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ArribaAbajoCapítulo VII

Fundación de San Agustín de Talca


La donación de Gil de Vilches y Aragón.- El Asiento de Talca.- Los primeros trámites para fundar una villa.- Reparto de solares.- Sus primeros pobladores.- Pleitos de los vecinos con los agustinos.- Fray Nicolás Gajardo ataca a los pobladores y les destruye sus casas en formación.- El primer Cabildo.- Decadencia de los agustinos; la llegada de los jesuitas a la villa.- Sus actividades educacionales.

Las tierras que fueron elegidas para fundar la ciudad de Talca, pertenecían a la comunidad de San Agustín, las que las cedieron al Gobernador Manso de Velasco, cumpliendo con un remoto encargo del capitán don Gil de Vilches y Aragón.

Había nacido este personaje en la ciudad de Baeza, en 1581, y era hijo de Juan de Vilches y Collados y de doña María de Aragón, personas sin duda de alguna calidad. Entró al real servicio de 1598, cuando apenas cumplía los diecisiete años. Vino a Chile en las tropas de don Alonso de Ribera y peleó en Arauco en las campañas de esos años, donde se distinguió notablemente. El historiador don Diego de Rosales le cita «que siendo ayudante mayor del ejército, le mandó el Mariscal de Campo Pedro Cortés, a averiguar el autor de ciertos robos hechos a un auxiliar de Arauco, sobre un bando publicado con la pena de la vida al que robase en la plaza, y que descubierto el autor, le ahorcase. Se practicó la diligencia, negada la verdad por el cómplice, presumiendo lo fuese el soldado Alonso Ranquel, que no se excusaba en forma, lo mandó ahorcar; pero la Virgen Santísima Nuestra Señora lo sostuvo libre de la soga y al descolgarlo lo hallaron sano, y entrando de jesuita fue un santo, en cuya opinión murió».

Rosales agrega de don Gil:

«Caballero piadoso, a cuyas expensas se fundó el convento de los religiosos agustinos en el lugar de Talca».



No tuvo que gastar muchos años don Gil de Vilches y Aragón para llegar a ocupar una situación. Por los años de 1608 ya lo encontramos radicado en la ribera del Maule, dueño de las tierras de Talca o Talcamo, compuestas de mil cuadras, según títulos de 1609 y 1613.

Estas tierras de Talca estuvieron antes de esta fecha ocupadas por los indios del pueblo de Duao, encomienda que fue del capitán don Juan de Ahumada.

La merced de 1609, dada el 18 de agosto, dice:

«En el sitio llamado Talcamo, en el río Claro, entre la estancia de Arroyo y de don Jorge, donde antiguamente solían estar los indios de Ahumada».



Allí construyó don Gil sus casas, a la que les dio todas las comodidades necesarias. Eran varias piezas, con una sala principal y una capilla con ricos ornamentos. Se hallaban en ellas buenos muebles y rico servicio de plata. En la sala principal colocó su retrato, el cual, según documentos de la época, está puesto junto al de la Señora de la Visitación. Numerosos servidores, esclavos e indios yanaconas, se ocupaban de las tareas domésticas dando a su mansión todo el decoro y opulencia propia de un conquistador afortunado y distinguido.

A su prestigio de viejo capitán unía los suficientes méritos de hidalguía y de hombre de pro. Tales antecedentes lo hicieron ocupar en el período de 1632 a 34 el cargo de corregidor del partido.

Una noble criolla, doña Isabel de Mendoza y Valdivia, fue su esposa, de la cual no tuvo sucesión, pero como buen castellano los hubo de ganancia, que fueron los que continuaron su apellido en esa región.

Poco antes de morir, en 1641, dio poder a su esposa para testar, la nombró su heredera universal y que después de sus días pasaran sus bienes a la comunidad agustina, con la condición «de que dieran los terrenos necesarios para cuando S. M. deseara fundar una ciudad, villa o lugar».

Doña Isabel de Mendoza y Valdivia, en sus últimos años, profesó de monja en el convento de las Agustinas de Santiago. El día 3 de julio de 1651, como monja novicia, hizo comparecer al escribano y mandó fundar un convento en su estancia de Talca, «que haya cuatro religiosos sacerdotes por hermanos», dice el documento de fundación.

Se reservó el derecho de patronato sin perjuicio al que ya tenía el capitán don Juan Álvarez de Luna y Cruz, que había hecho ricas donaciones de tierras a la orden; y después de sus días el capitán don Andrés García de Neyra, su sobrino y heredero. Así las casas de Vilches pasaron a ser la residencia de los agustinos.

