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monarquistas, montoneros y mapuches durante la GESTACIÓN de la republica: Chile, 1817 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto Fondecyt 1090144: Montoneras populares y rebelión del peonaje en la gestación de la República: Chile, 1810-1835. Mis agradecimientos a los licenciados Marisol Videla por su colaboración en la investigación llevada a cabo en el Archivo Nacional. Una versión más acotada de este trabajo fue publicada en Revista de Estudios Americanos Vol. 68, no. 2 (Sevilla) 2011, pp. 483-510.. por Leonardo León, Universidad de Chile “Y así señor, por la sangre real que corre por sus venas, por nuestro Rey, por Jesucristo, me diga lo que hemos de hacer, a qué punto debemos ocurrir con auxilios y qué es lo que debemos de llevar, pues en un pelo tenemos la vida y en V. S. tenemos las esperanzas de libertarlas”. José María Marchant, (pseudonimo), montonero popular, al Coronel monarquista José Ordóñez, Chacay, 12 de agosto de 1817 Citado en Diego Barros Arana, Historia Jeneral de Chile (2da. Edición, 16 Vols., Santiago, 1999), Vol. XI, p. 138.. La batalla de Chacabuco, en febrero de 1817, significó una victoria para los republicanos, pero no implicó la derrota total de los monarquistas. Aprovechando la incapacidad logística de los hombres dirigidos por José San Martín y Bernardo O’Higgins de extender inmediatamente sus líneas hacia el sur, las fuerzas del rey se replegaron hacia Concepción con la esperanza de reconstituir sus fuerzas con el soporte de las guarniciones locales y el apoyo que les brindaran los habitantes de Chiloé y Valdivia. Este objetivo lo consiguieron rápidamente; en menos de un mes, lo que había sido un cuerpo militar diezmado ya había adquirido la semblanza de una fuerza respetable. “Tengo noticias de hallarse un división de doscientos fusileros muy inmediato a las riberas del Maule”, escribió el general Ramón Freire a O’Higgins el 1º. de marzo, “mandada por [Antonio Vites] Pasquel, quien ejecuta horrores en sus campañas, para lo que he dispuesto salir el martes 4 con una división de cuatrocientos veteranos a escarmentarlos” Ramón Freire a Bernardo O’Higgins, Cuartel Auxiliar, Talca, 1 de Marzo de 1817, Archivo del General don Bernardo O’Higgins (Instituto Geográfico Militar, Santiago, 195), Vol. 7, p. 250. Citado en adelante ABO. . Las medidas adoptadas por Freire parecían acertadas para reprimir lo que se concibió como un mero rezago del antiguo ejército imperial, pero lo que no calculó fue la capacidad de sus líderes –principalmente el antiguo intendente de Concepción coronel José Ordóñez- de reagrupar sus hombres en Talcahuano y contar con el apoyo de las principales tribus mapuches del Gulumapu Araucanía). Apenas un mes más tarde, el general Gregorio Las Heras, entonces Comandante en Jefe de las tropas republicanas desplazadas hacia el sur, escribía: “la frontera del otro lado del Bío-Bío está por los enemigos…” Gregorio Las Heras a O’Higgins, 10 de abril de 1817, Archivo Nacional, Ministerio de Guerra Vol. 49, f. 26. Citado en adelante ANMG. . Monarquistas y mapuches fueron la primera muralla contra la cual chocó el impetu republicano en el sur; en los meses siguientes, estas fuerzas fueron engrosadas por los montoneros populares formando una alianza militar hasta allí impensada por el liderazgo republicano. En lo que sería una prematura materialización del complejo frente bélico doméstico que predominó en los años siguientes, los republicanos se enfrentaron durante 1817 a tres fuerzas, cuya dinámica obedecía a factores de índole diversa, que no estaban unidas por un discurso común ni operaban bajo un mando único; lo que parecía cohesionarlos era su deseo común de defender los derechos otorgados por la monarquía e impedir el triunfo republicano. Su objetivo principal se dirigía a impedir el parto de una forma de poder manejada exclusivamente por el patriciado y de la cual habían sido excluidos desde 1810. Sus temores tenían cierto fundamento, pues el monopolio aristocrático y santiaguino del poder ya se había manifestado durante la Patria Vieja (1810-1814), cuando las luchas internas, el surgimiento de fracciones y las rivalidades personales dieron lugar a una guerra civil del patriciado revolucionario que tiño de sangre los campos de Chile. No obstante, lo que sucedió en 1817 fue un hecho inédito. Por primera vez, después de tres siglos de existencia, se producía un levantamiento armado contra el Estado. ¿Se trató del inicio de una guerra social? Probablemente. Pero la ausencia de datos más concluyentes impide llegar a esa conclusión; en la fase actual de la investigación, esa sería una interpretación apresurada. Sin embargo, se puede decir que, al combatir en esos tres frentes, la República se enfrentó a las grandes mayorías, generando una fractura que no lograría borrar en las décadas posteriores. En las páginas que siguen se analiza el surgimiento simultáneo de monarquistas, mapuches y montoneros populares, como un movimiento social de índole anti-republicana que logró derrotar, a fines de 1817, el proyecto de San Martín y O’Higgins. Se trató del primer movimiento armado en la historia del país en que participaron activamente algunos miembros de la plebe, hecho que la memoria oficial ha preferido olvidar. “Tanto los historiadores sociales como los sociólogos de la historia”, escribió recientemente Eric R. Wolf, “han hecho ver que la gente ordinaria fue a la vez que agente activo del proceso histórico, víctima y testigo silencioso del mismo. Así pues, necesitamos poner al descubierto la historia de la ‘gente sin historia’, es decir, las diversas historias activas de acosadas minorías ‘primitivas’, de campesinos, trabajadores, inmigrantes” Eric R. Wolf, Europa y la gente sin historia (México, Fondo de Cultura económica, 2009), p. 10.. Desde la metodología de la microhistoria, se plantea que, sin perder de vista el movimiento global de la Independencia, es preciso llevar a cabo un enfoque más particular de los acontecimientos para rescatar la historicidad del mundo popular, su profundo arraigo en la región fronteriza y su tremendo impacto en el desenvolvimiento de la guerra en los meses posteriores a Chacabuco Igor Goicovich, “Conflictividad social y violencia colectiva en Chile tradicional. El levantamiento indígena y popular de Chalinga (1818)”, en Revista de Historia Social y de las Mentalidades 4 (Santiago, 2000), pp. 59-70; Gabriel Salazar, La historia desde abajo y desde adentro (Universidad de Chile, 2003); Mauricio F. Rojas, Las voces de la justicia. Delito y sociedad en Concepción (1820-1875). Atentados sexuales, pendencia, bigamia, amancebamiento e injurias (DIBAM, Santiago, 2008).. Por sobre todo, se plantea la necesidad de rescatar los acontecimientos que tuvieron lugar durante ese año crucial en la gestación del régimen republicano en Chile y comenzar a replantear, críticamente, el relato hasta aquí desarrollado de modo exclusivo por la historiografía de quienes asumieron el poder. 1. Los actores de un drama inédito. Antes de proseguir es necesario señalar que el patrón que asumió la guerra revolucionaria en Chile no se distinguió totalmente del cariz que adquirió el conflicto en otras partes del continente. John Lynch ya había postulado, en la década de 1970, tanto la naturaleza aristocrática del movimiento emancipador como el constante peligro de una guerra social, producto de la presión que ejercían las castas, indios y mestizos sobre el nuevo sistema de gobierno. El temor al bajo pueblo estuvo siempre presente en los cálculos de la elite criolla. “En partes de Hispanoamérica la posibilidad de una revuelta de los esclavos fue tan temible, que los criollos no abandonarían fácilmente la protección que les proporcionaba el gobierno imperial” John Lynch, The Spanish American Revolutions, 1808-1826 (London, 1973), p. 20.. Pero poco podía hacerse cuando la guerra misma creo los vacíos de poder y autoridad que permitieron el afloramiento de viejas disputas étnicas, fraccionales y sociales. En Perú, donde las revueltas indígenas fueron emblemáticas durante el siglo XVIII, los grupos subalternos se levantaron contra las debilitadas autoridades virreinales demandando su derecho a la autonomía y a la defensa de sus derechos coloniales Scarlett O’Phelan, Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia, 1700-1800 (Cuzco, Centro Bartolomé de Las Casas, 1988); La gran rebelión en los Andes: de Tupac Amaru a Tupac Catari, (Cuzco, Centro Bartolomé de las Casas, 1995); Steve Stern, (comp.) Resistance, rebellion and Consciousness in teh Andean Peasant World, 18th to 20th Centuries (Madison, University of Wisconsin Press, 1987); John Fisher Allan Kuethe y Anthony McPharlane (comps. ) Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Perú (Baton Rouge, Lo9uisiana University press, 1990); Sergio Serulnikov, Conflictos sociales e insurrección en el mundo colonial andino. El norte de Potosí en el siglo XVIII (Fondo de Cultura Económica, México, 2006); . En Colombia y Venezuela, tanto las castas como los llaneros también aprovecharon la oportunidad que les ofreció la revolución para levantar sus propios estandartes y agitar una revuelta de carácter social que no tendría parangón en la historia de Nueva Granada John L. Phelan, The People and the King: The Comunero revolution in Colombia, 1781 (Madison, University of Wisconsin Press, 1978); Anthony McFarlane, “Rebellions in late Colonial Spanish America: A Comparative Perspective”, en Bulletin of Latin American Research, Londres, Society of Latin American Studies, vol. 14, N°3, 1995, pp. 313-338.; en México, el grito de Morelos y la rebelión del cura Hidalgo fueron el anuncio de una guerra social que, como una segunda revolución, remeció el istmo Serge Gruzinski, Man-Gods in the Mexican Highlands. Indian Power and Colonial Society, 1520-1800 (Stanford, Stanford University Press, 1989); John Meyer, (comp.), Tres levantamientos populares. Pugachov, Tupac Amaru, Hidalgo (México, CEMCA, 1992).. La simple traducción del movimiento de la independencia como una guerra nacional que dividió a los españoles de los americanos ha sido completamente superada; ahora se habla de movimientos paralelos, marginales, paralelos o subalternos, que desde diferentes rincones asediaron el proyecto republicano desde sus orígenes. “El título de mi libro”, escribió con particular franqueza Eric Van Young al presentar su obra La Otra rebelión, “tiene como fuente de inspiración esa intrahistoria: la ‘otra’ rebelión (con todas las connotaciones contemporáneas del término) distinta de la historia ‘oficial’, de importancia no menor pero más conocida, alimentada por la ideología nacionalista y el triunfalismo criollo” Eric Van Young, The other rebellion. Popular Violence. Ideology and the Mexican Struggle for Independence, 1810-1821 (Stanford, Stanford University Press, 2001), p. 28.. En una palabra, en este texto nos apegamos a esa nueva visión que la historia de América Latina no fue tan solo una historia de sus oligarquías sino también, y con mucha fuerza, la historia de su gente común y corriente. En Chile, prevalece la opinión que la guerra de la Independencia fue un conflicto de índole nacional, restringido al mundo de la elite y sin los rasgos de un quiebre social de magnitud Francisco A. Encina, Historia de Chile, desde su prehistoria hasta la revolución de 1891 (15 Vols., Editorial Ercilla, 1984); Nestor Meza, La actividad política en el reino de Chile, 1806-1810 (Editorial Universitaria, 1957); Simon Collier, Ideas y política de la Independencia chilena, 1808-1833 (Editorial A. Bello, 1977); Chile. La construcción de una república. 1830-1865. Política e ideas (Ediciones Pontificia Universidad Católica de Chile, 2005). La excepción a esta visión son los trabajos recientes de Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile (1760-1860). Democracia de los pueblos. Militarismo ciudadano. Golpismo oligárquico (Editorial Sudamericana, 2005); Julio Pinto Vallejos y Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, ¿Chilenos Todos? La construcción social de la nación (1810-1840) (Editorial LOM, 2009).. Poco o nada se ha hecho para reconocer sus variaciones, complejidades y peculiaridades. Por sobre todo, se ha omitido la heterogeneidad de intereses y proyectos que entraron en disputa y la diversidad de protagonistas que intervinieron en su devenir. En este trabajo centramos la atención en tres sujetos fundamentales: monarquistas, mapuches y montoneros populares. Los monarquistas luchaban por recuperar el poder que habían logrado reconquistar entre 1814 y 1817 y resarcir la humillación de la dramática derrota de Chacabuco. “Sollozos de ancianos y respetables padres de familia”, escribió un testigo al describir el efecto de la derrota, “llantos de sus virtuosas esposas, alaridos de sus inocentes hijos, un rechinante ruido de artillería y carros de transporte, un paso continuo de acémilas con todas clases de equipajes y efectos, el saqueo de varias casas, el abatimiento y terror en todos los semblantes: este era el cuadro que presentaba la Capital de Chile en aquella infausta noche” Mariano Torrente, “Historia de la revolución en Chile, 1810-1828”, en Colección de Historiadores y de Documentos relativos a la Independencia de Chile (3 Vols., Santiago, 1900), p. 141. Citado en adelante CHDICh.. El mismo autor agregaba más adelante: “No hubo genero de confiscaciones, destierros y suplicios a que no se entregase aquel general [San Martín] para celebrar su triunfo” Id., p. 146.. La elección que hicieron los monarquistas de Concepción como último baluarte realista no fue accidental. Según Armando Cartes, la provincia de Concepción mostró desde los primeros de la revolución que no estaba dispuesta a someterse a los dictados de la elite santiaguina, oposición que se tradujo en la corta guerra que libraron ambas provincias durante 1812 y 1813 Armando Cartes, Concepción contra Chile. Consensos y tensiones regionales en la Patria Vieja (1808-1811) (Centro de Estudios del Bicentenario, Santiago, 2010).. “Decían aquellos malvados, que los muchos robos hechos por el ejército y tolerados por los jefes”, escribió Carrera en su Diario, “habían causado el descontento de los pueblos, obligándolos a abrazar al partido realista” José Miguel Carrera, “Diario, 1810-1814”, CHDICh Vol. 1, p. 229.. Más de una razón tenían los habitantes de la frontera para mostrarse resentidos contra los revolucionarios. Al fin de cuentas, la mayor parte de la guerra se libró en sus tierras. “En este país hay muchos godos”, escribió Freire a O’Higgins al inicio de las campañas en el sur, “los trato bien por razón de haber muchos mas en la Concepción en donde tendrán noticia de lo bien que les va. Luego que ésta se tome, yo presentaré una lista de ellos para apretarlos como lo merecen. Si no gasto esta política creo se nos escapen aquellos dejándome pelado el Reino...” Freire a O’Higgins, Talca, 20 de Marzo de 1817, Archivo Nacional, Fondo Vicuña Mackenna Vol. 93, f. 5v. Citado en adelante ANFVM.. A la tradicional hostilidad de los penquistas se sumó, durante el período que cubre este estudio, el renovado rigor de la guerra, con sus secuelas de hambre, destrucción y muerte. “Este Partido se halla totalmente menoscabado de toda clase de hacienda”, reportó un comisionado republicano al dar cuenta de su incapacidad para recoger bienes y recursos, “tanto porque ha sufrido desde el principio de la guerra todo el gasto de ambos ejércitos que han hecho mansión en este pueblo”, escribió con velado dramatismo el comandante Juan Albano a O’Higgins, a mediados de septiembre de 1817, “como porque el rigurosísimo Invierno ha originado una gran mortandad, y así es que aunque sus habitantes son del patriotismo, pero no tienen como poder contribuir sin experimentar un grave perjuicio en sus obligaciones” Juan Albano a O’Higgins, 20 de septiembre de 1817, Archivo nacional, Ministerio de Guerra (Citado en adelante ANMG, seguido del volumen y fojas cuando sea el caso), Vol. 21, f. 201.. O’Higgins, oriundo de Concepción al igual que la plana mayor de su alto mando, atribuyó a la ignorancia la actitud hostil que asumió la Provincia cuando arribó con las banderas republicanas. “La carencia de noticias públicas en esta Provincia hace vacilar en cierto modo a sus habitantes”, escribió con algún grado de ingenuidad al solicitar ejemplares de la Gaceta, “cuya opinión no está bien formada sobre los principios de nuestra justa causa y ventajas que deben prometerse de la Independencia a que aspiramos…” O’Higgins al Director Supremo Delegado, 9 de septiembre de 1817, ANMG 28, f. 176.. Pero las opiniones pronto fueron reemplazadas por acciones beligerantes, especialmente cuando se descubrió que la población penquista no estaba dispuesta a brindar un apoyo incondicional a las tropas republicanas. Fue el momento en que se inició, sin mayor aviso, la Guerra a Muerte Benjamín Vicuña Mackenna, La guerra a muerte. Memoria sobre las ultimas campañas de la Guerra de la Independencia, 1819-1824 (Santiago, Imprenta Nacional, 1868).. Los mapuches se sumaron a la guerra para proteger su soberanía en el Gulumapu (Araucanía) y, también, para dar cumplimiento a los tratados que suscribieron con el monarca durante gran parte del período colonial Sobre la importancia de los parlamentos se han escrito diversos trabajos. Para Chile se pueden mencionar las obras de Sergio Villalobos, Vida fronteriza, pp. 186-196; Luz M. Méndez, “La organización de los parlamentos de indios durante el siglo XVIII”, en S. Villalobos et al, Relaciones Fronterizas en la Araucanía (Santiago, 1982); (Temuco 1987) , pp. 47-82; Leonardo León, Maloqueros y conchavadores en Araucanía y las Pampas, 1700-1800 (Temuco, 1990); Horacio Zapater, La búsqueda de la paz en la guerra de Arauco: padre Luis de Valdivia (Santiago, 1992); Guillaume Boccara, “Dispositivos de poder en la sociedad colonial-fronteriza chilena del siglo XVI al siglo XVIII”, en Jorge Pinto R., (Edit.), Del discurso colonial al pro-indigenismo. Ensayos de Historia Latinoamericana (Temuco, 1996), pp. ; Rolf Foerster, Jesuitas y Mapuches, 1593-1767 (Santiago, 1997); José M. Zavala, Los mapuches del siglo XVIII. Dinámica étnica y estrategias de resistencia (Editorial Universidad Bolivariana, 2008), pp. 159-188.. La movilización de algunas tribus contra la República no dejó de ser una paradoja, toda vez que los líderes e intelectuales republicanos justificaron en parte su gesta recordando la epopeya araucana Holdenis Casanova, “Entre la ideología y la realidad: la inclusión de los mapuche en la nación chilena (1810-1830)”, Revista de Historia Indígena 4 (Universidad de Chile, 2000): 10; Viviana Gallardo, “Héroes indómitos, bárbaros y ciudadanos chilenos: el discurso sobre el indio en la construcción de la identidad nacional”, Revista de Historia Indígena 5 (Universidad de Chile, 2001): 121.. Sin duda, la participación de los mapuches en la guerra civil que sacudió a Chile fue un hecho controvertido que ha dado lugar a diversas interpretaciones. “Aquellos salvajes turbulentos y rapaces”, escribió Barros Arana, “atraídos por la esperanza del saqueo y de la orgía, prestaban gustosos su terrible cooperación a una lucha que manchaban con sus crímenes” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 192.. Casi cien años después, esta opinión fue reiterada sin alteraciones en lo sustancial. “El atractivo del pillaje, la aventura sangrienta y la animosidad latente, les arrastraban de manera irresistible. Era el resultado del quiebre de la sociedad dominante y del espectáculo de sangre y desenfreno desatado por ella: magia y vértigo de todo lo irracional” Sergio Villalobos, Los Pehuenches en la vida fronteriza (Santiago, 1989), p. 235; similares expresiones del autor en Vida fronteriza en la Araucanía. El mito de la Guerra de Arauco (Santiago, 1995), p. 197.. Estas semblanzas, dicha con tanta autoridad y tan poco fundamento, dejan al descubierto la visión racista que concibe a los mapuches como ‘bárbaros’; en la orilla opuesta, también negándoles todo protagonismo, están los autores que representan a los