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Hortensia Bussi Soto
Dama Primera

Por E.R.

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20 kb"¡Se siente, se siente Allende está presente!!", el tradicional grito se escuchó con más fuerza que nunca la mañana del sábado 24 de septiembre de 1988 en la populosa avenida San Pablo. Un año antes, la tradicional calle había recibido con devoción religiosa la visita de Juan Pablo II. Esta vez el fervor popular desbordaba las veredas para saludar el paso de una caravana de 300 vehículos que desde el aeropuerto Pudahuel acompañaban el emocionante regreso al país -tras 17 años de exilio- de Hortensia Bussi Soto, la compañera Tencha, la viuda del Presidente Allende.

"Saludo con emoción al pueblo chileno. A él debo mi retorno a la patria", dijo Hortensia Bussi que, con los ojos enrojecidos, se esforzaba en reconocer viejas amistades en los miles que -a días del plebiscito- salieron a saludarle pues junto a ella también veían el inminente retorno de la democracia y sentían como nunca presente, al propio Allende.

Atrás quedaban 17 años de un exilio -"injusto e inhumano que se me impuso por haber defendido siempre los valores democráticos de mi patria", leyó Tencha con voz entrecortada-. Período en que recorrió el mundo para denunciar los crímenes de la dictadura y coordinar la solidaridad con Chile. Ciudadana honoraria de múltiples urbes europeas, condecorada en La Habana, en Moscú y en diversas universidades, su pequeña figura -engrandecida por la dignidad con que llevó sus muchos dolores- se convirtió en un símbolo mundial de la lucha por los derechos humanos y en un referente de la libertad de su país.

En medio del bullicio de San Pablo, lejos parecía quedar el día en que abandonó el país junto a un puñado de cercanos. Casi los mismos que horas antes la habían acompañado al Cementerio Santa Inés, en Viña del Mar, a depositar en secreto los restos mortales del Mandatario. "Aquí enterramos a Salvador Allende, Presidente de Chile", tronó su suave voz, en medio de los sepulcros, resquebrajando los muros de silencio y olvido que querían imponer. Diecisiete años después, el pueblo la esperó en las calles con pancartas que rezaban: "Bienvenida, primera dama".

La familia

Hortensia Bussi Soto, nació en Valparaíso el 22 de julio de 1914. Su padre era marino mercante y casi no conoció a su madre que murió muy joven. Con grandes esfuerzos, por ser de una familia de clase media, ingresó al Instituto Pedagógico a estudiar pedagogía en Historia y Geografía.

Cursaba el último año de su carrera cuando el 24 de enero de 1939, su amigo Manuel Mandujano, le presentó a un asustado Salvador Allende que huía del sacudón que esa noche destruyó Chillán. Mandujano confidenciaría más tarde a la revista "Análisis" (junio de 1988) que a pesar del pánico que El Chicho sentía por los temblores se fueron a un café de calle Tenderini "hablaron muy largo y Salvador estaba muy impresionado porque la Tencha era una mujer preciosa".

Ella no tenía convicciones políticas claras, pero era de personalidad "muy definida y de criterio independiente -afirma la escritora Diana Veneros en su libro ‘Allende’- y como ambos no eran apegados a las convenciones terminaron viviendo juntos, algo no muy frecuente en esos años".

Se casaron en 1940 cuando Allende ya era ministro de Salubridad de Pedro Aguirre Cerda. Del matrimonio nacieron tres hijas, Carmen Paz, Beatriz y María Isabel. Múltiples testimonios lo muestran como un "padre cariñoso y preocupado", junto con mimarlas las instaba a intervenir en la vida política y a estudiar para ser profesionales.

Con Beatriz (Tati) tuvo una especial complicidad, para algunos, ella fue como "el hijo que no tuvo". Su personalidad enérgica y audaz la hacían parecerse a él. Fue la única que estudió medicina y muy joven ingresó al Partido Socialista. Las convicciones de Tati se radicalizaron en 1960 tras viajar a Cuba con una delegación de estudiantes. Allí conoció al Che, conversó con Fidel y se enamoró de Luis Fernández de Oña. Se casó con él y se sumó a los "Elenos", militantes socialistas que asumieron como propia la senda del Che de sembrar en el continente Ejércitos de Liberación Nacional para cosechar socialismo libertario.

Durante el gobierno de la UP, Beatriz medió entre los grupos más extremos y su padre de quien se convirtió en "su confidente, amiga y consejera", señala Veneros. El 11 de septiembre de 1973, aunque embarazada, Allende debió echarla con súplicas y empellones del palacio en llamas. Tres años después, ya divorciada, se suicidó en La Habana. Su tía Laura por quien Allende sentía una especial devoción- siguió sus pasos poco después.

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Si bien Salvador Allende fue un padre presente y nunca abandonó a sus hijas, no puede decirse lo mismo de su rol como marido. Las muchas infidelidades habrían sido la principal causa del fracaso de su matrimonio con Hortensia Bussi.

Además también los separaron sus opciones y estilos diferentes, "ella era refinada y él muy sencillo". La brecha entre ambos se agrandó con los años, pero el matrimonio no concluyó porque "Allende estaba decidido a ser Presidente y sabía que el pueblo no votaría por él si se divorciaba", le reconoció Gonzalo Piwonka, secretario privado de Allende, en una entrevista a Veneros.

Cuando 1970 Allende alcanzó la Presidencia, el vínculo conyugal con Hortensia Bussi era una mera formalidad, sin embargo según múltiples testimonios ambos siempre mantuvieron un mutuo respeto y consideración. Un año antes, Allende había comenzado una relación con Miria Contreras Bell, una mujer fuerte, inteligente, discreta, devota e incondicional.

A pesar de ello, Hortensia Bussi, se entregó por entera a su rol como primera dama, avocándose a las labores sociales que cumplen las esposas de los presidentes. Así como admiraba la fidelidad de Allende con su pueblo, le dolía la deslealtad hacia ella. Pero, como muchas mujeres de aquella época, sobrellevó estoica y en privado el trago amargo de la traición conyugal.

Para el 11 de septiembre la Tencha sobrevivió milagrosamente al bombardeo de la casa presidencial de Tomas Moro: "Entre cada uno de los ataques se desataba un tiroteo de locura. La residencia se convirtió en una masa de humo, de olor a pólvora, de destrucción", declaró días después.

Tras enterrar a su marido, salir al exilio y recorrer el mundo clamando el cese de la represión en Chile, retornó al país para ser un símbolo en la lucha por el retorno de la democracia. Diecisiete años después de la tragedia, el pueblo que siempre le fue leal- la esperó en las calles con pancartas que rezaban: "Bienvenida, primera dama".


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