron hambrientas y desamparadas las rotas columnas del ejército (se encontraban) sentadas las mujeres de los soldados en las mulas, de cuyos aparejos habían arrojado los artilleros los cañones"47. El mismo Vicuña Mackenna mencionó que después de la batalla de Tarapacá, el capitán Bernardo Necochea estaba moribundo cuando fue rodeado por 30 a 40 soldados peruanos. "Cuidaba al desvalido capitán una buena mujer, que como un contraste tenía en aquellas horas una criatura en los brazos"48.

Al soldado Hipólito Gutiérrez tampoco le llamó la atención la presencia de mujeres en el ejército; prueba de ello es que lo mencionaba como algo normal y usual: "y así seguimos andando con los carretoneros. Ai (sic) se montaron las mujeres en los carretones"49. Sin embargo, al relatar un accidente ocurrido a un soldado que iba con su mujer afirmó que este "era casado", influido sin duda por la prohibición de llevar mujeres: "el día 26 de noviembre salimos a las 6 de la mañana, los (sic) fuimos en el tren. Llegamos Arica entre las once y las doces (sic). Al parar el tren sucedió una desgracia que se cayó un músico de la banda de arriba que iba encima de la cumbre. Al topón que dieron los carros se saltó para ailante (sic) y cayó entre dos carros encima de los rieles y las máquinas como no paraban bien todavía le cortó las dos piernas y alcanzó hablar algo y se desmayó y no habló más y luego murió que daba lá(h)tima (sic) la mujer como lloraba, porque era casado y a no(so)tros (sic) los (sic) daba lá(h)ma (sic) de ver aquella muerte tan repentina"50.

En diciembre de 1880, estando acampado el ejército chileno en Lurín, en vísperas de la batalla de Chorrillos, el observador francés Charles Varigny contó cómo se organizaron las tropas para iniciar la marcha contra las fuerzas peruanas. En su diario anotó: "antes de levantar el campo los soldados prendieron fuego a las chozas de follaje que por varias semanas les habían dado abrigo. Las mujeres que seguían al ejército, los enfermos y los equipajes, quedaron reunidos en la ribera custodiados por dos compañías"51.

También hablando sobre Lurín, el chileno Daniel Riquelme, corresponsal de El Heraldo, informaba: "allí había un verdadero pueblo improvisado de carpas también improvisadas; parecía que una tribu de nómades acababa de sentar sus reales en el lugar, que se veía poblado de hombres, mujeres, caballos, bueyes, vacas, mulas, burros, cabras, ovejas y hasta perros. Había carpas grandes y las había formadas con mantas puestas sobre fusiles empabellonados o sobre pedazos de caña plantados exprofeso"52.

Arturo Benavides fue testigo del parto de una mujer, hecho que le hizo reflexionar sobre el esfuerzo y abnegación con que actuaron tantas mujeres durante la Guerra del Pacífico. Así relató que en junio 1882 en plena Campaña de la Sierra "a una camarada, mujer de un sargento, una de esas abnegadas mujeres que acompañaron al ejército sufriendo inmensamente más que los hombres, le vinieron los dolores del parto durante la marcha. Su marido la había acomodado en un caballo que era tirado por soldados, que voluntariamente se alternaban. Cuando llegó el momento la bajaron y tendieron sobre algunas frazadas, fue atendida por las otras mujeres. Sobre la criatura no cayó nieve, solo la madre la recibía"53.

En otra parte de su diario, referido concretamente a agosto de 1880, Benavides refirió cómo se desarrollaba la vida en el campamento, destacando que aún hacia esa fecha y a pesar de las prohibiciones: "también habían llegado varias camaradas"54.

Pedro Pablo Figueroa reprodujo un artículo del diario El Atacameño donde se narraba que las mujeres continuaban siendo admitidas en el ejército con el beneplácito de todos sus compañeros: "mujeres: no pocas son las que en busca de sus esposos e hijos, han llegado a nuestro campamento. Bien por los "niños agraciados" pues ellas vienen una vez más a endulzar nuestra vida de campaña"55.

El hecho de que las mujeres siguieran al ejército tan cercanamente fue causa que los partos fueran considerados como hechos usuales comunes y corrientes en la vida de los campamentos. Los relatos sobre ellos abundaron: Vicuña Mackenna detallaba que los partos se realizaban como si las mujeres estuvieran en su hogar: "A la verdad había degenerado de tal manera en una operación simplemente mecánica y doméstica el asedio marítimo del Callao, que una mujer dio a luz un niño, como en su casa, en la isla de San Lorenzo, y los aburridos tripulantes de las naves de Chile, pusiéronle en su árida pila de piedra, como para consagrar su eterno fastidio, el nombre del santo mártir que el peñón recordaba: Lorenzo Bloqueo"56.

Daniel Riquelme relatando el desembarco de los chilenos en Ate, afirmaba: "los soldados saltaban a tierra como si se bajaran del tren del sur, estirando las piernas, reclamando prendas olvidadas en la lancha. Como tiempo había de sobra, comenzaron a bañarse los que sabían nadar, cuidándose poco de las damas que muy de velo y quitasol miraban la escena con todo descanso desde los riscos de la orilla. Por aquí se puede ir sacando la cuenta de lo que es para nuestros rotos eso de invadir pueblos enemigos y marchar por tierras que no conocen en busca de lo que llaman Lima. Veinte señoras camaradas alcancé a contar, que seguían a pie y al rayo del sol las filas del Chillán"57.

El mismo autor, en otra obra comenta que, después de la batalla de Chorrillos, los peruanos habían minado el área que separaba el campo de batalla de la localidad de Miraflores, donde las fuerzas peruanas presentarían la última barrera de contención antes de Lima. Una mina estalló y "un muchacho lloraba a gritos y un coro de mujeres demandaba socorro para él: otra mina le había despedazado horriblemente una pierna. El General58 mientras cambiaba de caballo, ordenó despejar esas alturas, que estaban como el cerro del Parque en una parada de septiembre. Todas las mujeres de la división, sus chiquillos y muchos paisanos, habían tomado allí balcón para contemplar la fiesta, habiéndose venido de Lurín tras las pisadas del ejército en cuanto retiraron la guardia puesta expresamente para contenerlos"59.

Un corto tiempo medió entre la batalla de Chorrillos y Miraflores, en enero de 1881, por lo que los soldados entraron en acción sin levantar el campamento: "dejaron en el fuego sus ollitas, y muchos apenas comieron un camote. Mientras la tropa salía al camino y las mujeres de los soldados quedaron acomodando sus burros para cargarlos con todo lo que acostumbran andar trayendo, tales como útiles de cocina, ropa, perros y otras cosas más"60.

Daniel Riquelme observó las acciones de las fuerzas chilenas que se estacionaron en Arequipa al mando del General Velásquez, y de ellas dejó la siguiente estampa: "a retaguardia del ejército venía naturalmente todo aquello que César llamó impedimenta. Otro ejército pequeño de soldados, paisanos, cantineras, perros, chiquillos, arreos de mulas, trastos, ventas y carros con montañas de equipajes, en cuya cima se balanceaban, como velas en la punta de un mástil, ya la esposa de un sargento, ya la querida de un oficial, confiada a la guarda de ese perro tan fiel como todos los perros juntos: el asistente. Y todo esto hilado cual camino de hormigas; pintoresco y bullicioso al modo de una horda de gitanos que traslada su campamento"61.

Otros testimonios dejaron constancia que, en ciertas ocasiones, la presencia femenina en las fuerzas expedicionarias constituyó un estorbo y también dio lugar a chascarros o anécdotas que demuestran lo común que era la presencia femenina. Por ejemplo, Vicuña Mackenna cuenta que al final de la batalla de Miraflores, los peruanos que arrancaban se dirigieron a la estación y se apoderaron de un tren cargado de víveres. Ante esto los cansados y hambrientos chilenos que los seguían "los atacaron con tal cólera que la máquina tomó el camino de Lima repleto de muertos y heridos. Oíanse claros los alaridos de estos. El avance de esta máquina produjo un nuevo pánico femenino en el campo chileno, como el que ocurriera al principio de la batalla, porque aquellas merodeadoras que obran solo por impresiones y gritos, corrieron otra vez a retaguardia gritando "derrota". Fue necesario que la brigada Gana se adelantara desde Chorrillos con el Buin y el Chillán para cubrir la línea férrea"62.

