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El señor CHAHUÁN.- Señor Presidente, Honorable Senado; señor Rector de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; autoridades académicas y administrativas; representantes del cuerpo docente, de los funcionarios; alumnos de las diferentes facultades, institutos y escuelas de la Universidad; y -mención especial- representantes de la Iglesia que hoy día se encuentran presentes:
Cuando la destacada dama de Valparaíso doña Isabel Caces de Brown dispuso en su testamento, en marzo de 1916, que la cuarta parte de libre disposición de sus bienes se empleara íntegramente en obras de beneficencia, instrucción o piedad, no se imaginó que con esos recursos se fundaría posteriormente una universidad.
Fueron sus hijas, Isabel y Teresa, las que se contactaron con el presbítero Rubén Castro, que ejercía su ministerio en Quillota, y quien, con un espíritu visionario, las impulsó a crear un Instituto Técnico en Valparaíso para la enseñanza de jóvenes de escasos recursos, de manera de ayudar a elevar su nivel de cultura dentro de una formación cristiana.
En este proyecto se involucraron activamente tanto el cónyuge de Isabel Brown, don Rafael Ariztía, como su cuñado, don Juan Brown, quienes dieron vida a la Fundación Isabel Caces de Brown, que para dicha finalidad se constituyó oficialmente el 6 de agosto de 1924.
Con este propósito se adquirió un sitio eriazo a la sucesión de otra famosa benefactora porteña, doña Juana Ross de Edwards, ubicado entre las avenidas Argentina y Brasil y las calles Yungay y Doce de Febrero, que es donde actualmente se encuentra su casa central y varias unidades académicas dependientes.
En aquella época no existían casas de estudios superiores en este puerto. Solamente funcionaban los cursos de Leyes y Arquitectura que había establecido la Congregación de los Sagrados Corazones, la que contaba con dos prestigiosos colegios, en Valparaíso y Viña del Mar, y que mediante la implementación de estos cursos de equivalencia superior perseguían que sus alumnos secundarios pudieran continuar con su formación académica en la misma zona.
La fundación creada por la comunidad hereditaria mencionada estableció que se consideraría parte integrante de la Universidad Católica de Santiago. Y, en 1925, se dio comienzo a las obras del edificio en el sitio adquirido para dicho objeto.
El 15 de marzo de 1928, mediante decreto del obispo diocesano monseñor Eduardo Gimpert Paut, se creó oficialmente la Universidad Católica de Valparaíso y se designó como su primer rector al presbítero Rubén Castro. El 25 de marzo de ese mismo año se inauguró oficialmente la universidad, entregándosela simbólicamente a la ciudad de Valparaíso.
Tiempo después, y mediante las respectivas escrituras públicas y decretos episcopales de rigor, se traspasó la universidad al Obispado de Valparaíso. Y posteriormente el Gobierno del Presidente Carlos Ibáñez del Campo le otorgó el título de "colaboradora del Estado", en virtud de lo cual quedó facultada para conferir títulos válidos, mediante el cumplimiento de las disposiciones legales y reglamentarias pertinentes.
Los primeros cursos fueron de carácter científico y matemático, y también se creó una Escuela de Ciencias Económicas y de Comercio. Asimismo, se implementaron cursos nocturnos para obreros y empleados, a quienes se impartió conocimientos de electricidad, mecánica, máquinas y técnicas de construcción.
De igual modo, durante algunos años se formaron en sus aulas los aspirantes a Oficiales de la Marina Mercante, tanto en la especialidad de pilotos como de ingenieros.
La crisis económica mundial, que también afectó a nuestro país, con diversas repercusiones políticas que se tradujeron en múltiples manifestaciones callejeras, desencadenó una situación de agitación al interior de la universidad, con varios desórdenes, todo lo cual llevó al entonces rector Rubén Castro a decretar la suspensión de las actividades académicas, la que se prolongó durante dos años. En dicho lapso solo funcionaron los cursos de obreros.
Tan adversa coyuntura fue minando la capacidad física del rector, quien consideraba a esta casa de estudios como su obra más importante, a la que tanto tiempo había dedicado, todo lo cual le provocó una enfermedad que se fue agravando, hasta que le hizo fallecer en el año 1934.
