Historia de Osorno
Víctor Sánchez Olivera
Al trazar el cuadro, bastante completo, de la evolución de la Capitanía General de Chile en sus diferentes aspectos al finalizar el siglo XVIII, lamentábase don Diego Barros Arana, en la Historia General de Chile, de no poder proporcionarlo con mayor exactitud y abundancia de informaciones, por la carencia de materiales documentales y también por la ausencia, casi uniforme, de historias locales correspondientes a ese interesante período del coloniaje. A estas historias, monografías o ensayos, les concedía el venerable historiador una importancia señalada, como fuentes auxiliares, para ahondar en el detalle, en el desarrollo de las poblaciones urbanas y rurales; y de ellas derivaba el conocimiento del régimen de la propiedad y sus consiguientes transformaciones; las vicisitudes de la vida social; los fenómenos de la evolución comercial, agrícola e industrial; en general, el sistema económico, la demografía con sus oscilaciones y a las alternativas, siempre bastante lentas, pero constantes, de las gradaciones de la cultura.
Escribía entonces Barros Arana casi al finalizar el siglo pasado, cuando las historias particulares o locales de las ciudades chilenas apenas comenzaban a aflorar en nuestra literatura histórica. Con el fervor del estudioso que no ha podido completar, como quisiera, la investigación que se ha propuesto, el autor de la Historia General recomendaba, con entusiasmo y vehemencia, la consagración a ese género de trabajos, tan interesante para fomentar la tradición ciudadana, como para iluminar la vida del pasado nacional en una obra de conjunto. Vicuña Mackenna había abierto el camino de aquella literatura histórica particularista, simpática y pintoresca, casi siempre, cuando el autor es dueño de un buen gusto estético, con dos libros que hasta hoy gozan la fama de maestros, la Historia de Santiago y su gemela la Historia de Valparaíso, publicadas poco después de la segunda mitad del siglo XIX. La pauta, el plan, quedó trazada con esas dos preciosas obras, y, luego no tardaron en aparecer valiosas contribuciones que debían ilustrar circunstanciadamente la vida nacional. Los primeros continuadores del género inaugurado por Vicuña Mackenna, si no recordamos mal, fueron José María Sayago, con la Historia de Copiapó, Manuel Concha con la Crónica de La Serena y las Tradiciones Serenenses, Tomás Guevara con la de Curicó, Guillermo Cox Méndez con la de La Concepción, Joaquín L. Morales con la del Huasco, Julio Figueroa con la de San Felipe, et sic de coeteris.
Algunas de estas historias locales han llegado a tener un valor clásico, consideradas desde el punto literario; pero, en general, debe reputárselas atrasadas, como es natural, frente a las nuevas fuentes documentales proporcionadas por la investigación moderna. De ordinario, esas historias están basadas en los antiguos cronistas de Chile, un Góngora de Marmolejo, un Mariño de Lobera, un Alonso de Ovalle, un Diego de Rosales, un Córdoba de Figueroa, un Cosme Bueno, un Carvallo y Goyeneche, un Abate Molina, un Vidaurre, un Olivares, un Pérez García y otros más. Y en esa fuente esencial, cuando la hay, de las actas de los cabildos de las ciudades estudiadas, generalmente perdidas, descabaladas, como pruébanlo las de La Concepción y La Serena, estudiadas sólo en nuestros días por don Domingo Amunátegui Solar.
El campo abierto a la investigación del tema es ahora enorme, y a ello se debe la mejor calidad de tales historias locales. No las citamos aquí porque a nuestro objeto no cuadra el referirnos a ellas, pero debemos expresar, con regocijo, que las aspiraciones de Barros Arana, en gran parte están satisfechas. Hoy las ciudades más importantes de Chile tienen su historia local, bien documentadas en los nuevos archivos, entregados ordenadamente al investigador. En el siglo pasado no fueron estudiados sino por los grandes historiadores del siglo, Amunátegui, Barros Arana y Vicuña Mackenna; los historiadores de ciudades rara vez los explotaron. De los archivos de la Capitanía General, de la Real Audiencia, de los Escribanos, de la Contaduría Mayor, de las Intendencias y Gobernaciones, de las Cartas de Indias, de Claudio Gay y José Ignacio Víctor Eyzaguirre, del Cedulario, Jesuitas y Vicuña Mackenna, en el Archivo Nacional, de Barros Arana y de J. T. Medina en la Biblioteca Nacional, de los Documentos del Arzobispado de Santiago, los cronistas de las ciudades chilenas de nuestro tiempo, han podido extraer las más valiosas noticias, las más singulares informaciones y los datos más preciosos para poder seguir, en un cuadro de conjunto, tal como lo deseaba Barros Arana, la evolución del pueblo chileno en cada uno de los movimientos que le ha impuesto la ley del progreso. Con la acumulación de esos datos y su ordenación metódica, aun cuando todavía no se pueda vislumbrar la ley sociológica que determinó nuestro pasado y las fuerzas que su raíz ha arrojado en el devenir del pueblo, no es ya difícil bosquejarlo en una estampa, por cierto, bien incompleta, pero seguro en los colores de ciertos trazos. Y todavía para la representación de la vida social de las costumbres, tradiciones, creencias y aptitudes de los pueblos, los historiadores locales han disfrutado de una maravillosa información, como es aquella que se encuentra acopiada en las páginas de los viajeros extranjeros que pasaron por Chile en los siglos XVII y XVIII con ojo avizor, dilatada la pupila en la contemplación de un mundo extraño, nuevo para ellos, y que sintieron y comprendieron con criterio distinto al de nuestros cronistas coloniales. El juicio de esos viajeros importa un testimonio ajeno a los sentimientos de amor al terruño, y, por lo mismo, es valioso por la apreciación objetiva y gráfica de la existencia colonial. En nuestras Imágenes de Chile es fácil verificar tal juicio, y establecer cómo las observaciones de los viajeros iluminan el pasado nacional con atisbos, sugerencias y recuerdos, que el historiador no puede despreciar en modo alguno.
La investigación ordenada y sistemática de esos archivos, la discriminación crítica de las fuentes consultadas, sean éstas impresas o manuscritas, en el plan y en el propósito que se ha propuesto, han permitido al Profesor don Víctor Sánchez Aguilera, escribir una historia de la ciudad de Osorno que su autor ha intitulado El pasado de Osorno. La gran ciudad del porvenir.
La obra fue presentada al concurso de carácter nacional auspiciado por la Municipalidad de esa ciudad, y en ese torneo mereció, con toda justicia, el primer premio. Se nos honró designándonos miembros del jurado en aquel torneo, y fue nuestra opinión la de que dicho trabajo con creces satisfacía lo que la Municipalidad de Osorno se había propuesto conseguir para conocer su pasado y su presente. En el informe nuestro decíamos:
Una nueva lectura de la obra del señor profesor don Víctor Sánchez Aguilera, Director del Museo Histórico de Osorno y miembro del Instituto de Conmemoración Histórica de Chile, no nos ha hecho más que confirmar nuestro primer juicio, y aún mejorarlo en sus líneas generales. Diremos ahora, ampliando nuestra opinión anterior, que la exposición es sencilla, clara, de una gran llaneza, porque el autor no ha pretendido hacer obra literaria, es decir, no ha querido manifestar galas de estilo que tan mal se aviene, cuando no nace espontáneamente, en las obras de carácter de investigación que, como la del señor Sánchez Aguilera, en esta etapa de la elaboración del conocimiento histórico, de primera agua, por así decirlo, debe obedecer a una lógica ordenación de los hechos, a una constante discriminación crítica, a la tarea ingrata, pero indispensable, de la erudición que a las veces ahoga al expositor y a quien no tiene una firme voluntad para no dejarse vencer por el peso inerte, frío y muerto de los datos que ahogan al escritor.
El señor Sánchez Aguilera ha sorteado los obstáculos, que debieron forzosamente presentársele, ayudado sólo de su buen sentido. Y ha triunfado. Comprendió su papel de cronista, de expositor, de relator de un confuso pasado histórico, y a la claridad, a la objetividad de los hechos y a la cronología de los sucesos, ha subordinado la acción del relato expuesta escuetamente. Es por esto que su narración se desliza con la mayor sencillez, como ya hemos dicho. Contribuye a mantener la atención y a grabar los acontecimientos narrados la forma en que está distribuido el libro. Pequeños capítulos ilustran una materia, sin recargo de citas, las cuales sólo integran el texto cuando el documento, oportunamente escogido, contribuye al esclarecimiento de una cuestión. Estos capítulos breves, casi todos anexos, y la intercalación de algunas piezas documentales, hacen la lectura de la obra fácil y agradable. Esos documentos transcritos dan la sensación de ambiente. Pero debemos decirlo también: no siempre el autor ha mantenido un invariable método de exposición, porque a las veces introduce materias que, sin ser ajenas, debieran quedar agrupadas en una sección general del libro que pudo ser el de versión general de una época dada, en la que habrían cabido ciertos incidentes que allí entorpecen la narración.