mapuches como meros ‘observadores o victimas’ de la historia. “La Independencia de Chile, como es natural”, escribió José Bengoa, “fue ajena a los mapuches” José Bengoa, Historia del pueblo mapuche siglos XIX y XX, Ediciones Sur, Santiago, 1985, p. 135.. Ambas interpretaciones proporcionan una imagen bastante menesterosa de los mapuches, basada más bien prejuicios doctrinarios que en los hechos que hilvanaron la realidad. Con mucho más fundamentación y solidez en su argumento, el profesor Jorge Pinto manifestó que tanto “los mapuches y casi todo el resto de la sociedad regional no miraron con simpatía el proceso emancipador” Jorge Pinto, De la inclusión a la exclusión. La formación del Estado, la nación y el pueblo mapuche (IDEA, USACH, 2000), p. 48.. El peso de los parlamentos y de la coexistencia fronteriza, los vínculos comerciales que integraban la economía tribal y regional con la economía colonial, señala el autor, “habían generado una serie de intereses que nadie quería arriesgar a causa de un proyecto de emancipación política que no se conocía bien”. Esa sería la clave, según el autor, para entender lo que se denominó la “guerra a Muerte”. “Las autoridades españolas”, observó Pinto, “sabían muy bien que podían contar con el apoyo de diversas parcialidades indígenas y que no les costaría demasiado movilizarlas contra los promotores del cambio”. En una palabra, los monarquistas apelaban al conservadurismo político de los mapuches, un elemento de la consciencia política de los mapuches que está muy lejos del afán de pillaje que enarbolaron otros autores. “La conducta de los wenteche (arribanos) y muy particularmente la posición de su máximo líder, Magiñwenu”, escribió Pablo Marimán, “estuvo centrada en el respeto a los pactos suscritos en Negrete el año de 18903, los que se vieron trastocados al asumir el bando patriota la dirección del gobierno y construir un Estado independiente” Pablo Marimán et al, ¡…Escucha dinka….! Cuatro ensayos de Historia Nacional Mapuche y un Epílogo sobre el futuro (Santiago, LOM, 2006), p.83.. De esa manera, Marimán resumió un aspecto fundamental de la participación de los mapuches en los sucesos que se van relatando; asumiendo la fisonomía social fracturada de la región fronteriza y teniendo presente que en el propio Gulumapu prevalecían los intereses de las diversas tribus que, sin formar un todo nacional, se oponían entre sí, explica la gestación de las diversas alianzas que suscribieron las tribus con los bandos en disputa. No todos los linajes apoyaron el bando realista ni tampoco se sumaron masivamente a la causa republicana. “Los Llanos estuvieron divididos desde el principio de la lucha entre patriotas y realistas”, escribió Vicuña Mackenna, “en las reducciones que yacen al norte de aquellos, i que son las mismas que se han sometido ahora pacíficamente a nuestras armas hasta a orillas del Malleco, imperaba como amigo de Chile el famoso Juan Colipí, indio valiente que nos dio su sangre i la de sus hijos con un denuedo igual a su rara constancia. Otro tanto sucedía en la parte meridional de los llanos, donde el ponderado Venancio Coiguepan, cacique principal de Lumaco, se había hecho desde los primeros días de la guerra el más entusiasta aliado de Chile. Más entre estos dos defensores de nuestra causa, levantábase el verdadero rey de los llanos aquel bravo manco Mariluan…” Vicuña Mackenna, op. cit., p. 75. Los mapuches de comienzos del siglo XX recordaban el rol que desempeñaron sus antepasados durante la guerra de la Independencia. “No pertenecían ni a los realistas ni a los patriotas” puntualizó Juan de Dios Pichi Nekulman al referir la historia de su linaje asentada en Forrahue, “no le importaban nada los motivos porque guerreaban. Combatían con los que invadían su suelo y principalmente con las agrupaciones enemigas” Relato de Juan de Dios Pichi Nekulman, en Tomás Guevara y Manuel Mankelef, Kiñe mufu trokinche ñi piel (Historias de familias, siglo XIX) (Liwen, Temuco, 2002), p. 154.. Esta declaración, que no hace mención del pillaje ni del botín capturado, pone en otra perspectiva la actuación de los lonkos. Al parecer, sus motivaciones fueron, desde un comienzo, de índole política y dirigidas a defender su legendaria autonomía social. “En la guerra de los españoles del rey con los militares chilenos que formaron otro gobierno”, refirió Lorenzo Koluman al contar la historia de Lorenzo Colipi, “él fue partidario desde el principio de estos últimos” Relato de Lorenzo Koluman en Tomás Guevara y Manuel Mankelef, Kiñe mufu trokinche ñi piel, p. 34.. Más que recordar el saqueo, el viejo Lipay señaló: “Esa fue una guerra muy grande: llegaron peleando los del rey y los chilenos desde el norte. Oí decir a mis mayores que primero ganaron los del rey y después los chilenos” Relato de Lipay, en Tomás Guevara y Manuel Mankelef, Kiñe mufu trokinche ñi piel , p. 60.. Esta frase, que sienta el conflicto en la contienda entre monarquistas y republicanos, refleja un buen concocimiento de los hechos y deja en evidencia que la participación de los mapuches en la guerra no fue un evento casual. Se puede decir que marcó la memoria de los mapuches por más de un siglo. “Mi bisabuelo tenía el nombre de Lemunaw. Fue de los tiempos en que Mangin y Mariluán defendían al rey … perteneció también a los realistas y anduvo en todas las correrías que hicieron los arribanos con Mangin a Nacimiento, Los Ángeles, Yumbel, Concepción y otros lugares. Esos años fueron los mejores para las tribus nguluche (arribanas). Entonces había buena cosecha de botín y mujeres cautivas” Testimonio de Juan Kallfukura, en Tomás Guevara y Manuel Mankelef, Kiñe mufu trokinche ñi piel, p. 83.. Sobre las motivaciones de algunas tribus de sumarse al bando monárquico, el testimonio de Juan Kallfukura y José Manuel Zúñiga respecto de Magnilhuenu apunta: “Llegó la guerra del rey con los chilenos. Mangin se puso del lado del rey. Tenía amistad con los lenguaraces, los comisarios y los padres. Todos le decían: El rey es mejor; tiene muchas tierras. Los chilenos son pobres, te robarán las tuyas” Testimonio de Juan Kallfukura y José Manuel Zúñiga, en Tomás Guevara y Manuel Mankelef, Kiñe mufu trokinche ñi piel, p. 88.. Del testimonio de los mapuches se desprende un hecho central: que el fraccionalismo político tribal, de profunda tradición en el Gulumapu antes de la aparición de las grandes jefaturas, se tradujo en la participación de mapuches en ambos bandos de la guerra. De una parte, los arríbanos encabezados por Mariluan y Mangil, y de otra, el afamado lonko de Cholchol Venancio Coñuepan. “Koñuepang se juntaba con todos los generales y comandantes que entraban a la Araucanía. Estos generales entraban a perseguir a los realistas que se unían a nuestras tribus rebeldes. Otras veces iba al norte con sus mocetones a tomar parte en las batallas, sitios de pueblos y correrías. Los generales lo apreciaban como amigo y defensor de la Patria. Tenía sueldo como oficial… cuando los patriotas perdieron primero la guerra (1817), Koñuepang se vio muy afligido. Huyó a las montañas del lado poniente del río Chollcholl. Hizo fuertes para defenderse. Pero cuando volvieron a ganar los patriotas, el se desquitó demás” Testimonio de Panefilu y Painemal, en Tomás Guevara y Manuel Mankelef, Kiñe mufu trokinche ñi piel, p. 172.. El tercer partido que se sumó a la guerra civil en 1817 fue el populacho. Sobre este tema se sabe muy poco o nada, pues la investigación ha estado principalmente dirigida a esclarecer las motivaciones de la elite. Pero lo que se puede suponer, ante la ausencia de testimonios directos, es que los ‘malditos huasos’, como les denominó Carrera en su Diario, se levantaron armados contra quienes les habían reclutado a la fuerza y que, hasta allí, les habían perseguido por haberse convertidos en desertores de la Patria Leonardo León, Ni patriotas ni realistas: el bajo pueblo durante la Independencia de Chile, 1810-1822 (Santiago, 2011), analiza las conflictivas relaciones de la plebe con los republicanos durante este período y el impacto que tuvo la recluta forzada y la deserción en el desarrollo de la guerra. La expresión de Carrera en Diario, Ob. Cit., p. 303.. Huasos, gauchos y peones, bandidos, inicuos y malhechores –vocablos con que se denominó en los partes militares a los miembros de las montoneras para distinguirlos de las fuerzas monarquistas-, aprovechándose del vacío de poder que se produjo en 1817, usaron su entrenamiento militar y su experiencia en las batallas y escaramuzas, para luchar contra sus antiguos oficiales. “SA la sombra de este estado de anarquía”, observó Barros Arana, “se había aumentado el bandolerismo en los campos, engrosado en parte con los fugitivos del ejército realista y con los desertores del ejército patriota” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit. Vol. XI, p. 107.. Los peones no eran ya la mera comparsa que aplaudía a los jefes revolucionarios y recogía las monedas que arrojaban a su paso o que simplemente acudían a las órdenes de sus patrones. “El bajo pueblo, cuando llegaba a comparecer, lo hacía en calidad de elemento adicional de presión, pero no como verdadero interlocutor político o destinatario de medidas de redención social” Julio Pinto Vallejos y Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, ¿Chilenos Todos? La construcción social de la nación (1810-1840), p. 34.. Globalmente, los especialistas han tendido a ver en las montoneras populares una expresión de aquel mentado ‘bandolerismo social’ que acuñó hace varias décadas el historiador británico Eric Hobsbauwn Eric Hobsbawn, Rebeldes primitivos (Editorial Ariel, Barcelona 1983); Bandidos (Editorial Ariel, Barcelona, 1976).. Al respecto, Maximiliano Salinas escribió: “Los vagabundos, el sector más oprimido y explotado del sector rural, enfrentan dos alternativas para conseguir su subsistencia: la mendicidad, como asimilación pacífica de su condición de tal, o el bandolerismo, como expresión agresiva de descontento y rebeldía. La mendicidad es la sumisión; el bandolerismo, la protesta y el camino de la insubordinación al status quo, el traspaso de los límites desorden social, el enfrentamiento, en fin, con los garantes del dicho orden: los detentores del poder y la riqueza” Maximiliano Salinas, “El bandolero chileno del siglo XIX. Su imagen en la sabiduría popular”, Revista Araucaria de Chile 36 (1986), p. 58.. Ana María Contador, historiadora que realizó el mayor esfuerzo de análisis y reflexión sobre el bandidaje de comienzos del siglo XIX, escribió: “Concluimos que en base a su masificación y a la realidad de pauperismo social vivida por la masa campesina, este bandidaje tuvo un carácter esencial de subsistencia….esta característica transformó al bandidaje en una fuerza social desestabilizadora de la nueva sociedad” Ana María Contador, Los Pincheira. Un caso de bandidaje social. Chile 1817-1832 (Bravo y Allende Editores, Santiago, 1998), p. 189.. En este trabajo, centrado en un período cronológico mucho más reducido, se explica la dinámica del bandolerismo popular como la manifestación política de un segmento de la plebe que rechazaba militarmente al régimen republicano. En otras palabras, no se vincula el fenómeno del bandidaje popular a la pobreza ni a las condiciones materiales de vida de la época, sino a la lucha por el poder que se dio en esos días y que estremeció a Chile central. No se pretende incluir a todo el peonaje, sino más bien a aquel segmento de la plebe que, veterana en los asuntos de la guerra por su participación forzada en diferentes campañas, podían cobrar su cuota de venganza contra los oprobios que sufrieron mientras estuvieron enganchados en los regimientos republicanos. En este punto seguimos de cerca la tesis postulada por el profesor Mario Góngora quien, al describir el bandolerismo en este período, expresó: “Junto a los factores de larga duración, el vagabundaje se acrecienta por fenómenos comunes a todas las guerras o peculiares de ésta: a saber, la ingente deserción de soldados y reclutas; las migraciones de población por motivos ideológicos; el ocultamiento transitorio de campesinos, que se fugan de sus moradas ante el avance de las tropas., etc.” Mario Góngora, “Vagabundaje y sociedad fronteriza en Chile (siglos XVII a XIX)”, Cuadernos del Centro de Estudios Socioeconómicos, (Santiago, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Chile, 1968), p. 32.. Globalmente, el populacho había mostrado, desde los días de la Patria Vieja (1810-1814), su profunda antipatía ante la causa republicana. “Los muchachos, soldados y mujeres, nos rodeaban y formaban un numeroso acompañamiento”, escribió en su Diario José Miguel Carrera al describir la escena que se produjo cuando entró prisionero a la ciudad de Chillán, “las piedras y terrones eran tantos como los insultos; las calles y los tejados estaban llenos de gente” Carrera, Ob. Cit., p. 280. . ¿Podría haber una manifestación más expresiva del desprecio plebeyo hacia los líderes de la Revolución? Pero no se trataba tan solo de repudiar a los nuevos líderes, sino también de demostrar una conducta insumisa y rebelde frente a las autoridades. “El mismo día en la noche”, expresó Cayetano Baeza en la causa criminal que se llevó a cabo por homicidio contra José Troncoso en la localidad de Rancagua, “se sacaron de la prisión al citado Troncoso, al venir el día, más de 20 hombres armados según oyó decir el que declara, y que en este estado se retiró de esta jurisdicción el dicho Troncoso” Declaración de Cayetano Baeza en Causa Criminal contra José Troncoso, Rancagua, 17 de abril de 1817, ANMG 17, f. 63.. ¿De dónde provenían estas cuadrillas improvisadas que desafiaban al Estado? ¿Cuál era su destino posterior, cuando se transformaban en renegados? “En el Juzgado del Alcalde don José Santiago Palacios”, notificó el Cabildo de San Fernando a O’Higgins a principios de abril, “solo se siguen siete causas contra salteadores y homicidas, ejecutados en estos últimos días. Pasando a 25 los reos que, comprendidos en estos delitos, se hayan en la cárcel y cuartel, y aún no va la tercera parte aprehendidos de las guerrillas que se han levantado de esta clase de malévolos….” Cabildo de San Fernando a O’Higgins, 3 de abril de 1817, ANMG 20, f. 8.. Seguramente el número de los plebeyos que se levantaron contra la República no se contaba por centenares, pero allí estaban, sacando provecho de las debilidades y fisuras que mostraban el nuevo Estado. “Habiendo prendido en esta mi jurisdicción al famoso ladrón Rosauro Meléndez”, escribió el juez comisionado de Rancagua en diciembre de 1817, “y teniendo noticia de sus malas propiedades, pasé donde el Diputado don Urbano Filir a tomar una información de sus procederes y me dijo que en el tiempo de la Primera Patria lo había ido a prender al lugar de Bague y se había arrancado a pie y le había quitado un caballo ensillado y enfrenado robado, el que se llevó al teniente Pica…me dice que sabe y le consta que este es un famoso ladrón y que también lo tuvo preso y le siguió sumaria y lo remitió a San Fernando” José Valenzuela, Juez Diputado, al Teniente Gobernador de Rancagua, 11 de diciembre de 1817, ANMG 17, f. 106.. ¿Cuántos plebeyos reproducían el historial criminal de Rosauro Meléndez? No lo sabemos, pues no todos los que se levantaron contra la República fueron capturados ni llegaron a los estrados judiciales. Pero no es aventurado pensar que cuando la causa republicana fue asediada por monarquistas y mapuches, este tipo de hombres se sumó con entusiasmo a las filas de sus enemigos. “La escandalosa infestación con que diariamente inundan estos puestos las gavillas de facinerosos y mal entretenidos”, informó el teniente gobernador de San Fernando a O’Higgins a mediados de julio de 1817, dando cuenta de una situación que, más que menguar, parecía aumentar. Apenas dos meses antes, el general Luis de la Cruz escribió a O’Higgins: “los salteadores cada día se aumentan, y todos ellos son de los que ahí fugan…” Luis de la Cruz a O’Higgins, Talca, 6 de mayo de 1817, ANMG 21, f. 12.. O’Higgins, que además de su valor demostró ser un ‘buen’ conocedor de los hombres que le seguían, escribió con un dejo de resignación: “Una consecuencia desgraciada, pero que está en el origen de los sucesos de la Revolución, ha erizado estos países de hombres perversos que halagándose de la propagación de las calamidades públicas se abandonan a toda clase de delitos a la sombra de las alteraciones políticas. Este mal puede llegar a un grado de que ataque la seguridad de la Nación…sabido el verdadero delincuente, castíguesele en el acto, que la prontitud de la pena produce el saludable efecto del escarmiento” O’Higgins a Luis de la Cruz, 24 de abril de 1817, ANMG 28, f. 99.. Buenas razones tenía O’Higgins para hacer su diagnóstico. Lo aberrante fue que, desde el comienzo, no logró visualizar que la reacción negativa del populacho contra la República no obedecía solamente a sus tendencias ‘libertinas’ sino que eran también el fruto del perfil aristocrático que asumió su gobierno y de las primeras acciones que llevaron a cabo los comandantes ‘patriotas’ contra los capitanes de la plebe. “Uno o dos días después”, relató Barros Arana al dar cuenta del Bando publicado por Freire en Talca condenando a muerte a los ladrones a fines de febrero de 1817, “[José Miguel] Neira fue sorprendido in fraganti en un atentado de esta clase. Había asaltado la casa de unas pobres mujeres en los suburbios de la ciudad, estropeado a éstas y robádose los pocos objetos de algún valor que poseían. Sometido inmediatamente a un consejo de guerra, y condenado a muerte, Neira fue fusilado en la madrugada del día siguiente en castigo de sus faltas y para escarmiento de aquéllos de sus compañeros que, persistiendo en sus hábitos de robo y salteo, no querían someterse a ninguna disciplina” Barros Arana , Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 31.. Neira, el único montonero popular que efectivamente ayudó a los republicanos durante su travesía de los Andes, tuvo una suerte trágica en los primeros días de la República René León, El bandido Neira (Santiago, Editorial orbe, 1965). . ¿Ese era el pago que se merecían quienes desafiaron a los monarquistas para combatir por la república? Sin apelación ni clemencia, Neira fue ejecutado en aras del Orden y la tranquilidad. ¿Cuántos capitanes de la plebe temieron recibir el mismo castigo durante esos días? Sin embargo, sería un error pensar que la alienación de la plebe fue solamente una reacción del populacho frente a la política represiva de los nuevos mandatarios. También debe tenerse en cuenta que el liderazgo republicano subestimó el esfuerzo del populacho por hacer sentir su opinión y defender sus derechos, al mismo tiempo que no estimó apropiado suscribir una alianza informal con los principales líderes de la plebe. Más bien, desde un comienzo, les declararon como enemigos de la Revolución. “La guerra del enemigo es propia de hombres que conocen la inferioridad de sus fuerzas”, escribió la Junta Delegada justo en los momentos en que se producía el mayor descalabro militar de los republicanos en el sur, “de otro modo no se mantendrían diseminadas hostilizando solamente a los inermes pasajeros y a manera de ladrones que solo cuidan del pillaje” Decreto de la Junta Suprema Delegada de Gobierno, 28 de noviembre de 1817, ANMG 34, f. 226.. Reducir a los enemigos de la República a la condición de meros criminales fue una forma de minimizar el protagonismo que adquirió el populacho durante esos días. En ese contexto, se puede entender la reacción del populacho; no es que la monarquía fuese mejor, pero la República parecía ser peor para muchos habitantes (pobres) de la ciudad y el campo. De allí que, cuando los republicanos comenzaron a ceder terreno a sus enemigos realistas, los peones se levantaron en masa asolando al resto de la población. Monarquistas y plebeyos parecían ser caras de la misma moneda. “Estos jamás pueden prescindir del paisanaje”, observó el Cabildo de San Fernando cuando recién comenzaba la nueva guerra, “[es única] la amistad que mutuamente se profesan” Antonio