9. El papel de las mujeres en las campañas

Así como de los testimonios nos consta que, a veces, las mujeres constituyeron un estorbo para el ejército, no cabe duda que en mayor medida fueron una ayuda real: desde lo más doméstico, como cocinar para la tropa de acuerdo con el relato de Benavides Santos, quien recoge que en la ocupación de Lima "a los oficiales se les daba sus raciones en crudo y juntándose varios la hacían confeccionar por un soldado o alguna camarada"63, hasta ser la fortaleza en la que se apoyaban aquellos hombres que estaban lejos de la Patria.

Ambos hechos han quedado plasmados en las biografías de Luis Cruz Martínez, que en marzo de 1882 fue ascendido a subteniente y en tal grado participó de la Campaña de la Sierra. Fue trasladado desde el Batallón Curicó a la cuarta compañía de Chacabuco, 6º de Línea, y se le destinó al pueblo La Concepción de Junín. Allí, 77 chilenos fueron encargados de mantener esta avanzada chilena en medio de la sierra peruana. Uno de sus biógrafos relata que junto a los soldados había "tres bravas mujeres que estaban encargadas de la cocina". Y luego explicaba el porqué de la estancia de aquellas mujeres en ese lugar, afirmando que "habían venido desde Chile acompañando a sus hombres. Junto a ellas correteaba un muchachito chileno de cinco años. Además un amigo que siempre acompaña a nuestro pueblo: un perro. Era un pedazo del hogar modesto llevado desde Chile por alguno de los soldados"64.

La mujer que fue a la guerra no tiene edad. Muchas veces se tiende a pensar que eran muy jóvenes, pero al parecer no siempre fue así. Las mujeres mayores actuaron en diversas ocasiones como verdaderas madres de los soldados, como lo reseña el relato del teniente Benavides Santos. Este se encontraba en la localidad de Cañete, al sur de Lima, aquejado de lombriz solitaria. Allegada a su regimiento había una mujer que tenía fama de curandera: "Al amanecer del día siguiente una de las "camaradas" cuyo nombre creo que hasta había olvidado, que no se la conocía sino con el apodo "La Tunina" que fue quien me dio la receta y velaba celosamente porque la aplicara bien, me presentó otra poción de ricino y me dio prolijas instrucciones sobre lo que debía hacer cuando apareciera "lambrienta", como la llamaba, a fin de que saliera con cabeza. "La Tunina" atisbaba lista para acudir con el tiesto necesario, cuando hubiera síntomas de aparecer la glotona y escondida solitaria; y me repetía por vigésima vez: "no vaya a estar con quitadas de cuerpo, mi teniente, yo soy vieja pa (sic) que me tenga vergüenza"65.

Otro ámbito en el que la mujer desempeñó un papel importante fue en el de cuidar la salud de los soldados. Testimonios sobre este tema son muy abundantes y se reprodujeron en la prensa y en los otros testimoniales. Francisco Figueroa, en una carta a su amigo Elías Roble, dejó un hermoso relato de la ayuda humanitaria que cumplieron la gran mayoría de las mujeres que fueron con los soldados a la guerra. "La organización de los hospitales es dirigida por nuestro comandante Echeverría, que a la postre cayó también enfermo de terciana y de bastante gravedad. Durante la enfermedad fue cuidado con solícito esmero por la esposa del cabo 1º Sixto Latorre, Petronila Zelada. Y a propósito de enfermedades, todos en el Quillota solo tenemos palabras de gratitud por las buenas camaradas que siguieron a este cuerpo sufriendo con paciencia y abnegación las penurias porque pasaba nuestro batallón. Muy útiles han sido los servicios prestados por estas buenas cantineras, principalmente en la costura y aseo de la ropa; pero donde más han demostrado el amor y caridad por sus semejantes, es cuando los quillotanos caían por centenares enfermos del terrible mal, ya dicho; como buenas monjas de caridad atienden con solicitud a los oficiales y tropas enfermos en el cuartel. Las que se han distinguido más en este acto de angustioso sacrificio han sido: la señora Zelada, ya nombrada; Isabel Gómez, esposa del cabo 1º Jesús Varas; Margarita Varas G. hija de estos; Francisca González, mujer del cabo 1º Pedro Acuña; Carmen Briones, ídem del soldado Adolfo López y Dolores Miranda, esposa del ídem Matías Ortega. Los beneficiarios pueden contar mejor los buenos servicios prestados por las camaradas del Quillota; por mi parte les viviré siempre agradecidos, pues todas me han cuidado a mí y a mi hijo Francisco 2º"66.

En otras oportunidades, durante la Campaña de la Sierra, las mujeres sirvieron de ayuda para reconocer y capturar a los montoneros peruanos que atacaban a las fuerzas chilenas. Este fue el caso de dos chilenas que fueron tomadas prisioneras por montoneros en las cercanías del pueblo de Cañete. Se las interrogó acerca de las fuerzas chilenas (emplazamientos, números, armamentos, condiciones, etc.) que estaban apostadas en el pueblo. Luego de varios días lograron escapar de vuelta a su regimiento. Allí el Comandante Jarpa organizó un piquete, al mando del teniente Valenzuela, para encontrar a los captores. El piquete fue acompañado por las "dos mujeres camaradas de nuestros soldados para que reconociesen a los montoneros. Los montoneros al tratar de huir fueron apresados y muertos algunos"67.

Según ciertas informaciones de la época, el General peruano Juan Buendía, Comandante en Jefe de los Ejércitos Aliados de la Campaña de Tarapacá, había tenido una amante chilena, que en la novela de Jorge Inostrosa, Adiós al Séptimo de Línea68, sería Leonora Latorre. Pascual Ahumada reprodujo una información tomada de un periódico boliviano que dio a conocer este hecho cuando comentó las razones de la derrota aliada en la batalla de Dolores o del Cerro San Francisco. El periódico altiplánico enfatizó irónicamente que se sabía "que había un general Buendía, célebre por su constancia en hacer la corte a una chilena de 13 a 14 años, en Iquique, y de la cual se decía que al general le arrancaba hábilmente todos los secretos de la campaña"69.

Alberto del Solar, en su diario de vida escrito durante la guerra, también consignó la amistad de Anita, como era llamada, con el General Buendía, aunque le atribuyó algunos años más: "Los rastros dejados por la permanencia del ejército peruano70 no se habían borrado aún. El más evidente era la desmoralización de las costumbres. Una plaga, plaga en todos los sentidos, de mujeres de mala vida, infestaba a la población. Porta-estandarte de éstas era la famosa Anita Buendía, linda chilena de 18 años de edad, llamada así en recuerdo del famoso general de ese apellido, cuya pasión por la muchacha se hizo célebre, al punto de haberla explotado en descargo de la derrota enemigos políticos de aquel personaje, dentro de su propio país, muy particularmente algunos corresponsales en campaña. Estos aseguraban que Anita era nada menos que espía de nuestro ejército y que el general Buendía, reblandecido por su edad y por los vicios, fue durante largo tiempo su víctima inconsciente. La verdad del caso es que Anita no solo no negaba su antigua relación con el general, sino que se enorgullecía de ella, si bien resultaba innegable también que la chica era digna de su fama. Linda, picaresca, vivaracha y provocativa, hubiera sido capaz de trastornarle los cascos al mismísimo ejército de Godofredo de Bouillón, con toda la austeridad de su destino"71.

10. Epílogo de ciertas camaradas

Las camaradas sufrían no solo los embates de la guerra sino también los impactos que causan las inclemencias del clima y en general la vida en la zona desértica y más tarde de la sierra peruana. Un grupo de soldados salió de Ite72 sin más provisión de agua que la que les cabía en las caramayolas, por error del jefe de la expedición, que no consideró las dificultades que enfrentaría la marcha, especialmente en el paso de la cuesta de Ite, zona de enormes dunas y extensos arenales; la sed hizo estragos entre los expedicionarios y "yacían los cadáveres de unos 15 soldados que al parecer por insuficiencia física, no fueron capaces de resistir. Pero después nos dimos cuenta de que casi todos se habían suicidado. Algunas infelices mujeres, "camaradas", como se las llamaba, que habían partido detrás de la división a la siga de sus hombres, hallaron también en esa dolorosa jornada, una muerte cruel"73.

