Control de estrenos: La casa está vacía
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La casa está vacía representa un esfuerzo de filmación que viene a despejar definitivamente la incógnita del cine chileno, no porque la película sea una obra definitiva ni tampoco lo mejor que nuestra pantalla haya producido, sino porque hace claridad acerca de lo que se necesita en el terreno del arte cinematográfico para caminar sin muletas: argumentos sólidos, densidad en los diálogos y buena dirección. Es también la confirmación de que en nuestro país se puede hacer un film bien realizado, con escenarios de calidad y despliegue de todos los recursos técnicos que enaltecen la calidad de un film. En cuanto a eso, debemos reconocer la riqueza de La casa está vacía, cuya realización la pone a la altura de cualquier buena película argentina o mexicana.

ARGUMENTO: Está basado en la obra de Suderman. “El molino silencioso”. La casa ha sido habitada por una familia cuyo padre ha impreso el sello de la violencia, que hereda su hijo mayor. La madre, toda dulzura, es víctima de aquella violencia, sin que esto influya en el argumento sino como un contraste indispensable para destacar los caracteres. Igual cosa ocurre con el hijo mayor y su hermana, entre los cuales se produce una situación dolorosa. Violentado el muchacho porque un perro ha ensuciado su cara, arremente contra éste, a quien su hermana defiende. La chica trepa a un carro, el muchacho castiga al caballo y éste echa a correr desenfrenado por el campo. Se produce el accidente fatal, a consecuencias del cual la niña entra en agonía. El muchacho, arrepentido, asiste a sus últimos momentos con amor fraternal, distrayéndola con una cajita de música. Cuando la enfermita ha dejado para siempre su silla vacía, él sigue dando vueltas a la caja de música. Un viejo amigo de su padre logra apartarlo de esta obsesión, mostrándole la cuna en que despierta al mundo su hermano menor y en quien deposita todo su amor. Pasan los años y vemos a Carlos, el mayor, y Jorge, el que le sigue, en amable convivencia. Los padres han fallecidos y el único sostén moral y consejero de la familia es aquel viejo amigo, viudo y padre de una hermosa niña, que comparte con Jorge los dones de la juventud. Carlos y Jorge han hecho la promesa de no casarse, debiendo consagrar sus vidas a una inquebrantable unión fraternal. Pero llega la hora en que el joven debe enrolarse por dos años en el servicio de la marina. La partida es dolorosa, pero inevitable, dando ocasión a que se descubra el amor que ha hecho presa en los corazones de Jorge y María Cristina. Carlos trata de separarlos con violencia, pero se convence de que el amor es más fuerte. Durante la ausencia de Jorge, Carlos ha caído en un período de abatimiento, y se leve, de la mañana a la noche, deambular por los sótanos de la casa y encerrarse en un gabinete del subterráneo, donde se entrega a la lectura y a ocupaciones que mantiene en el misterio. Su consejero y algunos amigos de su edad están alarmados por esta conducta. Pero llega el momento en que, por insistencia de uno de sus mejores amigos, cosciente en asistir a un baile.

De allí parte un cambio notable en su vida, y lo vemos en compañía de grupos de trasnochadores recorriendo las calles y sitios de diversión. Una de estas noches siente una música como aquella que lo distraía a su hermana. Esto hace que su interés recaiga en los moradores de esa casa, y al poco tiempo lo vemos ante su consejero, confesándole que está enamorado. Este lo disuade de su propósito de respetar la promesa que ha hecho a su hermano de no casarse y, arrastrado más por su pasión que por las razones del amigo, contrae matrimonio con Ruth, una bella muchacha, cuya juventud ofrece ostensible contraste con sus años. Y llega el momento en que Jorge obtiene su licencia y regresa al hogar. Antes de llegar a su casa, entra a la iglesia y fija allí sus ojos en una bella joven que dirige un coro de niños. Parece el punto de partida de un amor, y cuando entra a su hogar, llamando a su hermano Carlos, se encuentra nuevamente con esta niña. Su hermano le advierte, con eufemismos, que se trata de su esposa, y se produce la crisis sentimental entre ambos hermanos. Esta situación se prolonga hasta que llega el momento en que, insensiblemente, Ruth y Jorge comprenden que sus vidas obedecen a los mismos impulsos de la juventud. Aman las mismas cosas, pasean y juegan como dos buenos muchachos, mientras Carlos propicia este amor y deja inconscientemente que siga creciendo el fuego que prendió en los corazones. Entre tanto, el gabinete oculto sigue siendo un misterio: el secreto y la curiosidad que despierta es otro lazo que une en un instinto de conspiración a los dos jóvenes. Pero ofreciendo un resorte bastante pueril, resulta que la llave encierra tanto misterio se guarda ostensiblemente al lado de la puerta y… Pero dejemos algo a la curiosidad del espectador y no nos adelantemos a despejar todas las incógnitas en un tema ya demasiado explotado, cuyo final se adivina en todo momento…

