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antecedentes

En occidente, la tradición circense perduró bajo diferentes formas a lo largo de los siglos, pero no fue sino hasta 1768 en que Phillip Astley, un sargento mayor de la caballería inglesa, inventó el "circo moderno". Este equitador decidió incorporar a las espectaculares y elegantes exhibiciones ecuestres, los números de los tradicionales "saltimbanquis": acróbatas, payasos y maromeros que solían presentarse en plazas y casonas medievales. Esta forma de entretención se esparció rápidamente por el mundo.

Los antecedentes más tempranos del circo en Chile se remontan al período colonial, cuando conjuntos de artistas "volatineros" y "maromeros" se presentaban en las calles, plazas y solares de las grandes casonas, entreteniendo a la sociedad criolla. En 1801 don Joaquín Oláez y Gacitúa, un connotado artista volatinero, acróbata, payaso y titiritero proveniente de Argentina, decidió dotar a la ciudad de Santiago con su primer teatro, el "Coliseo", que serviría para la presentación tanto de obras dramáticas como para las populares exhibiciones de volatines. Con la construcción de este primer teatro, los artistas volatineros se organizaron y durante las primeras décadas del siglo XIX surgieron las denominadas "Casas de Volatín". Similares a las chinganas, las Casas de Volatín albergaron las primeras expresiones de actividad circense en el país.

En 1827 se estableció por primera vez en Chile un circo internacional. El circo inglés de Nathaniel Bogardus permaneció meses frente a la Plaza Victoria de Valparaíso, lo que provocó que la calle fuese llamada "Calle del Circo" (en 1977 pasó a llamarse calle Edwards). Este circo trajo consigo un extraordinario espectáculo ecuestre, grandes números acrobáticos y divertidos payasos que no tardaron en causar un profundo impacto en la incipiente actividad circense nacional, la cual incorporó a sus espectáculos las novedades traídas por los extranjeros.

El circo de Bogardus volvió en 1841, esta vez con un elefante y una gran troupe de monos acróbatas en su elenco. Durante todo el siglo XIX, Chile recibió la visita de varios circos extranjeros que traían diversos animales y renombrados artistas que contribuyeron a que el circo nacional se profesionalizara y desarrollara bajo los modelos internacionales. Ya en 1869, el circo chileno del empresario Julio Quiroz se presentaba en Santiago con importantes artistas, cómodas butacas y las últimas innovaciones en términos de iluminación. En 1875, el circo Bravo deslumbró al público porteño y en 1889, el Gran Circo de Fieras Quiroz incluso contaba con un sofisticado sistema de iluminación, cuando Santiago era apenas débilmente iluminado por faroles de gas.