Las mujeres que murieron durante el Combate de La Concepción (9 y 10 de julio de 1882) dieron tema a innumerables relatos divulgados por los periódicos como por los memoralistas contemporáneos. Cabe destacar que no existe ningún testigo chileno de la acción en La Concepción, ya que todos los oficiales y tropa del Chacabuco, más los acompañantes, fueron muertos por los montoneros peruanos. El asesinato de las tres mujeres no dejó indiferente a nadie por la crueldad con que se hizo. Incluso, Gonzalo Bulnes, quien en su obra clásica no destacó la presencia femenina en la guerra, en este caso sí lo hizo y con todo detalle: "Guarnecía a Concepción la 4ª compañía del Chacabuco, compuesta de 66 hombres con 3 oficiales, y 8 soldados más y un oficial convaleciente de la tifoidea y 3 mujeres que seguían a sus esposos. Una de estas estaba encinta, y su hijo nació durante el combate"74. Bulnes sigue narrando: "el combate de La Concepción no tuvo testigos chilenos porque todos perecieron. Los peruanos que pudieron dar información sobre él, huyeron al saber la aproximación de nuestro ejército y los pocos que quedaron fueron fusilados en el furor de la venganza. La hora no era para oír declaraciones"75. El relato continúa: "Las mujeres fueron arrastradas desde el cuartel, desnudas, a la plaza por la turba lujuriosa y soez y asesinadas y lo mismo que ellas sucumbió despedazado por las salvajes lanzas el niño nacido esa noche"76.

Los hechos acaecidos en La Concepción provocaron una fuerte reacción vengativa. Según Raimundo Valenzuela esta habría sido la razón de la crueldad demostrada por los chilenos un año después en la batalla de Huamachuco: "El recuerdo de la horrible pira de La Concepción, allá en el campo de batalla frente a los victimarios, suscitó un ardiente deseo de morir como los 73 (sic) héroes, o de vengarlos de una manera también horrorosa"77.

11. Esposas e hijas de soldados chilenos
visitan Perú durante el conflicto

En 1880 habiéndose ya conquistado Arica, muchas esposas e hijas de soldados y oficiales del ejército chileno quisieron trasladarse a vivir a Perú para acompañar a sus parientes. José Clemente Larraín, oficial chileno que se embarcó en septiembre de 1880 en Valparaíso, hacia al Norte, refería: "Sobre cubierta algunos bancos y los cables allí arrollados servían de asiento a muchos oficiales de los cuales departían los unos y los más meditaban. Por vez primera aquella tarde subieron al recinto de que venimos hablando algunas mujeres que hacían viaje a Arica, para juntarse a sus padres o esposos, empleados que se establecían ya en aquellas playas conquistadas últimamente por nuestras tropas. Eran por todo 8 personas, entre jóvenes y ya de edad, todas agraciadas y podríamos decir bellas, si recordamos que representaban allí a los seres cariñosos que encerraba el hogar ya lejano"78.

El General Del Canto también recibió la vista de su familia. Estando en Huacho –al norte de Lima–, en mayo de 1881, estampó en sus memorias que "el día 4 recibí un telegrama del Callao en el cual me anunciaban que mi esposa y mis dos hijos habían llegado ese día, de suerte que el 5 me embarqué para el Callao. Efectivamente encontré a mi familia hospedada allí"79.

Al parecer esto se convirtió en una costumbre tan reiterada que el gobierno hubo de tomar medidas para frenar la cantidad de mujeres que querían irse a vivir al Norte. En el Diario Oficial de agosto de 1882 se publicó la siguiente resolución: "Santiago 14 de agosto de 1882: consideraciones de buen servicio han resuelto al Gobierno a prohibir en absoluto que se trasladen al Norte las familias de Jefes, Oficiales e individuos de tropa del Ejército de Operaciones o que desempeñen puestos militares dependientes del General en Jefe de ese Ejército. Ud. en consecuencia ajustará sus procedimientos a esta disposición. Dios guarde a Ud."80.

No solo las mujeres chilenas siguieron al ejército nacional en su campaña en el Norte. También lo hicieron algunas mujeres peruanas y sobre sus andanzas hay testimonios que demuestran que acompañaron al ejército chileno durante la campaña y luego de terminado el conflicto se trasladaron a vivir en Chile: "La compañía del Talca continuó avanzando, pero una peruana llamada Juanita Ramírez que había sido fiel admiradora de nuestros triunfos y que desde el 81 acompañaba al Talca en un puesto parecido al de cantinera, se separó de la compañía, avanzó hacia el bajo, entre una granizada de proyectiles, quitó su ropa al soldado muerto, se la presentó al jefe de la compañía y le dijo: "vea mi capitán, si ese valiente lleva algún papel de importancia que sea una reliquia para su esposa, madre o hermana". Juanita, la fiel compañera del Talca, se encuentra hoy en ese pueblo y lo menos desea es volver al Perú"81.

Otras llegaron a los regimientos chilenos como camaradas, lo que causó el consabido malestar entre las camaradas nacionales. Así sucedió en Pachía, en agosto de 1880: "También habían llegado varias camaradas; y como tales se habían agregado algunas peruanas, que eran muy bien recibidas por la tropa y hasta por los oficiales, con gran escándalo e indignación de las chilenas"82.

12. Reacciones de las mujeres peruanas frente a las chilenas

Muchas de las mujeres que siguieron al ejército chileno durante la campaña tanto en Antofagasta como en territorio peruano, residían con anterioridad en la zona. Esto es posible confirmarlo gracias a numerosos testimonios publicados en periódicos, relatos y censos realizados en la época en ciudades como Iquique y Antofagasta. Esta realidad forma parte del fenómeno acaecido durante todo el siglo XIX de una emigración espontánea por parte de la población chilena hacia la región Norte, principalmente dirigida hacia las provincias de Tarapacá y Antofagasta.

La gran cantidad de población chilena residente en Perú y Bolivia creó antipatía contra ella y fue causa de que fueran frecuentes los excesos contra los connacionales. Desde 1836 hay antecedentes que lo atestiguan, hechos que fueron aumentando a medida que las relaciones entre Chile con Perú y Bolivia se hicieron más tensas en la década del 7083.

Hacia 1873, en Perú se consideraba a los chilenos residentes en dicho país "como huéspedes sospechosos, sobre los cuales debía ejercerse una severa inspección correccional"84. En 1875 se expulsaron desde Lima a 41 chilenos "sospechosos de premeditar algún delito"85.

En Bolivia la "situación era exactamente igual, de lo cual hay antecedentes desde 1845"86; los excesos contra los chilenos se incrementaron a medida que se acercaba el comienzo de la Guerra del Pacífico, y al respecto cabe recordar que del total de la población de Antofagasta en 1879, el 85% eran chilenos.

Los chilenos que permanecieron en Perú, muchas veces tuvieron un tratamiento vejatorio, tanto por parte de las autoridades como de la misma población peruana. Los periódicos chilenos relataron varios de estos casos.

El Constituyente se hizo eco de estos atropellos al contar el caso de una chilena que estando casada con un peruano87 fue tomada presa por la simple causa de ser chilena. El Barbero relataba que hacia noviembre de 1879 la situación estaba tan mal en Perú que hasta "las mujeres se amotinan, invaden las casas de las señoras chilenas. La fuerza pública, siempre los peruanos, hacen el último esfuerzo por conservar los calzones y tratan de impedir los desastres de las mujeres. Pero las mujeres los acometen, les arrebatan los fusiles de las manos y se los quiebran a palos sobre las costillas. ¡Bravas las cholas!"88.