La generosa idea del capitán Vilches vino a arraigarse como una necesidad después del alzamiento general de 1655, en que miles de emigrados del sur del río Maule se refugiaron en su ribera norte, al solo amparo y refugio de humildes tolderías. La situación desesperada de esta gente hizo pensar y discutir la idea de fundar una ciudad en Talca, junto al fuerte de Duao, construido en 1584 por el Gobernador don Alonso de Sotomayor. Mas, como lo hemos visto anteriormente, todos los esfuerzos gastados, tanto por los encomenderos como por los estancieros para conseguir una fundación, fueron inútiles y estériles.

* * *

Toda la población de la comarca vivía, como dicen los informes de aquellos años, «en sus estancias y cortijos». El Gobernador Marín de Poveda hizo en 1692 una tentativa de fundar una villa, la confluencia del estero que más tarde se llamó Baeza y el Piduco. Marín de Poveda trazó las calles de la ciudad dándoles por centro la Placilla.

La población delineada por Marín de Poveda no prosperó. El terreno era inadecuado y si sólo se había elegido fue por las magníficas defensas que presentaban las faldas de los cerros, propias para construir fuertes. Fracasada esta tentativa, tuvieron que pasar aún cincuenta años antes de darse principio a la verdadera fundación.

* * *

La Orden de los agustinos, que después de recorrer varios puntos del corregimiento se había instalado desde 1651 en «casa y sitio que les legó doña Isabel de Mendoza», fue el centro de una gran parte del corregimiento de Maule. Los más ricos estancieros de Cauquenes, Purapel, Loncomilla y Putagán, Rauquén, Huenchullami, Vichuquén, iban allí a sus prácticas religiosas.

Fueron los directores espirituales del vecindario rico y feudatario del partido. Los alrededores del convento sirvieron en todo este espacio de tiempo hasta 1742 como centro de reunión. Allí se reunían las milicias, para las llamadas reseñas o revistas, hacía justicia el corregidor, se leían los bandos de buen gobierno, residía el escribano del partido y se ajusticiaba a los criminales.

Los agustinos resolvieron dar parte de sus tierras para fundar una ciudad, cumpliendo así el encargo del corregidor Vilches.

* * *

Las instrucciones que recibió Manso de Velasco en las reales cédulas sobre fundación de ciudades, entre el valle de Quillota y el río Bío-Bío, le sugirió la idea de fundar una ciudad en el asiento de Talca. Era la tercera vez que se iba a empeñar en esta tarea la autoridad real, después de los fracasados intentos de 1655 y de 1692.

Los agustinos se reunieron en el claustro de Santiago los días 15, 16 y 17 de septiembre de 1740. En estas reuniones manifestó el provincial, fray Francisco de Araníbar, los deseos del Gobernador de fundar una ciudad en aquella región y la comunidad estuvo de acuerdo en ceder el número de cuadras «que el prudente y arreglado dictamen del señor Presidente juzgare necesarias tanto para ejidos y dehesas».

Dos días después del último tratado o acuerdo, el provincial Araníbar hacía donación formal a S. M. de las tierras de Talca, por escritura otorgada ante el escribano de Santiago, José Álvarez de Henostroza, el 19 de septiembre de 1740.

El día 20 la aceptaba Manso «agradeciendo la liberalidad a nombre del Rey».

* * *

Estando en Concepción el Gobernador Manso, adonde se había trasladado para recibir la escuadra del Almirante don José Pizarro, dio las instrucciones al nuevo corregidor provisto para el Maule, don Juan Cornelio de Baeza, para que fundara «una villa de españoles» en las tierras donadas por los agustinos.

Este documento es de fecha 17 de enero de 1742.

Baeza, viejo servidor público, que había sido anteriormente corregidor de Itata, no quiso adelantarse a hacer la fundación sino que como buen vasallo reservó este honor al Gobernador del Reino. Desocupado Manso del recibimiento del Almirante Pizarro, emprendió viaje a Santiago, arribando a las orillas del Maule el 12 de mayo. Este mismo día, acompañado de Baeza, del Maestro Prior del convento agustino, Fray José de Solís, y del escribano del partido, tomó posesión de las tierras donadas «en el sitio de los Perales, a la parte sur del convento, en distancia de cuatro cuadras». Este lugar debía ser el centro de la nueva fundación, su plaza mayor, de donde arrancarían sus calles.