Así está concebida la forma de la obra. El fondo, el que refiere a la investigación, como ya lo hemos dicho, no menciona sino elogios. Fue el pasado de Osorno, como el de todas las ciudades sureñas de Chile, turbulento, ansioso y agitado. Una p..... considerable de su incierta primitiva existencia cae dentro .... período heroico de la conquista. Valdivia, a quien preocupo extender el dominio de su gobernación hasta las regiones .... australes, concibió la fundación de la ciudad en 1553, y des.... a Francisco de Villagra en busca de un terreno adecuado para asentar una población. El terreno quedó elegido, visto por lo .... nos, «debidamente ojeado» como decían los conquistadores. Pero la muerte de Valdivia ese mismo año, debió paralizar la .... Primer contratiempo para dar forma a una idea; primer inte... de fundación también. Don García de Mendoza debía llevar a cabo en los mediados de marzo de 1558. El desarrollo fue ..... to; la riqueza agrícola mantuvo la fundación, y el Monasterio las Isabelas, la Iglesia Parroquial, los Conventos de San Francisco y el de Santo Domingo, dieron fama a Osorno de pueblo .... Un clima suave, un cielo azul, un paisaje encantador, reteni..... los moradores. El terremoto de 1575 la arruinó a los quince de existencia. Segundo contratiempo. El desastre de Curalaba 23 de Diciembre de 1598 -arruinó a Osorno como a todas .... ciudades del norte, hasta Chillán. El cuadro de esos sucesos trágico.
«Este hecho -el desastre de Curalaba en que fue muerto el Gobernador Martín García Oñez de Loyola -fue la chispa que encendió uno de los alzamientos más terribles que recuerda la Historia Chilena», escribe el señor Sánchez Aguilera.
«Todas .... florecientes ciudades del sur -continúa- fueron cayendo, una a una, bajo el arma implacable del indio, o el fuego incendiario. Y así desaparecieron: Santa Cruz de Coya, Angol, Imperial, Valdivia y la heroica Villarrica, de la cual no salvó un solo defensor... Es interesante recordar las fechas en que estos acontecimientos transcendentales se fueron sucediendo: 7 de marzo 1599, despoblación de Santa Cruz de Coya.- 24 de noviembre de 1599, incendio y destrucción de Valdivia. Murieron ahí más de cien españoles y fueron tomados prisioneros por los indios más de cuatrocientas mujeres y niños, también españoles.- 5 de abril de 1600, despoblación de Imperial.- 18 de abril de 1600, despoblación de Angol.- 7 de febrero de 1602, fin de la defensa heroica de Villarrica, que había durado más de tres años, y en la que todos murieron».
Antes, el 20 de enero de 1600, había sido Osorno incendiada totalmente por las huestes embravecidas de Pelantaro. Una resistencia heroica, epopética, se mantuvo allí sobre las ruinas humeantes. El 15 de marzo de 1604 la ciudad fue despoblada. Su recuerdo pasó a ser como una sombra:
«Este país -dice el cronista Córdoba- quedó tan impenetrable, que de presente no habrán diez españoles que la hayan visto, tal es la fuerza o terquedad». |
Desapareció envuelta en la leyenda.
Tales fueron los orígenes de la ciudad osornina. Las conversiones de indios habían de darle origen a nueva vida. El Gobernador don Ambrosio O'Higgins sería su segundo fundador, «su obra maestra, la que más quiso y la que más amó». A partir desde entonces, con circunstancias varias, no ha dejado de florecer. Este período de la repoblación lo estudia el señor Sánchez Aguilera con especial acucia; añade antecedentes nuevos, y presenta un cuadro muy completo de él. Iguales son los que se refieren a la Independencia y Colonización; nutridos de datos son los que abarcan los años comprendidos entre 1850 y 1900, que el autor llama El despertar, y en el que la figura señera de Vicente Pérez Rosales se destaca nítida como un soberbio organizador. Por último, la parte que el señor Sánchez Aguilera intitula La Luz, es la historia contemporánea de Osorno a partir de 1900 a 1946. La visión del pueblo es así completa, completísima.
¡Trabajo bien logrado el suyo! Le hace honor a su autor y a la bella ciudad osornina, que más de algún recuerdo evoca al autor de estas líneas por haber sido uno de sus antepasados, el Coronel de Ingenieros Militares don Manuel Olaguer Feliú, su primer Gobernador y quien impulsó con entusiasmo y dedicación la repoblación de la gran ciudad.
No es fácil que los habitantes de un pueblo puedan emitir un juicio exacto sobre la impresión que su propia ciudad pueda causar a los extraños.
Los turistas, generalmente, enfocan los lugares que recorren bajo determinado aspecto.
Debemos recurrir entonces a la opinión de la gente culta y de estudio, que analiza material y espiritualmente a los pueblos.
Hermoso es el retrato que, sobre Osorno, ciudad del porvenir, hizo la intelectual argentina Concepción Ríos en 1936:
Por su parte, el ameno periodista Carlos Varas, que firmaba bajo el seudónimo de Montt-Calm, dijo sobre «Las ciudades de Chile», en El Mercurio del 18 de septiembre de 1910:
Esta ciudad, tan bellamente descrita en las líneas anteriores, se encuentra ubicada a 40 grados 35' de latitud sur y 73 grados 10' de longitud, a 25 metros sobre el nivel del mar. Dista de Santiago, por vía férrea, 953 km, y 127 de Puerto Montt, término del ferrocarril del sur.
Es la capital de la provincia de Osorno, creada por Ley N.º: 6.505, de 19 de enero de 1940.
A fines de la época colonial el país se hallaba dividido en dos Intendencias: Santiago y Concepción. A esta última, dependiendo en forma directa de la plaza militar de Valdivia, y cuyo Gobernador era nombrado por el Rey, pertenecía Osorno.
El nombramiento directo no impedía que el jefe valdiviano estuviera sometido a la autoridad del Intendente de la provincia sureña.
Llegado el período republicano, la ciudad perteneció al llamado «Gobierno de Valdivia», cuya jurisdicción se extendía desde el límite sur del departamento de Concepción hasta los confines del Estado. Osorno era una «Delegación», que se reducía al recinto del puerto y su castillo, y estaba al mando de un gobernador especial.
La Ley de 30 de agosto de 1826, que dividió al país en ocho provincias, convirtió el Gobierno de Valdivia en las provincias de Valdivia y Chiloé. Formaban parte de la primera las delegaciones de Valdivia y Osorno, a las cuales se agregó, en 1827, la de La Unión.
Por Ley de 22 de octubre de 1861 el departamento de Osorno pasó a formar parte de la provincia de Llanquihue, creada con esa fecha.
En 1928, la nueva división política establecida durante el gobierno del presidente Ibáñez, redujo el número de provincias, y determinó que el departamento de Osorno pasara a depender nuevamente de la provincia de Valdivia.
Finalmente, la Ley de 19 de enero de 1940, creó la provincia de Osorno, de la cual la ciudad de igual nombre fue designada capital.
Hace cincuenta años, en 1895, su población, según el censo general de la República, ascendía a 4.667 habitantes. Al cumplirse ciento cincuenta años de su repoblación, 13 de enero de 1946, se albergan bajo sus techos más o menos 30.000 habitantes, ya que el último censo, 1940, le asigna, 27.235.
A pesar de estar situada en una región esencialmente lluviosa, la ciudad de Osorno no tiene las grandes precipitaciones de Valdivia y Peulla, por ejemplo, y ello se debe a que se encuentra situada en los históricos «llanos», donde el pluviómetro marca solo 1.200 milímetros de agua, mientras que en los lugares altos antes citados alcanza a 3.100.
Con respecto a sus producciones, «el solo departamento de Osorno produce la cuarta parte de las vacas que pueblan todo Chile». (Walterio Meyer.- El problema de la invasión del bosque en el sur de Chile).
En relación con las siembras y cosechas, «los agricultores de esta provincia han venido superando de año en año los rendimientos obtenidos hasta alcanzar en la presente temporada (1945) el respetable récord de 21,3 qqm. por hectárea como promedio del área que se dedica a este cultivo (trigo) en la provincia». (Informe Servicio Genética Inspectoría de Osorno).
La Sociedad Agrícola y Ganadera de Osorno (Sago) dice en su Memoria del mismo año:
De las estadísticas se desprende que la provincia de Osorno ha batido el récord de rendimiento medio por hectárea durante los últimos años entre las provincias de mayor producción de trigo del país. En una cosecha total de 9.500.000 qqm. en 1944, a las provincias trigueras del sur (Cautín a Chiloé), corresponde más del 30%. La mayor intensidad de dicha producción se concentra en Osorno y Llanquihue.
Y, para terminar la breve presentación general que hacemos de la ciudad cuya historia expondremos a continuación, diremos que Osorno es el centro de turismo de la región que se extiende desde el río Bueno hasta el golfo de Reloncaví.
La naturaleza ha obrado con mano pródiga al dotar a esta zona de campos ubérrimos y de lagos y volcanes de belleza incomparable.
Las facilidades naturales han sido ampliamente aprovechadas por hombres de esfuerzo, que harán de Osorno una ciudad grande, hermosa y ejemplo de actividad y pujanza.
El Conquistador don Pedro de Valdivia había resuelto fundar una ciudad en la región en que después se levantó Osorno, a la que habría dado por nombre el de su mujer, doña Marina de Gaete.
Para realizar esta empresa comisionó a su compañero de conquista, el Teniente General don Francisco de Villagra, el que acompañado de 60 hombres llegó a determinar aún el lugar en que se fundaría la nueva ciudad. Esto sucedía a fines del año 1553.
Desgraciadamente, el inesperado y trágico fin del Conquistador, acaecido a fines de ese año, echó por tierra el plan de fundación, pues Villagra debió trasladarse rápidamente al norte a fin de hacer frente al levantamiento indígena.
Si es efectivo que don Francisco de Villagra recorría, a fines de 1553, esta región, y tenía el propósito de fundar en ella una nueva ciudad, no es menos cierto, como lo probaremos más adelante con varias citas, que la repentina muerte de Valdivia impidió la realización de este plan. Villagra, en su viaje al sur, alcanzó primero hasta el seno de Reloncaví, y aún no llegaba de regreso a los terrenos de la futura ciudad cuando supo la muerte del Gobernador.
Numerosos historiadores antiguos y modernos, de los cuales sólo citaremos la obra que confirma nuestra aseveración, así lo establecen.