Rey de Velasco y otros a O’Higgins, San Fernando, 3 de abril de 1817, ANMG 20, f. 11.. Pero, en contraste, los monarquistas entendieron bien el rol crucial que podían jugar los capitanes de la plebe y no dudaron en sumarlos a sus filas.” “Ordoñez dirigió a Zapata una carta en que reclamaba los servicios de éste “a la causa de Dios y del Rey”,”, escribió Barros Arana al describir el reclutamiento del arriero José maría zapata, “y encargaba que en nombre de ella llamase a la gente a tomar las armas contra los patriotas. Esa carta circuló de mano en mano entre los rudos e ignorantes campesinos de aquellos lugares, los cuales, sin comprender de lo que se trataba, y en su mayor parte sin poder leer lo que en ella se contenía, corrieron a enrolarse en las guerrillas para defender, decían, la religión amenazada por los herejes”. Está de más subrayar el sesgo elitista que introduce Barros Arana al describir estos hechos. La Fuga de los monarquistas y el surgimiento del bastion penquista. Tan preocupante como la reagrupación de las fuerzas militares monarquistas en Talcahuano fue el surgimiento de focos de resistencia en Chile central y el alto grado de violencia que comenzó a distinguir la nueva fase de la guerra civil. “La ruta del Sud está infestada de malvados y díscolos, cuyas aspiraciones comprometen la seguridad individual y pública” O’Higgins al Director Supremo Interino Hilarión de la Quintana, 16 de abril de 1817, ANMG 28, f. 83.. Con estas palabras, O’Higgins describió la escena que prevalecía en las afueras de Santiago, a pocos días de la victoria de Chacabuco. “En este país hay muchos godos”, escribió Freire a O’Higgins a mediados de marzo desde Talca, “los trato bien por razón de haber muchos mas en la Concepción en donde tendrán noticia de lo bien que les va. Luego que esta se tome yo presentaré una lista de ellos para apretarlos como lo merecen. Si no gasto esta política creo se nos escapen aquellos dejándome pelado el Reino...” Freire a O’Higgins, Talca, 20 de Marzo de 1817, AVM 93, foja 5. Freire no era un hombre inclinado a las delicadezas, pero las necesidades políticas se imponían por sobre los bríos que generaban las escaramuzas con las partidas de realistas que batían los campos en su fuga hacia el sur. No se sabe cuanto monarquistas huyeron con éxito hacia Concepción, pero la fuerza republicana que les persiguió no fue nada despreciable Fernando Campo Harriet, Los defensores del rey (Editorial Andrés Bello, Santiago, 1976); . Según Las Heras, alrededor de 1300 hombres se desplazaban bajo su mando; a ellos se agregaban cien soldados de línea comandados por Freire y una improvisada fuerza de más de 500 milicianos; de acuerdo a los cálculos de Barros Arana, en Talcahuano se concentraron alrededor de 700 soldados monarquistas. A fines de 1817, sumaban más de dos mil. Los republicanos enfrentaron desde temprano el serio dilema de tolerar la disidencia entre los civiles monarquistas o, por el contrario, extirpar de raíz todo rastro de resistencia al régimen. Desde esos primeros días, Freire fue partidario de llevar a cabo una política represiva sin grandes contemplaciones. Así lo hizo conocer a los habitantes de Talca a comienzos de marzo. “Jamás se conseguirá la seguridad pública y en vano serán los desvelos de los buenos hijos de la Patria, si no se separa del cuerpo social, los miembros que puedan dañarla” Proclama de Freire a los habitantes de Talca, 6 de marzo de 1817, ABO VII:259.. O’Higgins, por su parte, fue bastante claro en las instrucciones que remitió sobre el trato que debían recibir los prisioneros realistas. “Morirán en un patíbulo 3 de estos por cada uno de los confinados [en Isla Quiriquina] que falleciesen, bien sea de muerte natural o violenta, sin perjuicio de que más grave ejecución se efectuará sobre tres mil y tantos militares de su Rey de España que pueblan hoy nuestros presidios” O’Higgins a Las Heras, Angostura de Paine, 17 de abril de 1817, ANMG 28, f. 86.. Los desmanes que cometían los monarquistas en sus operaciones de saqueo y las noticias que se interceptaban de los fugitivos no anunciaban nada bueno. “Estos tiranos”, escribió Freire a O’Higgins, “han observado la más negra conducta en las correrías que han hecho en estos pueblos y campiñas…” Freire a O’Higgins, Linares, 9 de marzo de 1817, ABO 7: 260.. Apenas un día más tarde, el mismo Freire escribió: “Las tropas del mando de los oficiales Campillo y Pasquel, oprimen, tiranizan y destruyen cuanto se les presenta a sus ojos, sin respetar ni al delicado sexo” Freire a O’Higgins, Linares, 9 de marzo de 1817, ABO 7: 260.. La guerra se anunciaba como una conflagración sucia, sin reglas ni protocolos. En realidad, muy poco se podía esperar de un enemigo desbandado, mientras la posibilidad de sobrevivir era cada vez más tenue. Los derrotados de Chacabuco eran mucho más peligrosos en su fuga que lo que fueron durante la batalla. “Debo prevenirle que partiendo del principio de que los españoles atropellan toda clase de inmunidad en la injusta guerra que nos hacen”, informó O’Higgins a Freire, “y que según las comunicaciones de VS, han sacrificado algunas victimas y para deprimir la osadía de los que se dedican al espionaje, mande VS pasar por las armas al conductor de aquel justificado su delito, ejecutándose la misma pena respecto de todos los espías y de los infidentes que habitando en territorio libre se comuniquen o relacionen de cualquier modo con el enemigo, mandándolo VS publicar por bando a nombre de la suprema autoridad de Chile” O’Higgins a Las Heras, 20 de marzo de 1817, ABO 18: 21.. La introducción del procedimiento no se hizo esperar. Apenas siete días más tarde, Las Heras informó a San Martín: “Hoy a las seis y media de la mañana ha sido fusilado el soldado dragón espía del enemigo Nicolás Cáceres….” Las Heras a O’Higgins, Bureo, 27 de marzo de 1817, ANMG 48, f. 9.. La sombra de la Guerra a Muerte, que se constituiría en uno de los episodios más sangrientos e infaustos de la Independencia, comenzaba a proyectarse sobre el centro del país sin que los jefes militares estuviesen en condiciones de contener los excesos que cometían los hombres a su cargo. Entre la derrota de los monarquistas y la victoria republicana se erguía el siniestro fantasma de la venganza, perfil habitual de las guerras fraticidas. “Esto está solo”, escribió Freire a O’Higgins al arribar a Concepción, “las familias, las más en el puerto, que esos canallas han podido encapricharles hasta el extremo de persuadirles que los patriotas venían degollando sin reservar ni los niños” Freire a O’Higgins, Concepción, 8 de abril de 1817, ABO 7: 265.. A la apariencia ominosa que presentó Concepción a los republicanos, se sumaba la sombra de la plebe que, desde sus espacios de autonomía, aprovechaba las flaquezas de los ejércitos y la ausencia de un de gobierno estable, para irrumpir sobre el escenario con su propia carga de latrocinios y asesinatos. Nada, señaló Barros Arana, “había podido desarraigar los antiguos hábitos de violencia, de depredación y de rapiña, que habían caracterizado a los plebeyos Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 31.. Las autoridades republicanas, encabezadas por los alcaldes y regidores de los cabildos, se encontraron una vez más ante la delicada tarea de preservar el Orden, someter a la plebe y, al mismo tiempo, demostrar su lealtad al patriciado santiaguino. Esta combinación de tareas no dejó de complicarlos, pues la satisfacción de una demanda requería debilitar el celo que ponían en la realización de las demás. Así ocurrió en San Fernando, un temprano bastión republicano, cuando las autoridades solicitaron suspender el traslado de Lucas Bott hacia la capital, argumentando que era “el único apoyo en que descansa la seguridad publica de esta villa y su Partido....” José Santiago Palacios y otros, a O’Higgins, San Fernando, 3 de abril de 1817, ANMG 20, f. 10.. El Cabildo suscribió esta opinión, manifestando que Bott era el único “freno a la multitud de salteadores y facinerosos que circundan esta Provincia y cabecera con los mayores excesos que se pueden imagina. La Cárcel y Cuartel se ven llenos de estos bandidos presos in fraganti, y no se pueden obviar las causas por carecer de sujetos que lo ejecuten y demasiadas otras atenciones…nos vemos rodeados de enemigos domésticos e interiores….” Antonio Rey de Velasco y otros a O’Higgins, San Fernando, 3 de abril de 1817, ANMG 20, f. 11.. Al mismo tiempo que los plebeyos sacaban ventaja del vacío de poder y llevaban a cabo sus desmanes, prosperaba la deserción en ambos ejércitos. Al respecto, O’Higgins informó a Buenos Aires respecto de la concentración de más de mil soldados realistas en Talcahuano, “en tanto que la nuestra ha sufrido una escandalosa deserción, cuyos individuos diseminados con armas por toda la provincia sostienen un espantoso bandalaje, irritando con sus depredaciones a los pueblos hasta el grado de haberlos convertido en enemigos nuestros...” O’Higgins a Irigoyen, Santiago, 9 de abril de 1817, ABO 18: 57-58.. La comunicación de O’Higgins coincidió con una carta remitida desde San Fernando, en la cual las autoridades informaban de las dificultades que se enfrentaban para sofocar los brotes de alzamiento popular. “El vivo deseo que en mí hay se corte a raíz el mal que los anarquistas y inicuos de la sociedad están dándome hace decir a V.S. que respecto a la comunicación secreta que me ha hecho el conductor, Comisionado del Escuadrón Supremo de Guerra Don Jerónimo Cervantes, de hallarse la fuerza de los bandidos ductos en número de mas de doscientos hombres de chispa, y en basándose por momentos para con facilidad pasar de la de 400. Teniendo no menos de 30 fusiles (como acabo de mirar) no es suficiente la que yo debo llevar para batirlos cuando es milicia de mayor parte, y que será ensoberbecer el complot de bandidos si los primeros golpes no los damos de modo ejemplar. Que estos están bien montados [y] que el Pueblo y habitantes del contorno a su situación son coligados con ellos...” José María Palacios a Zenteno, San Fernando, 10 de abril de 1817, ANMG 20, f. 267.. Sin recursos logísticos y contando con una tibia adhesión por parte de la población local, los ediles se encontraban frente a una operación militar que difícilmente podían completar con éxito. En ese contexto, apenas una semana más tarde, O’Higgins se refirió a la “calamitosa situación de estos pueblos, con el desenfreno de estos bandidos que uniéndose a las cuadrillas y a la sombra de las alteraciones políticas, atacan la seguridad individual y pública, instan por un castigo pronto y ejemplar” O’Higgins a Zenteno, Talca, 22 de abril de 1817, ANMG 7, f. 54.. Paulatinamente, se producía un reagrupamiento de las fuerzas anti republicanas; de modo paralelo, se conformaban las montoneras populares y comenzaba a manifestarse la violencia de los grupos subalternos. Frente a esta situación, el gobierno se manifestó con rigor. “He visto la causa iniciada contra José Farfán y otros”, escribió O’Higgins al teniente gobernador de San Fernando, “Sus crímenes horrorizan. Cauterio prontísimo exige este cáncer. Sé por los principales vecinos de esta villa que le han envuelto en horrores y amagan con la desolación al vecindario” O’Higgins al teniente gobernador de San Fernando, 19 de abril de 1817, ANMG 28, f. 89.. En Concepción, Las Heras procuraba consolidar las posiciones republicanas pero las cosas no iban nada mejor. Como él mismo se encargó de informar, el ejército enfrentaba una severa escasez de recursos y dependía del apoyo que se les pudiera brindar desde San Fernando y Curicó. “Como han profugado [sic] las dos tercias partes de esta población llevándose cuanto de útil y servible había no quedan más recursos que vender casas… bajo estas verdades entienda V. E. que necesito de un todo, y se lo aviso para que disponga de mandar el dinero que se pueda...” Las Heras a O’Higgins, Concepción, 10 de abril de 1817, ABO 18: 101-102.. El éxito de los realistas y de las montoneras plebeyas dependía, entre otros factores, que fueran comandadas por hombres con experiencia militar, bravos en el combate y capaces de ejercer liderazgo entre fuerzas dispersas. Los montoneros, más que ningún otro actor social de la época, se mostraba proclive a la autonomía social, lo que hacía mucho más difícil su organización militar y disciplina combativa Benjamín Vicuña Mackenna, “El bandolerismo antiguo y el bandolerismo moderno en Chile”, El ferrocarril, Santiago, 21 de septiembre de 1878; María Paz Arrigorriaga, El bandolerismo en Colchagua durante el siglo XVIII (Tesis para optar al grado de licenciado en Antropología, Universidad de Chile, Santiago, 1986); Jorge Pinto R., “La violencia en el corregimiento de Coquimbo durante el siglo XVIII”, Cuadernos de Historia 8 (Santiago, 1988); Andy Daistman, “Bandolerismo, mito y sociedad”, Proposiciones 19 (Santiago, 1990), pp. 266-267; Alessandro Monteverde, “La criminalidad en la zona Norte y región de Aconcagua a la luz de las fuentes: para una aproximación al tema, 1780-1870”, Notas Históricas y Geográficas 3 (Valparaíso, 1992), pp. 57-67; Pedro Burgos, Violencia en el Norte Chico: los delitos de homicidio y de lesiones en la villa de San Felipe El Real y en el asiento de minas de Petorca, 1750-1800, Tesis para Optar al Grado de Licenciado en Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, 1997.. Para los peones que se sumaban a las guerrillas, la vida oscilaba entre la captura de un botín cuantioso y los piquetes que les ejecutaban cuando eran capturados. No había ambigüedades ni medias tintas; todo se daba en blanco o negro: tanto la victoria en una escaramuza como la derrota en otra. Muy pocos lograban salvar su pellejo cuando los enemigos iniciaban su persecución, pero aquellos que sobrevivían continuaban viviendo a salta mata, siempre a la espera que una fusilada interrumpiera su sueño. La tranquilidad no era su compañera habitual como tampoco era su lealtad a quienes les guiaban por los senderos perdidos en busca del pillaje, los excesos y, a veces, la misma muerte. De allí que las montoneras comenzaron a ser identificadas por el nombre de sus espontáneos sus comandantes, más que por su filiación política o su planteamiento doctrinario. Sus sistema de acción era oportunista, su estrategia obedecía a las contingencias y su ethos era el de los antiguos gavilleros y cuatreros transformados en guerrilleros; sus jefes o caudillos eran quienes determinaban el partido que debían tomar en cada circunstancia, o definir el desenlace triunfal o trágico de sus operaciones. Este hecho no pasó desapercibido a las autoridades, especialmente cuando los que ejercían el rol de comandantes las guerrillas habían sido antiguos compañeros de armas. Tal fue el caso de Julián Pimuer, oriundo de Valdivia, quien se transformó en el típico comandante de las montoneras fronterizas. Sumando las experiencias de baqueano, capitán de amigos y conchavador de Tierra Adentro, Pimuer fue temible desde el momento mismo de su deserción del bando republicano Las Heras al Director Supremo, Concepción, 17 de abril de 1817, ANMG 49, s. f.. Después de la derrota de Chacabuco y el repliegue hacia el sur, el tiempo corría favor de los monarquistas atrincherados en Talcahuano. Instalados en un bastión que podía ser auxiliado por mar desde Valdivia, Chiloé y el virreinato peruano, las ciénagas y totorales que le rodeaban por tierra, le convertían en una posición inexpugnable. Desde allí se podía incursionar en las tierras situadas al norte de Concepción, desembarcando destacamentos dirigidos a cortar las líneas de suministros de los republicanos en Concepción. Por eso mismo, apenas consolidaron su posición en la costa, el primer propósito de Ordóñez consistió en abrir una brecha en las cercanías Talca y Cauquenes. El momento llegó a mediados de mayo, cuando Las Heras informó: “que una guerrilla enemiga había entrado en Cauquenes cometiendo los excesos que acostumbran...” Las Heras al General en Jefe del Ejército de los Andes, Talca, 11 de mayo de 1817, ANMG 22, fj 25.. De todos los anuncios que pudiese hacer Las Heras a las autoridades capitalinas, ese fue el más aciago. La consolidación monarquista en Talcahuano influenciaba el desarrollo de la disidencia, incentivaba la deserción y actuaba como un poderoso símbolo para todos aquellos que se resistían a aceptar la República. Desde ese momento, la estrategia republicana no solo debía dirigirse a ganar victorias en los campos de Marte sino también lograr la adhesión popular hacia su causa. “He decretado que todo sacerdote de ambos cleros indistintamente”, se lee en una circular que remitió O’Higgins al clero chillanejo, “en el confesionario, en conversaciones familiares y en cuantos actos se presenten, instruyan a los hombres en sus derechos, prediquen la obligación de amar a la Patria, y repeler con la fuerza a los que intentan esclavizarla. Disponiendo Su Excelencia que no se lea un sermón, sea de cualquier clase o asunto, en que expresamente no se hable a favor de nuestro sistema político” Circular de O’Higgins a los curas y prelados de los conventos de Chillán, 2 de mayo de 1817, ANMG 28, f. 106.. Las instrucciones que se remitían a los comandantes locales también fueron perentorias respecto a ganarse la lealtad del populacho. Pero no era fácil conseguir ese objetivo en medio de una población que se mantenía indiferente o apática. “Por el oficio de VE en que me ordena reclute doscientos hombres y los remita a esa capital”, informó el teniente gobernador de Melipilla a las autoridades a fines de mayo, “comprendo que la mente de VE es que sean voluntarios. Esto lo hallo imposible, sino me valgo de la industria unida a la fuerza...” Josef de Fuenzalida y Villela a Hilarión de la Quintana, Melipilla, 28 de mayo de 1817, ANMG 17, fj 23.. La falta de hombres para completar los contingentes de los regimientos llevaba a tomar medidas extremas que, si bien conseguían su objetivo inmediato, reforzaban la antipatía popular hacia las nuevas autoridades José Santiago Palacios al Director Supremo Delegado, San Fernando, 28 de junio de 1817, ANMG 20, fj 23.. El autoritarismo del liderazgo revolucionario era el elemento que más alentaba el rechazo a nivel popular de la causa republicana. No obstante, más que menguar, el gobierno se endureció frente al peonaje que rehusaba sumarse a sus filas o que proseguía actuando contra el orden público. “Apruebo el castigo de azotes y no se canse de perseguir y castigar hasta con la muerte a los malvados”, ordenó O’Higgins al capitán José Santos Astete a mediados de mayo, “Solo el rigorismo [sic] puede inducir al escarmiento y atraer la serenidad a esos pueblos” O’Higgins a José Santos Astete, 20 de mayo de 1817, ANMG 28, f. 127.. ¿Por qué debían los plebeyos sumarse a la guerra a favor de los republicanos? Esta interrogante, tan simple en su formulación, no fue al parecer jamás formulada por los jefes republicanos. Para ellos, era natural que el populacho se sumara a la lucha que llevaban a cabo los patrones contra los ejércitos del monarca. Su planteamiento, sin embargo, estaba totalmente errado. Como se desprende de los expedientes judiciales de ese período, el prontuario de los criminales plebeyos incluía faltas contra ambas majestades, asaltos, robos y acciones violentas, ausencia de servicio en las milicias, diezmos impagos, concubinatos y repetidas trasgresiones contra los preceptos que dictaba la Iglesia, ausencia a misas y de fiestas de guardar, confesiones y comuniones Alamiro de Avila Martel y Aníbal Bascuñán, Notas para el estudio de la criminalidad y la penología en Chile colonial (1673-1816) (Imprenta El Esfuerzo, Santiago, 1941), pp. 73-97; Alejandra Araya, Ociosos, vagabundos y mal entretenidos en Chile colonial (DIBAM, Santiago, 1999); “Sirvientes contra amos: las heridas en lo íntimo y en lo propio”, en Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri, Historia de la vida privada en Chile (3 Vols., Santiago: Taurus, 2005), Vol. I, pp. 161-198; Loreto Orellana, Trabajar a ración y sin sueldo: elite, bajo pueblo y trabajo forzado en Chile colonial, 