Los Tiempos, por su parte afirmó: "En Lima quedan todavía unas dos docenas de chilenas, que son frecuentemente hostigadas por el pueblo, especialmente por mujeres. El día 19 se asaltó la casa de una de ellas: la policía se presentó a última hora"89. El Mercurio, del 7 de mayo de 1880, reseñaba lo sucedido a una familia cuyo único delito era ser chilena90.

Pascual Ahumada Moreno reprodujo varios documentos que muestran casos de damas chilenas que a pesar de estar casadas con italianos, y por ende haber tomado la nacionalidad de sus maridos, recibieron un trato discriminatorio por parte de la población peruana91.

A otras mujeres se les quitaron sus puestos de trabajo solo por el hecho de tener nacionalidad chilena. Así lo consignó El Mercurio: "Preceptora chilena: "La alcaldía de Lima ha expedido la siguiente resolución: "Lima Mayo 1º de 1879– Apareciendo de los datos suministrados a esta alcaldía y de los informes recibidos del jefe de la sección que la directora de la Escuela Municipal Nº 12, doña Mercedes Rosales, es de nacionalidad chilena, suspéndesele en el ejercicio de su cargo, sustituyéndola la auxiliar de dicho establecimiento. Comuníquese al Señor Inspector de Instrucción, publíquese y archívese. Valle"92.

Al regresar a Chile, muchas de estas mujeres describían "las persecuciones brutales de que han sido víctimas solo por el hecho de ser chilenas. Infelices que han tenido que embarcarse, o que las han embarcado con lo encapullado, sin tener con que pagar el pasaje. Las turbas de cholas de esa escoria que la representación genuina de la canalla peruana por su índole perversa y su conducta desvergonzada, iban a sacarlas de sus propias casas, valiéndose de toda clase de violencia, con escándalo de los extranjeros que indignados presenciaban actos tan inhumanos e indignos de un país medianamente civilizado. Y si no se consumaron mayores inquietudes, fue precisamente por la intervención de los extranjeros, que tuvieron que ocurrir hasta la amenaza para atajar aquel desorden propio solo de un país cobarde y corrompido"93.

Justamente, esta población chilena residente en territorios peruanos o bolivianos, que no regresó a Chile después de la expulsión ordenada por ambos gobiernos, participó activamente en la Guerra del Pacífico. Los hombres se enrolaron en el ejército y muchas mujeres se unieron a la campaña. Un ejemplo de ello fue la famosa Irene Morales, quien residía en Antofagasta en febrero de 1879 y que luego siguió a las tropas chilenas hacia el Norte.

13. El ejército chileno regresa
acompañado de gran número de mujeres

El gran número de mujeres que siguió al ejército durante toda la campaña del Pacífico está graficado en los telegramas y en los periódicos que informaron sobre el regreso definitivo del ejército chileno entre abril y agosto de 1884.

El Mercurio, en abril de ese año, informaba que al parecer este ejército se veía aumentado considerablemente por la cantidad de mujeres y niños que traía: "Según noticias que hemos podido recoger, parece que no quedará en el Perú como se había dado a entender ninguna porción de nuestras tropas. Sin embargo, el ejército no vendrá todo junto. Por motivos económicos el gobierno ha decidido que sea transportado por división más o menos numerosas en los buques de guerra nacionales, y particularmente en los transportes. Si hemos de atender a lo que nos dice una carta escrita por uno de nuestros jefes más caracterizados, cada cuerpo ha agrupado en torno suyo un número cuádruplo de mujeres y niños. Por esta computación a cada 5.000 soldados... correspondería un agregado de 20.000 personas grandes y pequeñas. Puede haber exageración en este cálculo, pero de todos modos, el hecho solo de comunicarse seriamente induce a presumir que nuestros soldados de la campaña tornan en extremo multiplicados. Como es natural que se traigan con ellos a esas mujeres y niños. Y nadie por cierto, se opondrá a que se les dé gusto. Se dice que se nota en el ejército un ardiente y general anhelo de regresar a la patria"94.

Esta información de El Mercurio se vio corroborada por una serie de telegramas enviados al Presidente de la República o al Ministro de Guerra, entre mayo y agosto de 1884. Estos telegramas se guardan en el Archivo Nacional, donde se entregan importantes datos sobre el retorno a Chile, en especial nombre de los buques, puertos de zarpe peruanos y chilenos y número de efectivos militares que transportaba y de civiles que aprovecharon el viaje para retornar a Chile. En ellos se aprecia claramente el alto número de mujeres que viajaron de vuelta desde el lugar de donde zarpaban los barcos, Mollendo, Barrancas, Chorrillos, Arica o Iquique.

Amazonas: zarpó el 3 de mayo, conduciendo a su bordo al Regimiento Granaderos a Caballo, de 352 jinetes, de los cuales 140 estaban enfermos y una Brigada de Artillería, de 289 hombres, de los cuales había 60 enfermos. Viajaban además 300 mujeres y 140 caballos. El barco fondeó el día 8 en Valparaíso.

Chile: partida el 5 de mayo, con el Batallón Talca. Efectivos 662 hombres, además 160 pasajeros entre mujeres y licenciados, más 360 enfermos.

Angamos: partida el 22 de mayo. Efectivos 2 jefes, 27 oficiales, 370 clases y soldados. Además un cirujano, 2 practicantes y 65 mujeres. Total 467 personas. Llegada a Valparaíso el 27 de mayo.

Transporte Angamos: El Batallón Rengo. No hay detalles.

Amazonas: partida desde Mollendo con el Batallón Victoria y el Batallón Lontué. Efectivos del Victoria: 39 jefes y oficiales y 629 clases y soldados. Del Lontué: 40 jefes y oficiales y 501 clases y soldados y 20 enfermos. Además 80 mujeres y niños. Llegada a Valparaíso el 11 de junio.

Transporte Angamos: partida el 6 de junio con el Batallón Carampangue. Efectivos: 33 jefes y oficiales y 577 clases y soldados. Además 66 mujeres y niños.

Laja: partida el 6 de junio desde Mollendo. Con un escuadrón de Cazadores a Caballo. Efectivos 150 oficiales, clases y soldados. Además 10 mujeres y 106 caballos.

Amazonas: partida el 27 de junio con los Batallones Curicó y Aconcagua. Efectivos del primero: 41 jefes y oficiales, 534 clases y soldados y 2 enfermos. Del segundo: 38 jefes y oficiales y 197 clases y soldados. Además 60 mujeres.

Transporte Angamos: partida el 28 de junio desde Mollendo, con el Batallón Coquimbo. Efectivos: 22 jefes y oficiales, 425 clases y soldados y 11 mujeres. Llegada a Coquimbo el 1 de julio.

Cachapoal: partida desde Barranco el 6 de julio, con los Regimientos de Artillería de Montaña N° 1 y 2. Efectivos del primero: 10 jefes y oficiales, 207 clases y soldados y 25 mujeres. Además 64 caballos y 9 piezas. Del N° 2: 9 jefes y oficiales, 183 clases y soldados y 58 mujeres.

Chile: llegada a Valparaíso el 7 de julio con el Batallón San Fernando. Efectivos: 28 jefes y oficiales, 742 clases y soldados. Además 42 oficiales, 30 clases y soldados licenciados de otros Cuerpos y 65 mujeres.

Transporte Angamos: partida desde Chorrillos el 17 de julio con el Batallón Bulnes. Efectivos: 420 hombres, 5 enfermos en camilla y 25 atacados de terciana.

Maipo: partida el 20 de julio con el Batallón Esmeralda. Efectivos: 45 jefes y cirujanos, 760 clases y soldados y 110 mujeres. Además 7 enfermos en camilla y 55 afectados de terciana.

Cachapoal: 16 de julio llegó a Valparaíso, trae 2 brigadas de artillería con 22 jefes y oficiales, 435 individuos de tropa, 100 mujeres, 90 licenciados, 20 enfermos de camilla, 19 enfermos graves, 224 caballos y 24 piezas de artillería.

Transporte Angamos: llegada el 23 de julio a Valparaíso con 28 jefes y oficiales, 422 clases y soldados, 10 enfermos en camilla, 50 licenciados.