Entre ellos tenemos a Góngora Marmolejo, contemporáneo de aquellos acontecimientos, en su Historia de Chile (pág. 44); a Barros Arana, en el tomo II de su monumental Historia (pág. 17); a don Crescente Errázuriz, en «Chile sin Gobernador» (pág. 2); a Thayer Ojeda, en «Las Antiguas Ciudades de Chile» («Osorno»); etcétera.
Pero en los Documentos Inéditos coleccionados por don José Toribio Medina, es donde a cada paso encontramos declaraciones de testigos que permiten establecer, con claridad absoluta, que la ciudad no fue fundada, no alcanzó a ser fundada, en tiempos de Valdivia.
Durante la Conquista, era costumbre que todos los conquistadores, de cualquier rango que ellos fueran, hicieran valer sus méritos en «probanzas de servicios» en las cuales referían con detalles las diferentes operaciones en las que les había correspondido actuar.
Y es en ellas, principalmente las contenidas en el tomo XVII de los Documentos inéditos, donde encontramos totalmente aclarado este punto de la historia de Osorno.
En la probanza de servicios del capitán Pedro de Soto (tomo XVII, página 346), regidor de la ciudad de Valdivia y jefe de los cuatro emisarios que vinieron inmediatamente después de la muerte de don Pedro de Valdivia en busca de Villagra, aparece repetido muchas veces, en declaraciones de testigos, que Villagra no alcanzó a fundar la ciudad que habría llevado el nombre de Santa Marina de Gaete (aunque el verdadero nombre era Marina Ortiz Gutiérrez).
Por ejemplo, Toribio de Cuevas dice: «porque se quería por allá poblar un pueblo».
Alonso Corral, que andaba en el grupo de sesenta hombres que acompañaban a Villagra, agrega: «estando conquistando la tierra e buscando sitio para poblar una ciudad»...
Jerónimo Núñez declara en 1575:
Todos los demás testigos invocados por Pedro de Soto confirman, más o menos en iguales términos, lo que se trata de probar.
En consecuencia, Osorno no fue fundado en tiempos de don Pedro de Valdivia, siendo entonces su primer fundador don García de Mendoza.
Antes de referirnos a las actividades de don García, relacionadas con la fundación de Osorno, dejaremos establecido el porqué omitimos el apellido Hurtado, con que muy a menudo se le designa.
Don Crescente Errázuriz dice, a este respecto, en la obra que dedica a don García:
Es sabido que don García, al ser nombrado Gobernador de Chile, por su padre, Virrey del Perú, se dirigió directamente al sur de nuestro país, haciendo una breve escala en Coquimbo.
Llegó a la bahía de Talcahuano en los primeros días de julio de 1557 y, después de repoblar la ciudad de Concepción, el 6 de enero de 1558, y fundar Cañete, el 19 del mismo mes y año, se dirigió al sur del país, siguiendo la ruta que pasaba por La Imperial. Este recorrido es el que ha cantado en inmortales versos el gran Ercilla.
En su viaje al sur, determinó don García el lugar en que, a su regreso, fundaría la nueva ciudad.
Hasta el río Rahue su viaje se hizo sin mayores dificultades, pues, si es verdad que en esta zona no había ciudades, en cambio había encomenderos españoles, tal como Nieto de Gaete, hermano de doña Marina, que deben haberle dado facilidades, cuando menos para el cruce de los numerosos ríos que debieron atravesar. Nieto de Gaete estaba establecido en los terrenos del actual Osorno, ya que era propietario de la Isla Nieto de Gaete, que abarca el sector comprendido entre los ríos Bueno y Rahue.
Don García de Mendoza inició su regreso desde el Seno de Reloncaví, pues es casi seguro que no alcanzó hasta la isla grande de Chiloé, el 1.º de marzo de 1558, al día siguiente de la fecha estampada en una de las estrofas del poema de Ercilla, y que el poeta grabó en el tronco de un árbol.
Como hemos dicho, en este viaje de regreso fundó la ciudad de Osorno.
¿Origen del nombre? Repitamos lo que dice al respecto Pérez García, citado por Gay:
«Había cumplido con la casa de su padre llamando Cañete de la Frontera a la ciudad que pobló en Tucapel, y no quiso olvidarse de la de su abuelo, el conde de Osorno». |
La ciudad de Osorno no fue fundada el 27 de marzo de 1558, como lo han dicho algunos historiadores y cronistas.
Don Crescente Errázuriz dice al respecto:
«Mariño de Lobera, libro II, cap. X, escribe erradamente que la fundación de Osorno se hizo el 27 de marzo». |
Agrega don Crescente, que con tanta paciencia y minuciosidad sigue la marcha de los personajes y hechos de la Historia, que el 20, a más tardar, don García ya estaba en Valdivia. Luego agrega:
«A mediados de marzo debió, en consecuencia, de fundarse la nueva ciudad». |
La fecha del 27 la acogieron algunos gobernantes e historiadores, tales como don Juan Mackenna y don Tomás Thayer Ojeda, aunque este último admitió posteriormente que casi todas las fechas fijadas por Mariño de Lobera son inexactas.
La obra histórica de este soldado, Crónica del Reino de Chile, fue revisada y completada después, a petición de don García de Mendoza, ya Virrey del Perú, por el padre jesuita Bartolomé de Escobar, a fin de que en ella reparara el olvido, que de su persona, había hecho Ercilla.
Las fechas de esta obra, dice don Crescente Errázuriz, «son todas o casi todas erradas y arbitrarias, puestas años después, hijas quizás del deseo de autorizar el relato, de seguro fundadas sólo en engañosos recuerdos del cronista o en cálculos antojadizos del corrector de sus manuscritos».
Más adelante don Crescente agrega:
Por todo esto, y ya que en su carta del 20 de abril de 1558, en que don García comunicaba al Rey la fundación de Osorno, no indica la fecha de este acontecimiento, debemos conformarnos con saber solamente que la ciudad fue fundada «a mediados de marzo».
Para finalizar, agregaremos una reflexión nuestra.
Don García de Mendoza, en su viaje al sur, pasó por la región de Osorno, según la opinión de distinguidos historiadores el 15 ó 16 de febrero, y llegó a Tautil, frente a la isla puluq... término de su recorrido, el 26, es decir que, a pesar de todas las penalidades y desorientaciones que cuenta Ercilla en su poema emplearon sólo diez días.
Seguramente partieron de regreso al día siguiente del ... de febrero, en que el poeta grabó su famosa estrofa, es decir, el 1.º de marzo, y siguieron un camino mucho más fácil que ... la ida.
En consecuencia, lo lógico es que no podían haber empleado casi todo el mes de marzo para llegar al lugar en que se levantaría Osorno, y como el acto de fundar un pueblo se concretaba a una simple ceremonia, se confirma la creencia del señor Errázuriz de que la nueva ciudad debe haberse fundado a mediados del mes.
Las primeras autoridades locales fueron las siguientes:
Corregidor, que era el representante del Gobernador, el licenciado Alonso Ortiz.
Alcaldes ordinarios, Diego Nieto de Gaete y Francisco de Santiesteban.
Escribano público y de Cabildo, Francisco de Tapia.
El primer párroco fue, posiblemente, Fray Antonio Rondón.
Con respecto a las características especiales de la región, don García de Mendoza dice en su Relación de 1559:
«Poblé la ciudad de Osorno, que es una de las buenas de toda aquella tierra, por ser villa más de 80.000 indios y tener ochenta vecinos y ser muy fértil de comidas y muy más de oro». |
Don Miguel de Olaverría, en un informe sobre el Reino de Chile, fechado en 1594, describe así a Osorno:
El lugar era llamado por los indios Chauracaví (reunión de murtas).
Con respecto a la raza indígena que poblaba los territorios ubicados entre el río Toltén y el golfo de Reloncaví, debemos recordar que los indios de esta región eran designados con el nombre general de huilliches (gente del sur), separados de sus hermanos de origen, los picunches (gente del norte), que vivían al norte del río Itata.
Estos dos grandes grupos formaron uno solo hasta la llegada de los araucanos, gente guerrera que vino de las pampas argentinas, y que, introduciéndose a manera de cuña, desplazó al pueblo aborigen hacia el norte y el sur.
La comprensión obrada en ambos sentidos, hizo que, sobre todo en el sur, la densidad de la población fuera notable. Así es como podemos ver que los indios de la región de Osorno fueron designados con el nombre particular de «cuncos», palabra que significa racimo, aludiendo posiblemente, según lo hace notar don Ricardo E. Latcham en su obra Prehistoria Chilena, a la aglomeración, de la gente establecida aquí.
Esta abundancia de población hizo que poco a poco los indios sureños fueran emigrando hacia el sur, y los obligó aún a cruzar el canal de Chacao a fin de establecerse en la isla grande de Chiloé y otras pequeñas del archipiélago.
La antigua ciudad de Osorno logró adquirir en el curso de sus 45 años de vida bastante actividad agrícola, comercial e industrial, en relación con la época. Baste decir que tuvo hasta fábricas de paños y lienzos y casa y fundición de monedas. Briseño, en su obra Antigüedades Chilenas, dice que ahí «se cuñaba el celebrado oro de Ponzuelo», famoso mineral situado en las cercanías de Osorno.
Se presume que Ponzuelo coincide con el lugar denominado actualmente Millantúe (cerro de oro) ubicado al oeste de Ri... chuelo, y donde ahora en las vegas del río y en la montaña virgen, es posible observar miles de pozos que los españoles, ...... medio de los indios, perforaron hasta la capa aurífera.