1770-1810, Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad de Chile, (Santiago, 2000); Tomás Cornejo, Manuela Orellana, la criminal. Género, cultura y sociedad en el Chile del siglo XVIII (Tajamar Editores, 2006); “La fundación de una memoria colonial: la construcción de sujetos y narrativas en el espacio judicial del siglo XVIII”, en Tomás Cornejo C y Carolina González U, Ed., Justicia, poder y sociedad en Chile: recorridos históricos (Ediciones Universidad Diego Portales, 2007), pp. 185-218. . Ese había sido su habitual modo de vida, ¿por qué habrían de cambiarlo, especialmente cuando los nuevos mandones imponían cargas que no tenían recompensa y distribuían castigos por doquier? En efecto, si se intentara explicar el florecimiento masivo de las guerrillas populares durante los primeros meses de 1817, probablemente el principal factor fue la represión indiscriminada que desataron los republicanos contra el peonaje. “Vigile Us. sobre ellos con actividad”, escribió O’Higgins al teniente gobernador de Talca, “y no cese de castigar y despachar a todos los malvados” O’Higgins al teniente gobernador de Talca, 27 de mayo de 1817, ANMG 28, f. 133.. Sin que se morigerara la represión, fue solamente una cuestión de tiempo para que los plebeyos se unieran a los hombres del rey. Las primeras incursiones de bandas de guerrillas plebeyo-realistas fueron fechadas por las autoridades revolucionarias a fines de mayo de 1817. En esos momentos, cuando la ausencia de tropas impedía escoltar a los jueces de comisión que operaban en la campiña, los antiguos gavilleros ocuparon los distritos aledaños a los principales poblados de Chile central María T. Cobos, “La institución del juez de campo durante el siglo XVIII”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, 5 (Valparaíso, Universidad Católica de Valparaíso, 1980), pp. 85-165.. Al respecto, el teniente gobernador de San Fernando escribió a O’Higgins el 21 de mayo: “A Vuestra Excelencia le es constante el inminente riesgo en que se halla este pueblo por los muchos salteadores que se han levantado, y que a pesar de mi exigencia, con la que he conseguido la captura de algunos de ellos, no faltan otros que subroguen esta mala semilla....” José Santiago Palacios a O’Higgins, San Fernando, 21 de mayo de 1817, ANMG 18: 250. . Gradualmente, un sector importante de las clases populares comandadas por los capitanes de la plebe se sumaba a las columnas guerrilleras monarquistas. Esta acción, motivada por la aversión de los sectores populares al sistema republicano, fue vista por los historiadores como una operación incentivada por los comandantes monarquistas. “Si en un principio los caudillos realistas pudieron reclamar honorablemente la defensa de la corona”, escribió Villalobos, “la necesidad de mantener las acciones por todos los medios les impulsó a aceptar la colaboración de bandidos, aventureros, y cuanta gente de alma atravesada pululaba en el sector fronterizo” Villalobos, Los pehuenches en la vida fronteriza, Ob. Cit., p. 234.. En oposición a esta imagen despectiva del populacho, el mismo autor resalta que el ‘vecindario’ noble respaldaba a los republicanos. Lo cierto es que la guerra civil ya no se limitaba a los regimientos sino que se extendía hacia la población civil, forzando a tomar partido a quienes hasta allí observaron los enfrentamientos con apatía. “Los vecinos del Partido de Talca, a pesar de la pena de muerte impuesta al que no entregare los caballos que tuviere... se ocultaron en los montes con quantos caballos pudieron; y habiéndose reunido allí, formaron sus partidas de guerrillas con las pocas armas, que habían podido ocultar...” Matías de Silva y otros a O’Higgins, Talca, 1º. de junio de 1817, ANMG 21, fj 50.. La fuga hacia los montes comenzó a ser una práctica habitual de todos aquellos que no deseaban verse envueltos en la guerra civil. Fue el primer paso que dieron antes de transformarse en montoneros. Se producía una forma de desarraigo de labradores pobres y peones quienes, siguiendo su propia lógica, dejaban patente la hostilidad de la población civil hacia la República. Para operar con éxito en Chile central, los monarquistas requerían contar con el apoyo popular. La tarea de los labradores y peones y de aquellos hacendados que se sumaran al partido monárquico no solo consistía en facilitar caballos, ganados y alimentos para sostener las partidas, sino también actuar en connivencia con aquellos que operaban como bandidos de la campiña. Baqueanos y pastores, huasos y troperos, eran cruciales para que las columnas despachadas desde el sur lograran sus objetivos; asimismo, ellos eran quienes podían proporcionar información sobre el desplazamiento de las partidas republicanas, espiar y entregar información sobre la magnitud de las dificultades que enfrentaban los republicanos. O’Higgins, que tenía hasta allí puesta su mirada en Talcahuano, no se percató que el principal peligro afloraba a sus espaldas. 3. REALISTAS Y MONTONEROS PASAN A LA OFENSIVA: ZAPATA Y LOS PINCHEIRA. Los meses de julio y agosto marcaron el inicio masivo de las operaciones terrestres de la impensada alianza entre realistas y montoneros en Chile central. Si hasta allí ambas fuerzas habían operado sin coordinación, el desembarco de oficiales realistas en la costa de Maule e Itata facilitó la configuración de una poderosa fuerza armada. Para ganarse el favor del populacho, se eligieron líderes carismáticos que ejercían sobre sus seguidores el encantamiento que proporciona la combinación del vigor personal, la capacidad de mando y la confianza que aporta su autoridad. Proto caudillos que podían poner en jaque el poder del patriciado. En efecto, a fines de julio, llegaron noticias anunciando que una columna guerrillera comenzaba a devastar los campos situados en Parral, Linares y San Carlos. “Excelentísimo Señor”, escribió de la Cruz, “hoy se me ha pedido auxilio de San Carlos, el Parral, y Linares para defenderse y perseguir a una cuadrilla de 60 hombres acuadrillados al mando de aquel Cruz Palma, que con diez fusileros talan e inquietan aquellos campos...” Luis de la Cruz al Director Supremo. Talca, 1 de agosto de 1817, ANMG 21, f. 118.. A la cabeza de la montonera emergía Cipriano Palma, “con 100 dragones y otros tantos indios bárbaros”. Ese mismo día, desde Chillán, el comandante ‘patriota’ Pedro Ramón Arriagada proporcionó similares informaciones: “Las partidas enemigas se aumentan cada día mas: en este partido, el de San Carlos y parte del de Ytata están enteramente sublevados. En Cucha Cucha hay un guerrilla de 15 fusileros; según tenemos noticia han atacado en Ninhue a Don Xavier Solar que venía de Quirihue con 8 fusileros á reunirse con el Teniente Gobernador de San Carlos cuyo resultado ignoramos. En las montañas de Semita y de Cato anda otra partida de cinco fusileros y alguna milicia comandada por Mariano Alarcón y Antonio Pincheira. Por el Roble otra de salteadores junto con Nazario Arias...” Pedro Ramón Arriagada al Director Supremo, Chillan, 1 de Agosto de 1817, ANMG 23, f. 202.. Monarquistas y montoneros, por primera vez, aparecían comandados por sujetos aguerridos que pronto adquirirían la fama de caudillos regionales. El primero que emergió en Chile central fue el afamado comandante José María Zapata. “El 19 se me dio parte secreto por Don Juan Antonio Urrejola que un José María Zapata, sirviente de Don Luis, su hermano, venia con 15 fusileros y otros ladrones a esta villa a saquearla, y asesinar todos los Patriotas...” José María Riquelme al Director Supremo, San Carlos, 22 de Julio de 1817, ANMG 39, s. f.. Barros Arana lo describe como “antiguo capataz de arrieros de una hacienda de las orillas del Itata”, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 137.. La transformación de un sujeto plebeyo en comandante era un reflejo de los nuevos tiempos. De acuerdo a Góngora, el campo de operaciones elegido por Zapata fue la región de Itata, donde recibió el apoyo de “los inquilinos y sirvientes de la estancia cordillerana de Cato, que ayudarían también a los Pincheira” G{ongora, Ob. Cit., p. 32.. Parafraseando a Gabriel Salazar, se puede señalar que la “guerra de guerrillas” de Zapata, “configuró un claro ejemplo de odisea miliciana, pero de una milicia que no estuvo cargada con los oropeles patricios típicos de los ‘cadetes’, pues, para realizar sus objetivos políticos y militares, utilizó la milicia rural, no la urbana, y una milicia rural que no operó con la lógica de los hacendados sino con la lógica marginal de la montonera y los bandidos, que era más bien la del peonaje” Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile , Ob. Cit., p. 466. La referencia de Salazar se vincula al mítico, pero poco real, Manuel Rodríguez.. Zapata y Pablo Mendoza, desembarcaron en la costa de Tomé con apenas nueve hombres quienes, una vez en tierra, dividieron sus caminos. El mismo, con cinco montoneros, se dirigió rumbo a Chillán, esperando formar allí un segundo bastión monarquista. “Se me presentó el enemigo en numero de 20 fusileros y más de 200 hombres de milicias, comandadas por los infantes José María Zapata, Nazario Arias, Félix Muñoz y el mulato de Clemente Lantaño”, escribió Arriagada a O’Higgins, “que sin resistencia se introducen hasta la Plaza, dañan todo el pueblo y comienzan a forzar la Cárcel para echar afuera los reos y cometer otros mil excesos en el pueblo el resultado fue que el enemigo dejó 14 muertos, 11 heridos de gravedad y 17 prisioneros, once fusiles y tercerolas, 3 pistolas, más de 30 caballos ensillados, 10 o 12 lanzas y como seis espadas. La acción duró como cuatro horas, habiendo caído los caudillos Nazario Arias y Juan Pablo Mendoza… al primero lo hice fusilar con dos horas de término y ponerlo a la expectación pública; y el segundo seguirá el mismo destino mañana a las diez del día” Pedro Arriagada a O’Higgins, Chillán, 3 de agosto de 1817, ANMG 33, f. 83.. Según Barros Arana, los cuatro sujetos ejecutados en los días posteriores a esta batalla eran “campesinos de modesta condición” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 137.. Seguido de cerca por los republicanos, los sobrevivientes de la montonera de Zapata se dirigieron hacia Los Ángeles. De acuerdo al parte que remitió Juan de Dios Puga, desde el vado del río Itata se fueron “a la Hacienda de Cucha Cucha a aposentarse a la casa de Ubacio Lagos, de lo que dí vigilante aviso al gobernador de San Carlos para que sorprendiese al aposentador, y los prendiese a todos. Cuatro quedaron del otro lado del Itata con destino de irse a la Plaza de los Ángeles, y de estos se prendieron dos que lo son Servando Luna y Juan de Dios Morales. Los tengo bien asegurados en esta cárcel, procesándolos, y mediante sus declaraciones se han tomado cinco aposentadores opuestísimos al sagrado sistema, otro mas desertado del infame punto de Talcahuano Florencio Muñoz, como igualmente dos comandantes de guerrilla salteadores Tiranos opresores desnaturalizados contra los patriotas que lo son el pérfido Domingo Bega (alias el Remalo), y su compañero Santos Orellana (alias el Colorado) que acuadrillados han cometido numerosos, y excesivos crímenes contra el Estado Nacional... Merecen sin perdida de momento ser pasados por las armas los cuatro que se citan...” Juan de Dios Puga a O’Higgins, Cauquenes, 23 de Julio de 1817, ANMG 23, f. 105.. La captura de los principales hombres que acompañaban a Zapata causó excitación en el mando republicano. Apenas supo la noticia, el ministro de guerra escribió: “S. E. ha resuelto en el acto mismo mande U. horcar [sic] a todos los diez, y cuanto otros sean cómplices de sus horribles crímenes, sin esperar a más sumario ni formalidades, y dándoles de término solo tres horas desde que se les notifique esta resolución la que ejecutada serán descuartizados y colocados sus miembros en las encrucijadas de los caminos y otros parajes donde hayan cometido sus principales crímenes” Zenteno al teniente gobernador del partido de Cauquenes, Concepción, 30 de julio de 1817, ANMG 28, f. 294.. La guerrilla de Zapata y Mendoza no fue la única fuerza monarquista que logró infiltrar la retaguardia republicana. Apenas una semana más tarde, Manuel José de la Cruz reportó “las cuadrillas de salteadores que andan por la otra parte del Río Itata, y que estos van aumentando su número con los aplicados a este ejercicio con bocas de fuego…” Manuel José de la Cruz a Zenteno, Florida, 30 de Julio de 1817, ANMG 39, s. f.. José María Riquelme, desde San Carlos, dio cuenta en esos mismos días que una partida de 50 “forajidos armados de fusil y alguna milicia” se había fugado hacia los bosques aledaños José María Riquelme a O’Higgins, San Carlos, 22 de julio de 1817, ANMG 39, s. f.. No obstante, a medida que crecía el contingente anti republicano, se multiplicaron las instrucciones para aplicar sobre los ‘bandoleros’ todo el peso de la Ley. “Después de un juicio sumarísimo, Us. será el que falle en las causas de estos criminales, dando parte de las ejecuciones que se hicieren….” Miguel Zañartu a Luis de la Cruz, Santiago, 14 de agosto de 1817, ANMG 21, f. 156.. Si acaso los movimientos de realistas y montoneros estaban coordinados no queda claro, pero lo cierto es que, a espaldas del Ejército republicano, comenzaba a formarse un frente militar de magnitud. La pesadilla republicana recién comenzaba, pues, al mismo tiempo que se iniciaron las hostilidades en los distritos septentrionales, comenzaron también las operaciones militares de los mapuches en la costa del Gulumapu. Allí, más de 500 weichafes unieron sus lanzas con las armas de los realistas prófugos y emboscaron al comandante del fuerte de Arauco. “Freire marcha para Arauco”, informó O’Higgins a San Martín, “porque se me avisa que el capitán Cienfuegos, o ha sido derrotado por un refuerzo que dice haber venido por tierra a los indios araucanos que, unidos con 30 fusileros de los soldados prófugos del enemigo, aún se sostenían en lo interior de Arauco, o a lo menos se halla cortado, por no tener noticias de él” O’Higgins a San Martín, Concepción, 4 de julio de 1817, ABO 8: 21.. En efecto, Cienfuegos había sucumbido a un ataque combinado de monarquistas y mapuches, lo que dio un giro dramático y peligroso a los eventos. “Ha llegado Freire de Arauco, después de haber vengado la muerte del capitán Cienfuegos, que ha sido la más horrible –y sólo propia de la ferocidad de los españoles. Luego que lo voltearon de un balazo de su caballo, lo entregaron los enemigos a los bárbaros, quienes sobre vivo le sacaron los ojos, le cortaron los testículos y lo lancearon” O’Higgins a San Martín, Concepción, 14 de julio de 1817, ABO 8: 23.. Como lo demostraría el curso posterior de los eventos, la matanza de numerosos mapuches y la destrucción de sus viviendas, marcó el comienzo de la Guerra a Muerte y el fin de la adhesión de lafquenches (costinos) y wenteches (arribanos) a la causa republicana. Aún faltaba tiempo por recorrer, pero las represalias que tomó Freire quedaron enclavadas en el corazón de las relaciones fronterizas y fue un evento que ni el tiempo ni la memoria permitieron superar Leonardo León, O’Higgins y la Cuestión Mapuche , 1817-1818 (Santiago, 2011), analiza en detalle la evolución de este conflicto.. “La indiada está lista a tomar la Plaza de Arauco”, manifiesta un parte dirigido a Ordóñez por el comandante de la montonera, “pero ha de haber mucho derramamiento de sangre, pues no hay Cuartel” Juan B. Díaz a Ordóñez, 22 de julio de 1817, citado por Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 131.. De modo simultáneo a los desaciertos republicanos en Arauco, explotó la guerra de montoneros en Chile central. De ser correctas las informaciones que proporcionaban los oficiales que perseguían a los monarquistas, los distritos situados al norte de Concepción comenzaban a ser controlados por los hombres de Ordóñez y los montoneros populares. Desde Curicó llegaron informaciones similares. “En oficio de 24 de junio indiqué a Vuestra Excelencia”, escribió Diego Donoso, “la necesidad que tenía esta cabecera de un auxilio veterano, y hoy en el día lo exige con mayor fuerza, pues se ha levantado en estos contornos un cuerpo de bandoleros que haciendo de cuarenta a cincuenta hombres, entre ellos 16 de tercerola, que asolan a los vecinos del campo con sus salteos, que no hay día que no suceda uno o dos, viéndose muertos por todas partes, y otros muriendo de resultas de las heridas que reciben de estos malvados” Diego Donoso a Hilarión de la Quintana, Curicó, 12 de agosto de 1817, ANMG 20, f. 81.. Lo más peligroso, como se encargaron de consignar los comandantes de partidas, era que monarquistas y ‘bandoleros’ contaban con el apoyo popular. “El mal amenaza de cerca con síntomas fatales”, informó O’Higgins a San Martín, “es urgente destruir en su origen su funesta propagación” O’Higgins a San Martín, ANMG 28, f. 162.. Este hecho, fundamental desde un punto de vista logístico, se transformaba en una contrariedad política para el liderazgo republicano; la adhesión de la plebe a la causa monárquica no solo facilitaba el desarrollo de la estrategia de Ordóñez, sino que demostraba su propia falta de convocatoria en el populacho. Al parecer, los encendidos discursos sobre libertad e igualdad no convencían a los más pobres. “Aborrecer el poder arbitrario es principiar a amar la libertad”, escribió De la Cruz a O’Higgins, “. Hacerle constantemente la guerra es el único medio de perpetuar el imperio de las Leyes ….