Antes de continuar la marcha a Santiago, nombró el Gobernador a don Mauricio de Morales como asesor de Baeza, con facultad de reemplazarlo. Desde Santiago le dio a Baeza las instrucciones a que debía ceñirse para la nueva fundación, en las que le decía que donara los solares en proporción «a la esfera, méritos y familias» de cada poblador y que su ubicación fuera dada de modo que los más distinguidos estuvieran más próximos a la plaza:

«Que construyan sus casas bajo pena de perder sus sitios -le agregaba- y que el cura traslade a la nueva población de iglesia parroquial».



E igual cosa debía hacer el escribano del partido.

En octubre del año siguiente 1743, volvió Manso a Talca a hacer una inspección de los trabajos de la nueva población. Observó su estado próspero, sus calles bien delineadas, aunque de casas pobres, pues los hacendados no habían hecho las suyas. Esta desidia de los vecinos ricos del partido tenía una explicación: Los hacendados, considerándose nobles, por descender de los conquistadores, tener tierras e indios, se resistían a hacer sus casas, pues, el hecho de avecindarse en una ciudad los colocaba en igual condición a la de los plebeyos avecindados, que adquirían también la condición de nobles por ser primeros fundadores de una ciudad.

Esta actitud movió al Gobernador a dictar en Talca, el 12 de octubre de 1743, un bando por el cual se aplicaban serias multas a los que no se avecindasen. Fue publicado el mismo día a las 11 de la mañana por el indio Juan Llapos Leu, que hacía el oficio de pregonero.

Las medidas tomadas por Manso tuvieron un pronto y favorable resultado. Desde fines de 1743, principiaron a avecindarse sus principales vecinos, que halagados por la ubicación de sus solares, veían también garantizada su calidad por las llamadas «Constituciones de la Villa de Talca».

Eran éstas las disposiciones que encerraba el bando de 29 de mayo de 1743, dictado en conformidad a la real cédula de 5 de abril de 1744. Este documento fue entregado al Cabildo y conservado rigurosamente por él como su carta puebla o fuero.

En estas Constituciones se reglamentaba el estado de los nobles, de los vecinos y de los que no lo eran, y se fijaban sus derechos y prerrogativas. Decían que los vecinos tendrían el libre comercio de sus bienes:

«Los hacendados que puedan proporcionarse el privilegio de nobleza, gocen de él, su hijo y descendientes, bajo la condición que contribuyan a las obras públicas de la población».



Relevaba a los vecinos hacendados que se avecindasen de toda clase de servicio personal como eran los militares, judiciales, conducción de presos y de correos, a que estaban obligados como simples vecinos del partido. Sólo debían concurrir a la defensa del Reino y a las Ordenanzas de buen gobierno. Los comerciantes radicados sólo podían vender en la villa. Los que establecieran pulperías no pagarían derecho real por diez años. Se autorizaba por tres días, y tres veces al año, tener ferias, libres del real derecho de alcabala. Sólo los pobladores podían ser cabildantes.

Estas disposiciones halagaron al vecindario que veían sus fueros resguardados y sin las cargas de la guerra.

* * *

El adelanto material de la población había avanzado rápidamente desde la toma posesión del día 12 de mayo de 1742, hasta esta fecha de 1745. Baeza había gastado bastante actividad: publicaba los bandos, notificaba a los vecinos y les prometía honores y prebendas. Trasladó al cura y al escribano del partido. Así pudo el 18 de abril de 1744, hacer el primer padrón general de la naciente villa y dirigir al Gobernador Manso una relación de su estado.

Le decía «que se formó de cuatro cuadras en un contorno una por cada costado y siguiendo las brazas, se delinearon seis calles, todas cuadradas, cada una en su latitud, consta hasta lo presente de seis cuadras, todo bien arreglado para que así se distribuyan solares a los vecinos», y «que tiene cuatro puentes de madera para pasar el estero».

Los solares de la Plaza, los principales según la relación de Baeza, se distribuyeron en la siguiente forma:

1.º Solar de la Iglesia Matriz, toda una cuadra de frente a la Plaza. Allí construyó en 1744 su casa el primer cura de Talca, don Antonio de Molina y Cabello, y en la parte sur del solar, en el lugar de la Iglesia, dice Baeza, tiene colocado «al Señor del cielo y la tierra», puesta una cruz grande y campanario.

2.º En el segundo costado, mitad de cuadra a la Plaza, mitad de solar. Casa de don Cornelio de Baeza.

3.º Solar, en el segundo costado, mitad cuadra a la Plaza mitad del solar, contiguo al anterior, casa del comisario don Francisco de Silva-Borque.

