Asesinos
Cada una de estas mentes trae una historia

Lista de asesinos en serie y en masas de chile

Esta lista va desde los más conocidos hasta los menos conocidos te sorprenderá saber que hay muchos casos al respecto de esto en este país pero no se nombran mucho 

N° 1: El asesino de homosexuales 


El hombre fue identificado como Jorge Fuentealba Plaza (27), alias El Ñoco. Hasta el momento se contabilizan cinco víctimas, pero no se descarta que haya otras.
Cercanos los occisos aseguran que la mayoría de ellos eran homosexuales, algunos con una doble vida afectiva. Al menos dos de ellos mantenían o mantuvieron relaciones con mujeres.
“Estaba con alcohol y drogas y me gustaría conversar con las familias para explicarles lo que pasó”, explicó sonriente el confeso asesino mientras era conducido a tribunales.
El Ñoco mató por primera vez en 2002, siendo todavía menor de edad. Su víctima fue un funcionario municipal, a quien le desfiguró la cabeza y le introdujo la cédula de identidad por el ano.

 

N° 2:El asesino de Alto Hospicio

 Su lado oscuro 


El 17 de septiembre de 1998, recogió en la costanera de Iquique a Graciela Montserrat Saravia, de 17 años. Según su confesión, le ofreció dinero a cambio de sexo. Todo iba bien hasta que ella habría intentado robarle. Enfurecido, la golpeó sin ningún repudio le rompió la cabeza  hasta matarla y la abandonó como un perro en una playa. 
Lavado y peinado, como lo haría siempre después de cada ataque, Julio Pérez siguió dedicándose a su casa y a sus vecinos como un hombre modelo. 
El 24 de noviembre de 1999 le ofreció a Macarena Sánchez, de 13 años, acercarla en su auto hasta el liceo la niña se resistió a esto sabia que alfo no andaba bien con él  pero ella no se esperaba lo que paso a continuación la amenazo con un cuchillo y la violo, después de dar por terminado el acto  le amarró las manos arrojándola al interior del Pique Huantajaya.
Como siempre, aquel día, Pérez Silva estaba de regreso en su casa temprano, borrando huellas de su cuerpo, del auto y de su ropa. Nada extraño en un hombre casi obsesivo por el lavado. 
En el verano de 2000 algo detonó en el interior de este hombre. En febrero atacó dos veces en menos de una semana. Primero fue a Sara Gómez. Tres días después, a Angélica Lay, una promotora de teléfonos celulares de 23 años. 
Una y otra vez, Julio Pérez Silva repitió la misma rutina. Más de una vez cambió su peinado, agregó o eliminó su barba se tiñó unas cuantas canas. 
Viendo televisión junto a Nancy se topó a menudo con algún noticiario donde la desaparición de las niñas de Alto Hospicio ya comenzaba a estar en los titulares. 
El jueves 23 de marzo del año 2000, un mes después del cuarto asesinato, la hija de Delia Henríquez no regresó a casa. Se llamaba Laura Zola y solo tenía 14 años. Fue la quinta víctima del sicópata de Alto Hospicio. 
Luego, el 5 de abril, el temido auto blanco que ya había perseguido más de una vez a María Eugenia Rivera se llevó a su hija, Katherine Arce  Pérez Silva la violó y la enterró en un basural clandestino. 
 