DIRECCIÓN: Como puede vers, un novelón de este volumen necesitaría de una dirección creadora para cortar y disponer los hechos en forma liviana y crear el clima de suspenso e intriga que pueda mantener despierto el interés del espectador, evitando la lentitud nórdica de la trama, que resulta de un ritmo aplastante para nuestra imaginación de latinos. Pero desgraciadamente no ha ocurrido así con La casa está vacía. El director, Carlos Schlieper, ha hecho un verdadero despliegue de virtuosismo, consiguiendo escenas destacadas, pero intercalando otras que están de más y olvidándose de poner el reajuste psicológico que provoque la exaltación pasional indispensable a la dramatización de la obra. Se habría producido una mayor intensidad pasional si hubiéramos asistido al proceso que provocó la psicosis de Carlos, y si el amor entre Jorge y Ruth no hubiese pasado tan inadvertido por el marido de ést y la enamorada de aquél. Por el contrario, se nos ofreció una amalgama de pasiones diluídas, donde se huye de las responsabilidades que, precisamente afrontándolas, habrían constituido la fuerza dramática. A esto hay que agregar lo que es típico en nuestra producción cinematográfica: la pobreza del diálogo. Hay momentos en que el guión es monosilábico y hacer caer la obra en trances en que los actores se mueven sin alma, privados de aliento creador del verbo. Esto ha ocurrido con todas las obras del cine chileno, sin excepción. Pero es más reprobable cuando se han tenido todos los medios para hacer un film irreprochable en el que no se justifica la pobreza de léxico. El director de La casa está vacía no comprendió que el drama es, antes de nada, una síntesis y una exaltación de las pasiones, que requiere de un lenguaje alerta que esté sosteniendo la obra en todo momento, y que en ningún caso deben sacrificarse las condiciones artísticas de los actores.

INTERPRETACIÓN: El elenco que tiene a su cargo la filmación de esta película se ha demostrado, en general, superior al argumento cinematográfico, a la dirección y a los medios materiales. Alejandro Flores ha superado en ella sus antecedentes cinematográficos y teatrales demostrados hasta el presente, haciendo un papel sobrio y austero, al extremo de salvar con su prestancia gran parte de los vacíos psicológicos de la adaptación. La expresión anímica que en todo momento revela su rostro es la expresión justa, y puede decirse sin exageración, que su acción infunde calidad humana a lo que podría ser una simple fantasmagoría. Esto nos mueve a defenderlo de la situación melodramática en que se le coloca en el desastroso final de la película, para destacarlo como bueno hasta en lo que choca al buen gusto artístico. Vilches tiene un papel ingrato, no por el personaje que representa, sino por la forma artificiosa en que se le hace actuar. Su presencia en la película ha sido distribuida en forma tan ilógica y arbitraria, que hace ineficaz esta presencia y debilita su trabajo expresivo. El espectador llega a no considerarlo indispensable. Su actitud y su voz, desde afuera y desde adentro, se repiten hasta el cansancio. Así, el personaje, que es importantísimo, pierde dramaticidad, malogrando al maestro que hay en Vilches. Peterson es el actor que por momentos absorbe toda la obra. Sus movimientos, que expresan tanto la exhuberancia de la vida juvenil como los momentos de duda, de quebranto y de dolor, con los que debe contrastar su existencia dentro de la obra, le dan oportunidad para demostrar condiciones poco comunes a su edad y a su breve experiencia de actor. Su expresión fisionómica depurada puede llevarlo muy lejos, si no es estropeada más tarde por los malos directores. Al obtener de su actuación una fuerza tan destacada, se anota Carlos Schlieper, director del film, su mejor éxito. María Teresa Squella está muy bien, como quiera pudo prescindir en ocasiones de su cómoda posición de bella muchacha, para convertirse en la encarnación de la pasión amorosa que a menudo le corresponde, pero aun se pueden explotar sus condiciones temperamentales en forma integral. Chela Bon, aun dentro del papel hierático que le corresponde, ha demostrado esta vez ser una artista de méritos indiscutibles. Hace un trabajo forzado y fácil y, sin embargo, está bien. El resto del elenco y las comparsas trabajan a conciencia y están bien movidos por el director.

TÉCNICA: En nuestro deseo de analizar con minuciosidad los diferentes aspectos del film, nos hemos alargado ya demasiado. En el aspecto técnico se advierte un desbarajuste en las escenas, notándose que el corte, especialmente, es imperfecto y que la transición de las escenas tiene un ritmo descontrolado. Sin embargo, la técnica señala méritos notables, consiguiendo mediante recursos materiales vencer los escollos que presenta la concepción errada del argumento. La fotografía dio el relieve exacto, entrando en la composición del carácter de los personajes como tal vez no se había hecho en otras películas. No todas las escenas muestran una iluminación perfecta, pero hay algunas notables. La cámara se ve manejada siempre con maestría. Los decorados, como dijimos al principio, son de una ejecución sobresaliente. Lamentamos que no se aprovecharan mejor los escenarios naturales (de la playa), donde transcurre sólo la primera parte de la película. Produce así la impresión de que se dio a los personajes libertad de acción hasta cierto momento, para luego obligarlos a moverse dentro de los grandiosos planos del decorado que, a su vez, deben soportar el peso de toda la acción. Sin embargo, el decorador merece un caluroso aplauso. La música ha sido todo un acierto, el sonido se coló magistralmente en todos los intersticios de la película, incorporándose a su cuerpo como una circulación celular.

EN RESUMEN: Es una buena película nacional cuya ejecución sorprende. Si se eligiera un tema de mayor emoción e importancia, y se volviera a contar con el elenco y el aporte técnico de La casa está vacía, lograría Chile Films ofrecer una película digna de enorgullecernos frente a cualquier cinematografía. Cuenta con todos los elementos; ha progresado en muchos aspectos; tiene, pues, ahora la perfección al alcance de la mano.