Copiapó: el 25 de julio viajaba con el Batallón Maule. Efectivos: 8 jefes, 36 oficiales, 646 clases y soldados y 90 mujeres.

Maipo: fondeó el 29 de julio en Valparaíso conduciendo al batallón Esmeralda con 39 jefes y oficiales, 640 individuos de tropa, 92 mujeres, 22 enfermos, 1 enfermo en camilla.

Transporte Angamos: partida el 6 de agosto con el Batallón Angeles en dirección a Talcahuano.

Amazonas y Cachapoal: llegada a Arica el 6 de agosto con el Batallón Buin, 1 Brigada de Artillería y Escuadrón Carabineros de Yungay. Además 500 mujeres y 200 civiles agregados.

Chile: llegada a Iquique con Batallón Chacabuco el 6 de agosto.

Cachapoal: partida el 7 de agosto desde Iquique con Batallón Concepción y 1 Compañía de Cazadores a Caballo.

Amazonas: partida el 12 de agosto desde Mollendo con Batallón 2° de Línea. Desembarcó en Arica.

Chile: partida el 15 de agosto desde Mollendo con el Batallón Lautaro. Efectivos: 32 oficiales, 662 clases y soldados, 61 empleados de Ambulancia, 209 mujeres, niños y licenciados.

Amazonas: partida desde Mollendo con el Batallón 5° de Línea, Artillería N° 2 y Escuadrón General Cruz. Además 230 mujeres y niños.

Serena: partida el 18 de agosto desde Arica con el Batallón 3° de Línea. Efectivos: 81 oficiales y empleados civiles, 677 clases y soldados, y 197 mujeres y niños.

Vapor "de la carrera": partida el 1 de septiembre desde Arica con el Escuadrón General Cruz. Efectivos: 12 jefes y oficiales, 120 clases y soldados, 1 cirujano, 5 practicantes, 20 mujeres y 130 caballos95".

Si sumamos las cifras entregadas por esta documentación, se llega al siguiente resultado: 12.082 jefes, oficiales, clases, soldados, civiles varones y enfermos; 2.448 entre mujeres y niños lo que da un total de 14.530 personas traídas a Chile, con un 83% de hombres y un 17% de mujeres. Queda claro que al no tener las cifras matemáticas de los viajes del Amazonas y del número de embarques de este navío y otros, los números entregados deben haber sido mayores.

Curiosamente, de todas las mujeres que llegaron procedentes del Norte junto al ejército, no todas eran chilenas. Según un telegrama del 13 de septiembre de 1884, dirigido por la Comandancia de Armas de Cauquenes al Ministro de Guerra, se hacía notar la presencia de mujeres peruanas entre ellos: "Muchas de las mujeres peruanas, que llegaron aquí con el Batallón Maule, desean irse a Valparaíso y solicitan por gracia se les conceda pasaje libre por los trenes del Estado desde Parral hasta dicho puerto"96.

14. A modo de conclusión

La mujer estuvo presente y tuvo participación constante en la Guerra del Pacífico, cumpliendo diferentes roles de acuerdo con su condición y con las circunstancias que le tocaron vivir durante el conflicto.

Las camaradas fueron las mujeres que siguieron a sus maridos, amigos o convivientes que se reclutaron en los regimientos y fueron trasladados al Norte. Junto a ellas también fueron mujeres solas que simplemente quisieron ir al sitio de la guerra. Se embarcaron en gran número en los mismos buques que transportaban tropas, desde los comienzos de la guerra; sin embargo, a los pocos meses se empezaron a ver las dificultades y problemas que entrañaba la presencia de tantas féminas dentro de los campamentos, por lo cual el gobierno emitió una serie de decretos prohibiendo terminantemente el viaje de mujeres en los transportes militares. No obstante, estas disposiciones fueron violadas repetida y sistemáticamente con la ayuda de los mismos soldados, quienes incluso les facilitaban sus uniformes de repuesto para que las mujeres se pudieran disfrazar y así burlar la vigilancia. Por este motivo no es de extrañar la alta cantidad de mujeres que regresaron con el ejército chileno en 1884, al término del conflicto, y que consta en los registros oficiales del gobierno.

Esto motivó que la presencia femenina en los campamentos fuera algo natural para los soldados. Una anécdota que relata el General del Canto en sus Memorias... se enmarca dentro de este contexto: antes de la batalla de Tacna, mandó a su propio regimiento a descansar y sentarse en el suelo para que los demás cuerpos pasasen sin dificultad a integrar la vanguardia; "...próximo a nosotros estaba parado el capellán del Bulnes, reverendo padre Fray Juan Francisco Pacheco, de manta y sombrero, y con la cara amarrada con un pañuelo, de modo que muy bien se le podía tomar por una mujer, a causa de sus hábitos. Con motivo de no estar bien claro cuando las tropas pasaban a vanguardia, un soldado del Atacama, viendo al capellán parado le dijo: "quítese, mi querida compatriota" y agregando a estas palabras un fuerte abrazo y la intentona de darle un beso; lo cual produjo una hilaridad tal entre los jefes, que todavía al cabo de algún tiempo siempre recordábamos el suceso"97.

Aunque la presencia femenina chilena durante la Guerra del Pacífico fue una constante, esto no significa que su papel haya sido trascendental como para haber influido en el triunfo de la contienda. Sin embargo, ha quedado probado que la mujer sí estuvo presente en todo el conflicto y que cooperó y ayudó dentro de los campamentos en la confección de alimentos y arreglo de uniformes de los soldados, que participó en el terreno bélico alcanzando incluso grados militares, y que algunas lograron gran prestigio entre las filas y otras dieron muestras de heroísmo y sacrificio como las chilenas que perecieron en La Concepción. También ellas fueron motivo de conflicto por el aumento de las enfermedades venéreas dentro de los regimientos en campaña, lo que dio lugar a los intentos por parte de las autoridades militares de impedir la presencia de la mujer en los campamentos. Por ello, resulta extraño el hermetismo que frente a la mujer chilena en la Guerra del Pacífico han guardado los historiadores.



1 El presente trabajo corresponde a un capítulo de la tesis Presencia de la mujer chilena en la Guerra del Pacífico, presentada por la autora para la obtención del grado académico de Magíster en Historia, con mención en Historia de América. Universidad de Chile, 1999. Profesor guía: Cristián Guerrero Yoacham.

2 Bulnes, Gonzalo: Guerra del Pacífico, 3 Volúmenes, Editorial del Pacífico, Santiago, 1955.

3 El Ferrocarril, Santiago, 16 de febrero de 1879, 3. Telégrafo de El Ferrocarril entre Santiago y Talca.

Al periodista de Rancagua también le llamó la atención el alto número de mujeres que acompañaba al batallón, porque también lo reseñó: "En Rancagua se preparó comida en el hotel a los oficiales y a la tropa en las diversas fondas. Vienen como 100 mujeres de los soldados". En El Ferrocarril, Santiago, 16 de febrero de 1879, 2.

Sobre esto mismo informaba El Mercurio: "A las once de la noche llegó un tren de Angol, transportando 3 compañías del 3º de Línea bajo las órdenes del Sargento Mayor, don Vicente Ruiz, 8 oficiales, acompañados por 100 mujeres". En El Mercurio, Valparaíso, 17 de febrero de 1879, 3.

4 El Mercurio, Valparaíso, 3 de octubre de 1879, 3.

5 El Mercurio, Valparaíso, 28 de febrero de 1880, 3.

6 El Mercurio, Valparaíso, 20 de febrero de 1879, 2.

7 "Las rabonas en el Rimac". El Mercurio, Valparaíso, 20 de febrero de 1879, 3.

Pascual Ahumada reproduce un artículo de Crónica, del 24 de febrero de 1879, en el cual menciona el embarque del Batallón 3° que tuvo lugar el día anterior "mientras tanto a bordo ya estaba invadida la cubierta del vapor por las camaradas, y sus inseparables niños, por algunos enganchados, por una parte de la tropa". Ahumada, Pascual: La Guerra del Pacífico. Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que han dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1982, I, 88.