 
La mejor aliada de "el Segua" fue aquella versión que decía que las jóvenes desaparecidas se habían ido por dejar atrás la pobreza de Alto Hospicio. La policía manejaba sus propias teorías y circularon informes oficiales con las más graves acusaciones. Pistas falsas, versiones equivocadas y hasta misteriosas llamadas de auxilio encaminaron la búsqueda en la dirección equivocada hacia Perú o Bolivia. El 22 de mayo del 2000, Patricia Palma, de 17 años salió del colegio rumbo a su casa. Fue en ese momento cuando Julio Pérez la raptó para luego matarla. Diez días más tarde volvió a atacar. Violó y asesinó a Macarena Montecinos en el sector de Pampa El Molle. Y luego, el 2 de julio, interceptó a Viviana Garay a quien también mató de un golpe en la cabeza. Pero esta vez, la desaparición de Viviana generó la más intensa reacción que el sicópata había encontrado en toda su carrera criminal. El padre de la niña, Orlando Garay, movilizó a las demás familias afectadas. Sólo entonces el hecho se convirtió en noticia, por lo que los crímenes se detuvieron. "El Segua" dejó de atacar durante más de nueve meses, pero el 17 de abril de 2001 ya no pudo contenerse. En el sector de la Autoconstrucción interceptó a una menor de 16 años identificada como Maritza. La amenazó con un cuchillo y la violó. Mientras él escapaba, Maritza regresó a su casa. La llevaron al hospital, donde le extrajeron muestras de semen del agresor, que nunca pudo ver en la oscuridad. Meses más tarde, cuando lo detuvieron, ella reconoció su voz. Compararon las muestras de ADN y resultaron idénticas. 
El 3 de octubre de 2001, Julio Pérez Silva cometió el último de sus ataques. Fue el día en que Bárbara N sobrevivió, el día en que Alto Hospicio supo que había un asesino entre ellos Fue detenido horas después y sin inmutarse, admitió asesinatos y violaciones. Confesó haber actuado solo y nunca alegó demencia. Poco a poco, Pérez Silva aportó los datos necesarios para localizar los cadáveres de sus víctimas. El rastreo de estos no estuvo exento de sorpresas. El cuerpo de Angélica Lay fue un hallazgo inesperado pues su nombre no figuraba entre las mujeres oficialmente perdidas. ¿Por qué lo hizo? Ésa es la pregunta que atormenta a todas las familias que perdieron a una hija en manos de aquel hombre que escondía en su mente a un monstruo. Es también una pregunta que se repiten jueces y abogados, tratando de armar el enigmático rompecabezas que Julio Pérez Silva se rehúsa a componer en su totalidad. Su respuesta ante el juez ha sido siempre "No sé por qué lo hice". 
 

N° 3:El asesino de la Dehesa

Fue apresado en julio del año 2002, luego de ser acusado del asesinato de Maciel Zúñiga, de 15 años, cuyo cadáver fue mutilado e incinerado en un tambor en las cercanías de un vía ferroviaria, ubicada en la comuna de Pedro Aguirre Cerda. Tras su detención, admitió haber sido el autor del crimen de la adolescente, a quien asesinó para luego descuartizar su cuerpo, devorar parte de sus entrañas y quemar el cadáver. También confesó ser el autor de tres robos con violación que afectaron a propietarios de departamentos -siempre ubicados en el segundo piso- de distintos sectores de la capital. El primero de estos asaltos lo realizó el 6 de agosto de 2001, atacando a un matrimonio en un departamento de Vitacura. Tras ultrajar a la dueña de casa, robó un terno para vestirse bien. En mayo del 2002 atacó con idéntico patrón de violencia a una pareja en la calle Rosal de Santiago Centro. Finalmente, los primeros días de junio de ese año, robó a una familia de La Dehesa, violando a la dueña de casa y a su hija. El 14 de diciembre del año pasado, "El Tila" se suicidó tras ahorcarse al interior de su celda del módulo Alfa en el Penal de Colina. Poco tiempo después, el magistrado del Trigésimo Primer Juzgado del Crimen de Santiago, Carlos Carrillo, sobreseyó los procesos en que estaba acusado Roberto Martínez Vásquez. 
   