4.º Solar, tercer costado, plaza por medio de los anteriores mitad de cuadra a la plaza. Casas del Comisario Juan de Sepúlveda.

5.º Solar, tercer costado, junto al anterior. Casas del Capitán Manuel de Toledo.

6.º Solar, cuarto costado, todo su frente para casa del Cabildo, casa del Corregidor y Cárcel17.

Después de esta distribución, sigue Baeza enumerando a los demás vecinos, sin expresar su proximidad o colocación dentro del plano de la nueva ciudad. Su número alcanza a ochenta y tres, incluyendo a todos, ya fueran nobles o plebeyos, hacendados o maestros en artes menores, hasta el indio de oficio de verdugo, Juan.

Esta pequeña población de ochenta y tres familias, que se habían agrupado en los alrededores de la Plaza Mayor, sitio de los Perales, a cuatro cuadras del convento de los agustinos, o sea «sitio y casas de don Gil de Vilches y Aragón», en el corto espacio de dos años formaba una población, compuesta de hacendados y de vecinos pobres.

Los terratenientes tanto del norte como del sur del Maule trajeron a sus familias y levantaron sus casas. Así vemos en este primitivo grupo, de ochenta y tres familias, ya radicados con casa y solar, a los Silva, Sepúlveda, Vergara, de la Fuente, Besoaín, Nieto de Silva, Rojas Vilches, Molina, Aguirre, de la Torre, Aliaga, Henríquez, Verdugo, Olave, Velasco, Oróstegui, Albuerna, Arellano, Olivares, Toledo y Morales.

Entre los artesanos no debemos olvidar al primer sastre de Talca, «Nicolás Romaní, maestro de sastrería», a Juan «indio verdugo», al zapatero «Luis Indio», a Esteban Cabrera «maestro herrero», a José Astudillo ««maestro de herrería», y a «la María Paine Guala».

El número de vecinos fue aumentando día a día. Ante tan buen resultado, pensó Manso de Velasco en darle un Cabildo propio, en virtud de las facultades que le conferían las reales cédulas de poblaciones, determinación que atraería más a los vecinos acomodados y los obligaría a radicarse en la villa, donde los honores y prerrogativas los podían elevar al «estado noble», preocupación constante de toda esa época.

Además de los privilegios que traía consigo el avecindamiento; tenía también sus ventajas para el vecindario rico. Antes la justicia del corregimiento estaba a cargo del corregidor y ahora iba a estar en sus manos por medio de sus alcaldes, salidos exclusivamente de su seno.

Por decreto de 9 de diciembre de 1744, nombró Manso el primer Cabildo de la villa de San Agustín de Talca, con funciones para todo el año de 1745. Sus miembros fueron: don Francisco de Silva, para el cargo de Alcalde Ordinario de primer voto; a don José de Aguirre, para Alcalde de segundo voto; a don José Joaquín de Oróstegui, para Alférez real, y para regidores los señores José Besoaín y don José Hilario de Velasco; y Alcalde Mayor provincial a don Bernardo de Azócar Hurtado de Mendoza y San Martín. Todos eran ricos hacendados del partido avecindados en la villa.

La nueva población no se estancó en su crecimiento y adelanto material, se siguieron avecindando nuevas familias y construyendo nuevos edificios públicos y privados. El día 8 de marzo de 1745, Baeza volvió a informar sobre el estado de la villa, informe en el que dice tiene ciento veinticuatro vecinos, y los cuales cien con sus casas y establecidos con sus familias y veinticuatro con solares, de los cuales catorce cimentados y diez con sólo la posesión; «estos últimos habían recibido solares después del primer repartimiento».

En el mismo informe agrega, que la ciudad tiene los cuatro puentes, dos iglesias y el edificio de la cárcel en construcción, pues sus murallas están en estado de terminarse. Sobre esta obra expresaba en el informe del día 18 de abril del año anterior, que se «hallaba construyendo con las donaciones de los vecinos».

Las dos iglesias mencionadas eran el convento de los agustinos y la iglesia parroquial, levantada esta última por el cura don Antonio de Molina y Cabello con las erogaciones del vecindario. el 12 de septiembre de 1746 recibió de ellos la suma de 15.000 pesos. El vecindario rico se había apresurado a cooperar a esa obra, pues, las garantías de las constituciones dadas por Manso le concedía privilegio de nobles a los que cooperasen a ella. En 1750 principiaron a levantar una capilla los franciscanos.