Con respecto a molinos, al principio no los hubo y, según cuenta en 1563 el conquistador don Juan de Reinaga, que fue capitán de la ciudad de Osorno y teniente de Gobernador de don Francisco de Villagra:
El capitán Reinaga, que hemos citado en el capítulo anterior, dice que «hizo que se aderezasen la puente del río de esta ciudad y caminos reales».
Sin duda que una de las primeras preocupaciones de los españoles tuvo relación con estas actividades, indispensables para la vida y desarrollo de un pueblo.
Los cronistas e historiadores han establecido que Osorno antiguo dispuso de un camino regularmente acondicionado que lo puso en comunicación con Maullín, pasando por el fuerte de Maipué, y que fue éste el camino que seguramente siguieron al tiempo de la despoblación y huida al sur.
Con respecto a los medios de transporte, la escasez y carestía de los animales hizo que los infelices indios desempeñaran el papel de bestias de carga. Recuas de aborígenes movilizaban a lo largo de los primitivos y difíciles caminos los elementos que los pueblos necesitaban. Y no era raro ver a estos infelices con sus espaldas heridas por el roce de los pesados fardos. Sólo después de 1559 el Licenciado Santillán fomentó el empleo de caballos y aparejos, «que no sabían antes qué cosa era».
González de Nájera cuenta la horrible mutilación a que eran sometidos los indios a fin de dificultar posibles conatos de fuga: les cortaban los pies poco más arriba del nacimiento de los dedos con un cincel golpeado a martillo, llamado pujavante. Se completaba esta dolorosa operación, que los indios resistían estoicamente, haciéndoles meter los pies en una caldera con sebo hirviendo.
La navegación de los ríos suplió la escasez y dificultad de los caminos terrestres. Hay constancia de que en aquellos tiempos la desembocadura del río Bueno no presentaba los inconvenientes que en la actualidad.
Greve, en su obra ya citada, tomo I, página 365, dice al respecto:
Los principales edificios eran los templos, de los cuales había varios.
La Iglesia Parroquial estaba situada frente a la Plaza, y un poco más al norte de donde se encuentra actualmente.
Había en Osorno conventos de San Francisco y de Santo Domingo. En esos tiempos los Jesuitas no tuvieron iglesias en el sur de Chile, aunque hubo misioneros, entre los cuales debemos contar al P. Luis de Valdivia. Tampoco hubo convento de Agustinos, los cuales sólo tuvieron casa en Valdivia, antes del levantamiento general de fines del siglo XVI. Los Mercedarios eran sólo capellanes del Ejército.
Los Franciscanos, doctrina de San Cosme y San Damián, establecida en 1565, por el P. Juan de Ibarguen, tenía su templo en los mismos terrenos que poseen hoy. La manzana del Convento Franciscano era la última que tenía el pueblo al costado oriente, y al sur de ella también había despoblado.
El Convento de Santo Domingo limitaba igualmente el pueblo, pero por el costado poniente, pues ocupaba la manzana que va a terminar ahora en la línea férrea y que comienza en la esquina que forman las calles Ramírez y Bulnes; pero esta manzana se prolongaba casi en media más hacía el centro del pueblo, dejando la próxima a la plaza sólo de media cuadra hacia abajo.
Existía un cuarto lugar destinado al culto: la Capilla de Nuestra Señora del Socorro, que un vecino acaudalado, llamado Rodrigo de los Ríos, mandó construir, y cuya festividad fuese el Día de la Expectación. Estaba situada muy cerca del convento de Santo Domingo, en la actual calle los Carrera, y cerca de la línea férrea.
A propósito de estas donaciones cuantiosas, corrientes en aquella época en lo relacionado con el culto, es interesante hacer notar que Osorno nació a la vida con la fama de un pueblo rico. El cronista colonial Córdoba y Figueroa cuenta en su Historia de Chile que el hermano de doña Marina de Gaete, Diego Nieto de Gaete, que fue uno de los primeros propietarios de esta región, dio por testamento 27 mil pesos «de buen oro» a tres mil indios de encomienda, y quedó «un opulento residuo para su familia. Se comprende que el «residuo» aquel no debe haber sido tan modesto cuando a los pobres indios les tocó, considerando la época, una cantidad tan subida.
Osorno tuvo el privilegio de contar con el primer, o segundo, monasterio de monjas creado en Chile, el Monasterio de la Buena Enseñanza, más comúnmente llamado de las Isabelas. Parece que ya había otro monasterio semejante en Chile al tiempo de crearse el de Osorno: el de Santa Clara, en Imperial.
El Padre Roberto Lagos, en su Historia de las Misiones del Colegio de Chillán, nos da interesantes datos sobre las Isabelas, ya que en la Biblioteca Barberini de Roma encontró un Memorial del Provincial de los Franciscanos de Santiago dirigido al Comisario General de Indias.
El Monasterio se fundó en el mes de agosto de 1571, y su nombre vulgar de las Isabelas nació del hecho de haberse reunido tres señoras de ese nombre: doña Isabel de Landa, doña Isabel de Palencia y doña Isabel de Jesús, ancianas y viudas las dos primeras, y sobrina de la señora Palencia la última.
Se reunieron en un principio para llevar una vida de aislamiento y de piedad, y sólo algún tiempo más tarde se les reconoció el carácter de congregación. Su primer director espiritual fue el Padre Juan de Vega.
Eligieron por titular a Santa Isabel. Dice el P. Lagos:
Después del abandono de Osorno, en 1604, fueron llevadas a Santiago, y son las actuales Monjas Claras, pues inmediatamente que llegaron a su nueva residencia cambiaron la advocación.
Estas siervas del Señor tuvieron que sufrir lo indecible durante los años que luchó Osorno, antes de ser abandonado, y el hecho del rapto de una de ellas, acaecido durante un gran asalto de los indios, dio tema a don Salvador Sanfuentes para escribir su hermoso poema «Huentemagu».
Durante la defensa desesperada y heroica de este pueblo, miles de indios lo asaltaron en una noche tempestuosa. Cuando invadieron el convento, la providencial caída de un rayo los ahuyentó. Pero uno de ellos no perdió la calma, y se llevó a la flor del monasterio, Sor Francisca, en el mundo doña Gregoria Ramírez.
Con respecto a la suerte que tuvo en el cautiverio Sor Francisca, estimamos mejor reproducir lo que, al respecto, dice el P. Lagos, que estudió este asunto de primera mano:
Se nos perdonará que hayamos dado, tal vez, demasiada extensión al punto del Monasterio de las monjas osorninas, pero, aparte de que este episodio novelesco fue uno de los principales acontecimientos en la monótona vida de este villorrio colonial, que dio motivo aún para un hermoso poema, fue comentario obligado de todos los cronistas de la época.
La tranquila vida del primer Osorno se vio trastornada el 6 de diciembre de 1575, «hora y media antes de la noche».
Valdivia y ciudades australes fueron destruidas por un terremoto y maremoto. La mayoría de las casas de La Imperial, Villarrica, Valdivia, Osorno y Castro quedó reducida a escombros.
La fuerza del sismo fue tan grande, que un derrumbe cerró el desaguadero del lago Riñihue, dique que cedió en abril del año siguiente, inundando en forma desastrosa una extensa región.
Los daños incalculables ocasionados por el sismo fueron reparados con la cooperación del Gobernador don Rodrigo de Quiroga y del Obispo de La Imperial, Fr. Antonio de San Miguel.
Refiriéndose al terremoto, el Gobernador Quiroga decía al Rey en carta fechada en Santiago el 2 de febrero de 1576:
En 1862 don Guillermo Frick, jefe de ingenieros de la provincia de Valdivia, ocupado en el reconocimiento y mensura de las tierras baldías, recorrió, entre otros, los terrenos ubicados entre tierras baldías, recorrió, entre otros, los terrenos ubicados entre los lagos Riñihue y Panguipulli y expresó la opinión de que los dos lagos antes mencionados habían formado, aun en épocas posteriores a la conquista española, una sola masa de aguas, separadas después por un gran cataclismo.
La opinión del señor Frick es confirmada por don Ernesto Greve en su biografía de aquel personaje (página 36) y llega a la conclusión de que dicho alzamiento de tierras se produjo a consecuencias del terremoto de 1575.
Reproduzcamos lo que dice, en el trabajo antes citado, el señor Greve:
Cincuenta y siete años habían pasado desde que don Pedro de Valdivia inició su grandiosa conquista de Chile, cuando un día desgraciado, el 23 de diciembre de 1598, otro Gobernador, don Martín García Oñez de Loyola, pereció a mano de los indios en Curalaba, lugar cercano a Purén.
Este hecho fue la chispa que encendió uno de los alzamientos más terribles que recuerda la Historia Chilena. Todas las florecientes ciudades del sur fueron cayendo, una a una, bajo el arma implacable del indio, o el fuego incendiario. Y así desaparecieron: Santa Cruz de Coya, Angol, Imperial, Valdivia y la heroica Villarrica, de la cual no salvó un solo defensor.
Es interesante recordar las fechas en que estos acontecimientos trascendentales se fueron sucediendo:
7 de marzo de 1599, despoblación de Santa Cruz de Coya.
24 de noviembre de 1599, incendio y destrucción de Valdivia. Murieron ahí más de 100 españoles y fueron tomados prisioneros por los indios más de 400 mujeres y niños, también españoles.
5 de abril de 1600, despoblación de Imperial.
18 de abril de 1600, despoblación de Angol.
7 de febrero de 1602, fin de la defensa heroica de Villarrica, que había durado más de tres años, y en la que todos murieron.
¿Cuál había sido, mientras tanto, la suerte de la lejana y aislada Osorno?
Durante los primeros tiempos del alzamiento general, el Corregidor, Capitán Jiménez Navarrete, pudo reprimir algunos conatos de sublevación de los indios vecinos a la ciudad.