¿hay algún habitante de Chile que ignore esto?” Luis de la Cruz a O’Higgins, 28 de junio de 1817, ANMG 21, f. 76.. Al parecer los había en cantidad considerable, pues todas las noticias daban cuenta de un genuino alzamiento popular. “Las partidas realistas”, escribió Góngora, “parecen tender a atacar a los hacendados pudientes patriotas y a evitar el perjuicio de los campesinos pobres, mirados como eventuales aliados” Góngora, ob. cit., p. 33.. Este vuelco de los monarquistas hacia el peonaje obligaba a los republicanos a estar alertas y, asimismo, de modo paradojal, aumentar la represión del populacho. “Ha visto el Excelentísimo Señor Director Supremo la comunicación de V. del 1º. en que da cuenta del peligroso estado en que se hallan esos pueblos por la amotinación [sic] de los inicuos Mendoza y Zapata. Quiere S. E. que a los dos que tiene U. presos, y a cuantos otros más cómplices aprehendiere, los mande ahorcar en el acto mismo, sin darles una hora de término ni esperar a sustanciación alguna...sólo el terror y la pronta ejecución de los castigos pueden contener los progresos de un mal que amenaza envolvernos” Zenteno al teniente gobernador de Chillán, 3 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 296.. El futuro de la causa republicana parecía estar al borde del abismo. “No está malo el golpe que Arriagada ha dado en Chillán a los salteadores, bandidos y montoneros que habían formado cuerpo considerable”, informó O’Higgins a San Martín O’Higgins a San Martín, Concepción, 11 de agosto de 1817, ABO 8, p. 33.. En su misiva, el general republicano agregaba: “Bandidos y montoneros, de los que deben haberse ahorcado 18 en Chillán, 10 en Cauquenes y tres en la Villa de San Carlos. Sucesivamente cuantos caigan seguirán igual suerte” Id. p. 34.. Dando cuenta de las cruentas operaciones contra los montoneros, el propio O’Higgins escribía: “Así es como renace la libertad de las cenizas de la tiranía…” O’Higgins al Director Supremo Delegado, 10 de agosto de 1817, ANMG 33, f. 85.. En esos mismos días, De la Cruz sometió a proceso a Andrés Gutiérrez y Juan Contreras, desertores realistas, bajo la acusación de cooperar con los enemigos. En su acusación, el comandante republicano describió el modus operandi que tenían los monarquistas encargados de reclutar peones. De acuerdo a De la Cruz, ambos participaron en la batalla de Chacabuco, buscaron refugio en Talcahuano y, desde allí, cabalgaron rumbo a Linares, “con el único objeto de poner en consternación las gentes de los partidos de Chillán, San Carlos y El Parral, entusiasmarlos y atraerlos a su bando, para que en esta suerte sigan ejecutando sus perniciosas y perjudiciales maniobras…” De la Cruz a Zenteno, Talca, 14 de agosto de 1817, ANMG 21, f.145.. Basado en su convicción de que ambos eran agentes de Ordóñez, el comandante republicano decretó: “Por tanto y para castigar estos escandalosos y execrables excesos relacionados, como corresponde, vengo el aplicarles la pena de muerte que sufrirán abaleados, sentados en banco, vendada la vista, y después de muertos colgados en la horca; cumpliéndose esta sentencia dentro de dos horas de notificados los reos, a quienes se les darán los primeros auxilios de Religión” Id. . El dictamen de O’Higgins no se hizo esperar. “Apruebo la ejecución de los individuos Juan Contreras y Andrés Gutiérrez, socios del malvado José María Zapata, que salió de Talcahuano con el objeto de perturbar la tranquilidad de esta Provincia cometiendo execrables excesos…” O’Higgins al teniente gobernador de Talca, 28 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 170.. Combinar el garrote con la horca siempre ha sido una mala política para atraer adherentes. Como más tarde declararían algunos soldados prófugos, los errores se pagaban caros, especialmente cuando las fuerzas militares irrumpían sobre aquella delgada filigrana de lazos sociales y relaciones de parentesco que unían a mestizos y mapuches como fruto de las relaciones fronterizas. “Dice que los indios estaban peleando con los españoles porque habían muerto tantos hermanos en Arauco”, reportó Molina desde Arauco algún tiempo después Francisco Xavier de Molina a O’Higgins, Colcura, 6 de octubre de 1817, ANMG Vol. 39, s. f. . El desborde de monarquistas y montoneros en Chile central, de otra parte, ya estaba en marcha y comenzaba a anegar los distritos situados al norte de Concepción. La campiña de Chile central volvía a presenciar el desplazamiento de la violencia, ahora bajo los estandartes de monarquistas y montoneros. No se sabe cuantos hombres pululaban armados por aquellos distritos, pero fueron suficientes para provocar una movilización general de los comandantes republicanos De la Cruz a Zenteno, Florida, 13 de agosto de 1817, ANMG 39, s. f.. En efecto, las guerrillas crecían, contando con el apoyo que les brindaba la población. Sobre este punto, De la Cruz escribió: “Suplico de nuevo a V. E. que no les ampare la menor edad porque es de espantarse los muchachos que andan metidos en estas cuadrillas [siguiendo] el ejemplo de los demás malvados” Luis de la Cruz al Director Supremo Delegado, Talca, 4 de Agosto de 1817, ANMG 22, f.74. . El mismo de la Cruz, quejándose de la tardanza con que llegaban los auxilios militares prometidos, escribió a la Junta Delegada de Gobierno: “Ya verá U. como los pillos de los malvados nos inquietan...” Luis de la Cruz al Director Supremo Delegado, Talca, 6 de agosto de 1817, ANMG 22, f. 83.. Por doquier brotaban las guerrillas, sin que los comandantes republicanos pudiesen contener sus tropelías ni castigar a sus integrantes. “Haga salir las partidas que estime necesarias”, fue la respuesta que llegó desde las autoridades supremas, “a expulsar y aprender [sic] esas gavillas de ladrones que perturban la paz de esas jurisdicciones” Hilarión de la Quinta a De la Cruz, Santiago, 12 de agosto de 1817, ANMG 21, f. 155.. Como en toda guerra, las ordenes dictadas desde un escritorio son difíciles de cumplir en los frentes militares. Más aún cuando los comandantes carecían de pertrechos y sus tropas se enfrentaban a hombres que les superaban en entusiasmo, recursos e intrepidez. “Sería muy conveniente que V. E. pusiese los ojos en esta infeliz frontera”, reportó Alcazar a O’Higgins, “pues no hay más armamento en el día que los doce fusiles que me mandó. La Plaza de Santa Juana, ésta y la de Los Ángeles y San Carlos necesitan algún auxilio de armas y municiones” Alcazar a O’Higgins, 29 de julio de 1817, ANMG 39, s.f.. Entre los monarquistas, que hasta allí habían demostrado cautela en sus operaciones tierra adentro, comenzó a cundir la audacia y la temeridad a medida que quedaban en evidencia las debilidades de sus enemigos y se hacía notorio el apoyo del populacho a su causa. O’Higgins no dejó de percatarse de la peligrosa situación que enfrentaban sus tropas. Súbitamente, se enfrentaba a un enemigo de tres cabezas que se desplazaba a gusto por los escenarios bélicos. Monarquistas, weichafes (guerreros) y montoneros con experiencia en la guerra constituían un enemigo de magnitud. “Gavilla de desesperados que deseaban una vergonzosa muerte”, señaló De la Cruz cuando se refirió a las fuerzas combinadas que asolaron Chillán e Itata Luis de la Cruz a O’Higgins, 20 de agosto de 1817, ANMG 21, f. 150.. Así lo demostraron cuando los mapuches arrasaron las vecindades del fuerte de Nacimiento y capturaron la plaza de Santa Juana. A la cabeza de los weichafes mapuches aparecía el toqui Malilo, un hombre hasta allí desconocido en el trajinar fronterizo. “Este era el revoltoso”, escribió el comandante de esa guarnición cuando informó a O’Higgins de la muerte de Malilo en una escaramuza Agustín López a O’Higgins, Arauco, 12 de septiembre de 1817, ANMG 49, f. 110.. Pero la muerte de un líder no significó la desaparición de la extraordinaria coalición de fuerzas que se alzaban contra la República. Mientras crecía su ámbito de operaciones, aumentaba también su fama hasta convertirla en leyenda. Ese fue el caso de Zapata. “Estoy creído que un pícaro Zapata, que se pasó a Arauco con otros de esta Jurisdicción los haya seducido. Como igualmente a los indios...” Andrés del Alcázar a O’Higgins, Nacimiento, 26 de Agosto de 1817, ANMG 39, s. f. . La suma de monarquistas, mapuches y montoneros no solo hacía imbatibles a las guerrillas, sino que además eran la expresión más positiva del fracaso político de la República en la región penquista. “Aún se sostienen algunas cuadrillas de bandidos”, reportó O’Higgins a San Martín, “pero la fuerza que he hecho avanzar al interior los aniquilará muy en breve, restableciendo el Orden y la Tranquilidad….” O’Higgins a San Martín, 10 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 165.. Como se desprende de los partes militares, las expresiones de O’Higgins fueron más bien de buenos deseos que un diagnóstico realista de los acontecimientos. La verdad es que, sin adeptos que dieran cobertura a sus partidas y carentes de los recursos materiales que podrían hacer posible una exitosa lucha anti guerrillera, O’Higgins y sus oficiales se encontraban aislados en territorios que supusieron que se volcarían para apoyar su causa. Tampoco sirvió de mucho aumentar la represión o poner precio sobre la cabeza de los principales capitanes de la plebe. “A quienes perseguirá por todos los medios y tomados que sean ellos [Mendoza y Zapata] o sus parciales”, se lee en las instrucciones entregadas a los comandantes comisionados para extirpar las guerrillas, “los mandará fusilar inmediatamente, sin demora alguna, haciendo se coloquen sus cabezas y miembros en los parajes y caminos donde han cometido sus principales atentados” Instrucciones de O’Higgins y Zenteno a José María Iñiguez, Concepción, 1º. de agosto de 1817, ANMG 49, f. 235.. Reforzando estas instrucciones, veinte días más tarde, O’Higgins escribió: “Sobre la persecución de los bandidos que inquietan la Provincia. Le prevengo que si el paisano Domingo Gatica resulta cómplice en los alborotos de aquellos malvados lo haga pasar por las armas; y lo mismo hará con cualesquiera otros que aprehendan, a fin de con estos ejemplares castigos escarmienten los demás” O’Higgins a Iñiguez, 20 de agosto de 1817, ANMG 27, f. 16.. Apenas tres días más tarde, el comandante de la partida informó sobre el fusilamiento de 3 “cómplices de Zapata”. El renombre ganado por sujetos como Alcazar, Freire, Antonio Merino y Arriagada, sumado al apoyo que brindaron a su partido Agustín López, Gaspar Ruiz o el ‘Ñiego’ Riquelme, no fueron suficientes para movilizar a la plebe. Mucho más lograron los oficiales de Ordóñez que aún contaban con sus parientes y familiares residentes al interior. “Los frenéticos españoles calculando menos en las ventajas que pueda producirles la actual guerra, que en satisfacer su ansiedad de sangre Americana, y en la desesperación de restablecer su tiranismo desde el rincón de Talcahuano, maquinaron envolver el País en todos los horrores de la anarquía, y bandalaje. Así es que introduciendo por los puntos indefensos de la costa pequeños piquetes de fusileros asociados de famosos bandidos, sublevaron parte de la campaña, formando grupos considerables que empezaban a llamarnos la atención y a poner a los Pueblos en conflicto.” O’Higgins a Hilarión de la Quintana, Concepción, 10 de Agosto de 1817, ANMG 33, fj 85.. La impotencia de los republicanos crecía cuando se enfrentaban a un trance bélico inesperado; asimismo, fruto de la desesperación, aumentaron los desaciertos. A fines de agosto proclamaron que se premiaría con 300 pesos a quienes capturaran, “vivo o muerto”, a José María Zapata, transformando al “turbulento montonero” en un nuevo héroe del populacho. A más, señalaba el Bando, “el Gobierno tendrá presente este importante servicio al Estado” Decreto de O’Higgins, 19 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 303.. El veredicto historiográfico, en cambio, fue mucho más negativo. “Estos dos hombres [Zapata y Pincheira], que adquirieron más tarde una funesta nombradía por las depredaciones, violencias y crímenes que cometieron, desplegaron entonces una prodigiosa actividad y las dotes de astucia necesarias en esa guerra, junto con una carencia absoluta de escrúpulos, hija de su falta de cultura y de su corazón endurecido por las condiciones horribles de esa guerra” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 137.. Los vencedores de Chacabuco se enfrentaban a una fuerza militar que no sólo evadía sus persecuciones sino que llegaba hasta los arrabales de las villas con sus desmanes. ¿Qué se podía hacer en tales circunstancias, cuando la población mostraba su adhesión a los guerrilleros? “Extermine esa parte de la sociedad que tiene en continua inquietud esa parte del reino, intercepta correos y distrae la atención de Vuestra Excelencia” Hilarión de la Quintana a O’Higgins, Santiago, 14 de agosto de 1817, ANMG 34, f. 103.. Con estas palabras, el Director Supremo Delegado resumió la visión del gobierno republicano respecto de los enemigos de la república. “Del valor que U. ha desplegado en la dispersión del grupo de forajidos que atentaban la tranquilidad de esos pueblos”, escribió O’Higgins a los tenientes gobernadores de la provincia de Concepción, “pronto lograremos el exterminio de los tiranos que, aún tenaces, tratan de sostenerse. Fusile U. a todo malvado; destrúyase de una vez esta feroz especie indigna de cuanta sustenta la Madre Patria, y continúe U. llenándose de glorias”. Aún más, procurando realizar una tarea de exterminio coordinada por un solo comandante, se procedió al nombramiento de un jefe cuya tarea consistiría en eliminar a los montoneros. “Le escribo oportunamente a Vs. para que nombre un Preboste, que en las guerrillas o partidas que salgan a disposición a Vs. ejerza las funciones de tal, cuidando de que la elección recaiga en un sujeto capaz de llenar este empleo, y advirtiéndole que el Gobierno le autoriza para que a cualesquiera ladrón o malvado que se pille, ó convenza de excesos cometidos en salteos o latrocinios, lo haga fusilar dándole un breve termino y proporcionándole los auxilios espirituales que inspira nuestra Religión Santa, pues estamos ya en el caso de que solo podemos reducir a estos malvados a una conducta arreglada con medidas de terror, que sean capaces de imponer en corazones tan obstinados....” Hilarión de la Quintana a Luis de la Cruz, Talca, 12 de agosto de 1817, ANMG 21, f. 157. . Informado de esta decisión, O’Higgins expresó su aprobación. “Ha sido muy bien meditada la medida que Us. ha tomado de mandar competente fuerza al Gobernador de Talca, autorizándole para que nombre un Preboste que, llevando un capellán y un verdugo, haga desaparecer la turba de bandidos de que estaba infestada esta Provincia….con los ejemplares castigos que ya han sufrido estos malvados, parece que no volverán a inquietarnos sus parciales” O’Higgins a Hilarión de la Quintana, Concepción, 27 de agosto de 1817, ANMG 33, f. 94.. Dos días más tarde, se informó a De la Cruz el envío de 50 fusileros y 30 granaderos al mando de teniente coronel Monte Larrea, “para exterminar los bandidos que inundan el país desde Itata hasta ese punto…” Hilarión de la Quintana a Luis de la Cruz, Talca, 14 de agosto de 1817, ANMG 21, f. 158.. También se ordenó al teniente gobernador de Rere que movilizara a “toda la gente armada de fusil”, además de veinte soldados de caballería para auxiliar la guarnición de Nacimiento y, de ese modo, sofocar “las actuales ocurrencias de inquietudes de los indios” O’Higgins al teniente gobernador de Rere, 25 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 305.. Tres días más tarde, O’Higgins se dio por notificado “de la aprehensión de José María Gutiérrez y Feliciano Arce, con quienes procederá a imponerles el ejemplar castigo que merezcan sus delitos” O’Higgins al teniente gobernador de Cauquenes, 28 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 307.. De forma simultánea, O’Higgins y Zenteno elaboraron un corto Reglamento contra renegados, desertores y montoneros. En su articulo primero, el Reglamento establecía: “Articulo 1º. Todo hombre sin distinción de fuero estado o clase que sea caudillo o secuaz de la rebelión o montonera en que los pérfidos agentes del Enemigo han tratado de envolver al país, será fusilado a las dos horas de su aprensión, sin más sumario o figura de juicio, que la constancia extrajudicial de su delito, dando cuenta de su ejecución a S. E.” “Instrucciones para el Señor Teniente Gobernador del Partido de Ytata (que según las que se ha dignado comunicarme S. E. el señor Director Supremo del Estado) he tenido a bien trasmitirlo, Quirihue, 18 de Agosto de 1817”. Copiado a Zenteno, ANMG 23, fj 336.. El esfuerzo represivo contra la plebe desplegado por el gobierno fue reforzado por los vecinos más acaudalados de las villas, quienes formaron milicias para proteger sus bienes y propiedades debido a “la escandalosa infestación con que diariamente inundan estos puestos las gavillas de facinerosos y mal entretenidos”, informó el teniente gobernador de San Fernando a O’Higgins a mediados de julio de 1817, “por no haber fuerzas suficientes que ronden y los persigan…para que de este modo vivir con seguridad y poder mejor aumentar los vasallos de la Patria” Pedro Maturana de Guzmán a O’Higgins, San Fernando, 13 de julio de 1817, ANMG 20, f. 35.. Paulatinamente, la guerra civil entre monarquistas y republicanos adquiría el perfil de una guerra social entre plebeyos y patricios. “Los que subscribimos, por si, y á nombre de otros vecinos del Partido de Puchacay, con el debido Respeto a VE hacemos presente: que deseando acreditar nuestro interés y celo por el bien público viendo cuán escandalosamente algunos prófugos enemigos de nuestra sagrada causa se unen y asocian, con los salteadores, y facinerosos de la Provincia... hemos acordado formar partidas respetables compuestas de sujetos del mas acendrado patriotismo, y de la mejor conducta para que por distintos puntos del Partido persigan, y aprehendan a los malévolos; y perturbadores de la publica tranquilidad, sin irrogar el menor gravamen al Estado, ni á los particulares, sino a nuestra costa, así en cuanto a manutención como á cabalgaduras...” Grupo de vecinos a O’Higgins, Minas de la Florida, 12 de agosto de 1817, ANMG 23, f. 274.. La incorporación de los vecinos ‘nobles’ a las partidas que batían los campos en busca de los montoneros mejoró coyunturalmente la posición militar de los republicanos. “Apruébase la solicitud que hacen los vecinos del Partido de Puchacay para perseguir y aprehender a los malévolos y perturbadores de la pública tranquilidad, formando partidas compuestas de sujetos conocido y acreditado patriotismo” O’Higgins al teniente gobernador de Puchacay, 19 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 304.. Asimismo se ordenó al teniente gobernador de Los Ángeles que formara “una guerrilla volante para evitar los robos y toda correspondencia sospechosa en ese Partido” O’Higgins al teniente gobernador de Los Ángeles, 21 de agosto de 1817, ANMG 28, f. 304.. Similares instrucciones fueron remitidas al teniente gobernador de Itata. “Apruebo la formación de una guerrilla compuesta de 15 hombres para perseguir los bandidos, ladrones y perturbadores de la tranquilidad pública en ese Partido…” O’Higgins al teniente gobernador de Itata, 23 de agosto, de 1817, ANMG 28, f. 304.. Chillán que dio un ejemplo de adhesión republicana, fue debidamente reconocido por el mando, después de la exitosa escaramuza contra la montonera de Zapata. “El valor con que se portado este ilustrísimo vecindario y las tropas es digno de aprecio y de la consideración de nuestro augusto jefe”, escribió Arriagada a O’Higgins, “Descanse V. E. con la seguridad de que este pueblo ha desplegado todo su valor y que hará respetar las armas de la Patria para gloria de la Nación” Arriagada a O’Higgins, Chillán, 3 de agosto de 1817, ANMG 33, f. 83.. Si bien quienes tomaban las armas no expresaban con esa acción su plena adhesión a la nueva institucionalidad, sus operaciones permitían mantener la presión sobre los guerrilleros y eliminaba la posibilidad de que los lugareños siguieran prestándoles auxilios. “Para contener la multitud de facinerosos y mal entretenidos que traían a este pueblo y sus inmediatos en continua inquietud”, informaban a O’Higgins desde San Fernando, “comisioné varios sujetos de probidad y celo que los persiguen. Así que hasta el día se han aprehendido doce de los principales, cuyas causas se están siguiendo con viveza, sin que por esto haya omitido dar las providencias necesarias para la aprehensión de otros muchos que se hallan cómplices” Antonio Rafael de Velasco a O’Higgins, San Fernando, 17 de agosto de 1817, ANMG 20, f. 34.. El escenario de la guerra era local y se comenzaba a identificar a quienes, de modo subrepticio, apoyaban a quienes derramaban la violencia sobre las campiñas. “El teniente gobernador de Chillán”, informó O’Higgins al comandante republicano instalado en Itata, “me avisa que en los cerros de Quitendo y Portezuelo aún se abrigan algunos malvados…” O’Higgins al teniente gobernador de Itata, 6 de septiembre de 1817, ANMG 28, f. 312.. También se reconocía el esfuerzo que hacían las autoridades, con escasos recursos y pocos hombres, para desarraigar a los montoneros. “Se llena de satisfacción [O’Higgins] al advertir que hay magistrados celosos como Us.”, escribió Zenteno al teniente gobernador de Talca a mediados de julio, “que conociendo la trascendencia fatal de aquellos males trata de sofocarlos en su mismo origen. Esa conducta salvará a la Patria por los mismos principios que conserva y constituye el orden. Somos en los tiempos de la libertad, pero este don sagrado es un medio como Us. sabe entre el arbitrario despotismo y la anárquica licenciosidad [sic]….” O’Higgins al teniente gobernador de Talca, 11 de julio de 1817, ANMG 28, f. 151.. La unión de republicanos y hacendados significó identificar aún más al nuevo régimen con el patriciado, pero también hizo posible algunos pequeños éxitos militares que, al ser difundidos en la población, fortalecían la posición de las autoridades. Ese fue el caso de la captura, a mediados de agosto, del comandante montonero José María Gutiérrez. “Hoy a las 12 se ha puesto en esta cárcel nacional al pérfido traidor José María Gutiérrez, Sargento primero con grado de oficial del Ejército enemigo que en la acción de Rancagua cometió enormísimos crímenes y excesivos excesos [sic] en nuestro Ejército, fugó de la acción de Chacabuco y estaba incógnito oculto en las montañas de la costa Cunquillan y estero de Bare, convocando a muchos para unirse con los bandidos de Chillán y combatir este partido... en toda aquella frontera ha cometido excesivos excesos...” Juan de Dios Puga a