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La llegada y establecimiento de nuevas familias fue en rápido aumento. Desde 1742 a 1760 se anotan más familias pobladoras. En el censo levantado por el nuevo corregidor don Francisco de Echagüe, el 16 de octubre de 1760, la villa aparece con ciento cuarenta y tres familias. Cerca de veinte eran las nuevas, entre las que podemos anotar a los Cruz, Opazo, Gajardo Guerrero y Bravo de Naveda.

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La prosperidad de la población despertó muy pronto la codicia de los agustinos, que vieron sus estériles tierras convertidas en muchas chacarillas fértiles y productivas en manos de los esforzados pobladores. Pensó la orden recuperar tales tierras y para este efecto meditaron un plan. Los residentes en el convento de Talca, «a son campaña tañida», se reunieron el 5 de noviembre de 1744, bajo la presidencia del R. P. Lorenzo Guerrero, prior del convento; del R. P. lector jubilado, fray Luis Caldera, prior provincial de la provincia; y los RR. PP. José Solís, Alonso Soto, Justo Vélez, etc. El provincial manifestó que aunque la donación se había hecho sin fijar el número de cuadras y sin consultar al convento de la ribera del Maule, venían ahora a expresar la cantidad de cuadras donadas». Todos estuvieron de acuerdo de dar solamente «seis cuadras a cada costado de la plaza, o sea trece de longitud y trece de latitud y que encierre en su área 169 cuadras» y «50 cuadras para dehesas».

Estos frailes se volvieron a reunir los días siguientes 6 y 7, para «ver si había algo contra los cánones»:

«Sus paternidades no encontraron nada contra las leyes de la Iglesia, ni contra la moral de los hombres honrados y del gobierno».



¿Desconocía este acuerdo la donación formal de 1740, hecha con todas las formalidades legales? ¿No vulneraba el espíritu de los hombres de 1740, tanto del Rey, del Gobernador y del R. P. Araníbar? ¿No era costumbre consagrada de que al donarse tierras para una fundación, comprendía además del terreno mismo de la ciudad o villa, el destinado para las dehesas de todos los pobladores? Por último, ¿por qué no intervinieron en la delineación de Baeza, sino que esperaron tantos años para hacer valer sus derechos? El historiador de la orden, P. Víctor Maturana guarda silencio respecto a este incidente.

En 1749 llegó para desgracia de los pacíficos vecinos a hacerse cargo del priorato del convento de la ribera, Fray Nicolás Gajardo Guerrero, de fuerte y atrevido carácter. Impuesto del acuerdo de su convento, se manifestó indignado de que sus hermanos no hubieran hecho respetar sus derechos. No pudiendo contenerse, montaba a caballo y se dirigía a las dehesas de los vecinos a destruirles sus sembrados y obras. Atacó a los débiles. Sus insultos y amenazas tuvieron que sufrirlos muchos hombres pacíficos que temían defenderse. En un principio trató de cobrarles arriendo por las tierras ocupadas y al resistirse los pobladores los atacó de hecho. A su furia cayó el indio Miguel Malguein, «que teniendo cortados adobes le quitó ochocientos»; Silvestre Mayorga que se resistió vio destruido por la propia persona del fraile «a caballazos, clavando fuertemente las espuelas» sus adobes.

La actitud de Gajardo, se hizo antipática ante los ojos de los pobladores, que no querían lucha de ninguna clase, sino trabajar para levantar la nueva ciudad. La alarma llegó hasta el Cabildo, que se reunió el 14 de diciembre de 1749, bajo la presidencia de don Juan Cornelio de Baeza. Presentó sus quejas al procurador general de la villa, don Francisco de Silva y el Protector General de Indios, don Lorenzo de Albuerna. Oídas las exposiciones de estos señores sobre los abusos del prior, acordó el Cabildo exhortarlo, manifestándole que «se abstenga de despojar a S. M. de la posesión en que se haya».

La enérgica actitud del Cabildo puso fin a estas actividades de la orden agustina, pero el vecindario quedó profundamente resentido con ella.

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Los agustinos habían tenido su supremacía durante siglo y medio, desde la llegada de los primeros colonos al Maule hasta la fecha de la fundación de Talca. Ahora la perdían para dar paso al establecimiento y supremacía de los jesuitas, que la conservaron hasta su expulsión.