N° 4: Los sicopatas de viña

En la retina de la historia quedó imborrable el registro de la madrugada del 29 de enero de 1985, cuando un pelotón de 16 fusileros ingresó hasta la cancha de la cárcel de Quillota, Quinta Región, y ejecutó a Jorge Sagredo Pizarro y Carlos Topp Collins, los "Sicópatas de Viña del Mar". 
Ambos ex carabineros pagaban con su vida el asesinato de 10 personas y la violación de cuatro mujeres. Una serie de homicidios, robos y ultrajes que entre 1980 y 1982 sembraron el pánico entre parejas que buscaban intimidad bajo noches de luna y remecieron la apacible vida de la Ciudad Jardín. Y a Chile entero. 
Serie trágica 
El 5 de agosto de 1980 el profesor Enrique Gajardo (35) es ultimado de un tiro en el pecho en las cercanías del Jardín Botánico. La joven que lo acompañaba fue ultrajada y logró huir. Hasta ahí nada hacía prever el escenario de horror en que se convertiría la costera ciudad. 
Tres meses después el médico Alfredo Sánchez (34) es asesinado cuando intimaba con su novia. La mujer fue violada, pero sobrevivió. El no resistirse al ultraje hizo que sus agresores le "perdonaran la vida". La misma suerte corrieron otras dos mujeres que, sin saber, tomaron la misma actitud. 
Hasta la CNI 
El terror a ser víctima de dos locos sueltos acabó también con la vida nocturna en la ciudad. Bajó el turismo y el atractivo del Festival de la Canción se vio ensombrecido. La sicosis fue total. Y ni la Central Nacional de Informaciones (CNI) salvó de la sospecha colectiva. 
Culminaba febrero de 1981 y el eco de la desaparecida concha acústica de la Quinta Vergara enmudeció los gritos de Fernando Lagunas (54) y Delia González (24), una prostituta conocida como la "Topo Gigio". Ambos fueron interceptados y aniquilados a balazos por Sergio Sagredo, quien esta vez actuó solo, como lo haría también en el último de los crímenes. 
La sanguinaria sociedad retomó su labor el 26 de mayo con el homicidio del taxista Luis Morales (33). Le robaron su vehículo en el que se desplazaron hasta el camino Los Ositos, donde asesinaron al obrero Jorge Inostroza (31) y violaron a una dueña de casa en presencia de su hija de dos años. Entre los repulsivos detalles se cuenta que se turnaron para sostener en brazos a la menor. 
La trágica bitácora prosiguió con el homicidio del taxista Raúl Aedo (25). Luego en la ruta a Limache le metieron tres tiros con un Smith and Wesson calibre 38 a Óscar Noguera (27). Su acompañante, una mujer de 30 años, fue ultrajada y también salvó con vida, al no oponer resistencia. El Día de Todos los Santos de 1981, los "Sicópatas" sellaron su historia de terror. Esa noche eligieron a Roxana Venegas (22) y a Jaime Ventura (18) y los ultimaron cuando la joven pareja pololeaba en el puente Capuchinos, de Caleta Abarca. 
Por encargo Tras ser detenidos el 4 de marzo de 1982, Sagredo y Topp Collins alegaron ante la justicia que habían asesinado "por encargo". Que los autores intelectuales eran "personas con mucho poder". Así salpicaron al empresario viñamarino Luis Gubler, quien fue arrestado y sometido a proceso. Al poco tiempo quedó libre por falta de méritos. La idea de los "homicidios por encargo" no le sirvió a los "Mirones". El ministro en visita, Julio Torres Allú, los envió al paredón en un fallo de primera instancia que la Corte Suprema dejó a firme en enero de 1985. Hasta poco antes de enfrentar a los tiradores esperaron el indulto del general ® Augusto Pinochet. El entonces jefe de gobierno negó la petición al considerar que no eran "reos dignos de indulgencia". A las 05.53 de aquel 29 de enero el grupo de gendarmes calzaba zapatillas y, divididos en dos pelotones de ocho, descargaron las subametralladoras UZI directo al pecho de los sentenciados. Luego fueron sepultados en el cementerio de Playa Ancha. La Pena de Muerte se aplicaba por última vez en Chile. 

N° 5: El chacal Alcohuaz


Era un personaje conocido en el Vale de Elqui, Cuarta Región, ya que además de dedicarse a la agricultura, era aficionado a la pintura y la poesía. Era reconocido por sus vecinos como una persona tranquila. Sin embargo, el 25 de noviembre de 1990 terminó con la vida de su vecina y sus tres hijos, a quienes liquidó con un hacha. El hecho se originó a raíz de una fuerte discusión que tuvo con la mujer, a quien fue a exigirle que retirara una denuncia en su contra que lo acusaba de haber intentado violar a uno de los menores de edad. Pero Salvo no sólo había cometido esos asesinatos; tras la investigación policial se descubrió que en 1975 había sido condenado a 10 años de presido por matar a su padre y a su hermana. Según lo establecieron las pericias médicas que se le practicaron, el criminal tenía "una personalidad psicopática, antecedentes de anomalías en la esfera sexual y de consumo excesivo de alcohol". Fue condenado a la pena de muerte, pero en 1993 la sentencia le fue conmutada por presidio perpetuo. Aún se encuentra pagando sus delitos al interior de un recinto penitenciario.