O’Higgins, Cauquenes, 17 de Agosto de 1817, ANMG 23, f. 114.. A fines de ese mes, desde Chillán, se anunció la captura de Félix Muñoz, uno de los lugartenientes de Zapata. “Félix Muñoz principal agente de José María Zapata abusando de la benevolencia y conmiseración con que VE les ha mirado ofreciéndoles perdón por el horrendo crimen de conspirar contra la seguridad del Estado. Este infame no solo procuraba seducir sino que escandalosamente tenía reuniones y juntas nocturnas en su casa….Félix Muñoz ha pagado hoy en el cadalso con la vida los delitos cometidos...” Arriagada a O’Higgins, Chillan, 3 de septiembre de 1817, ANMG 23, f. 212-212v.. La captura de Muñoz representó una seria pérdida para la montonera de Zapata. Pero las malas noticias no llegaron hasta allí. Apenas dos semanas más tarde, se produjo la captura de Justo Guajardo, hasta entonces Juez de Comisión en los distritos de Cucha, acusado de apoyar a los montoneros. “A más de aquellos”, informó Manuel González, “ha tenido la osadía de abrigar a los mas delincuentes que acompañaron al pérfido José María Zapata, dándoles a estos un papel como de seguros de quedar ya perdonados de su delincuencia...” Manuel González al Director Supremo, 21 de Septiembre de 1817, ANMG 23, fj 361.. Quebrar el sostén que la población otorgaba a los guerrilleros era un elemento central en la estrategia de debilitamiento de las fuerzas que operaban contra la República. Pero, como manifestaron algunos comandantes republicanos, no se lograría ese objetivo por la fuerza sino ganándose la voluntad de los paisanos. De esa opinión fue Juan de Urrutia, entonces a cargo de una fuerza que operaba en la localidad de El Peral, quien planteó la posibilidad de atraer a la causa republicana a uno de los hacendados locales Juan de Urrutia a O’Higgins, Peral, 20 de septiembre de 1817, ANMG Vol. 39, s.f.. La movilización de las milicias rurales al mando de los hacendados marcó un vuelco clasista en la guerra; se gestaba de ese modo el cisma social que dividió en su parto a la República y que dejaría profundas marcas en la factura del cuerpo social. De una parte, los hacendados, mercaderes y hombres de fortuna respaldaban la causa republicana, mientras el populacho se sumaba a las fuerzas del rey. “Se ofreció patrullar en el pueblo”, reportó el juez de San Fernando al describir las acciones de José María Ugarte, “para impedir los repetidos excesos con que muchos salteadores lo estaban sacrificando” Antonio Rafael de Velasco a O’Higgins, San Fernando, 12 de septiembre de 1817, ANMG 20, f. 46.. En Concepción, las autoridades fueron igualmente severas en el castigo de los desertores. “Entre los prisioneros de Talcahuano”, reportó O’Higgins a San Martín, “se han tomado dos soldados de granaderos a caballo y uno del nº 11 (de los chacabucanos o prisioneros de allí que tomaron parte en nosotros); al día siguiente de su aprehensión con todo aparato los hice pasar por las armas en esta Plaza” O’Higgins a San Martín, Concepción, 15 de septiembre de 1817, ABO , p. 43.. Los oficiales ‘patriotas’ insistieron en calificar de ladrones a los guerrilleros populares, pero es difícil pensar que los plebeyos asumían una posición anti republicana por las ganancias que derivaran del botín, pues sus partidas no tenían en esos momentos suficiente poder de fuego ni la magnitud como para asolar las estancias más ricas; por esa razón, el botín que capturaban era escuálido. Por lo demás, ni monarquistas ni montoneros poseían territorios seguros en los cuales depositar los bienes que capturaban. De allí, que más que una guerra de pillaje, lo que tenía lugar era el típico juego de las guerras informales, que procuran debilitar las fuerzas del enemigo, disminuir su apoyo en la población y dejar en evidencia sus flaquezas. Estrategia que, en la mirada de los republicanos, no era más que una acción criminal, carente de todo significado político y contra la cual oponían los dispositivos judiciales. “Convencido de la grande utilidad que resulta a los pueblos por el establecimiento de la Policía”, escribió el teniente gobernador de Talca a O’Higgins a fines de septiembre, “hube de proponer a este Cabildo la creación de un Juez de ella” Francisco Montes y Larrea a O’Higgins, Talca, 28 de septiembre de 1817, ANMG 21, f. 216.. ¿Qué debía hacer un plebeyo para que su accionar fuese concebido por las autoridades como una expresión política? No sabemos la respuesta, pero los historiadores pasaron su juicio. La ‘masa obscura’, como la denominó Diego Barros Arana, emergió como el peor enemigo y el principal obstáculo para implantar el sistema republicano en los distritos fronterizos. “Estas montoneras”, escribió Barros Arana, “a que luego se habían agregado numerosos malhechores atraídos por la sed de rapiña, habían hecho su aparición desde mayo anterior; pero sus correrías no tomaron mayor importancia sino dos meses después” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 136.. Junto con la intensificación de las guerrillas, surgió un nuevo elemento que mermaba las posibilidades de éxito de los republicanos. Nos referimos al afloramiento de los prejuicios que el liderazgo republicano alimentaba contra la plebe desde los inicios de la revolución Leonardo León, “De muy malas intenciones y de perversas entrañas: La imagen de la plebe en los preámbulos de la independencia de Chile, 1800 - 1810”, Colonial Latin American Historical Review 14:4 (University of New México, USA, 2005): 337- 368.. En efecto, para justificar sus derrotas, los comandantes republicanos comenzaron a responsabilizar a los plebeyos de sus propios fracasos. Explicando la dificultad de reclutar tropas, el teniente gobernador de Parral escribió a las autoridades: “Aqui hay muchos ociosos y mal entretenidos, que bien avenidos con esa especie de vida no adoptarían la de militares gustosamente aunque se les ofrezca hacerlos capitanes al golpe...” Juan de Urrutia al Director Supremo, Parral, 7 de Septiembre de 1817, ANMG 39, s/f. Similares expresiones empleó el comandante Manuel de la Cruz. “Creo firmemente que por la ninguna aplicación de las gentes del campo al servicio de las armas, su ninguna opinión y el ocio y inacción en que viven se encuentren hombres voluntarios y tomen partido...”. Manuel José de la Cruz a O’Higgins, Hacienda de Gueymi, 15 de Septiembre de 1817, ANMG 39, s/f. Las opiniones de De la Cruz respecto del peonaje se repetían en otros altos oficiales del ejército republicano. Parecía que el desprecio a los plebeyos se anteponía a cualquier otra consideración, achacando a la gente pobre una serie de vicios que les inhabilitaban para el servicio en los regimientos o les transformaban en enemigos naturales de la República. Incluso se atribuía a los lonkos del Butalmapu de Angol que sus planes consistían en ir “reuniendo españoles de la mala semilla y con ellos pasar a Concepción” Alcazar a O’Higgins, Nacimiento, 9 de septiembre de 1817, ANMG 49, f. 104.. En una frase, se negaba toda virtud a los paisanos que militaban en el bando monárquico y se descalificaba de pleno el creciente protagonismo de los mapuches. Desde la formulación de esas expresiones hasta tomar drásticas medidas para reprimir a los plebeyos no quedó mucho trecho. “Que aprehendieron a José María Castillo, a Macario Zambrano, y a dos más que no se acuerda de sus nombres”, declaró un testigo en una causa criminal realizada en Nacimiento a fines de septiembre, “por causa de ser enemigos de la Patria y alborotadores del Bien Público…que el dicho Castillo es hombre malo…” Declaración de Pablo Vergara en Causa Criminal contra José María del Castillo, Nacimiento, 27 de septiembre de 1817, ANMG Vol. 49, f. 121. . Alcazar, quien en ese momento presidía el improvisado tribunal que juzgó a Castillo, no trepidó en pasar una rigurosa sentencia. “Le condeno a que sea ahorcado, y sus manos y cabeza sean puestos en los caminos públicos para ejemplo y escarmiento de los demás, para cuyo fin se le da termino de tres horas para que muera como cristiano” Sentencia de Andrés Alcazar, 27 de noviembre de 1817, en Id., f. 123.. Al ser informado de estos eventos, O’Higgins escribió: “Está bien que haga fusilar al caudillo José María Castillo por sus criminales hechos, lo mismo que deberá ejecutar en los demás que lo merezcan por su conducta infame, bajo la justificación necesaria de complicidad en las convulsiones de esa frontera…” O’Higgins a Alcazar, 27 de septiembre de 1817, ANMG 27, f. 33.. De modo sumario y sin más trámite ni apelación, Castillo fue ejecutado en el plazo fijado por la sentencia. ¿Cuántos sujetos fronterizos correspondían a su perfil?; ¿Cuántos plebeyos, como Castillo, se sumaron a las montoneras populares, seguros que no había para ellos –‘malas semillas de españoles’- un sitio en la Patria republicana? No se puede dar respuesta a estas interrogantes por la ausencia de datos, pero la lectura de la correspondencia oficial demuestra que la ejecución de Castillo no fue un hecho excepcional. “Los díscolos de Santa Juana continúan perturbando el Orden y la tranquilidad con movimientos dignos de ejemplar castigo”, informó O’Higgins al teniente gobernador de Rere, “proceda a la aprehensión de los malévolos, la que lograda hará fusilarlos sin más término que el preciso de tres horas, de modo que queden escarmentados de sus inicuas tentativas” O’Higgins al teniente gobernador de Rere, 17 de septiembre de 1817, ANMG 28, f. 318.. El sesgo anti plebeyo emergía una y otra vez en medio del fárrago de la guerra. Gaspar Ruiz, uno de los capitanes de amigos que apoyaba la causa republicana no estuvo ajeno a la controversia que provocaba la transformación de un plebeyo en sujeto de autoridad en el nuevo medio. “El pueblo de Los Ángeles y sus campiñas cada día se habilitan más y más de miserias y malos ratos”, escribió un vecino de la villa a O’Higgins a comienzos de octubre, “y muchos de sus habitantes al extremo de desperar y sin otra causa ni motivo que las iniquidades y ruines procedimientos de don Gaspar Ruiz…” Juan Ruiz a O’Higgins, Los Ángeles, 8 de octubre de 1817, ANMG Vol. 49, f. 132.. Si Ruiz estaba de esa manera expuesto a los ojos de la ‘nobleza’ local, a pesar de los valiosos servicios que prestaba sirviendo como ‘mediador’ con los mapuches, ¿qué podían esperar quienes desempeñaban roles menos trascendentes? “El capitán de amigos Severino Riquelme, gran pícaro, fue fusilado”, informó Agustín López a O’Higgins a fines de ese mes, “y el otro un José María Poblete, que éste también acompañó a los españoles e indios, y espero todavía pillar algunos más…” Agustín López a O’Higgins, Santa Bárbara, 26 de octubre de 1817, ANMG Vol. 49, f. 164.. José María García, otro capitán de amigos que, al servicio de los republicanos, cruzó las Pampas para espiar la situación que se vivía en el Puelmapu (país del Oriente), también hizo recaer sobre sí las sospechas de las autoridades. “Encargo a U. que tomando todas las medidas que le sugiere su sagacidad”, ordenó O’Higgins al teniente gobernador de Los Ángeles, “los aprehenda y me los remita inmediatamente….” O’Higgins al teniente gobernador de Los Angeles, 21 de mayo de 1817, ANMG 28, f. 129.. Respecto de Ignacio Rey, pariente de los antiguos capitanes fronterizos, el comandante Alcazar señalaba: “Por lo que mira a su conducta, según dicen, ha sido un poco cavilosa” Alcazar a O’Higgins, Nacimiento, 21 de julio de 1817, ANMG 49, f. 82.. Por el tenor de estas expresiones, era más que obvio que los comandantes republicanos desataron una guerra total contra quienes podían convertirse en capitanes de la plebe al mismo tiempo que se realizaban sangrientas expediciones punitivas He realizado dos jornadas, escribió el comandante José María de la Cruz a O’Higgins, “la una a sorprender la reunión de guasos que había en la Hacienda de Roa y la otra a pegar fuego a una poblaciones de indios…” José María de la Cruz a O’Higgins, Nacimiento, octubre de 1817, ANMG Vol. 49, f. 158.. Lo paradójico de la actitud anti plebeya de los comandantes republicanos fue que los mismos plebeyos desacreditados en sus escritos, demostraban su coraje y disciplina bajo el mando de los monarquistas. Ni siquiera esa verdad tan evidente les hizo cambiar de parecer. José Bernardo Cáceres, comandante del Batallón No. 2 de Chile, fue bastante expresivo en desplegar sus prejuicios respecto de los hombres que debían servir bajo su mando: “Mi obligación y el celo que debe animarme cuando me veo al mando del Batallón Nº2, me impele a dirigirme directamente a V. E. haciendo ver las fatales consecuencias que trae al Estado y al buen orden militar la escandalosa deserción que experimento en el cuerpo de mi mando, como igualmente sé que sucede en los otros del Ejercito. El motivo Excelentísimo Señor, para que la gente reclutada del campo, a pocos días de instruidos y vestidos, se marchen desertores es el genio característico aplicado al ocio, la ninguna vigilancia en perseguirles y el abrigo que encuentran en los mismos Jueces, en los que se llaman inquilinos de haciendas, y no se si decir también en los amos de estas.....” José Bernardo de Cáceres al Director Supremo Delegado, Santiago, 9 de septiembre de 1817, ANMG 18, fj41-41v.. Enfrentado a monarquistas, montoneros y mapuches, era incuestionable que la suerte de las armas republicanas comenzaba a flaquear; esta situación sucedía en el sur mientras en Santiago corrían rumores que O’’Higgins había muerto en un enfrentamiento. Para desechar estas nefastas noticias, la Gazeta informó que una partida de realistas sitiados en Talcahuano había sido duramente reprimida por las fuerzas revolucionarias. Sofocados por el sitio a que estaban sometidos, señaló el redactor del periódico, el comandante de los monarquistas “formó el proyecto de robar los pueblos interiores, haciendo que una partida de forajidos se uniese con algunos salteadores para hostilizarlos. Derramados sobre Chillán, Cauquenes y comarca del Maule, han sido batidos en todas partes, y ya van ahorcados quince, en correspondencia de los viles y alevosos asesinatos que cometían a su irrupción” Gazeta de Santiago de Chile, Sábado 17 de agosto de 1817, ABO 10: 80.. La guerra de los montoneros en Chile central amenazó con cortar las líneas de apoyo que sostenían a los republicanos en Concepción y, al mismo tiempo, provocar una rebelión social que ponía en jaque el proyecto político de O’Higgins y San Martín. Para impedir tamaño descalabro, se aumentó la represión y se multiplicaron los dispositivos de castigo. Por doquier, las instrucciones que remitía O’Higgins eran severas. “Espero que sin la menor contemplación ni disimulo”, le escribió al cabildo de Rancagua, “se dedicará a limpiar del Partido de cuantos desnaturalizados hayan en él, a fin de que los buenos ciudadanos puedan vivir seguros de sus malvados designios….” Bernardo O’Higgins al Cabildo de Rancagua, 20 de septiembre de 1817, ANMG 28: 180.. En medio de estas operaciones, también se alzaban voces que recomendaban actuar con mayor pericia política en el trato con los plebeyos insubordinados. Francisco Antonio Hernández, quien a principios de octubre comandaba las fuerzas republicanas de San Carlos, manifestaba a O’Higgins que estaba preparado para “acabar de cortar, por los medios más seguros y suaves, los movimientos y maquinaciones de el último resto de conjurados que bajo la dirección del infame Pincheira divagan errantes por los montes” Franco Antonio Hernández a O’Higgins, San Carlos, 4 de octubre de 1817, ANMG Vol. 39, s. f. . ¿En qué consistían esos medios “seguros y suaves’ propuestos por Hernández? En su comunicación a O’Higgins no quedan claros, pero sus expresiones reflejan el ánimo de los comandantes de columnas, quienes preveían un revés de proporciones si se continuaba solamente usando la fuerza para someter al peonaje. De lo que no quedaban dudas es que el cerco comenzaba a cerrarse sobre los republicanos, quienes se veían obligados a movilizar sus partidas para contenerlos. “Según tengo entendido, el plan es apoderarse de las fronteras”, escribió O’Higgins a San Martín, “proteger la insurrección de las provincias, privarnos de caballos y víveres y hacernos la guerra de recursos, pero estoy seguro que difícilmente conseguirán sus desconcertadas ideas; solo conseguirán incendiar las villas, casas, haciendas y chozas de los lugares que están, por su distancia, indefensas y asesinar como lo están ejecutando, a los inermes habitantes de los campos. ¡Malvados! Sus crímenes no quedarán impunes” O’Higgins a San Martín, Concepción, 18 de octubre de 1817, ABO 8, p. 48.. La necesidad de desplazar a sus hombres hacia el norte de la provincia y reducir la presión que se ejercía sobre Talcahuano, generó vacíos de autoridad que permitieron la emergencia de los malones mapuches. Lo peor de todo, para O’Higgins y sus oficiales, fue que la adhesión de las clases populares hacia el bando del monarca no amainaba. “Acaba de salir para el puerto de Dichato una partida de 25 granaderos a sorprender un lanchón del enemigo, que por los espías sé que esta noche debe atracar allí para recibir víveres de los huasos contrabandistas” O’Higgins a San Martín, Concepción, 1 de octubre de 1817, ANMG 8, p. 46.. La intensificación de los malones contra los fuertes fronterizos durante el mes de octubre se tradujo también en una mayor actividad militar en los distritos septentrionales de Concepción. En esos momentos, numerosas guerrillas recorrían los campos sembrando el fuego y la destrucción, obligando a los vecinos y autoridades a iniciar por su cuenta la persecución. A mediados de ese mes, una fuerza de 1200 a 2.000 ‘indios y guerrilleros’ atacó el fuerte de Santa Juana y, posteriormente, arrasó con la campiña de Nacimiento. “En todas partes los montoneros y los indios cometían los mayores excesos, robos, saqueos, asesinatos” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 199.. Pablo Pincheira, a la cabeza de una columna guerrillera, iniciaba sus campañas militares siguiendo los pasos de Zapata. “Sublevada la guarnición de San Carlos, sus soldados habían contribuido a aumentar las filas de los Pincheira”, escribió Magdalena Petit al construir el ‘mito’ de los Pincheira, “y mientras una partida de montoneros volvía con Pablo, llevándose el botín y las cautivas a la montaña, continuaba Antonio hacia Chillán, secundado por los rebeldes, a más de cien indios bien montados, armados de sus lazos, lanzas y bolas” Magdalena Petit, Los Pincheira (Editorial Zig-Zag, Santiago, 1962), p. 19.. No hay datos que corroboren la presencia de mapuches en Chile central en esa etapa temprana de la guerra, pero es irrefutable que, por segunda vez, surgía un caudillo regional capaz de aglutinar las fuerzas del populacho y sumarlas bajo su bandera. “Los Pincheira resistieron por un tiempo más prolongado en la zona cordillerana”, observó Jorge Pinto, “movilizando también a sus hombres a través de montoneras o guerrillas y gozando del apoyo de diversos grupos indígenas que, cuando no los apoyaban materialmente con conas o pertrechos, los protegían, al menos, de las tropas del ejército republicano” Pinto, De la Inclusión a la Exclusión, Ob. Cit., p. 54.. Y luego agrega, respondiendo a las descripciones de los Pincheira como meros bandidos o desalmados: “En nuestra opinión, los Pincheira pudieron canalizar, en otro ámbito de la frontera, la resistencia de una sociedad regional frente a un proyecto político en cuya gestación no había participado” Id., p. 55.. Ambas facetas del nuevo jefe de las montoneras fueron visualizadas por los republicanos, quienes veían colapsar su autoridad en medio del fárrago que creaban los desmanes causados por los guerrilleros. “Sírvase U. S. remitirme con la mayor vigilancia la mayor fuerza posible que tuviere a su mando para combatir la partida del malvado Pincheira que aplica todas sus miras a imitar la conducta de Zapata, y lo peor es que diariamente se va engrosando hasta haber formado fuerza muy suficiente para incomodarnos. El cáncer se va propagando con un movimiento progresivo, y con tal rapidez que ya nos mantiene en una continua molestia. Antes de ayer han asesinado a Don Flamiano Muñoz, el mejor oficial que tenia esta plaza, y antes de él á Don Jerónimo Poblete, y el mayordomo de Don Francisco Martínez, los mejores sostenientes con que contaba Chillan” José María Riquelme a Juan de Dios Puga, San Carlos, 20 de Octubre de 1817, ANMG 22, f. 131.. El descabezamiento de los cuadros políticos republicanos era parte de la estrategia de Ordóñez dirigida a cortar los vínculos que unían a la población local con los ‘invasores’. El éxito en esa empresa era una pieza clave en el proceso de aislamiento de los regimientos ‘patriotas’; no sólo perdían la guerra sino también la lucha por ganar adeptos para su causa en la población civil. Los exitosos ataques contra las plazas fronterizas y el asedio en las localidades más pequeñas demostraron que los monarquistas ganaban terreno, mientras la desesperación cundía entre los republicanos. “Y siendo indispensable y preciso auxiliar la villa de San Carlos hasta la ultima destrucción (a sangre y fuego) de los bandidos que la alarman, y sus partidarios contra los justos derechos de la libertad de la America”, informó Puga a mediados de octubre, “Y no habiendo en esta plaza mas de seis reclutas y un sargento, ocurro á U. para que en servicio de las armas del Estado me remita veinte y cinco hombres bien municionados para pasar con ellos personalmente al de San Carlos, ó a donde se halle situado el enemigo á fin de escarmentarlo hasta el exterminio de la muerte…” Juan de Dios Puga a Francisco Montes y Larrea, Cauquenes, 20 de octubre de 1817, ANMG 22, Fj. 134-134v.. No obstante, nada de lo que hicieran las autoridades detenía las sucesivas olas de guerrillas que asolaban las aldeas de Chile central. “No cesando el germen sedicioso en esta Jurisdicción”, escribió José Benito a O’Higgins desde Chillán,”a efecto de la obstinación de nuestros liberticidas, todavía necesitan de repaso nuestros desvelos...”