Esta tenaz y propagandista orden que se había establecido en casi todas las ciudades del Reino, pensó también hacerlo en la naciente villa y con este objeto se dirigió al oidor don Martín de Recabarren, miembro de la Junta de Poblaciones, pidiéndole tierras para establecerse en la nueva fundación. Recabarren informó el 31 de mayo de 1748, en el sentido que se les diera en Talca la manzana denominada «de la Arboleda» y 250 cuadras en el paraje «del Fuerte», en tierras vacas de S. M.

El Gobernador no tuvo inconveniente en proporcionar a la orden lo pedido por el oidor Recabarren, y tanto más gustoso se mostró a hacer tal donación, cuanto que los jesuitas iban a jugar un importante papel en la naciente villa. El decreto de 10 de junio de 1748 que autorizó su establecimiento, les imponía la obligación de fundar un colegio.

La Orden fue muy bien recibida y su primer superior, fray José Guzmán, supo atraerse el cariño de los vecinos. Bien pronto fueron dueños de ricas tierras, fuera de las 250 cuadras dadas por el Conde de Poblaciones. Compraron la estancia de Guemón o del Astillero en la desembocadura del Maule, a doña Josefa de Mendoza y Bravo de Villalba, y la estancia del Fuerte fue agrandada por las donaciones que les hicieron los Jáuregui y los Herrera. Luis Azócar y San Martín les donó 200 cuadras en Guilguilemo y el Conde de Poblaciones todas las demasías que quedaban entre el Maule y las tierras de Francisco de Valenzuela.

La gente más rica y distinguida se apresuró a darles bienes. Doña Silveria Álvarez de Bahamonde y Herrera, esposa del rico vecino el genovés don Juan de la Cruz, fue su gran protectora. Doña Francisca González Bruna, viuda del maestre de Campo don Agustín de Molina y Narveja, fue también una gran devota de la orden, en cuyo seno profesó su hijo Juan Ignacio, el más tarde célebre naturalista e historiador.

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Los jesuitas se instalaron provisoriamente en la esquina norte de la manzana de las Arboledas, que distaba una cuadra de la parroquia, en una pequeña construcción de quincha y techo de paja.

Algún tiempo después construyeron su iglesia, en cuyos trabajos les ayudó don Juan de la Cruz, que tenía algunos conocimientos de arquitectura, y había llegado a la nueva villa traído desde Concepción por el Gobernador, lo encontró entre los tripulantes de la escuadra del Almirante Pizarro, para que enseñara a los vecinos de Talca a construir sus casas. Cruz, no fue sólo un perito o mayordomo de la construcción de la iglesia de los jesuitas, sino que los ayudó con 500 pesos para los gastos. La orden tuvo que sufrir la desgracia de ver arrebatada por las llamas la reciente construcción, pero infatigables y alentados por la cooperación de Cruz, la levantaron de nuevo, más esplendida, llena de imágenes y con ricas ornamentaciones. La primitiva construcción de quincha y techo de paja, sirvió para instalar la escuela de primeras letras, que estaban obligados a mantener. Allí se enseñó en un principio a leer, escribir y contar, y cuando la juventud estuvo más preparada, se consagraron a «la gramática y demás estudios menores».

Los hijos de los vecinos acomodados pasaron a educarse en este primer colegio, que fue llamado «Colegio de Nobles», por la calidad del alumnado. Los hijos de sus protectores, los Cruz y Bahamonde, fueron sus primeros alumnos, y también estudiaron en él los hermanos José Antonio y Juan Ignacio Molina, el más tarde célebre naturalista e historiador.

Allí Molina recibió de manos de estos religiosos sus primeras lecciones. Como era de una inteligencia privilegiada, pronto pudo a su corta edad, con la autorización de sus maestros, enseñar también las primeras letras. Tuvo un grupo de alumnos entre los que se hallaron don Vicente de la Cruz y Bahamonde, sus hermanos Nicolás, Manuel y Faustino, don Ignacio y don Dionisio Brisio de Opazo y Castro, don Francisco de Olivares y Rojas, don Ramón Ramírez y don Pedro Vergara. Todos estos jóvenes recibieron lecciones, según sus propias declaraciones, desde la edad de siete años. A la expulsión de los jesuitas de Talca, la enseñanza quedó a cargo del Cabildo, que pagaba a un profesor de primeras letras 150 pesos anuales.

El día 8 de abril de 1793 acordó esta corporación arrendar una casa «para un seminario donde educar los jóvenes». Este establecimiento estaba funcionando desde años atrás, pues don Ambrosio O'Higgins, que visitó Talca en ese año, dice «que en él se enseñaban las primeras letras y latinidad, a donde ocurren los jóvenes de los partidos inmediatos».