Construyó, en seguida, dentro del mismo pueblo, un fuerte que sirviera para el refugio y defensa de sus habitantes.
El hambre fue haciendo presa de los infelices moradores de Osorno y de un fuerte que, en Valdivia, había fundado, el 13 de marzo de 1602, Francisco Hernández Ortiz por encargo del Gobernador don Alonso de Rivera y que, según éste, debía servir de base para la repoblación de la ciudad. Sin embargo, este fuerte debió ser abandonado después de indecibles sufrimientos de sus defensores, el 13 de febrero de 1604.
Durante este período trágico murieron en Osorno más de sesenta personas, de hambre, y en el fuerte de Valdivia más de noventa.
Don Crescente Errázuriz, basado en cartas del Gobernador Rivera, dice lo que sigue, con respecto a la pobreza de esta gente:
El Padre Rosales, tan exacto en sus relatos, agrega:
Encendida la hoguera de la guerra en toda la región comprendida entre el Bío-Bío y Chiloé, el virrey del Perú dispuso el envío de un refuerzo a Chile, el que colocó al mando del coronel don Francisco del Campo, militar de excelente hoja de servicios. Este refuerzo constaba de 265 hombres, con los cuales llegó a Valdivia el 7 de diciembre de 1599, es decir once días después de la destrucción de esa ciudad.
A del Campo no le quedó otra disyuntiva que dirigir su auxilio a Villarrica o a Osorno, optando por lo último, en vista de la amenaza inmediata que supo amenazaba durante esos días a esta ciudad.
Se sabía que un ejército de muchos miles de indios se dirigía a Osorno, una vez consumada la destrucción de Valdivia.
Del Campo logró reunir en Osorno una fuerza de cerca de cuatrocientos hombres, incluidos los que ya tenía la plaza y los que lograron escapar de Valdivia, pero esto no impidió que una noche los indios incendiaron sorpresivamente el convento de San Francisco.
Una vez que el coronel aplicó a los alzados el castigo que merecía su osadía, creyó poder auxiliar a Villarrica, pero, mientras se dirigía a cumplir su propósito, supo que los indios aprovecharían su ausencia para tratar de destruir la ciudad.
Sin embargo, siguió a Valdivia, donde había quedado su barco, a fin de aprovisionarse de armas, municiones y ropas, y regresar al sur.
Desgraciadamente, los indios aprovecharon esta ausencia y, dirigidos por Pelantaro, incendiaron totalmente la ciudad.
El día 20 de enero se celebraría con gran solemnidad en la iglesia parroquial la fiesta de San Fabián y San Sebastián, ceremonia que anualmente se hacía con la mayor pompa posible.
Los vecinos y sacerdotes propusieron suspender las fiestas, sabedores, el día 19, de la proximidad de los indios, petición que no acogió el Corregidor, tal vez para no alarmar a los habitantes, aceptando, sin embargo, que los vecinos durmieran esa noche en el fuerte, situado en la manzana NE. de la Plaza.
Esta última medida fue salvadora, pues si no, se hubiera producido en Osorno la misma tragedia de Valdivia, en que los indios ultimaron sin piedad a los españoles que, despavoridos y aislados, huían de sus casas. «Al reír de el alba comenzó el llanto de la ciudad», dice el P. Rosales.
El asalto del día 20 dejó a la ciudad, con excepción de la manzana fortificada, reducida a escombros humeantes. Al caer la tarde de ese día los asaltantes se retiraron a las lomas situadas al norte de la ciudad, pasado el río, y regresaron al siguiente a terminar su obra de exterminio antes que llegara el coronel del Campo, cuya proximidad conocerían oportunamente por centinelas que habían dejado junto al río Bueno.
Interesante es conocer la descripción que algunos vecinos hicieron de estos luctuosos sucesos.
Juan de Arostigui, en probanza de servicios hecha en Osorno, el 4 de mayo de 1602, da, en los números 15 y siguientes, preciosos datos sobre Osorno y su defensa.
En el N.º: 15 dice que, después de la pérdida de Valdivia, «el capitán y corregidor de la ciudad de Osorno recogió toda la gente en un fuerte que se hizo con cuatro cubos». Estos cuatro «cubos» eran torreones situados en cada esquina de la manzana que servía de fuerte.
N.º: 17.- Después de la llegada del coronel Francisco del Campo, y refuerzo, fue nuevamente a Valdivia «por las municiones y demás gente que había dejado en el navío»:
N.º: 18.- Enseguida se retiraron y como cuatrocientos indios atacaron «la iglesia Matriz, que estaba cincuenta pasos de el fuerte y le quebraron las puertas y entraron dentro y quebraron el sagrario donde estaba el Santísimo Sacramento y lo robaron».
«Se tuvo con los indios una pelea muy reñida, de manera que murieron casi cien indios» y como vinieran en socorro quinientos indios a caballo, fue forzoso retirarse al fuerte.
N.º: 19.- Otro día «bajaron parte de los indios, y pusieron fuego a la dicha iglesia y la quemaron, que era uno de los mejores templos del obispado».
El cura de Osorno durante esos días desgraciados era el «clérigo presbítero, cura y vicario» don García de Torres Vivero, quien, en sus declaraciones, dice que «se llevaron la custodia y la cruz y la robaron, sacaron a un Cristo y lo ataron a un pilar de los portales de la iglesia dicha y lo apedreaban».
Iguales detalles mencionan Juan Cerón Carvajal y Bartolomé Hernández. Dice este último que cuando los indios vinieron por segunda vez y quemaron la iglesia, tuvieron cercado el fuerte durante tres días, y, al saber que venía el coronel del Campo, se alejaron y se fueron «a la isla que llaman de Gaete, que hay tres leguas».
Jerónimo Hernández, «testigo que se halló en el dicho fuerte fue, uno de los veinte de a caballo» que salieron a proteger la iglesia. Agrega que después del primer asalto los indios «se retiraron a la tarde a una loma, sobre el río de la ciudad, para impedir el tomar el agua».
El coronel del Campo llegó a Osorno el día 24.
Los indios se habían dispersado oportunamente, lo que no impidió que a muchos se les aplicara crueles castigos y se les quitara sus animales.
Hizo construir, además, en las cercanías de la ciudad, tres fuertes, a fin de prestar protección a los campos sembrados.
Se aprestaba el coronel para iniciar la repoblación de Valdivia cuando tuvo conocimiento de la llegada de corsarios a Chiloé.
Ante el temor de que estos extranjeros pudieran unirse a los indios alzados, y prestarles una inmensa ayuda, del Campo se puso inmediatamente en marcha al sur, logrando constatar que el holandés Baltazar de Cordes se había apoderado de la ciudad de Castro.
Después de una breve y victoriosa campaña, alejó el peligro corsario y regresó a Osorno.
Hemos omitido los detalles de la lucha que permitió a del Campo la recuperación de Castro; pero no olvidaremos un episodio que protagonizó una hija de Osorno, doña Inés de Bazán, que, después de la muerte de su marido, el capitán español don Juan de Oyarzún, que vino con don García de Mendoza y murió en acción de guerra, se trasladó a Chiloé con sus tres hijos.
Después de la toma de Castro, hecha en forma pérfida por el corsario Cordes, el capitán don Luis Pérez de Vargas, que estaba ausente de la ciudad acompañado de veinticinco hombres, trató de recuperar por sorpresa el mayor número de sus compañeros, sobre todo las mujeres, entre las cuales se encontraba su propia mujer.
Desde los montes en que Pérez de Vargas y sus compañeros permanecían refugiados, envió a un soldado de apellido Torres, que fingió haber desertado, para que preparara los detalles de la sorpresa.
Doña Inés fue su entusiasta cooperadora, y en el momento del asalto de sus compatriotas los cañones corsarios bajados del buque no funcionaron, pues la osada osornina había mojado sus cuerda-mechas.
El capitán Pérez Vargas tuvo éxito en su empresa, pues logró recuperar siete mujeres quitó el ganado al enemigo, mató dos holandeses, hirió a su capitán y hasta les arrebató un estandarte.
Desgraciadamente, Torres y doña Inés no lograron escapar. Cordes hizo ahorcar al primero «y cuando estaba doña Inés al pie del cadalso, con la soga al cuello, compadeciose de ella el corsario, contentándose con expulsarla del recinto, después de haberla hecho aplicar cruelísimos azotes». (Vicuña Mackenna.- Historia de Valparaíso.- Tomo I, página 107).
En esta forma el pérfido corsario holandés, que traicioneramente se apoderó de Castro, completó, sin quererlo, el terceto de heroínas de Chile colonial que llevaron igual nombre: Inés de Suárez, Inés de Aguilera e Inés de Bazán.
A su llegada a la ciudad de Osorno, del Campo se encontró con la dolorosa noticia del fallecimiento del estimado Corregidor, capitán Jiménez Navarrete, y procedió a nombrar en su reemplazo al vecino don Francisco de Figueroa.
Trató por todos los medios de ponerse en comunicación con el Gobernador Rivera, a fin de que éste se impusiera de la situación calamitosa en que se encontraba Osorno.
Inició una guerra implacable contra los indios en estado de cargar armas. Se calcula que en esta ocasión fueron muertos más de mil quinientos, haciendo prisioneros a más de mil. Sin embargo, este sistema no produjo el resultado que del Campo esperaba, pues el cruel método no hizo más que aumentar el espíritu de rebelión.
Viendo el coronel del Campo que una mayor resistencia de los españoles en Osorno a nada bueno conduciría, dada la falta de ayuda exterior, resolvió, de acuerdo con el vecindario, el traslado de toda la gente a Castro, para lo cual él mismo se dirigió primeramente a ese lugar a fin de traer caballos y víveres para realizar su propósito.