. La guerra, que hasta allí parecía favorecerles, sorprendió a los hombres de O’Higgins atrincherados en los fuertes, incapaces de iniciar una persecución efectiva contra los montoneros que se apoderaban de las campiñas. “Con esta fecha ha salido para esa ciudad”, reportó el teniente gobernador de Talca, “el cargamento de ropa que estaba detenido por la insurrección del malvado Pincheira, como avisé á V. E. en comunicación de 24 del que acaba, con respecto á haber tenido noticia segura de que ya era sofocada por el capitán Don José Antonio Fermandois...” Francisco Montes al Director Supremo, Talca, 3 de Octubre de 1817, ANMG 21, fj 244.. Incluso la represión de los sujetos más propensos a prestar apoyo a los montoneros no conseguía su objetivo estratégico; solamente se llenaban los presidios y se aumentaba el cargo fiscal, sin que se lograra desarmar la alianza que surgió entre los monarquistas y los capitanes de la plebe. Dando cuenta de esta situación, el teniente gobernador de San Fernando escribió al ministro del Interior: “En los pocos días que hace me recibí del mando de esta Provincia, solamente he sentenciado diez hombres criminales al trabajo de la maestranza, que caminan en esta fecha a disposición del señor Intendente de Provincia y juez de Alta Policía, a quien en compendio anuncio sus delitos. No es posible de otro modo, pues si a todos los ladrones, rateros, salteadores, asesinos e inadictos a nuestra sagrada causa se les hubiese de sustentar las suyas conforme a la ley, no bastara un teniente gobernador aparte con dos escribientes y un actuario, mayormente cuando hasta ahora no se atenta contra la vida de ningún hombre...” José María Vivar al Ministro del Interior, San Fernando, 9 de octubre de 1817, ANMI 12, f. 46.. Batir a los montoneros era el primer objetivo militar de las partidas republicanas; impedir que ganasen un bastión fronterizo, desde el cual pudiesen organizar sus ataques, era el plan estratégico de más largo plazo. “Le ordené hiciese su marcha por Chillan”, informó el teniente gobernador de Talca al describir las instrucciones que entregó a Fermandois, “con respecto á haber tenido noticia evidente de la inquietud y apuros en que se hallaban aquellos vecinos por el malvado Pincheira que se disponía á consternarles, según lo sabrá V. E. imitando en todo la conducta de Zapata… yo en este punto he tomado bastantes medidas para protegerles si fuese necesario y evitar este fuego de insurrección que no llegue por acá...” Francisco Montes al Director Supremo, Talca, 24 de octubre de 1817, ANMG 21, fj 241v.. Las instrucciones ‘reservadas’ que se dieron a Fermandois para sofocar las andanzas de los montoneros fueron bastante específicas respecto de lo que debía hacer con los enemigos. “En aquella ciudad estará el tiempo que duren las atenciones con que afligen las reuniones de los indios y enemigos de aquel pueblo y su frontera….asimismo celará mucho que los que transiten por la campaña vayan con sus correspondientes pasaportes…prohibirá con las penas más graves que los soldados cometan la más pequeña extorsión de los vecinos y que a estos los traten con dulzura….” “Instrucciones reservadas con que marcha el capitán don José Antonio Fermandois al cargo de 30 soldados de Infantería nº. 1 de Chile en auxilio de la ciudad de Chillán y protección de las operaciones de los comandantes de punto contra los enemigos que amagan por aquella parte, Talca, 17 de octubre de 1817”, ANMG 21, f. 240. La persecución de las columnas de Pincheira tuvo algún éxito pues, a fines de octubre, se logró la captura de dos de sus partidarios y se obtuvo información sobre la ubicación de su campamento. “Habiendo sabido el veinte del actual la tirana opresión con que se hostilizaba este Partido y el de San Carlos por el pérfido, inicuo, infame traidor Antonio Pincheira con trescientos y más individuos que formaban una gavilla de bandidos que arrasaban las haciendas, salteando y degollando a su arbitrio á los decididos á nuestra sagrada causa”, informó en un parte Juan de Dios Puga a O’Higgins, “después de haber combinado mi urgente movimiento á remediar los males que amenazaban á las armas del Estado... y mediante las activas providencias que libré a las orillas del río de Ñuble, sobre la hacienda de Cato, madriguera de iniquidades contra nuestra libertad, logré prender siete de los que fraguaban la opresión y tomadas sus declaraciones con la brevedad que exigía la materia, el veinte y cuatro pasé por las armas con termino de dos horas á Santiago Mera y Sabino Anrriques, espías de quienes tomé noticias que el enemigo se hallaba situado y fortalecido con doce fusiles y cinco pares de pistolas en la Hacienda de Bureu, sita en el Partido del dominio de Doña Mercedes Riquelme...” Juan de Dios Puga a O’Higgins, Chillan, 27 de Octubre de 1817, ANMG 23, fj 225.. La posibilidad de destruir la montonera de Pincheira se convirtió en la orden del día para los republicanos. Así, tanto desde los distritos septentrionales como de la misma frontera, se desplazaron las tropas para dar con los guerrilleros. Expresando su optimismo, Montes y Larrea informó a O’Higgins del “golpe que dieron en la Hacienda de Bureu a la partida del insurgente Pincheyra hasta destruirle y reducirle a la nada”. De acuerdo a los partes republicanos, durante la batalla de Cucha se combatió contra más de 500 montoneros, de los cuales se hicieron 64 prisioneros y se capturaron 200 caballos. Al parecer, la derrota de Pincheira fue significativa, pero no tan definitiva como lo esperaba el mando republicano. De acuerdo al comandante Riquelme, quien se había distinguido hasta allí por su celo en la persecución de las guerrillas, se logró sorprender a la montonera pero no se consiguió liquidarla. “Habiendo tenido noticia que el infame Pincheyra renovando las hostilidades de Zapata intentaba atacar esta villa, seguido de 250 hombres... solicité con la mayor vigilancia los auxilios de Quirihue, Cauquenes y Talca y reunidas aquellas fuerzas en el recinto de esta plaza... las hice salir en el mejor orden posible el 25 del presente octubre a las cuatro de la tarde, y el 26 a las cuatro de la mañana dieron sobre ellos con tal denuedo y bizarría que en pocos momentos lograron escarmentarlos... aunque no se tubo la satisfacción de haber a las manos a Pincheyra...” José María Riquelme a O’Higgins, San Carlos, 30 de Octubre de 1817, ANMG 39, s/f.. La derrota de la montonera de Pincheira fue conseguida por las fuerzas de Puga y Fermandois. Intentando quebrar el cerco que les tendieron los republicanos, los sobrevivientes de Cucha se fugaron hacia Quirihue. “Una partida del Enemigo, sin anunciarme su número”, informó Manuel González, “andaba por los términos de Rafael, en cuyo punto sorprendió al Diputado Don Antonio Fernández y su familia habiéndole según le han notificado dado al primero una muerte atroz...” Manuel González al Director Supremo, Quirihue, 2 de Noviembre de 1817, ANMG 23, fj 377.. Como hombres desesperados que huían de una muerte segura, Antonio Pincheira y lo que quedó de su montonera iban dejando tras de sí una estela de sangre y pavor. Su intención era llegar hasta Talcahuano. “Los esfuerzos del enemigo para divertir nuestras tropas y hostilizarnos”, informó O’Higgins a San Martín, “no sólo se habían propagado en la Alta Frontera y sus costas, sino que también se extendían a las montañas de Tucapel y Chillán, donde habían logrado ya introducir un número considerable de armas y municiones con que obraban reunidos más de 200 bandidos, incendiarios y ladrones” O’Higgins a San martín, 1º. De noviembre de 1817, ANMG 28, f. 339.. 3. El giro anti plebeyo de las campañas republicanas. En noviembre, cuando gran parte de los campos aledaños a Concepción, Chillán y Talca estaban en manos de las montoneras, la conflagración adquirió nuevos rasgos de conflicto social. Ya no se trataba tan solo de contener a los bandidos y renegados que engrosaban las guerrillas, sino que también se incrementaba la persecución de los plebeyos. No fue en todo caso, una situación nueva, pues desde su traslado hacia el sur, O’Higgins se había propuesto, entre otros asuntos, extirpar “todo germen de reacción o de anarquía, haciendo cesar el vandalaje que mantenía el terror en los campos…” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 108.. El mismo Barros Arana escribió en otra parte: “todas las autoridades estaban resueltas a hacer una guerra implacable a los montoneros y bandoleros que amenazaban la tranquilidad interior” Id., p. 139.. Sin embargo, todo lo obrado hasta allí parecía ser en vano, pues el fortalecimiento de los guerrilleros era manifiesto. La voz de alerta la proporcionó el teniente gobernador de Talca quien, en una comunicación reportando la derrota de Antonio Pincheira en Cucha, señaló: “Conocerá V. E. por el número de hombres a que había ascendido la partida dicha la disposición de ánimo que hay en aquellos habitantes para convertirse en nuestros enemigos y que es necesario ejemplarizarlos...” Francisco Montes al Presidente de la Junta Delegada, Talca, 31 de octubre de 1817, ANMG 22, fj. 139-130v.. Más al norte, los oficiales republicanos también manifestaban su preocupación por el creciente número de plebeyos que se sumaban a las montoneras. Al respecto, el teniente gobernador de San Fernando escribió: “Cuanto es de grande el numero de facinerosos y forajidos que por lo común encierra la cárcel pública de este pueblo, es la absoluta escasez que se padece de prisiones. En la actualidad se cuentan más de cuarenta malvados salteadores y asesinos y solo tres pares de grillos” José María de Vivar al gobernador Intendente de Santiago, San Fernando, 20 de Noviembre de 1817, ANMG 17, fj 11.. Un problema adicional que enfrentó la jefatura republicana fue la continua resistencia del peonaje a su reclutamiento. “Ayer miércoles en la tarde 12 del corriente he recibido el oficio de U. de 3 del mismo, en que por orden del Supremo Director debo reclutar y poner a su disposición ochenta hombres en lo que resta del mes”, se quejó a mediados de noviembre el teniente gobernador de Melipilla ante el Ministro de Guerra, “Ya verá U. lo atrasado que he recibido el oficio; a esto agréguese que tengo entregados al Comandante de Cazadores en Valparaíso doscientos diez y seis hombres por igual orden suprema; con cuya recluta han quedado las gentes de modo, que al mas leve movimiento, ganan los montes...” Josef Fuenzalida y Villela a Zenteno, Melipilla, 13 de noviembre de 1817, ANMG 17: 36.. Efectivamente, una vez que las partidas de recluta se ponían en movimiento, se producía el desbande del peonaje. Para capturarlo se usaban los trucos más hábiles: rodear las capillas o iglesias de los pueblos y haciendas durante la celebración de la Eucaristía; acudir de sorpresa a los rodeos, siembras o, simplemente, tender trampas en los caminos para coger a quienes viajaban desprevenidos. Lo importante para los tenientes era cumplir con su deber, a pesar de que el número de hombres que lograban recluta caía muy por debajo de las exigencias de sus superiores. “Remito a disposición del Supremo Gobierno”, escribió a fines de noviembre el teniente gobernador de Melipilla, “sesenta y nueve hombres solteros y muy mozos que he reclutado por la suprema orden que U. me comunica; y aunque en ella se me piden ochenta, me ha sido imposible juntarlos; pero si aun se necesita el resto, con el aviso de U. los reclutantes, dejando pasar ocho o diez días para que se sosieguen un poco...” Fuenzalida y Villela a Zenteno, Melipilla, 28 de noviembre de 1817, ANMG 17: f. 37.. El paso crucial de activar una dura represión contra la plebe y sumarla a los regimientos de la Patria fue dado a fines de noviembre. En esa fecha, la Junta de Gobierno presidida por Pérez, Cruz y Arteaga decretó: “Deseando el Gobierno purgar a la Nación de la multitud de vagos y criminosos que la contaminan, y queriendo utilizar estos brazos que son ahora una peste y onerosa carga en los pueblos en beneficio de la misma sociedad que ofenden, ordena: Que en todo el territorio del Estado se haga una recluta general de cuanto individuo se halle sin oficio o destino conocido, o que por sus crímenes deba ser castigado con pena menor que la de muerte, entendiéndose desde la edad de 14 hasta la de 45 años inclusive, y que por su constitución física sea útil para el servicio de las armas bajo las reglas siguientes: La recluta debe verificarse precisamente en todos los puntos del Estado en un mismo día, que será el 26 de Diciembre inmediato y demás días siguientes; Para que en ese día aprehendan a todos los vagos y criminales que hayan en sus respectivos distritos conduciéndolos a la Capital o cabecera de Partido…. antes de la aprehensión se guardará por todos los comisionados el mayor sigilo en la materia a fin de que no se fuguen o escondan. Se declara por vago, el gañán, artesano y cualquiera otro hombre que no se halle en ejercicio actual de su industria, o que carezca de ella enteramente; Los que estén detenidos en las cárceles por delitos que no merezcan pena capital, o que aún cuando sean acreedores de ella, no estén plenamente convencidos del crimen, son asimismo comprendidos en esta recluta. Igualmente se comprehende a los rateros y hiposos [sic], ebrios consuetudinarios, amancebados públicos, y demás hombres que con la pestilencia de sus costumbres empañan la pureza de la moral pública” Decreto de la Suprema Junta de Gobierno, Santiago, 28 de noviembre de 1817, ANMG 62, f. 141.. ¿Quién quedaba exento de la recluta? El mismo decreto establecía una exención: “los arrieros que entran en esta capital a abastecerla de maderas, carbón y otras especies necesarias a los trabajos de maestranza y bien público”. También se eximió a los habitantes de los fundos rústicos de San Miguel, carniceros y labradores. El resto del populacho –incluyendo artesanos, comerciantes, gañanes y demás hombres que no gozasen de privilegio- debía prepararse para ver como descuajaban de su seno a quienes carecían de ‘pureza cívica o virtud pública’. A través del territorio del Estado republicano, que tambaleaba peligrosamente, se llevaría a cabo una razzia sin parangón en la historia del país. Si acaso ese tipo de medidas favorecían a la causa es un asunto que queda sujeto a la interpretación. Lo que no admite duda es que el liderazgo revolucionario se asomaba en esos momentos al clímax de su desesperación. El caos y la anarquía, compañeros inseparables de la guerra civil, asomaron sus siniestras sombras en medio de un país que comenzaba a hundirse en el desgobierno y la ilegitimidad. Fuera de la capital las cosas no lucían mejor para los republicanos. Al respecto, Francisco Fontecilla, teniente Gobernador de San Fernando, informó: “resalta de manifiesto la necesidad que hay de grillos en aquella cárcel, para asegurar el excesivo numero de facinerosos que se encuentran en ella, pues por falta de prisiones fugan de continuo los reos haciendo de este modo infructuosos los desvelos de los magistrados..." Francisco Fontecilla al Intendente de Santiago, 24 de noviembre de 1817, ANMG 17, pieza z 8, fj 10.. Una vez más, el liderazgo republicano se veía enfrentado, por la fuerza de los acontecimientos, al serio dilema de elegir entre la represión o el trato político. La situación militar recomendaba cerrar el puño pues, de otra manera, las montoneras seguirían pululando. No obstante, también estaba claro para O’Higgins que sus regimientos no podían operar como fuerzas de ocupación, tanto por la falta de recursos humanos y logísticos, como por la delicada posición en que se encontraba acosado por tres fuegos. En cualquier momento se podía cortar su línea de comunicación con Santiago, con graves consecuencias para sus tropas. Así, ante el dilema, reaccionó publicando un Bando que proclamaba el perdón de quienes se sumaron a la montonera de Antonio Pincheira. “Todos los sujetos que anduviesen en compañía de Pincheira ó de alguna manera le hubiesen auxiliado, se presentarán en este Juzgado en el término perentorio de ocho días, con la firme confianza que se olvidarán todos sus crímenes, se les tratará como miembros preciosos de la Patria, y se les dará un papel de perdón para que ninguno de los Jueces territoriales puedan incomodarlos, ni en sus casas ni en sus negocios” Bando del Capitán de Caballería y Teniente Gobernador de San Carlos, José María Riquelme, San Carlos, 4 de Noviembre de 1817, ANMG 39, s/f.. Concientes que la montonera no estaba totalmente destruida ni que sería derrotada por decreto, el mismo Bando estableció severas penas contra quienes continuasen colaborando con los guerrilleros. “Los que directa o indirectamente entrasen en sus maquinaciones, tratasen con él, o de alguna manera le auxiliaren, se les confiscarán todos sus bienes a beneficio del Estado, y se castigaran sus personas con toda la severidad y dureza de que es susceptible tan atroz delito. Últimamente, aquel ó aquellos sujetos de cualquiera especie o condición que fueren y que apurando todos los recursos que estuvieren a su alcance, lograsen prender, asesinar, o de cualquiera modo libertar el partido de la persona de Pincheira, llevarán diez pesos de gratificación, y se conservará la memoria de este servicio como el más distinguido que hubiese hecho por la patria...” Id. . La publicación del Bando fue paralela a la comisión de una partida de hombres cuya tarea consistiría en destruir la montonera. En ese sentido, las autoridades republicanas no escondieron su optimismo frente a la inminente captura de Pablo Pincheira y sus hermanos. En su persecución fue enviado el comandante Pedro Nolasco quien, el 14 de noviembre informó a O’Higgins: “Por los muchos espías que he puesto al infame traidor, asesino, cuatrero y salteador de Antonio Pincheyra y de los que anduviesen con el... he mandado una partida de once fusileros y un sargento, y veinte y cinco milicianos armados estos de lanza, y espadas, al mando del Regidor decano Don Juan de Dios Jiménez, por no haber oficial en esta partida... me apresen al mencionado Pincheyra y a sus compañeros; y hoy se me ha dado parte por el dicho comandante Jiménez, que se halla en las casas de Bustamante pidiéndome mas auxilio de víveres, para entrar mas adentro, hasta las lagunas a perseguirle...” Pedro