Pero la universidad no estaba destinada a morir, y en ese mismo año monseñor Gimpert dispuso su reapertura, dejando a su cargo al presbítero Malaquías Morales, primero como Vicerrector, y a contar de 1937, como Rector en propiedad.
Durante su período, que se extendió hasta el año 1951, la universidad fue ampliando su oferta académica con la creación de muchas facultades, institutos y escuelas, destacándose entre ellas la integración, en 1947, del Curso de Leyes de los Sagrados Corazones, que dio origen a su actual Facultad de Derecho.
Al término del mandato del Rector Morales, la superioridad eclesiástica determinó entregar la conducción del establecimiento a la Compañía de Jesús. Asumió como rector, en el año 1951, el padre Jorge González Förster, quien se desempeñó en ese cargo durante diez años, lapso en el cual aumentaron los alumnos, como asimismo, la oferta académica, creándose las escuelas de pesca, de servicio social, de agronomía y el colegio Rubén Castro.
Asimismo, durante su rectoría se creó, en 1957, el primer canal de televisión del país, dependiente de la universidad, en lo cual fue pionera. La ceremonia inaugural fue solemnizada con la presencia del Presidente Carlos Ibáñez del Campo.
Le sucedió otro sacerdote jesuita, el padre Hernán Larraín Acuña, de sólidos méritos académicos e intelectuales, experto en educación, quien además de obtener un aumento del alumnado y cuerpo docente, centró su acción en extender socialmente la universidad hacia los sectores más populares, más vulnerables, porque consideraba que dicha tarea era inherente a la labor universitaria.
Al cabo de dos años de ejercicio de su cargo, el padre Larraín obtuvo de la superioridad de su Compañía una nueva destinación, lo que lo llevó a renunciar a la rectoría.
Dada su condición de universidad de Iglesia, además de sus primeros rectores han formado parte de su cuerpo docente, en las más diversas disciplinas, destacados miembros del clero diocesano, como asimismo religiosos pertenecientes a diferentes institutos de vida consagrada, tales como la propia Compañía de Jesús, la Congregación de los Sagrados Corazones, la Congregación Salesiana, la Orden Franciscana, el Instituto Secular de los Padres de Schoenstatt, entre otras.
No obstante ello, y dados los cambios que trajo la realización del Concilio Vaticano II, al término del período del padre Hernán Larraín el obispo diocesano monseñor Emilio Tagle Covarrubias, decidió entregar la rectoría de la Universidad a académicos laicos, designando para dicho cargo, en el año 1964, al destacado profesor don Arturo Zavala Rojas, quien se desempeñaba como Director de la Escuela de Derecho.
Durante su período se creó el Instituto del Mar, se continuó ampliando la oferta académica, se mejoraron las infraestructuras y se establecieron organismos colegiados que coparticipaban de la gestión directiva del plantel, tales como el Claustro Pleno y el Senado Académico, de carácter estamental, a los que les correspondió destacadas actuaciones, no exentas, sin embargo, de diversos conflictos internos.
En sintonía con un fenómeno universal, al cual no estuvo ajeno nuestro país, en el año 1967 se produjo la reforma universitaria, que también involucró a la Universidad Católica de Valparaíso.
Esa situación provocó diversos cambios, no solo curriculares, sino también en las diversas formas de pensamiento y vivencia universitaria.
A raíz de los reiterados conflictos y enfrentamientos que rodearon a dicha reforma, el Rector Arturo Zavala renunció en 1968. Fue elegido en su remplazo don Raúl Allard Neumann -gran amigo que también nos acompaña hoy día-, quien desempeñó el cargo hasta 1973.
Durante la vigencia del Régimen militar, la Universidad tuvo diversos rectores delegados (así se los denominó en aquella época, ya que eran designados por decisión del Gobierno).
Una vez restablecido plenamente el sistema democrático, han dirigido los destinos de esa casa de estudios superiores diversas personas.
Desde el año 2003, destacados académicos han desempeñado el cargo de rector, para cuyo ejercicio se requiere la aprobación de la Santa Sede, por haber adquirido aquella, a contar de la fecha indicada, el título de "Pontificia Universidad".
El lema institucional es Fides et labor, que significa "Fe y trabajo", lo cual encarna plenamente el espíritu que anima a los miembros de su comunidad.