La expresión "¡pues noria!" significa "cualquier cosa, asunto o negocio en que, sin adelantar nada, se trabaja mucho y se anda como dando vueltas". Real Academia Española: Diccionario de la Lengua Española, 2 Tomos, Espasa-Calpe, Madrid, 1992, II, 1447.

8 El Mercurio, Valparaíso, 24 de febrero de 1879, 2.

9 Los Tiempos, Santiago, 10 de marzo de 1880, 3.

10 El Ferrocarril, Santiago, 25 de junio de 1879, 3.

11 Se refiere al capellán Florencio Fontecilla.

12 Matte Varas, Joaquín: "Correspondencia del capellán de la Guerra del Pacífico Presbítero Ruperto Marchant Pereira", en Historia Nº 18, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 1983, 354. Carta que le dirigió el presbítero Ruperto Marchant Pereira al Pro Vicario del Arzobispado de Santiago, Jorge Montes, el 18 de marzo de 1879.

13 Cesáreo Aguirre, El Ferrocarril, Santiago, 4 de marzo de 1879, 2.

14 "Cartas del desierto", El Mercurio, Valparaíso, 26 de marzo de 1879, 3.

15 Ahumada, Pascual: op. cit., II, 39.

16 Boletín de las leyes y decretos del Gobierno año de 1879, Imprenta de la República de T. Núñez, Santiago, 1882. Suplemento al Libro XLVII correspondiente al Ministerio de la Guerra y publicado por este departamento, 148. También en Varas, José Antonio: Recopilación de leyes, órdenes, decretos supremos y circulares concernientes al Ejército desde enero de 1878 a fin de diciembre de 1883, Imprenta de R. Varela, Santiago, 1884, IV, 139.

17 Mason, Theodorus: Guerra en el Pacífico Sur, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, Santiago, 1971, 60.

18 Poblete, Rafael: "El servicio sanitario en el ejército chileno durante la guerra del Pacífico, 1879-1884. Datos para la historia de la Medicina en Chile", Revista Chilena de Historia y Geografía, XXXIV, N° 38, 489.

19 Ibid.

20 Sesión ordinaria del Senado del 26 de junio de 1882. Al parecer al comienzo de la Guerra del Pacífico ya existía en la población chilena mucho contagio de enfermedades venéreas y no fue que haya sido causa solo de las mujeres que fueron al norte en seguimiento de sus hombres. Según el acta de la sesión, el senador Vicente Sanfuentes habla sobre la sífilis: "permítame el Senado recordarle que tratándose de reglamentar la prostitución, como la verdadera cuna de la sífilis, el señor Altamirano ha dado a la publicidad el resultado de la estadística, que, con motivo de la guerra con el Perú y Bolivia, ha venido a convencer al país de que un 70% de sus habitantes no pudieron ser soldados a consecuencia de la sífilis. Si un 70% de los hombres que se quería destinar a la guerra no han podido marchar porque notoriamente aparecen sifilíticos, lógico es calcular, por lo menos, en un 10% los que la llevan latente, y ya entonces tendremos 80%, si no se toman medidas dentro de muy poco tiempo apenas podremos contar con un 20% a lo sumo de los hombres que pueden marchar al extranjero a defender el pabellón nacional".

21 Poblete, Rafael: op. cit., N° 38, 484.

22 "La falta de medidas análogas para preparar el puerto de Antofagasta y sus vecindades a recibir por largo tiempo todo un ejército de algunos miles de hombres, hizo que por muy luego aquella tropa comenzara a sufrir las consecuencias de tan graves descuidos. Así la ausencia de control alguno en la prostitución y en el transporte hacia el Norte de mujeres acompañantes de soldados, hizo que pronto las enfermedades venéreas se propagaran en Antofagasta en forma alarmante. Para contener su progresivo desarrollo y los males consiguientes, se ordenó solo en el mes de junio los exámenes periódicos y la retención o aislamiento de las enfermas. Agréguese a esto la llegada al norte de muchos individuos que se engancharon estando enfermos de estos males y que habían carecido de todo examen médico al ser reclutados". Poblete, Rafael: op. cit., N° 38, 486.

23 Serrano Montaner, Rodolfo: Proyecto de reorganización del servicio sanitario del ejército bajo el régimen militar, Memoria de prueba para optar al grado de médico cirujano, Imprenta Nacional, Santiago, 1883, 11.

24 Poblete hizo un recuento de las enfermedades más comunes en el ejército chileno en diciembre de 1879. Entre ellas la que cobraba más víctimas eran las venéreas. Además estableció: "con catarro bronquial 21 soldados enfermos; con disentería 35; con reumatismo 26; con venéreas (varias) 112; y heridos 5". Poblete, Rafael: op. cit., N° 38, 485.

Durante toda la campaña terrestre el hospital militar de Antofagasta quedó funcionando "para recibir enfermos de la costa peruana ocupada por nuestras armas. El establecimiento prestó importantísimos servicios para evitar entre la tropa los estragos de las enfermedades de trascendencia social. La Junta de Sanidad de Santiago, tuvo noticias por diferentes conductos, de que los soldados se encontraban seriamente amenazados por la plaga venérea". Machuca, Francisco: Las cuatro campañas de la guerra del Pacífico, Imprenta Victoria, Valparaíso, 1927, I, 243.

Rodríguez Rautcher reprodujo la lista completa de las causas de licenciamiento que tuvieron los soldados durante la Guerra del Pacífico. Dentro del total que fueron 4.081 estaba especificado "con indicación precisa de la causa": 1.308; por causa genérica de "inutilidad física": 2.185; de causa genérica "por no convenir al servicio": 114; no indica causa: 474. Es curioso constatar que en la nómina de licenciados por la primera causa solo aparezcan con sífilis 44 hombres de un total de 1.308. Ver Rodríguez Rautcher, Sergio: Problemática del soldado durante la Guerra del Pacífico, Impresores Edimpres Limitada, Santiago, 1984, 123-159.

25 Poblete, Rafael: op. cit., XXXV, Nº 39, 478.

26 Castro Espinosa, Guillermo: Guerra del Perú. Diario de campaña 1880-1881. Trascripción y estudios complementarios de Fernando Castro Avaria, Santiago, 1986, 45.

27 Venegas Urbina, Lucio: Sancho en la guerra. Recuerdos del Ejército en la Campaña del Perú y Bolivia, Imprenta Victoria, Santiago, 1880, 231.

28 Machuca, Francisco: op. cit., I, 244.

29 Archivo de Guerra. Subsecretaría de Guerra. Guerra del Pacífico. Legajo 1-529. 1879. Tomo I, Nº 340, Folio 331. También en Ahumada, Pascual: op. cit., VI, 25-26.

El capitán de ejército, Rafael Poblete, coincidiendo con Erasmo Escala, afirmó que la medida de prohibir la presencia femenina en los regimientos "encontró cierta objeción de parte de algunos Comandos que veían en este elemento un auxiliar estimable para acompañar al Ejército como vivanderas o cantineras prestando al mismo tiempo sus servicios en la enfermería particular de los regimientos. Para armonizar estos deseos se decretó que cada regimiento podía ser acompañado de 2 cantineras". Poblete, Rafael: op. cit., XXXIV, Nº 38, 488.

30 Archivo de Guerra: op. cit., I, Nº 199, Folio 332. También en Ahumada, Pascual: op. cit., VI, 26.

31 Idem.

32 El Mercurio, Valparaíso, 8 de marzo de 1880, 2.

33 Ibarra Díaz, Marco: Campaña de la Sierra, Universidad de La Serena, La Serena, 1985, 82. En septiembre de 1881, a los 18 años, Ibarra se enroló en Valparaíso. Previa instrucción militar fue embarcado hacia El Callao siendo asignado al batallón Tacna. El alistamiento de Ibarra motivó a sus progenitores a solicitar el enganche voluntario. El padre fue contratado por 5 años, con un sueldo de $ 30.00 al mes. La madre también viajó al Perú en seguimiento del marido y del hijo, desempeñando para su manutención el trabajo de lavandera de los oficiales del 7º de Línea, al mismo tiempo que arrendaba piezas en una casa ubicada en la calle Rifa, esquina de Sietepecados, enfrentando el puente de Balta en la ciudad de los Virreyes. Ibarra Díaz, Marco: op. cit., Prólogo de Hernán Cortés Olivares.