Nolasco Sepúlveda a O’Higgins, Chillan, 14 de Noviembre de 1817, ANMG V.39, s/f.. A pesar de los esfuerzos desplegados por los oficiales republicanos para contener las oleadas de insurgencia que amenazaban con sitiarlos en Concepción, la guerra comenzó a evolucionar en su contra. “Debemos pues creer que los fusileros que andan entre Santa Juana y Nacimiento”, informó en un Bando la Junta Delegada, “son los dispersos de Arauco asociados con las gentes del país” Bando de la Junta delegada contra la deserción, 12 de noviembre de 1817, ANMG 28, f. 352.. Esta frase, dicha de modo tan casual, reflejaba la verdad más profunda del acaecer de los republicanos en los distritos del sur. Ya no solo luchaban contra los regimientos formales y los montoneros, sino contra la población civil. Apenas tres días más tarde, O’Higgins comisionó a Javier Molina para “disolver la reunión que estaba formándose de fusileros, milicianos y bandidos” en las cercanías de Santa Juana O’Higgins a San Martín, 15 de noviembre de 1817, ANMG 28, f. 355.. Refiriéndose a quienes estaban tras estos movimientos, O’Higgins no trepidó en definirlos como “cuatro revoltosos y desnaturalizados de la frontera…” O’Higgins al comandante Damián de la Vega, 20 de noviembre de 1817, ANMG 28, f. 360.. Mientras tanto, Nacimiento, Talcamávida y Dichato, a más de doscientos kilómetros de distancia entre sí, fueron simultáneamente atacados por montoneros liderados por Pimuer, Vicente Benavides y Pedro Castillo. “Prisioneros no pudimos hacer, reportó el comandante que defendió Dichato, “porque a la voz de la carga ganaron todos al monte, siendo por esta parte este demasiado espeso” Eugenio Hidalgo a O’Higgins, Tomé, 28 de septiembre de 1817, ANMG 33, s. f. . En Talcamávida la cosecha fue un poco mejor: “Haciéndoles prisioneros al predicho Rebolledo, Pablo Álvarez de Pileu, y cuatro más de sus acompañados, los que quedan con términos de dos horas para ser fusilados” José Santos Astete a O’Higgins, 23 de noviembre de 1817, ANMG 33, s. f. . Pero O’Higgins insistió en menospreciar la fuerza de sus enemigos y el compromiso con que asumían su causa. En su orden de fusilamiento de los prisioneros, nuevamente se refirió a los “desnaturalizados que unidos con los revoltosos de Arauco fueron tomados en el saqueo que intentaron de los vecinos de Talcamávida” O’Higgins al teniente gobernador de Rere, 27 de noviembre de 1817, ANMG 28, f. 364.. En diciembre era patente que los monarquistas, montoneros y mapuches se habían convertido en los amos y señores de las campiñas situadas entre Chillán y Concepción y en la ribera sur del río Bío-Bío. Los regimientos de O’Higgins, que habían acudido a sitiar Talcahuano, se encontraban sitiados. Peligrosamente, sus líneas de comunicación con Santiago quedaban bajo el control de sus enemigos quienes, de modo paralelo, entrenaban a la plebe para que se sumara al motín general que obligaría a los republicanos a abandonar sus fuertes sureños o morir en la frontera. Los datos recopilados por los comandantes de la República apuntaban hacia un pronto y trágico desenlace para las otrora armas triunfantes de Chacabuco. Sus intentos por ganarse la adhesión de mapuches y de la plebe habían fracasado, dejando en manos de los monarquistas y montoneros la iniciativa militar. A medida que ese fracaso se hacía más manifiesto, las guerrillas crecieron en magnitud, rango y peligrosidad. Sus comandantes ya no se preocupaban de esconder sus guaridas o cuidar sus pasos, sino que públicamente desafiaban a las autoridades para conseguir, de esa manera, mayor notoriedad e infundir confianza a sus seguidores. Cogidos entre ambos fuegos, los lugareños optaban por sumarse a quien parecía que saldría vencedor en la contienda. La guerra de escaramuzas se transformaba en un instrumento de la política, al mismo tiempo que debilitaba los esfuerzos de O’Higgins y sus hombres por ganar el terreno perdido. El objetivo inmediato de monarquistas y montoneros consistió en capturar las villas de Quirihue, La Florida, Rere y Puchacay, que hasta allí habían servido a los republicanos para abastecerse de granos y animales. De esa manera se cerraba el nudo dirigido a privar de recursos materiales y humanos a los regimientos de O’Higgins acampados en Concepción y las guarniciones fronterizas. “Por datos positivos, y según declamaciones tomadas, no deja la menor duda de creer que con aceleración se reúnen en la Quebrada Honda, jurisdicción del Partido de Puchacay, porción de facinerosos a quien el enemigo de Talcahuano les ha subministrado [sic], según datos de unos, el auxilio de 50 fusileros y el de otros 100, con municiones, los que se están disciplinando y hacen sus correrías hasta El Molino del Ciego, camino de la Patagua; reuniendo porción de caballos con el fin de sorprender á cuantos se hallan empleados en servicio del Estado, y con el animo resuelto de sorprenderme, y del mismo modo al Teniente Gobernador de Puchacay, por especial recomendación de Ordóñez, y que todo consta de declaración de persona fidedigna...” Manuel González, Teniente Gobernador de Quirihue, al Teniente Gobernador de Cauquenes, 4 de diciembre de 1817, ANMG 22, fj 164.. Las informaciones proporcionadas por el teniente gobernador de Quirihue no fueron equivocadas. Ese mismo día, la villa, situada en el tránsito de Concepción hacia Santiago, fue capturada por una partida de monarquistas y montoneros, luego que sus defensores la abandonaron por carecer de suficientes recursos. “A las 2 de la mañana con dolor de mi corazón tuve que desamparar el pueblo de Quirihue, a causa de comunicárseme que a puestas del Sol del día de ayer trataba de pasar el Itata una guerrilla del enemigo, comandada por Don Gervasio Alarcón, compuesta su fuerza de 100 fusileros, y otra de que se ignora su numero al mando de un tal Villouta se hallaba situada en Ranquil; y como mi fuerza solo consta de 20 fusileros, no he querido exponerla y me he relegado á este punto de Quiñicaben, en donde espero con la brevedad que exigen las circunstancias, me anuncie VS si con la que tiene en esa villa se pone en marcha en auxilio de esta, ó deba replegarme con la mía á esa. Si no se toman las providencias más enérgicas para atacar á este vil enemigo, no tome este un partido considerable con los habitantes de Cucha, y Portezuelo, de donde es oriundo el indicado Alarcón...” Manuel Gonzáles a Juan de Dios Puga, Quiñicabén, 5 de Diciembre de 1817, ANMG 22: 165.. Para las autoridades las noticias proporcionadas por González fueron desconcertantes, pues no sólo se trataba de una guerrilla de proporciones sino que su desplazamiento se producía desde el norte del país y era encabezada por un lugareño. La desproporción en hombres y armamentos era manifiesta, pero mucho más preocupante era el plan de los monarquistas de unir sus líneas militares desde la costa hasta la Cordillera, cortando el paso entre Concepción y Chillán. Como ya lo habían demostrado Pincheira y sus hombres, ese era el ambiente más adecuado para acosar a los republicanos y proveerse de animales y recursos. Además, existía siempre la posibilidad de revivir la alianza con los pehuenches de ambos lados de los Andes. Francisco Montes, teniente gobernador de Cauquenes, visualizó correctamente la situación que creaba la incursión de Alarcón y Villouta, y solicitó refuerzos a Puga para contener las depredaciones de los enemigos. “Ellos son urgentísimos y necesitan pronto remedio para contener á los enemigos que se han introducido en aquel partido (Itata ), y el de Puchacay; interceptándonos la correspondencia con Concepción... necesito que la exigencia es que VS vividamente me auxilie con la prontitud que exige la materia, con treinta ó cincuenta hombres, tropa de línea bien municionados, que espero á mas tardar el Domingo 7 del que rige, para salir con ellos; y la fuerza que tengo combinada, á destruirlos á sangre y fuego hasta el exterminio de la muerte, no dejando hombres que se opongan á la justa causa de nuestra libertad para su total escarmiento en lo sucesivo...” Francisco Montes a Juan de Dios Puga, Cauquenes, 5 de diciembre de 1817, ANMG 22: f. 165.. La posición de O’Higgins y sus tropas en Concepción se hacía cada vez más insostenibles. El sur estaba irremediablemente perdido y comenzaban a surgir los signos de un quiebre mucho más peligroso en Chile central. Ya no solo se trataba de salir en persecución de las guerrillas sino también mantener el orden en las villas que unían a los distritos del sur con la capital. De otra manera, se corría el serio riesgo de un desbande de la población civil, de un aumento irremisible de la deserción y, finalmente, del colapso de los regimientos reunidos por los republicanos con tanto esfuerzo como rigor. En el plano doméstico se tomaron medidas drásticas que incrementaron la impopularidad del gobierno. “Antes que VE en su nota de 12 del presente me anunciara pusiese guardias en los caminos, y portezuelos por donde pudiese haber trajín para el sud, ya había mandado cincuenta milicianos con lanza para las costas”, reportó el teniente gobernador de Rancagua a O’Higgins, “ordenando a estos sujetos hagan su correrías, depositen sus guardias donde tengan a bien; aprehendan desertores, y todo transeúnte sin pasaporte...” Felix Joaquín Troncoso al Director Supremo, Rancagua, 20 de diciembre de 1817, ANMG 17: f. 107.. Las debilidades logísticas de las fuerzas republicanas y la irresolución que predominó durante 1817, comenzaron a manifestarse con mayor gravedad a medida que las montoneras de Pincheira, Alarcón y Villouta asolaban la retaguardia; sin hombres ni recursos, los aprietos que enfrentaba O’Higgins eran de difícil resolución. Paulatinamente, la derrota se dibujaba en un horizonte iluminado por las llamas de ranchos incendiados y los gritos de victoria y Viva el Rey que volvían a oírse con energía en los campos de Chile central. “En este momento acabo detener parte del Teniente Gobernador de Chillan que por dos partes consecutivas tiene sabido que cerca del Membrillar bajaba una guerrilla de fusileros considerable del enemigo, y que amaga á estos Pueblos= Toda la fuerza de esta, y la de Chillan se hallaba empleada en perseguir la del infame Pincheyra dentro de la cordillera: Ayer le mataron tres, y me han traído cuatro prisioneros, pero ahora mismo se manda retirar toda la fuerza para poder atender á esta otra del enemigo que puede ser nociva.” Justo Muñoz al teniente gobernador de Linares, San Carlos, 9 de diciembre de 1817, ANMG 22: 168v.. En medio de la desolación que creó el Bando emitido por O’Higgins obligando el desalojo de las villas, aldeas y haciendas fronterizas, las autoridades de Chile central contemplaron con impotencia el total desastre de las posiciones que hasta allí controlaban sus partidarios y el impacto que comenzaba a tener el éxodo de las tropas republicanas. “Acompaño a V. E. el parte que me da el Alcalde de Vichuquén en que hace ver la insurrección, y atropellamiento de los individuos de su jurisdicción que procura reclutar”, reportó el teniente gobernador de Curicó a O’Higgins Diego Donoso al Director Supremo Delegado Don Luis de la Cruz, Curico, 29 de diciembre de 1817, ANMG 20: f. 99.. Incluso en los parajes aledaños a la capital comenzaba a cundir el pánico mientras los hombres más jóvenes huían con mayor ímpetu de las partidas de recluta. “Sírvase U. hacer presente a la Suprema Junta”, escribió el teniente gobernador de Melipilla, “que a cada colección de reclutas se ponen estos más cavilosos y en mayor resistencia... Aseguro a U. que ni tengo una espada o sable con que habilitar un soldado, tal que en la conducción de reclutas, como las lanzas son pocas, me ha sido preciso hacerles lleven un palo por arma” Fuenzalida y Villela a Zenteno, Melipilla, 18 de diciembre de 1817, ANMG 17: f. 40.. Al parecer, nadie quería sumarse a los regimientos republicanos que, a ese ritmo, marchaban hacia el fracaso. La causa ‘nacional’ iba lentamente perdiendo su semblante a medida que crecía el rechazo de las clases populares y se mejoraban los mecanismos para hacer más efectiva su represión. “Contéstese que debe perseguir a los que se han introducido en los bosques hasta exterminarlos”, instruyó el Director Supremo Delegado al teniente gobernador de Curicó una vez que se le informó sobre el crecimiento de la deserción y el bandidaje, “pues ya no son mas que unos facinerosos de quienes suele aprovecharse el Enemigo en nuestro daño” Luis de la Cruz a Diego Donoso, Santiago, 2 de enero de 1818, ANMG 20: f. 99v.. Pero la audacia de los plebeyos y desertores no disminuía. Desde Santa Rosa de los Andes, al norte de Santiago, el teniente de gobernador del lugar informaba: “El reo Francisco de San Martín, que tenía preso en esta cárcel….se me fugó de la cárcel haciendo un forado y sacándonos otros reos criminosos y un desertor, y llevándose un grillete” José Antonio del Villar a San Martín, Santa Rosa de los Andes, 19 de noviembre de 1817, ANMG 15, f. 69.. Si los sujetos populares aprovechaban las flaquezas de los republicanos para huir con el ánimo de sumarse a los montoneros y monarquistas, también los hacendados y comerciantes que abandonaron sus bienes en el sur ofrecieron sus servicios para iniciar una guerra de bandalaje contra sus enemigos sociales. “Entre varias personas de las que han emigrado de más compromiso y mejor crédito”, escribió el teniente gobernador de Talca a O’Higgins a comienzos de enero de 1818, “se me ha propuesto darme una partida de cincuenta o más hombres voluntarios, escogidos de los mismos que han venido con el objeto de emplearse en correrías por la otra parte del Maule contra las partidas de los Pincheyra y otros inicuos que se empeñan en hostilizar los campos, y privan las familias de su seguro transporte, e impedir la traída de las haciendas a estos lados….y sobre todo Vuestra Excelencia persuádase que no hay logro más seguro que el que se hace con la misma moneda, y a guerra de montoneras igual montonera. No hay razón alguna para que los levantados que verdaderamente son despreciables y solo aprovechan la indefensión de los partidos, cuenten con una probabilidad de destruirlos…” Enrique Martínez a O’Higgins, Talca, 8 de enero de 1818, ANMG 21, f. 289.. En el sur las cosas no eran mejores para los ‘nacionales’. Perseguidos por las montoneras de mapuches, monarquistas y plebeyos, algunos apenas alcanzaban a escapar con vida para dar cuenta de los desastres que experimentaban. “En este mismo instante acabo de llegar á este de Toquigue”, escribió Vicente Sepúlveda el 21 de diciembre, “del que por milagro de Dios me he escapado saltando sitios y encontrando un caballo, y me he puesto en pelo. Dichos Indios Pehuenches se hallan en el Pueblo, matando y saqueando, que la cantidad de ellos son como 400, los mismos que me dieron el rastro al venir el día. En esta inteligencia á la mayor brevedad se examinará para esta con toda su fuerza, dando parte de esto á la ciudad de Talca, para que nos auxilien, y nos favorezcan á la mayor brevedad…” Vicente Sepúlveda a Juan de Dios Puga, 21 de diciembre de 1817, ANMG 22: f. 188-188v.. La hora más aciaga para los republicanos hacia Santiago, había llegado ominosamente. A fines de diciembre de 1817, los republicanos se encontraban muy distantes de las victorias que soñaron después del triunfo de Chacabuco. Los monarquistas habían reorganizado sus fuerzas desde Talcahuano y habían asumido la ofensiva militar mientras que los montoneros populares y las principales tribus mapuches habían pasado a engrosar las filas de los soldados del rey. Probablemente no todos luchaban completamente convencidos sobre las bondades del monarquismo, pero si parecían tener muy claro que los ‘patriotas’ eran sus verdaderos enemigos. Para los republicanos, la derrota en el sur no podía ser más concluyente y ya comenzaba a visualizarse un descalabro de proporciones a través de Chile central. Lejos estaban los días en que O’Higgins señaló al momento de entrar a Chile a comienzos de 1817: “Compatriotas y amigos: El numen de la Libertad me restituye por fin al mundo Patrio. Un poderoso ejército cuya sección primera tengo el honor de presidir, donde brilla el orden, la disciplina y el denuedo, viene a sacaros de la esclavitud…Chilenos: yo os juro morir o libertaros” Proclama de O’Higgins a los Chilenos, febrero, 1817, ABO VII: 123.. Poco quedaba de esas palabras. La deserción cundía en los regimientos, las montoneras asolaban las provincias del sur y la gran masa de la población no acudió espontáneamente a sumarse a la liberación. El bajo pueblo no vislumbró en el republicanismo la solución a sus problemas. Probablemente reconocían en los republicanos un extraordinario celo revolucionario, pero también contemplaban la devastación que produjo la guerra en cientos de miles de hogares, reduciendo la economía a ruinas y sembrando de escombros aquellos parajes que antes fueron los distritos más ricos y fértiles del país. Enfrentados a las disyuntivas que les presentó la guerra civil, mapuches y plebeyos sumaron masivamente sus fuerzas para lograr el triunfo de los realistas. Contra la revolución oponían todo el peso de la tradición, las garantías que les ofrecían los Tratados y su innato conservadurismo. Más que el cambio, luchaban por mantener el status quo que les produjo apreciables beneficios durante la segunda mitad del siglo XVIII y les vió prosperar en sus peculiares modos de vida. La tradición y las costumbres se imponían por sobre la reforma y la innovación. “El enemigo se halla con toda su fuerza en el Parral”, informó Freire a O’Higgins en marzo de 1818, “compuesto según la opinión más segura en número de tres a cuatro mil hombres, con diez y ocho piezas de artillería, fuera del gauchaje…” Freire a O’Higgins, 4 de marzo de 1818, ANMG Vol. 49, f. 201.. De un modo poco sutil, el comandante que salió un año antes en persecución de los derrotados en Chacabuco, anunciaba al Director Supremo la inminente derrota que los monarquistas y montoneros populares estaban a punto de asestar a la República. Los mapuches, al parecer, se quedaron en el Gulumapu cuidando las espaldas de sus aliados en la guerra que desataron contra quienes amenazaron su libertad. Para los historiadores liberales del siglo XIX, los episodios relatados no fueron más que un el fruto de un error fundamental cometido por San Martín y O’Higgins de no eliminar a tiempo a los derrotados de Chacabuco antes que se reagrupasen en Talcahuano. Error, señaló Barros Arana, “que iba a ser motivo de graves problemas y de dolorosos sacrificios para la revolución, si no la causa determinante de la prolongación de la guerra” Barros Arana, Historia Jeneral, Ob. Cit., Vol. XI, p. 32.. Y luego agregó: “Esa lucha, que imponía angustias y fatigas superiores a cuanto puede decirse, marcada con violencias y depredaciones de todo orden, inhumanamente ensangrentada por los indios y por los que los acompañaban, no era, sin embargo, más que el principio de una guerra de vandalaje obstinado y sin cuartel que había de asolar aquella comarca durante largos años” Id., p. 199.. Es probable que haya sido así, pero es irrefutable que el partido republicano no contó en 1817 con el apoyo de la población. En el ambiente, en todo caso, quedó flotando una frase que pronunció Santos Astete al comienzo de la guerra. Dando cuenta de los asaltos y el pillaje que había cometido la turba en el fuerte de Santa Juana, el comandante solicitó autorización para azotar a los ladrones manifestando: “esta gente está tan desobordinada [sic] que solo la rectitud de la justicia puede contenerla” José Santos Astete a O’Higgins, Santa Juana, 19 de mayo de 1817, ANMG 39, f. 10.. ¿Por cuántos años más se prolongaría la insubordinación? ¿Qué medidas serían aplicadas para sostener el orden y preservar la paz frente al desacato de la plebe? Alfredo Jocelyn-Holt, El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica (Buenos Aires, Ariel, 1997); La Independencia de Chile. Tradición, Modernización y Mito (Madrid, Mapfre, 1992); Ana María Stuven, La seducción de un orden. Las elites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX (Santiago, 2000). PAGE 2