 

 

N° 6: Benjamín Emilio Roberto Haebig Torrealba

Conocido como el autor de "los crímenes de Dardignac 81", nació en Santiago en 1885 y falleció en la década de 1980, en un asilo de ancianos. 
Este sujeto asesinó en 1959 a un anticuario identificado como Leonidas Valencia Chacana y, por la misma fecha, a Milo Montenegro Lizana, un homosexual que trabajaba como mozo para Haebig y que desapareció al igual que la primera de sus víctimas. 
El proceso judicial que se abrió por el extraño extravío de estas dos personas fue instruido por el cuñado del criminal, quien luego de centrar sus pesquisas en el bajo mundo, decidió sobreseer temporalmente la causa por no llegar a ningún resultado concreto. 
Sin embargo, en 1961 y agobiado por los fantasmas de su conciencia, Haebig Torrealba contrató a dos obreros para que realizaran excavaciones en su jardín, lo que originó el hallazgo de las dos osamentas. El sujeto trató de hacer creer a la policía que los restos correspondían a habitantes precolombinos, para lo cual rodeó el lugar con varios objetos de greda que recreaban la alfarería de los pueblos originarios. Pero el engaño no duró mucho tiempo y Haebig terminó confesando los dos asesinatos que cometió sobre la pareja de homosexuales, los que luego enterró en su propio jardín. Aunque sólo reconoció el doble homicidio de Valencia Chacana y Montenegro, al ser detenido Roberto Haebig fue vinculado con otro escabroso asesinato cometido años antes: El llamado crimen de Semana Santa. En 1955 la policía halló el cuerpo sin vida de la acaudalada anciana Zoila Elena Troncoso Valdivieso. La mujer hacía negocios con Valencia Chacana, a través de quien conoció a Montenegro. El mocito un día fue recomendado para hacer aseo en la mansión de la millonaria, en Alameda 2590, esquina Molina. Las hipótesis policiales de la época apuntaban a que Montenegro planificó robarle a la solterona y compartió su plan con Haebig. La modista y amiga de la víctima María Torrelli declaró haber visto a un hombre de finos modales en la casa de su amiga, dos días antes del Jueves Santo, cuando se cometió el crimen. Era Montenegro. Había ido a encerar la casona y la modista fue testigo del pago de los servicios. Una vez que se identificó el cuerpo enterrado en Dardignac, la policía sólo tuvo que atar cabos. Pero Haebig nunca reconoció tener participación en este crimen. Tras cumplir una pena de 15 años de reclusión, el criminal terminó sus días escribiendo sus memorias desde un asilo de ancianos. 
    

N° 7: El viejo del saco

Es quizás uno de los más misteriosos criminales que ha conocido Chile. Nada se supo de él hasta el hallazgo de los restos de un niño que apareció estrangulado y violado en un sitio eriazo de ese sector de Santiago, en 1954. 
El cuerpo correspondía a un menor que vivía en la calle, identificado como Luis Vergara Garrido, de tan sólo seis años. Tras este ataque, el anciano de 52 años, nacido en Hierro Viejo, Coquimbo, fue atrapado por la policía al ser reconocida por un joven de 16 años que lo denunció por haber intentado violarlo. Este criminal habría originado la historia del mítico viejo del saco. Era un vagabundo harapiento y alcohólico que merodeaba por las calles de Carrascal, tenía su mano derecha mutilada, por lo cual siempre estrangulaba a sus víctimas con la izquierda. Al confesar que era autor de sus delitos ante los funcionarios de Investigaciones, Varela Pérez afirmó haber cometido entre uno y dos ataques sexuales al mes, justificando la "pequeña cifra" con su "vejez". Nunca se pudo determinar el número real de sus víctimas, ya que el sujeto peregrinó por varios poblados del país, principalmente alrededor de provincias, y porque en ese tiempo no existían registros rigurosos. Este caso impactó por la frialdad que tuvo el "monstruo de Carrascal" al reconocer la horrenda violación del niño, sus otros ataques sexuales y homicidios, explicando a los policías: "el vino me excita". 
El sujeto fue condenado a la pena capital, la que se llevó a efecto luego de dos años.

 

 

 

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