34 Rodríguez Rautcher, Sergio: op. cit., 25 (Libreta de Ordenes del Batallón Navales. Mayo-Agosto 1879).

35 "Pasajes libres por los transportes del Estado para las mujeres de los soldados". Boletín de las Leyes y Decretos del Gobierno años de 1879 y 1880: op. cit., 250.

36 Rosales, Justo Abel: Mi campaña al Perú, 1879-1881, Editorial de la Universidad de Concepción, Concepción, 1984, 145. Anotación fechada el 12 de octubre de 1880.

37 Rosales, Justo Abel: op. cit., 146. Anotación fechada el 13 de octubre de 1880.

38 El Mercurio, Valparaíso, 30 de abril de 1880, 2.

Rosales hablando del transporte del batallón Aconcagua de Antofagasta hacia el Norte en el vapor Chile, relató cómo la mujer de un soldado retornaba a Chile: "se ordena transportar el equipaje a bordo. En él va mi caja de cuero que yo mando a Santiago con la mujer de Ramos, que va con nosotros a Arica primero". Rosales, Justo Abel: op. cit., 160.

39 Ahumada, Pascual: op. cit., IV, 370. Extraído de carta del corresponsal de El Ferrocarril, Santiago, 30 de diciembre de 1880.

40 Benavides Santos, Arturo: Seis años de vacaciones, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, Santiago, 1967, 29.

41 El Mercurio, Valparaíso, 24 de enero de 1880, 2.

Esta misma noticia la transcribió El Constituyente algunos días después: "El 23 de diciembre de 1879 salieron como 800 hombres a bordo del Aconcagua que es un bonito batallón, 150 de artillería y el resto soldados sueltos o enganchados para diversos cuerpos. Se cree que no vayan en esta semana menos de 20 mujeres o camaradas, llegan a bordo como quien va a despedirse de sus camaradas, maridos o parientes, se mezclan entre la apiñada tropa, se calan el uniforme militar de repuesto del soldado". El Constituyente, Copiapó, 27 de enero de 1880, 2. El hecho también lo mencionó Rosales, Justo Abel: op. cit., 28.

42 El Mercurio, Valparaíso, 15 de abril de 1880, 2.

Esta misma noticia la transcribió El Constituyente: "Dos mujeres disfrazadas de soldados se embarcaron con los Zapadores desde Valparaíso: una de ellas, joven de 14 ó 15 años a lo sumo y no malparecida se quitó el vestido en el mismo malecón y se metió el pantalón que le pasaron los soldados, por último se le iba a cortar el pelo, operación que no se hizo por falta de cuchillo, o más bien porque nadie se atrevió a facilitarlo. La otra era una cantinera". El Constituyente, Copiapó, 19 de abril de 1880, 3.

43 El Mercurio, Valparaíso, 13 de julio de 1880, 2.

44 "Las mujeres soldados", El Mercurio, Valparaíso, 24 de julio de 1880, 2.

45 Benavides Santos, Arturo: op. cit., 102.

46 Acland, William: "Descripción sobre el ejército chileno del Norte", en Wu Brading, Celia: Testimonios británicos de la ocupación chilena en Lima, Editorial Milla Batres, Lima, 1986, 52.

47 Vicuña Mackena, Benjamín: Historia de la campaña de Tarapacá, desde la ocupación de Antofagasta hasta la proclamación de la dictadura en el Perú, 2 Tomos, Imprenta y Litografía de Pedro Cadot, Santiago, 1880, II, 985. (En adelante Campaña de Tarapacá...)

48 Vicuña Mackena, Benjamín: Campaña de Tarapacá..., II, 1165.

49 Gutiérrez, Hipólito: Crónica de un soldado de la Guerra del Pacífico, Editorial del Pacífico, Santiago, 1956, 44-45.50 Gutiérrez, Hipólito: op. cit., 59.

51 Varigny, Charles de: La Guerra del Pacífico, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, Santiago, 1971, 168.

52 Vicuña Mackena, Benjamín: Historia de la campaña de Lima, 1880-1881, Rafael Jover, Editor, Santiago, 1881, 808. (En adelante Campaña de Lima... El despacho de Riquelme a El Heraldo está fechado el 20 de diciembre de 1880.

53 Benavides Santos, Arturo: Op. cit., 201.

54 Ibid. 95.

55 Figueroa, Pedro Pablo: Atacama en la Guerra del Pacífico. Reminiscencias históricas, Imprenta Colón, Santiago, 1888, 86.

56 Vicuña Mackenna, Benjamín: Campaña de Lima..., 834-835.

"El 10 de diciembre de 1880 empezó la marcha de la primera brigada de Pisco a Lurín. El 25 de diciembre arribamos a Chilca durante la noche, una de las mujeres dio a luz felizmente y tuvo que ser cargada el resto de la marcha". Acland, William Dyke: op. cit., 73.

"En el pueblo de San Antonio, la noche del 24, poco antes de partir el ejército, se asistió de parto a una mujer que acompañaba al 2º de Línea. Se le proporcionó camilla, conduciéndola en hombros hasta Curayaco en donde llegamos en la mañana del 25; en el camino se la cuidó con el mayor esmero". Ahumada, Pascual: op. cit., IV, 372.

57 Riquelme Daniel: La expedición a Lima, Editorial del Pacífico, Santiago, 1967. Trascrito por Pinochet de la Barra, Oscar: Testimonios y recuerdos de la Guerra del Pacífico, 177-178. Esto sucedió en Ate, en el sur de Lima, el 9 de enero de 1881.

58 Se refiere al General Manuel Baquedano.

59 Riquelme, Daniel: Bajo la tienda. Recuerdos de la campaña al Perú y Bolivia, 1879- 1884, Editorial del Pacífico, Santiago, 1958, 126-127.

60 Rosales, Justo Abel: op. cit., 214.

61 Riquelme, Daniel: Chascarrillos militares. Recuerdos de la campaña, Imprenta Victoria, Santiago, 1885, 120

62 Vicuña Mackenna, Benjamín: Campaña de Lima..., 1162.

63 Benavides Santos, op. cit., 135.

64 Márquez-Breton, Edmundo: Luis Cruz a la luz de la verdad, Impreso por Adeza Limitada, Santiago, 1984, 57.

65 Benavides Santos, Arturo: op. cit., 219.

66 Figueroa Brito, Francisco: Organización y campaña a Lima del Batallón Movilizado Quillota, Imprenta de El Correo, Santiago, 1894, 134-135. El Callao 20 de febrero de 1881.

67 La Patria, Valparaíso, 24 de noviembre de 1882, 2.

68 Inostrosa, Jorge: Adiós al Séptimo de Línea, Empresa Editora Zig-Zag, 5 Tomos, Santiago, 1955.

69 Ahumada, Pascual: op. cit., II, 156. Versión boliviana del combate de San Francisco y causas que originaron la derrota de los aliados. Artículo publicado en La Democracia, periódico oficial de Bolivia que incluye una carta del doctor Ladislao Cabrera, fechada en San Cristóbal, 12 de diciembre de 1879.

70 Se refiere a Iquique.

71 Del Solar, Alberto: Diario de campaña, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, Santiago, 1967, 65.

72 Ite es una caleta ubicada entre Ilo y Arica.

73 Sienna, Pedro: Recuerdos de El Soldado Desconocido. Episodios de la Guerra del Pacífico que no menciona la Historia, Empresa Zig-Zag, Santiago, 1931, 26. Pedro Sienna en su libro entrevista a un ex combatiente de la guerra, a quien denomina El Soldado Desconocido. Este relata sus experiencias durante la campaña después de 40 años de sucedidos los hechos. Es testimonio de cierta veracidad.