Por tener la calidad de universidad perteneciente a la Iglesia católica y que depende de la Sagrada Congregación de la Educación Católica, tiene como autoridad superior eclesiástica inmediata a un Gran Canciller. Actualmente, el Obispo de Valparaíso -también amigo mío-, Monseñor Gonzalo Duarte García de Cortázar. Y su Rector es el académico -amigo mío, asimismo- Claudio Elórtegui Raffo, quien cursó su educación superior en el mismo establecimiento.
Por sus aulas han pasado muchos alumnos -sería largo enumerarlos-, quienes, plenamente imbuidos del espíritu universitario, han contribuido al desarrollo de nuestro país en los más diversos ámbitos de la vida ciudadana y recuerdan con mucho cariño a esta verdadera alma máter, como se refleja en estas bellas estrofas del himno institucional:
"Has abierto caminos de esperanza
y buscado sin miedo la verdad,
con tu lema de Fe y de Trabajo
viviremos la universidad.
"En tus aulas se anima el compromiso
de formar siempre a un hombre mejor.
"Que tu luz nos alumbre el camino
con la Fe, el Trabajo y el Saber".
Gracias a sus visionarios creadores, la Universidad ha logrado que sus programas de pregrado y postítulo cuenten actualmente con una matrícula superior a los trece mil estudiantes, agrupados en ocho facultades, treinta carreras y tres institutos. Además, tiene un significativo número de alumnos extranjeros, quienes han venido a Chile para cursar sus estudios en dicho establecimiento atraídos por su elevado prestigio académico, que trasciende nuestras fronteras.
Sus unidades académicas se encuentran distribuidas en quince sedes, ubicadas en distintos sectores de las ciudades de Valparaíso, Viña del Mar, Quilpué y Quillota. Por tanto, una parte significativa de nuestra Región se encuentra plenamente identificada con su quehacer.
Nuestro Senado también se encuentra ligado a la Universidad tras haber suscrito con sus autoridades académicas, en 2011, un convenio de cooperación que dio vida al Centro de Extensión, el cual ha permitido la exitosa realización de diversas actividades culturales y artísticas tanto en este edificio corporativo como en otros puntos del territorio nacional.
Señor Presidente, estimados colegas, señores miembros de la comunidad universitaria que nos honran con su presencia: la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso es patrimonio no solo de esta ciudad sino de todo nuestro país, por su gran prestigio académico y por los principios y valores que inspiran la formación integral de sus alumnos y la misión que les entrega, lo cual constituye una valiosa impronta para su futuro ciudadano.
Ello se refleja de modo incuestionable en las palabras que el Presbítero Enrique Pascal, recordado jurista y profesor por muchos años de la Escuela de Derecho, pronunció en 1964 durante el discurso de asunción al cargo del Rector Arturo Zavala: "Esto pedimos para los que deseen servir lealmente a su tiempo, a su mundo, a su patria, a sus semejantes, a su alma y a su Dios. Hombres de pro, chilenos de excepción, de los justos, audaces en proyectar, prudentes, sobrios en vivir, generosos en estudiar, nobles en vivir, parcos en hablar, serios en obrar, respetuosos en trabajar, doctos en adoctrinar, modestos en mandar, prestos en servir y grandes en juzgar".
Sin duda, es ese un valioso mensaje, que debe llegar a lo más profundo de todos quienes integran la Universidad.
Hago llegar mis sinceras felicitaciones a toda la comunidad de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, encabezada por sus autoridades, con motivo de conmemorarse su octogésimo quinto aniversario. Deseo que cumplan muchos años más y que continúen invariablemente por la senda que trazaron sus fundadores, conservando su legado imperecedero.
Señor Presidente, no puedo terminar estas palabras sin expresar mi reconocimiento a todas y a cada una de las autoridades que hoy día nos acompañan.
A los ex rectores presentes, todos amigos, fieles colaboradores del Senado, de nuestra Patria y de esta Región que juntos hemos formado.
Me siento profundamente orgulloso de haber encabezado este homenaje en representación de las bancadas de Renovación Nacional y de la UDI.
He dicho.
--(Aplausos en la Sala y en tribunas).