No pudo imaginarse nunca este distinguido militar que ese viaje significaría el fin de su vida. En efecto, mientras muchos de sus compañeros se dispersaron junto a «la primera bahía», a fin de reunir embarcaciones para cruzar a Castro, los indios, guiados por un mestizo quiteño llamado Lorenzo Baquero, a quien del Campo había castigado anteriormente, cayeron sorpresivamente sobre el campamento del coronel, sucumbiendo éste a manos del mestizo que, a su vez, fue muerto por un español.
El cadáver del coronel Del Campo fue echado por sus compañeros a un río, atado a grandes piedras, a fin de que los indios no profanaran su cuerpo, ni utilizaran su cabeza como trofeo de victoria.
A fines de 1601 pudo llegar a Valdivia una expedición de socorro. En efecto, el 22 de noviembre ancló en ese puerto un navío con auxilios, a cargo del capitán Francisco Hernández Ortiz, enviado por el Gobernador Alonso de Rivera. Inmediatamente esta expedición se puso en marcha en dirección a Osorno.
En el trayecto pudieron darse cuenta del hambre terrible que sufrían aún los propios naturales, pues, como cuenta el Padre Rosales, vieron a un indio en la labor canibalesca de comerse a su propia mujer.
Dos enviados que se adelantaron a Osorno a fin de obtener medios para el cruce fácil del río Bueno, trajeron a su regreso la dolorosa noticia de la muerte del coronel Del Campo.
A su llegada a Osorno Hernández Ortiz tomó el mando de la ciudad, orden que, por otra parte, traía del Gobernador Rivera, para el caso que Del Campo no existiera.
Como los elementos de auxilio que traía no alcanzaron a cubrir las necesidades enormes de la población, fue en busca de ellos a Chiloé, los que obtuvo al encontrarse en Carelmapu con el capitán Jerónimo de Peraza, reemplazante de del Campo, que, después de cumplir el objetivo que llevó a su jefe al sur, regresaba a Osorno.
Una vez calmadas las principales necesidades de los osorninos, Hernández Ortiz se dirigió al norte a fin de prestar socorro a los defensores de Villarrica, pero antes pasó por Valdivia con el fin de establecer un fuerte que, al mismo tiempo que sirviera de base a la repoblación de la ciudad, protegiera el puerto, tan indispensable a las necesidades de los habitantes del sur.
Este fuerte se llamó de la Trinidad, y fue establecido el 13 de marzo de 1602.
Cumplido el proyecto de instalar primeramente este fuerte, Hernández Ortiz continuó su viaje a Villarrica; pero en el trayecto a esa ciudad se impuso del tremendo fin que tuvieron todos sus defensores, por lo que resolvió volver a Osorno.
Libres ya los indios del asedio a Villarrica, pudieron concretarse a hostilizar el fuerte recién establecido de Valdivia, el que debió ser abandonado el 13 de febrero de 1604.
Desde el terrible 20 de enero de 1600, las penalidades de los habitantes de Osorno fueron día a día agravándose. Los cuatrocientos hombres con que logró contar el coronel del Campo, fueron mermando poco a poco hasta verse reducidos a ochenta.
En los últimos tiempos de la defensa, debieron intervenir hasta las mujeres.
Al ver que esta situación se hacía del todo insostenible, el capitán Hernández Ortiz, resolvió abandonar la ciudad o, mejor dicho, el fuerte que los había protegido durante los últimos tiempos.
No era otra tampoco la determinación que había tomado, por su parte, el Gobernador Rivera, orden que Hernández Ortiz no conoció antes de tomar su propia resolución, debido a contratiempos sufridos por el barco que la traía.
Y comienza aquí la escena final de eta tragedia.
El 15 de marzo de 1604 los osorninos tomaron el camino del sur en dirección a Calbuco. La orden de Rivera, desconocida del Corregidor, era llevarlos a Carelmapu, pero el Gobernador aprobó después plenamente lo hecho por su capitán.
Para narrar el dramático éxodo de esta pobre gente, tendríamos que decir con otras palabras lo que en forma vívida e impresionante cuenta el Padre Rosales, quien, a su llegada a Chile, muy poco tiempo después de estos sucesos, logró auscultar aún el dolor intenso que ellos produjeron. Dice el Padre:
Felizmente, todo el mundo, indios del lugar y españoles de Castro, colmaron a esta pobre gente de mil atenciones, dentro de la escasez general de recursos. Hubo también un buen número de indios infieles que hasta allá siguieron a sus amos y se radicaron en ese lugar de paz.
Una vez que el capitán y Corregidor Hernández Ortiz dejó a su gente instalada, sólo pensó en pedir al Gobernador su relevo, pues expuso «que se hallaba ya muy viejo y trabajado, y que estimaría le hiciese favor de enviarle sucesor y dejarle ir a morir con descanso».
Las pocas siervas del Señor que lograron salvar de las penalidades, no se fueron al Calbuco, sino directamente a Castro, donde permanecieron hasta que fue un barco a buscarlas.
Y como si sus penalidades hubieran sido pocas, el navío que las conducía, azotado por un temporal, se perdió en Concepción, por lo que debieron terminar su viaje en otro barco.
Como lo dijimos en capítulo anterior, se radicaron en Santiago con el nombre de monjas Claras.
Pasaron los años, murieron todos los actores de este doloroso drama de guerra, y de Osorno no se conservó sino el recuerdo.
Córdoba y Figueroa, que escribió su Historia de Chile más o menos en 1740, dice:
«Este país quedó tan impenetrable, que de presente no habrá diez españoles en Chile que la hayan visto, tal es la fuerza o terquedad». |
En capítulos siguientes veremos el porqué los indios trataron de ocultar con obstinación el lugar donde floreció un pueblo laborioso.
Algunas infelices mujeres españolas cogidas por los indios durante los ataques contra Osorno, no tuvieron la suerte de la monjita de Huentemagu y debieron soportar largos y penosos cautiverios.
En un informe sobre Francisco Lazo de la Vega, fechado el 16 de marzo de 1634, firmado por don Lorenzo de Alnen, y que reproduce Gay en sus Documentos (Tomo II, página 360, N.º: 116), encontramos el siguiente dato:
Pero el recuerdo de Osorno se mantuvo, no sólo por su heroica vida, sino por sus habitantes que, al dispersarse, fueron las ramas del tronco familiar que vivió y sufrió en la arruinada ciudad.
El padre Luis Mansilla Vidal, en su obra Relación genealógica de varias familias de Chiloé, página 4, dice:
Muchos apellidos de conquistadores que se avecindaron en Osorno se mantienen hasta nuestros días y, además, hay mucha gente que, a pesar de tener apellidos distintos, descienden de aquellos valerosos soldados-ciudadanos.
En la imposibilidad de formar, por ahora, una lista más o menos completa de todos los habitantes de la antigua ciudad, repetiremos los nombres de algunos vecinos destacados, que hemos sacado de la obra antes mencionada del Padre Mansilla.
Ojalá más tarde tengamos tiempo y medios para hacer un estudio detallado de las antiguas familias osorninas, pues, como lo dice don Rodolfo Lenz en carta de 21 de agosto de 1912 al Padre Mansilla:
Entre los primeros vecinos y encomenderos debemos citar a los cuñados de don Pedro de Valdivia, y sus descendientes.
Don Diego Nieto Ortiz de Gaete González Marmolejo llegó a Chile en 1551 en busca de su cuñado. Este lo nombró alcalde de Valdivia. Más tarde se avecindó en Osorno, donde fue regidor y alcalde ordinario en 1560.
Don Cristóbal vino al país con sus hermanas Marina y Catalina. Vivió primeramente en Imperial y Santiago, y después en Osorno.
Don Juan Suárez de Figueroa Nieto Ortiz de Gaete fue encomendero en Osorno y oficial de Real Hacienda, y regidor desde 1560 a 1580, casado con doña Inés de Mendoza Carvajal, hija de don Álvaro Mendoza, también encomendero de Osorno.
El capitán don Francisco Nieto Ortiz de Gaete de Estrada Caravantes fue un rico encomendero.
El capitán don Juan de Oyarzún fue casado con la heroína de Castro, doña Inés de Bazán, siendo ellos el tronco de la familia de este apellido.
El capitán don Juan de Alvarado, origen de este apellido en Chile, fue regidor y alcalde ordinario de la ciudad en 1560 y 1564. Vino de España en compañía de su mujer, doña Mencía de Moraga, y se avecindaron en Osorno, hasta la destrucción de la ciudad, de donde se trasladaron a Castro.
El capitán don Baltazar Verdugo, encomendero, fue regidor en 1563, oficial real, alcalde ordinario en 1573 y 1580. Murió a manos del enemigo.
Don Baltazar Ruiz de Pliego de la Vega, vecino en 1585, fue después gobernador de Chiloé.
El capitán don Pedro Mazo Muñoz de Alderete asistió a la fundación de Valdivia y se avecindó en Osorno.
Don Pedro de Subillagoya fue contador mayor de las Reales Cajas de Osorno, emparentado con las familias Andrade y Barrientos.
Con respecto a la familia Díaz, encontramos como encomendero de Osorno, en 1560, a don Jerónimo Díaz Carrasco. Su familia se emparentó con la de don Luis Chirinos de Loaiza, fundador de Osorno en 1558, y que fue alcalde ordinario hasta 1585.
Una hija de éste, doña Mariana, se casó en Osorno con don Francisco Montoya.
Hermano de la anterior fue el capitán don Jerónimo Chirinos Díaz de Cabrera Fernández, que se unió a doña Teresa Serrano Aguirre.
Don Hernando de Moraga, fundador de Osorno, fue alcalde ordinario y encomendero en 1560. Después de la destrucción de la ciudad se trasladó a Santiago.