74 Bulnes, Gonzalo: op. cit., III, 157.

75 Ibid., 159

76 Ibid., 160.

Curiosamente el General Del Canto, jefe de la expedición a la sierra en 1882, en páginas 243-247 de sus memorias, relata el desastre de La Concepción, lugar donde llegó recién sucedidos los hechos y no menciona para nada que se encontrara con cadáveres de mujeres. Sí pide de inmediato represalias y ordena ejecutar a todo hombre que se encuentre en ese lugar entre los 16 y los 50 años dejando bien en claro que la pena no se aplica a mujeres, niños ni ancianos. Del Canto, Estanislao: Memorias militares del General D. Estanislao del Canto, Imprenta La Tracción, Santiago, 1927, I, 243-247.

Transcribimos a continuación los relatos más divulgados del combate de La Concepción:

"El combate de Concepción". El Ferrocarril, Santiago, 28 de julio de 1882, 2: "La cuarta compañía del Batallón Chacabuco nos fue a relevar el 9 del presente, y el día 10 nos vinimos a ésta. El mismo día 10, atacaron a Concepción 2.000 indios, entre los cuales había como 300 armados de rifles y los demás de lanza. El combate principió a las 5 de la tarde del día 10 y concluyó el 11 a las 9 de la mañana (sic), hora en que quemaron el último cartucho. Todos quedaron en el campo, desde el capitán hasta el corneta. Las bajas son las siguientes: oficiales: Ignacio Carrera Pinto (quien acababa de recibir sus despachos de capitán); teniente, Arturo Pérez Canto; subtenientes, Julio Montt y Luis Cruz y 70 soldados, que era el personal de la compañía. Ultimaron también a cinco mujeres que acompañaban a la tropa (sic); entre ellas había una recién desembarazada y con mellizos. Los asaltantes se enfurecieron contra estas infelices, sin perdonar a los dos pobres niñitos, a quienes lancearon, juntamente con la madre y sus compañeras de guarnición".

"Después de La Concepción las tres mujeres chilenas fueron arrastradas hasta la plaza. Allí se las desnudó y se las vejó. Luego murieron masacradas por las lanzas y las armas peruanas. El muchachito de 5 años y la criatura de solo algunas horas de existencia también fueron muertos". Márquez-Breton, Edmundo: op. cit., 65-66.

77 Valenzuela, Raimundo: La batalla de Huamachuco, Imprenta Gutenberg, Santiago, 1885, 42.

78 Larraín, José Clemente: Impresiones y recuerdos sobre la campaña al Perú y Bolivia, Imprenta Lourdes, Santiago, 1910, 17.

79 Del Canto, Estanislao: op. cit., I, 150.

80 Diario Oficial de Chile, 21 de agosto de 1882, 5. También en Varas, José Antonio: op. cit., 519.

81 Valenzuela, Raimundo: op. cit., 86.

82 Benavides Santos, Arturo: op. cit., 95.

83 Harris, Gilberto: Emigración y políticas gubernamentales en Chile durante el siglo XIX, Ediciones Universitarias, Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 1996, 93.

84 Ibid., 95.

85 Ibid., 95.

86 Ibid., 97.

87 El Constituyente, Copiapó, 19 de noviembre de 1879, 1, reprodujo la carta de un ecuatoriano a un compatriota, residente en Santiago, en la que le cuenta que presenció el siguiente caso: él tenía como vecinos a un matrimonio, él peruano, ella chilena. El se enferma y tiene que ser internado en el hospital. Un día a ella le pegaron y la llevaron presa, fue acusada de ladrona, y obligada a irse, a pesar que ella alegó estar casada con un peruano, y que tenían tres hijos. "Cuando regresó a su casa encontró a sus tres hijos muertos por el hambre. Obviamente enfermó y el que escribe la está cuidando hasta su regreso a su patria".

88 El Barbero, Santiago, 29 de noviembre de 1879, 1.

89 Los Tiempos, Santiago, 6 de diciembre de 1879, 1.

90 El Mercurio, Valparaíso, 7 de mayo de 1880, 2 "Una familia chilena, la familia Vildósola, llegada a Valparaíso en el vapor Lima, fue víctima a su salida del Perú de atropellos y vejámenes, al jefe de esa familia, don J. Vildósola, se le obligó a salir de aquel país hace algún tiempo, y se vino a Chile dejando a su esposa e hijos en Lima bajo el amparo de las leyes que en todo país civilizado protegen a los habitantes pacíficos... la situación de la familia Vildósola se hizo insostenible y tuvo que pensar en abandonar Lima para dirigirse a Chile. La señora de Vildósola se proveyó de su correspondiente pasaporte y partió de Lima a Ancón con su familia, compuesta de ella y tres hijos, dos mujeres y un niño de 5 años solamente. Les acompañaban además el hijo mayor, de 21 años, el joven portugués don Eduardo Laureiro y don Alejandro Von der Heyde. Llegada la familia a bordo del Bolivia, exigió el capitán del puerto que se le mostrase el pasaporte, y no bien lo tuvo en sus manos, lo hizo pedazos, dando orden terminante de desembarcar a toda la familia, que era acusada nada menos que de portadora de comunicaciones para el enemigo, entre las cuales debían figurar planos de las fortificaciones del Callao. Mientras tanto la familia Vildósola era desembarcada. La familia fue transportada a Lima y conducida al cuartel de policía, en donde se puso a la señora y las niñas incomunicadas unas de otras. Tales han sido los vejámenes que ha sufrido la familia Vildósola por el solo hecho de ser sus padres chilenos, sin que nada valiera la circunstancia de haber nacido y crecido en el Perú los hijos, entre ellos dos niñas, que pasaban por semejante tratamiento".

91 Lima, 8 de noviembre de 1879, "ayer fueron asaltadas, invadidas y robadas en el Callao varias casas de ciudadanos italianos por una reunión de pueblo acompañada de guardias de policía con el pretexto de buscar chilenos. Fueron además extraídas de viva fuerza y horrorosamente maltratadas algunas señoras que son notoriamente ciudadanas de Italia, como casadas ha con italianos". Ahumada Pascual: op. cit., IV, 54. De Rafael Valverde, Ministro de Relaciones Exteriores, al Ministro de Gobierno del Perú, transmitiendo nota del Encargado de Negocios de Italia y el mismo al Encargado de Negocios de Italia.

Carta de Spencer St. John, Ministro británico residente en Lima, al Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, Rafael Velarde. Lima 19 de noviembre de 1879, en la que informa que el 7 de ese mes se produjeron desórdenes "que fueron promovidos principalmente con el objeto de maltratar a unas cuantas mujeres chilenas indefensas. Si la policía hubiera obrado con un poco de energía no habría ocurrido disturbio alguno, y, la verdad, he oído decir de muy buena autoridad, que la policía prestó ayuda al populacho más bien que a los atacados. El día 7 se alzó el grito contra todas las chilenas incluidas las casadas con extranjeros". Ahumada, Pascual: op. cit., III, 74.

Carta de G. V. Viviani al Subsecretario de Relaciones Exteriores del Perú. Lima 5 de enero de 1880, refiriendo el caso de Angelo Baffico cuando el 7 de noviembre de 1879 "una multitud de cerca de 50 personas rodeó tumultuosamente su habitación pidiendo a gritos que les entregase a su esposa por ser chilena y haciendo presente que su mujer no debía ya ser tenida por chilena sino que tenía la nacionalidad italiana de su marido, no obstante lo cual el inspector continuó insistiendo en distraer a la mujer; que no sabiendo ya que partido tomar, hizo fugar a su esposa por el techo y la puso bajo la protección del Consulado americano, contiguo a su casa". Ahumada, Pascual: op. cit., VII, 82.

92 El Mercurio, Valparaíso, 14 de mayo de 1879, 2.

93 El Mercurio, Valparaíso, 26 de noviembre de 1879, 3.

94 "El regreso del ejército", El Mercurio, Valparaíso, 25 de abril de 1884, 2.

95 Archivo Nacional, Ministerio de Guerra, Volumen 1260, año 1884, páginas no numeradas. Algunos de estos telegramas están firmados, otros solo tienen fecha de envío.

96 Ibid. Firma D. Espejo. Se puede leer en el margen superior izquierdo del telegrama lo siguiente: "Se contestó autorizando. 15 de septiembre de 1884".

97 Del Canto, Estanislao: op. cit., I, 100. La anécdota ocurrió en el campamento de Locumba el 16 de abril de 1880.