Don Pedro Vidal, actuó en toda la defensa de Osorno.
Otros vecinos fueron:
Don Juan de Espinoza y Rueda, encomendero, regidor y oficial real en 1560 y 1563;
Capitán don Hernando 1.º Arias, encomendero, síndico del Convento Franciscano en 1573;
Capitán don Juan de Montenegro, regidor en 1580. Fue uno de los conquistadores de Chiloé en 1567;
Don Mateo Pizarro, que vivió en Osorno desde 1558 a 1585;
Don Juan Garcés de Bobadilla, encomendero en 1574;
Capitán don Francisco Garcés de Bobadilla, encomendero;
Capitán don Julián Carrillo, corregidor en 1578;
Capitán don Diego Frías Narváez, escribano público;
Capitán don Juan de Oyarzún Bazán, hijo de don Juan y doña Inés, natural de Osorno, que casó con doña Gregoria Frías Narváez Díaz de Cabrera Fernández, también osornina, que se radicaron en Castro;
Don Pedro Muñoz (a veces Núñez) de Alderete, vecino de Osorno en 1587.
Si se toma en cuenta que todas las personas que hemos nombrado, y muchas otras oriundas de Osorno o avecindadas en él, fueron padres de numerosos hijos, se verá cómo es efectivo que esta ciudad fue «la tierra clásica donde se formó el nudo gordiano de las familias de los primeros conquistadores» del sur de Chile.
Un vecino de Osorno, don Leo Rüffelmacher, tuvo la suerte de encontrar, en época reciente, un pequeño objeto destinado al culto que, sin duda, perteneció a alguna de las iglesias de la antigua ciudad.
Se trata de una campanilla de mano fundida en bronce el año 1539 y que salió a flor de tierra durante una faena de limpieza de terrenos, en un campo situado al oeste de la ciudad y a corta distancia de ella.
En 1600 los indios saquearon todas las casas de Osorno, llevando cuanto objeto de valor o de curiosidad encontraron. Por supuesto que no menospreciaron la campanilla a cuyo son los fieles se prosternaban durante el sacrificio de la misa o el desarrollo de las procesiones.
Para formarnos una idea de su tamaño, diremos que su diámetro inferior es de ocho y medio centímetros, siendo el superior de cinco. La altura total es doce centímetros, pesa 500 gramos y no ha conservado el badajo.
La cara externa de esta reliquia está llena de grabados en alto-relieve, y muestra en su circunferencia superior la leyenda latina «O, mater del memento me!» (¡Oh, Madre de Dios, acuérdate de mí!). En el ruedo inferior, y en caracteres góticos, se lee: «Eben ghegosen im ihar MDXXXIX» («Recién fundida en el año 1539»).
Este objeto es, sin duda, el recuerdo histórico de mayor valor que hemos encontrado, hasta ahora, relacionado con la ciudad que los indios destruyeron a fines del siglo XVI.
El espíritu profundamente religioso de los repobladores de Osorno, hizo que en 1796 una de las primeras preocupaciones fuera la de recuperar las imágenes que adornaron las iglesias de la primera ciudad y las campanas de su templo principal.
Ese año don Ambrosio O'Higgins ofició al Intendente de Chiloé, don Pedro de Cañaveral, a fin de que este funcionario tratara de ubicar el paradero de la Virgen del Rosario, que los habitantes llevaron al sur en el tiempo de la despoblación.
Los informes del Intendente establecieron que dicha imagen había sido trasladada a Chacao, donde fue devorada por el fuego de un incendio que destruyó la iglesia de ese lugar.
Cañaveral agregaba que los libros de Tesorería de la construida ciudad habían sido enviados a Lima.
En 1798, el Gobernador de Osorno, don Juan Mackenna, según lo declara en oficio de 2 de noviembre, hizo investigaciones entre los indios con respecto al paradero de las antiguas campanas.
Interrogado al respecto el cacique Caniu, declaró que ellas, «según las informaciones de los indios ancianos, se hallaban en el río de las Canoas», y que haría lo posible por sacarlas en el buen tiempo.
Los datos imprecisos de la tradición hicieron que estas búsquedas no tuvieran el éxito deseado.
Pasaron muchos años desde los hechos que ocasionaron la ruina de todas las ciudades del sur de Chile, y sólo la planta victoriosa del indio recorrió estos campos.
La reconquista se fue realizando en forma lenta y paciente por los soldados de Cristo, los Franciscanos, que, desde su sede de Chillán, fueron avanzando hacia el sur en su propósito de propagar la fe.
Fue así como instalaron en esta región las «conversiones» de Río Bueno, Cudico, Dagllipulli y otras.
La de Río Bueno fue fundada el 3 de enero de 1778; la de Cudico, el 9 de enero de 1787; y la de Dagllipulli (lugar donde hoy se encuentra la estación ferroviaria de Rapaco), el 14 de enero de 1787.
Un alzamiento de los indios trajo por consecuencias la ruina de la antigua ciudad de Osorno. Lo curioso es que otro alzamiento apresuró su repoblación, ya que la expedición encargada de castigar a los rebeldes siguió avanzando hacia el sur hasta tomar posición de los terrenos de la antigua ciudad.
En la noche del 20 de septiembre de 1792, catorce años después de su instalación, la misión de Río Bueno fue destruida por los indios, los que, además, «mataron cinco españoles, cautivaron a dos mujeres con sus hijos, y a el P. Pdor. Fr. Antonio Cuzco le sorprendieron entre la cocina y la Casa Misional, hiriendo de una lanzada el Brazo; así herido pudo entrar a la casa, en la que permaneció hasta el veinte y cuatro a las dos de la tarde, en que..., los indios cada instante más sedientos de sangre española, y sin saber el consentimiento de su cacique D. Juan Queipul que se hallaba ausente, entraron en el cuarto del Padre, que estaba reclinado en su cama, y abrazado con el Sto. Cristo, les habló palabras dulces como Padre de ellos, y les ofreció dar cuando pidiesen, pero los infelices, como rabiosos perros y sin atender a las dulces razones del Padre, le dieron dos puñaladas, una en la tetilla y la otra en el vientre, con las que entregó su alma al Redentor». (Así encontramos relatados estos hechos en el Libro Universal, N.º: 1, que se encuentra en la Parroquia de Río Bueno).
Don Lucas de Molina, coronel de Infantería de los reales ejércitos y gobernador interino de la plaza de Valdivia, convocó a una junta de guerra para considerar los hechos acaecidos en la región de Río Bueno, la que dispuso que el capitán de Infantería don Tomás de Figueroa (el mismo del motín de Santiago en 1811) saliera a castigar y someter a los indios.
El Diario puntual y manifiesto que escribió este militar, nos relata en detalle todas sus actividades guerreras, a las que dio comienzo el 3 de octubre de 1792.
Instaló el centro de sus operaciones en la misión de Dagllipulli, la que transformó en cuartel. A doscientos metros escasos, al poniente de la estación de Rapaco, podemos ver actualmente los fosos que protegieron ese fuerte.
El viernes 21 de noviembre, en conferencias que tuvo don Tomás de Figueroa con los caciques Catriguala e Iñil, prometieron éstos hacerle entrega de la ciudad de Osorno «con todos sus territorios», ceremonia que se efectuó al día siguiente.
El sábado 22 de noviembre de 1792 amaneció lloviendo con furia, pero a las 9 de la mañana cesó el temporal, como para dar buen tiempo a la realización de un acto trascendental en la vida de un pueblo.
El día mencionado, el capitán Figueroa, acompañado de los caciques Iñil y Catriguala, se dirigió a tomar posesión de las ruinas de la heroica Osorno.
Pero mejor dejemos hablar al propio capitán, contándonos este acontecimiento de importancia capital:
Y así terminaron las actividades del día 22 de noviembre.
Al día siguiente, domingo, hubo una solemne misa que cantó el P. Ortiz y ofició el P. Hernández y se hicieron los preparativos para colocar en la Plaza una gran cruz de Caravaca. Este es un lugar de España, célebre por una cruz de cuatro brazos que allí se venera. La madre de don Tomás se llamaba María Caravaca.
La cruz, de seis varas de alto, colocada en la Plaza de Osorno, llevaba la siguiente inscripción: en el brazo superior de ella «¡Viva Carlos IV»; y al pie «Por don Tomás de Figueroa»; y debajo «Año de 1792».
También ese día domingo continuó el reconocimiento de las ruinas de la ciudad destruida:
Y así quedó consumada la toma de posesión de Osorno, y a fin de afirmar este dominio, se instaló un fuerte junto al río Rahue, hechos con el mejor arte; en uno de ellos encontré una escalera, construido por el ingeniero don Manuel Olaguer Feliú. Como jefe del destacamento, quedó el subteniente don Julián Pinuer.
Como en la entrega de las ruinas de Osorno hubieran intervenido solamente los caciques principales, vecinos inmediatos de la arruinada ciudad, se juzgó conveniente obtener la conformidad de todos los jefes indígenas de la provincia de los Llanos, para lo cual se les convocó a una junta general, que se efectuó el 8 de septiembre de 1793, a orillas del río Rahue, o de las Canoas.
He aquí el acta de los acuerdos tomados en ella:
Desde su promoción al cargo de Gobernador de Chile, a fines de 1787, don Ambrosio O'Higgins puso todo su empeño en obtener primero la autorización y apoyo del Rey para repoblar Osorno y, en seguida, para realizarla.
Comprendió el Gobernador la importancia enorme que ofrecía para la seguridad y abastecimiento de toda la región comprendida entre Valdivia y Chiloé la existencia de Osorno.
La ciudad era absolutamente necesaria, no sólo para servir de lazo de unión terrestre entre las plazas de Valdivia y Chiloé, sino porque, repitiendo las palabras de don Ambrosio, Osorno debía ser el «almacén» de aquellas plazas, «puertos marítimos ingratos y estériles por sí mismos».
Valdivia estaba expuesta a perecer si por alguna circunstancia imprevista no podía recibir los víveres que se le enviaban por vía marítima. Estaba aislada entre montañas, y muy pocos españoles se aventuraron a salir de ella para ir a trabajar al interior, a los Llanos. Don Juan Mackenna dice que en 1792, año del alzamiento de Río Bueno, «había solamente cinco españoles avecindados en los llanos de Valdivia, los que únicamente sembraban lo necesario para la mantención de sus familias; su ganado era igualmente en corto número, no animándose a aumentarlo, ni sus labranzas, por el temor de los indios, y lo acaecido el citado año 92 manifestó cuán fundados eran sus recelos».
A raíz de los dolorosos acontecimientos de la misión de Río Bueno, el Gobernador expuso al Rey la grave situación producida y lo informaba del descubrimiento de las ruinas de Osorno y su propósito de restablecer esta ciudad.
La Real Cédula de 7 de diciembre de 1793, que reproducimos más adelante, autorizó a O'Higgins para materializar sus propósitos, Cédula que se vio reiterada a corto plazo con la Real Orden de 16 de septiembre de 1794.
Debemos hacer notar que, según lo define don Andrés Bello:
He aquí el texto de estos documentos:
Don Ambrosio O'Higgins tomó conocimiento de esta Real Cédula con la siguiente providencia:
Ya en poder de la Orden de Repoblación, y sabedor de los elementos de que podía disponer, don Ambrosio O'Higgins comenzó sus preparativos.
Además de las familias chilotas que pensaba traer a Osorno, pidió gente a varias otras partes, aún puntos lejanos, como Santiago, Rancagua, Colchagua, Melipilla, Quillota, etc. Para efectuar el reclutamiento, el Gobernador insinuó aún el empleo de medios coercitivos para hacer que la gente prefiriera a su pobreza presente la halagadora situación que él comprendía tendrían en su nueva residencia.
En su afán de que toda la gente del país trabajara, el Gobernador O'Higgins creyó que podría emplearse mucha gente desocupada u ociosa residente en Santiago en las labores de la repoblación de Osorno, y así vemos que en oficio de 19 de septiembre de 1794, dirigido al oidor de la Capital, don Juan Rodríguez Ballesteros, le decía:
Sin embargo, no se vaya a pensar por esto que don Ambrosio fuera a pretender repoblar la ciudad a base de ociosos o cesantes, o con un crecido porcentaje de ellos, pues el mismo día 19 de septiembre de 1794 decía al Alcalde de Santiago, don Ramón Rosales:
«Entre las gentes de que debe resultar la nueva población de Osorno tienen un lugar muy principal los Artesanos, y señaladamente los Carpinteros, Albañiles, Herreros, Sastres y Zapateros», de los cuales hizo venir tres de cada oficio, siempre que fueran, repitiendo sus palabras, «mozos honrados».
Desde el establecimiento del fuerte de Osorno, se trató de ir radicando pobladores, los que poco a poco formaron un caserío provisorio en los alrededores del fuerte.
El Gobernador de Valdivia envió, en mayo de 1794, el primer trigo para iniciar las siembras, remesa que consistió en 25 cargas destinadas a ser distribuidas «a los sujetos capaces de poder sembrar con arreglo a la instrucción que se sirve acompañarme», decía el teniente Pinuer al Gobernador mencionado, agregando: «no he podido conseguir reducir a más de dos soldados para que se asienten en este Destacamento con sus familias», por lo que no había casi con quien sembrar. (Carta de 1.º de junio. Repoblación de Osorno).
A fines del mismo año fueron enviadas desde Santiago las primeras herramientas para el trabajo agrícola y construcciones, y algunas semillas.
He aquí la relación hecha por don José Ignacio de Arangua, portador de esas especies, y que hemos encontrado en los documentos mencionados anteriormente:
En el mes de septiembre de 1795 don Manuel Olaguer Feliú procedió a hacer la repartición de chacras entre los primeros pobladores.
Por la importancia que puede tener el acta pertinente en relación con la constitución de la propiedad, vamos a reproducirla en forma exacta a su original, existente en los documentos a que nos hemos referido anteriormente:
Como hemos dicho anteriormente, a contar desde el establecimiento del fuerte, fue formándose un modesto caserío de habitaciones provisorias con techo de paja, que subsistió aún un largo tiempo después de la repoblación oficial, y mientras se hacían los edificios definitivos en el lugar que ocuparon las antiguas ruinas, y fue este caserío de chozas el que encontró el Gobernador O'Higgins a su llegada.
El Gobernador y su comitiva salieron de Valparaíso en dos barcos, la fragata Astrea y el bergantín Limeño, el 11 de noviembre de 1795 y llegaron al castillo de Niebla después de veintiún días de navegación. El Limeño siguió inmediatamente a Chiloé a fin de traer las familias de esa zona.
Don Ambrosio se hizo acompañar de algunos funcionarios, entre los cuales cabe mencionar al asesor general, don Ramón Martínez de Rosas, don Ignacio Andía y Varela, secretario accidental de Gobierno, y el obispo de la Concepción, doctor don Tomás de Roa y Alarcón, que aprovechó este viaje para efectuar una visita pastoral a la región.
Una vez llegados los expedicionarios al lugar de las ruinas de Osorno (16 de diciembre, según recuerda Mackenna), se comenzaron los trabajos preparatorios para la ceremonia oficial de la repoblación, la que se hizo en el mismo sitio de la ciudad antigua y teniendo a la vista el antiguo plano. O'Higgins dice al respecto:
Y así llega el miércoles 13 de enero de 1796.
Don Ignacio de Andía y Varela presenta al Gobernador y Capitán General del Reino de Chile una Relación de los 427 civiles, hombres, mujeres y niños, que formarán la base de la nueva ciudad, y que han acudido desde diversas regiones del territorio.
Incluimos esta Relación, en copia exacta de su original, en el Apéndice del presente trabajo.
Al pie de dicho censo don Ambrosio O'Higgins hizo escribir la siguiente providencia, que, hasta ahora había sido considerada como el acta oficial de la Repoblación de Osorno.
Aparte de esta «providencia», se levantó el mismo día el Acta oficial de la Repoblación que, textualmente copiada, dice así:
Por tratarse de un documento que es algo así como la fe de bautismo de un pueblo, insertamos una reproducción fotográfica de él.
Don Ambrosio O'Higgins hizo colocar en el frontispicio de la Casa del Cabildo de Osorno, que se instaló al costado poniente de la Plaza, donde después estuvo la cárcel, y actualmente el correo, una placa fundamental de piedra granítica, grabada con caracteres de tres y medio centímetros de alto.
Su leyenda era la siguiente:
Podemos advertir que se grabó el año 1794 y no el oficial de la repoblación. Esto puede explicarse por el hecho de que don Ambrosio pensó efectuar aquel año la nueva fundación, de lo que se vio impedido por razones de salud, y la placa, que seguramente debe haber sido hecha en Santiago, ya estaba lista en aquel tiempo. También puede haberse tomado como base la real orden de 1794, que autorizó la repoblación.
Esta inscripción estaba aún frente al edificio de la cárcel en 1859, según lo dice Astaburuaga en su Diccionario Geográfico. No sabemos cuándo desapareció, tal vez poco después de un incendio que destruyó en parte el edificio y, al reconstruírsele, solo conservó parte de sus murallas de cancagua.
Más o menos en 1890, alguien que descubrió una mitad de esta piedra, la obsequió a don Fernando Cañas Letelier. La casualidad quiso que otra parte de ella fuera encontrada a un metro de profundidad en la tierra, mientras se hacía un foso en la propiedad de campo de don León Henríquez, situada a cinco kilómetros al norte de Osorno. ¿Cómo llegó allá? ¿Tal vez con los escombros retirados después del incendio? Pero, ¿con qué objeto llevarlos a tan larga distancia del pueblo? Por otra parte, se comprende que si alguien la llevó como curiosidad, no ha habría abandonado en el campo.
Unidas las dos mitades encontradas, se pudo leer sólo lo siguiente, ya que algunas letras había sido destruidas por las barretas de los obreros del señor Henríquez, o al demoler el edificio de la cárcel.
«I. O. M. LA ANTIGUA CIUDAD DE OSOR RESTAURADA POR EL TENIENTE GENERA DON AMBROSIO O'HIGGINS DE VALLENAR PRESIDENTE, GOBER CAPITÁN GENE Y REPOBLADA DE ORDEN DE SEÑOR DON CARLOS O DE 1794». |
La leyenda anteriormente transcrita la hemos copiado del N.º de 20 de agosto de 1892 del periódico osornino El Damas. El periodista ignoraba, en aquel entonces, cuál había sido la inscripción completa original, y sólo se concretó a copiar lo que se leía en la piedra.
Posteriormente fue cedida esa placa fundamental por la señora viuda de don Fernando Cañas Letelier a la Parroquia de Osorno, en cuyo poder estuvo hasta el mes de noviembre de 1946, en que el señor Obispo de Valdivia autorizó su entrega al Museo Histórico de Osorno, de reciente fundación.
Pero la leyenda aparece notablemente reducida, como podrá apreciarse en la fotografía que insertamos. ¿Qué se hizo la parte restante?
Por fortuna esta verdadera reliquia histórica ya se encuentra a salvo de nuevas mutilaciones y se cumplirá el deseo del periódico antes citado que, hace 52 años, decía:
«Ésta es la reseña de este verdadero monumento histórico que el tiempo le dará el verdadero mérito que tiene para este departamento». |